Tema: Números. Título: El Llamado de Josué: ¿Estás Listo Para Tomar lo Que Dios Te Prometió? Texto: Números 27: 12 – 23. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
Imagínate el peso de ese momento. ¿Quién podría tomar el lugar de Moisés? ¿Quién podría guiar a un pueblo tan volátil, tan propenso a quejarse, a poseer una tierra llena de gigantes y enemigos formidables? Era una pregunta que seguramente resonaba en el corazón de cada israelita. Pero Dios ya tenía un plan, como siempre lo tiene. Y ese plan involucraba a un hombre llamado Josué. Él sería el encargado de llevar al pueblo al hogar que Dios les había prometido. Hoy vamos a abrir la Palabra de Dios en Números 27, del versículo 12 al 23, y vamos a desentrañar los secretos de ese llamado de Josué. No solo es una historia antigua; es un manual de liderazgo para ti y para mí, para cualquiera que Dios quiera usar. Porque si Dios te ha puesto en algún lugar donde hay personas que necesitan guía, déjame decirte, amigo, ¡tú eres un líder! Y lo que vamos a aprender de Josué te va a equipar para el camino que tienes por delante.
El primer gran principio que vemos en este cambio de guardia es que el líder debe tener espíritu. Dios le dice a Moisés, de forma tan directa como solo Él puede hacerlo: "Toma a Josué hijo de Nun, varón en quien hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él". "Hay espíritu". Esa frase es como un destello que ilumina el corazón del liderazgo. ¿Qué significa eso? No es solo tener buen ánimo, o ser una persona "positiva". Va mucho más allá. La mayoría de los expertos están de acuerdo en que se refiere a la vitalidad, el vigor, la determinación, el coraje. Es ese tipo de espíritu valiente, arrojado, emprendedor, una fuerza interior que no se rinde fácilmente. Y conocemos bien ese espíritu en Josué, ¿verdad? Recuerda el famoso episodio de los doce espías. Diez de ellos volvieron con un informe lleno de miedo, hablando de gigantes y ciudades fortificadas. Pero Josué, junto con Caleb, trajo una perspectiva diferente, una visión de fe, un espíritu de "¡Podemos hacerlo!". Él dijo: "Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos" (Números 13:30). Eso es tener espíritu.
Un líder, cualquiera que sea su esfera de influencia –en la iglesia, en su familia, en su trabajo, en su comunidad– debe ser una persona de espíritu. Debe tener una chispa divina que lo impulse, una energía que inspire, una convicción que no se doblega ante la adversidad. No significa ser imprudente o impulsivo, sino tener ese dinamismo, esa fuerza de carácter que le permite enfrentar los desafíos, superar los obstáculos y, lo más importante, seguir adelante cuando otros se rinden. Piensa en tu propio camino: ¿Qué espíritu te mueve? ¿Es un espíritu de fe, de coraje, de iniciativa? O, por el contrario, ¿es un espíritu de temor, de pasividad, de conformismo? Porque si vas a guiar a alguien a la "tierra prometida" de su potencial, de su propósito, necesitas ese fuego encendido dentro de ti. Necesitas el Espíritu de Dios obrando en ti, dándote esa fuerza que solo Él puede dar. Es esa vitalidad la que te permitirá no solo soñar, sino también actuar; no solo ver el problema, sino también la solución en Dios.
Luego, el segundo principio poderoso: el líder debe ser enviado. Dios le dice a Moisés que, además de tener espíritu, es necesario "poner su mano sobre él". Este acto es mucho más que una formalidad; es una profunda transferencia de cargo, de autoridad, de bendición. En la Biblia, la imposición de manos es un acto cargado de significado: significa apartar para un propósito específico, conferir autoridad, transmitir un don espiritual o una bendición, y a menudo, identificar a alguien como un representante autorizado. No se trata de un simple reconocimiento público; es un acto espiritual de delegación.
Esto nos lleva directamente a lo que vemos en el Nuevo Testamento con la ordenación. Piensa en la iglesia primitiva: Hechos 13:3 nos muestra a los líderes de Antioquía, después de orar y ayunar, imponiendo manos sobre Bernabé y Saulo (Pablo) antes de enviarlos en su primer viaje misionero. Era un acto público de comisionamiento, una señal de que el llamado venía de Dios y era reconocido por la comunidad. O en las cartas de Pablo a Timoteo, donde le recuerda: "No descuides el don espiritual que hay en ti, que te fue conferido por medio de profecía con la imposición de manos del presbiterio" (1 Timoteo 4:14). Y también: "Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos" (2 Timoteo 1:6). Estos textos nos muestran algo muy similar a lo que ocurrió aquel día histórico con Josué. La unción divina se canaliza a través de la confirmación humana.
¿Por qué es esto tan importante? Porque nos da orden. Previene el caos, las divisiones, los problemas que surgen cuando la gente se auto-proclama líder sin un respaldo, sin un envío claro. Un líder enviado tiene un respaldo, no solo de Dios, que es lo principal, sino también de la comunidad de fe. Es un reconocimiento mutuo. Nos recuerda que el liderazgo en la iglesia no es un puesto que se toma, sino un servicio al que se es llamado y para el cual se es comisionado. Si Dios te ha llamado a liderar, busca esa confirmación, ese envío de aquellos a quienes Dios ha puesto en autoridad. Es un acto de humildad y de sabiduría que valida tu ministerio y te posiciona para recibir la bendición de Dios y el apoyo de tu comunidad.
En tercer lugar, y esto es crucial para el éxito y la sabiduría en el liderazgo: el líder debe consultar. Números 27:21 nos dice que Josué "se presentará delante del sacerdote Eleazar, quien le consultará por el juicio del Urim delante de Jehová". El Urim era un artefacto sagrado que el sumo sacerdote usaba para consultar la voluntad de Dios en asuntos importantes. Era una de las maneras en que el pueblo de Israel conocía la dirección divina, en una época donde no tenían la Biblia completa como la tenemos hoy. Ellos no tenían los 66 libros, el Antiguo y Nuevo Testamento, para abrirlo y encontrar la respuesta. Tenían que ir al sacerdote, al Urim, a la voz directa de Dios.
Hoy, la situación es radicalmente diferente, y a la vez, el principio sigue siendo el mismo. Hoy no necesitamos el Urim, porque tenemos algo mucho más grande, más claro, más accesible: tenemos la Escritura. Tenemos la Palabra viva de Dios en nuestras manos, disponible en cualquier momento, en cualquier lugar. El líder cristiano, si realmente quiere ser efectivo, sabio y alineado con la voluntad de Dios, debe hacer de la consulta a la Biblia su prioridad número uno. No es una opción, es una necesidad vital.
Piensa en los apóstoles, en la iglesia primitiva. Cuando surgía un problema, ¿a dónde iban? A la Palabra. Cuando los doce apóstoles se dieron cuenta de que el ministerio de la Palabra y la oración estaba siendo descuidado por la administración de los alimentos, ¿qué hicieron? Dijeron: "No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra"
Finalmente, el cuarto principio que este pasaje nos revela sobre el llamado de Josué: el líder debe ser obedecido. Números 27:20 nos dice: "Y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezca." Josué fue puesto por Dios para guiar al Pueblo (versículo 17), y para que esa guía fuera efectiva, para que el pueblo pudiera cumplir su destino, era imperativo que Josué fuera obedecido. Un líder sin seguidores obedientes es un líder solo. Es como un general sin ejército. La autoridad que Dios le confiere a Su líder está ligada a la obediencia de aquellos que son guiados.
Esta verdad no ha cambiado. El Nuevo Testamento, de hecho, nos insta repetidamente a obedecer a nuestros líderes espirituales. Hebreos 13:17 dice: "Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso." Y Filipenses 2:12 nos llama a "ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor", que implica, entre otras cosas, seguir la dirección establecida. La obediencia no es a la persona del líder, sino a la autoridad que Dios le ha delegado para el bien de la congregación. Es una cuestión de orden divino y de edificación mutua. Una iglesia, una familia, una organización donde no hay obediencia a la autoridad designada por Dios, es un lugar propenso a la confusión y a la ineficacia.
Así que, el liderazgo bíblico, tal como lo vemos en el poderoso llamado de Josué, nos enseña verdades que trascienden el tiempo y las culturas. Un líder debe ser guiado por el Espíritu, no por las tendencias o las opiniones humanas. Debe ser enviado por la iglesia con autoridad, para evitar el desorden y asegurar la bendición divina. Debe consultar siempre la Palabra de Dios, haciendo de ella su mapa y su brújula en cada decisión, grande o pequeña. Y sí, la obediencia del pueblo es clave para el éxito de la misión que Dios les ha encomendado.
Hoy, el llamado al liderazgo, sea cual sea la esfera donde te encuentres, exige estas cualidades fundamentales para cumplir la voluntad divina. No se trata de ser perfecto, sino de ser un siervo dispuesto y equipado por Dios. La historia de Josué no es solo un recuerdo de un gran líder del pasado; es una inspiración y un desafío para ti y para mí hoy. Si Dios te ha puesto en una posición de influencia, Él ya te ha ungido para ese propósito. Ahora te corresponde a ti abrazar ese llamado con un espíritu inquebrantable, con la confirmación de quienes te rodean, con una dependencia total de Su Palabra, y con la confianza de que Él te dará la sabiduría para guiar. Y a quienes son guiados, la responsabilidad de honrar esa autoridad divina. Porque al final del día, todos somos parte del gran plan de Dios para llevar a Su pueblo a la "Tierra Prometida" de Su propósito.
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