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✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️EXPLICACIÓN JEREMIAS 1: 4 - 10 ✝️LLAMADO Y MISIÓN DEL PROFETA JEREMÍAS - (VÍDEO Y AUDIO)

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VÍDEO - PARTE DOS




BOSQUEJO (VERSIÓN RESUMIDA)

✝️Tema: Ministerio. ✝️Titulo: Llamado y misión del profeta jeremías. ✝️Texto: Jeremías 1: 4 – 10. ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.


Introducción:🎙️

A. Lemas: Jeremías fue uno de los más grandes profetas de todos los tiempos. Su ministerio inició en el año 13 del reinado de Josías (626 a.C.) y murió aproximadamente en el año 586 a.C. Es decir, su ministerio se extendió por 40 años, y ministró durante los reinados de cinco reyes de Judá (Josías, Joacaz, Joacim, Joaquín, Sedecías).

Su ministerio fue muy sufrido: tuvo que soportar arresto en su casa, prohibición de hablar en público, ser arrojado a una cisterna vacía, persecuciones por parte de los de Anatot, sus paisanos, y fue considerado un traidor y derrotista en los conflictos de Judá con las naciones extranjeras. Aun así, nunca renunció a su ministerio.

B. Pero, ¿cómo comenzó este tan exitoso y persistente ministerio? Con un llamado. Este llamado lo analizaremos hoy y en él veremos:

(¡Solo dos minutos de lectura! ⏲️)

 I. EL PROPÓSITO DE DIOS (Ver 5) ✨


A. Dios le dice a Jeremías varias cosas importantes sobre su propósito de vida.

1. Antes de que Jeremías existiera, ya Dios lo conocía. Se usa la palabra hebrea *yada* para "conocer". Esta palabra indica que Dios lo conoció de manera íntima y personal aun cuando él no existía.

2. Antes de que naciese, había sido apartado o santificado para ser un profeta a las naciones. Dios le había destinado para Jeremías un propósito sagrado de vida antes de que él naciera. Este propósito consistía en hacerlo un profeta, un portavoz de Dios, quien declara su Palabra y su voluntad.

B. Con nosotros sucede lo mismo:

1. Antes de que nuestros padres siquiera pensaran en nosotros, ya Dios sabía de nosotros. Esto nos dice dos cosas:

a. Así somos de especiales para Él.

b. No somos un accidente; fuimos cuidadosamente planeados. Tal vez no por nuestros padres, pero sí por quien más importa, Dios.

2. Antes de nacer, ya Dios había dado un propósito a nuestras vidas:

a. Seguramente había propósitos seculares, pero mucho más seguro es que tiene propósitos espirituales y uno de ellos es servirle a Él.




II. LAS EXCUSAS A DIOS (Ver 6) 🙅‍♂️


A. Ante el llamado de Dios, Jeremías:

1. Se asusta. La expresión "ah, ah" proviene de la palabra hebrea *ajaj* y es una palabra que expresa dolor.

2. Se excusa. Probablemente, Jeremías se sentía inadecuado e incapacitado para su llamado dada su edad (dicen los teólogos que tendría entre 20 y 25 años). Las personas jóvenes no debían hablar, sino más bien callar en presencia de los mayores según la costumbre de la época.

B. La reacción común de muchas personas al saber que Dios las está llamando al ministerio es asustarse y excusarse. Por ejemplo, la gente dice: "Que Dios me hable," "No siento servir," "Déjeme orar primero," "No creo que sea el tiempo de Dios," "Tengo muchas ocupaciones," "Me da miedo," "Estoy quemado," "Primero tengo que prepararme," etc.

C. Nuestra actitud debería ser la misma que la de la Virgen María en Lucas 1:38: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra." 🙏



III. LA RESPUESTA DE DIOS (Ver 7-10) 💬


A. Consiste en:

1. Confrontarlo (Ver 7). Por la manera en que se lo dice, me parece que lo que el Señor le dice aquí es: "No me saques excusas y ve. Como ves, no te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando."

2. Confortarlo (Ver 8). El Señor le asegura su presencia y su respaldo, lo que no quiere decir que no tendrá problemas o que todo le saldrá bien. Solo significa que Él estará con Jeremías.

3. Dotarlo (Ver 9). El Señor toca su boca y pone su palabra en sus labios. Su llamado no consiste en el simple llamado, sino que conlleva una capacitación especial de Dios para que pueda cumplirlo.

B. Hoy, debemos entender que:

1. Este sermón es un llamado de Dios para nosotros a servirle. El Señor no admite ninguna excusa de nuestra parte y no nos está pidiendo un favor. Él nos está mandando a cumplir el propósito por el cual fuimos formados.

2. Tenemos que entender que Dios no nos va a mandar solos. Si Él nos está llamando, es porque su presencia irá con nosotros.

3. Ya hemos sido dotados por Dios para realizar el ministerio (1 Cor 12:4-11).



Conclusión 🎯

Dios tiene un propósito para cada uno de nosotros desde antes de nuestro nacimiento. Nos ha llamado a cumplir Su voluntad y servirle con todo nuestro corazón. Como Jeremías, podemos sentir miedo o creer que no estamos preparados, pero Dios nos asegura Su presencia y nos dota con todo lo necesario para cumplir nuestro llamado.

No debemos excusarnos ni temer. En cambio, debemos adoptar la actitud de María y responder con obediencia y disposición: "Hágase en mí según tu palabra." Recordemos que el Señor nos ha conocido íntimamente, nos ha dado un propósito y nos acompaña en cada paso del camino.

Llamado a la acción:

Reflexiona sobre las excusas que has dado a Dios para no aceptar Su llamado. ¿Qué te impide decir "sí" a Su propósito para ti? Nos encantaría leer tus comentarios y experiencias. ¡Comparte tus pensamientos en la sección de comentarios y sigamos creciendo juntos en nuestra fe! 🙏


VERSIÓN LARGA

En el vasto y a menudo incomprensible teatro de la existencia, la vida de un hombre no es un accidente, sino una trama escrita con la tinta invisible de la eternidad. La mayoría de nosotros transita la travesía de los años como náufragos, arrastrados por corrientes de azar, aferrándonos a las boyas de la suerte y el destino. Sin embargo, para algunos, la vida se revela no como un simple viaje, sino como un llamado, una misión grabada en el alma desde antes de que los cimientos del mundo fueran puestos. Es la vocación del profeta, una figura que en todas las culturas y en todos los tiempos ha existido en la dolorosa y sublime frontera entre lo humano y lo divino. El profeta no es un hombre, sino un instrumento. Su vida no le pertenece; ha sido reclamada por una voz que resuena más allá del tiempo. Y la historia de Jeremías, el profeta de los lamentos, es una de las más crudas y conmovedoras narraciones de este llamado. Su ministerio, que se extendió por cuatro décadas bajo el sol de cinco reyes de Judá, no fue una procesión de victorias, sino un calvario de sufrimiento y persecución. Fue un hombre despreciado por sus paisanos, arrojado a una cisterna, silenciado por decreto y considerado un traidor. Sin embargo, en medio del dolor, de la traición y de la desesperación, nunca renunció a la carga que le había sido impuesta. Su persistencia, que desafía la lógica de la supervivencia, no nació de una ambición personal, sino de la fuerza de un encuentro fundacional, el momento en que el destino se encontró con el alma de un joven.

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La esencia de este encuentro se revela en la solemnidad de un verso que nos saca de la línea del tiempo para llevarnos a la quietud de la eternidad. “Antes que te formase en el vientre te conocí; y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” Aquí, el Creador no habla de un conocimiento superficial, de una mera anticipación de la existencia. La palabra hebrea yada, traducida como "conocer", es mucho más que una simple cognición. Es una intimidad, una relación que se forma en el útero del tiempo antes de que la vida misma comience. Es la mano del alfarero que conoce la arcilla antes de que el fuego la endurezca, la del tejedor que conoce el hilo antes de que el tapiz sea tejido. Nos dice que el propósito de Jeremías no fue una ocurrencia tardía, un plan que Dios ideó para un hombre ya existente, sino una vocación grabada en su misma esencia, en su ADN espiritual, antes de que su primera célula se dividiera. En un mundo donde la vida a menudo se siente como un accidente cósmico, un destello de azar en la vasta oscuridad del universo, este verso es un bálsamo y un trueno. Es un bálsamo, porque nos susurra que nuestra existencia no es un capricho del destino; es un diseño deliberado, un pensamiento divino hecho carne.

Y es un trueno, porque nos grita que la vida no es una hoja en blanco en la que podemos dibujar lo que queramos, sino un manuscrito ya escrito por una mano superior. No somos un accidente de la biología, ni el resultado fortuito de un encuentro pasajero. Somos una obra de arte planeada, un poema cuidadosamente redactado, una sinfonía cuya partitura ya existe en la mente de su Creador.

Esta verdad no solo es personal para Jeremías, sino universal para toda la humanidad. Antes de que nuestras madres soñaran con nosotros, antes de que nuestros padres planearan nuestra llegada, ya éramos una realidad en la mente de Dios. Éramos conocidos, amados y, más crucialmente, apartados para un propósito sagrado. En esta santificación, en este acto de ser apartados, no solo se nos da un destino, sino también una vocación. Jeremías fue apartado para ser un profeta, un portavoz de la verdad, una voz que no hablaría sus propias palabras, sino las de Dios. Y, de la misma manera, aunque nuestros propósitos puedan tener ramificaciones seculares, la misión final de nuestras vidas no es la acumulación de riquezas, la búsqueda de la fama, o la construcción de un legado terrenal. Es el servicio, el ministerio, el acto de ser un profeta para las naciones, un portador de la luz en la oscuridad del mundo. La mayoría de la gente pasa toda su vida buscando un sentido, un propósito que le dé valor a su existencia. Y el mensaje a Jeremías nos dice que el propósito ya estaba allí, esperando ser descubierto, esperando ser aceptado. Es un llamado a la humildad, un reconocimiento de que el plan es más grande que el hombre que lo lleva a cabo. Es una invitación a dejar de buscar un propósito y a comenzar a vivir el que ya nos fue dado. En el silencio de la soledad, Jeremías escuchó la voz que le reveló no solo quién era, sino quién estaba destinado a ser.

Pero a la revelación del propósito le siguió la inevitable y humana respuesta de la excusa. El alma del hombre, por más que anhele un sentido, se asusta ante el peso de un destino que parece demasiado grande para sus hombros. Jeremías, confrontado con el majestuoso llamado de su Creador, no se postra en adoración, sino que se encoge en el miedo. Sus palabras son un grito que resuena con el dolor de la inadecuación. La expresión hebrea ajaj, que se traduce como “ah, ah”, no es solo una exclamación de sorpresa; es un lamento, un gemido de angustia, el sonido de un corazón que se siente aplastado por la inmensidad de la tarea. Su excusa es la más común de todas: la falta de preparación, la falta de capacidad, la falta de experiencia. "¡Ah, ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy un niño". En su propia mente, no era un profeta, sino un muchacho sin voz, un don nadie en una sociedad donde la sabiduría y el poder residían en las canas y en la experiencia. La excusa de Jeremías no era una mentira, era una honestidad brutal. Se sentía incapaz, indigno, sin las herramientas necesarias para la tarea que se le había encomendado. Era el miedo a la grandeza, la aversión a un destino que requería más de él de lo que él creía tener.

Y este miedo de Jeremías, esta excusa de la inmadurez y la incapacidad, es un eco que se repite en cada rincón del alma humana. ¿Cuántos de nosotros hemos sentido el susurro de una vocación, de un propósito, y lo hemos ahogado con el coro de nuestras propias excusas? Decimos "no estoy listo," "no tengo el tiempo," "no tengo los talentos," "tengo demasiado miedo," "primero tengo que prepararme." Todas estas son variaciones sobre el mismo tema: la convicción de que la tarea es demasiado grande para nosotros. Nos refugiamos en la seguridad de la inacción, en la comodidad del "todavía no", en la ilusión de que un día, de alguna manera, seremos lo suficientemente buenos, lo suficientemente sabios o lo suficientemente fuertes. El miedo nos paraliza y la excusa se convierte en nuestra prisión. Pero el evangelio nos presenta un contraejemplo sublime, una respuesta que se eleva por encima de todas las excusas. Es la respuesta de la virgen María, una joven que se encontraba en una situación aún más abrumadora que la de Jeremías. No era un llamado a profetizar, sino a ser la madre de Dios. Y ante la revelación del ángel, su respuesta no fue la excusa o la duda, sino la rendición total: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra." Su respuesta es un acto de fe radical, un reconocimiento de que la vocación no depende de la capacidad humana, sino de la soberanía divina. Es una respuesta que nos desafía a dejar de poner excusas y a comenzar a decir "sí" al plan que ya ha sido escrito para nosotros.

Ante la excusa de Jeremías, la respuesta de Dios es una tríada de poder y gracia que redefine la naturaleza misma del llamado. No hay una negociación. No hay un "te daré tiempo para que te prepares". Hay una confrontación directa que corta de raíz toda la auto-justificación. "No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande." La voz del Señor no es un ruego, sino un imperativo. Jeremías no está recibiendo un favor, sino una orden. Es un mandato que no le da la opción de decir "no", porque su vida, desde antes de su nacimiento, ya le pertenecía. La primera parte de la respuesta divina es un acto de despojo, un acto de quitar todas las excusas, todos los velos de falsa humildad, y confrontar al alma con la única verdad que importa: la obediencia. Jeremías no fue llamado a un debate; fue llamado a la obediencia ciega, a la rendición total de su voluntad a la voluntad del Padre.

La segunda parte de la respuesta, sin embargo, es un bálsamo para la confrontación, una promesa que le da a la obediencia su verdadero significado. "No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová." El Señor no le promete un camino fácil. La vida de Jeremías, como lo sabemos por la historia, no fue una caminata por un campo de flores. Fue una travesía por el desierto de la soledad, de la traición y del dolor. La presencia de Dios no significó la ausencia de problemas, sino la presencia de un compañero en medio de ellos. El consuelo de Dios no es un escudo que nos protege del mundo, sino un refugio que nos da la fuerza para enfrentarlo. El llamado de Jeremías era un llamado a sufrir, pero era un sufrimiento que tendría un propósito, una causa que le daría a su dolor un significado. La presencia de Dios, el "contigo estoy", es la única fuente de valentía que el ser humano necesita.

Finalmente, el Señor no solo confronta y consuela a Jeremías, sino que también lo dota. El acto de equipar es el clímax de esta revelación. "Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca." En este gesto, la profecía se hace tangible. Jeremías no tiene que buscar las palabras correctas; no tiene que fabricar los discursos. El Señor mismo, en un acto de gracia inmerecida, pone Su Palabra en los labios de Su profeta. Su llamado no es un simple requerimiento, sino una capacitación divina. Jeremías no tiene que depender de sus propias habilidades de oratoria, de su elocuencia o de su persuasión. El poder del mensaje no reside en la elocuencia del orador, sino en la autoridad de la fuente. Este acto de dotación es un recordatorio de que, si Dios nos llama a una tarea, Él nos dará todo lo que necesitamos para cumplirla. El apóstol Pablo, en su primera carta a los Corintios, lo confirma cuando nos habla de los dones del Espíritu Santo, de las habilidades que Dios nos ha dado a cada uno para cumplir la misión que nos ha sido encomendada. Nuestro ministerio no se basa en nuestra propia fuerza, sino en el poder de Dios que opera a través de nosotros. La excusa de la incapacidad, por lo tanto, es una afrenta a la soberanía de Dios. Porque si Él nos llama, es porque Él ya nos ha dotado para la tarea.

Y así, la historia de Jeremías, que comienza en la quietud de la pre-existencia y termina en el torbellino de la historia, es una lección atemporal sobre el llamado y la misión. Nos revela que nuestra vida no es un accidente, sino un plan, una trama que fue escrita en los albores de la eternidad. Nos enseña que la respuesta humana a este plan es a menudo el miedo, la excusa y la negación, un rechazo a la grandeza de nuestro propio destino. Y, por último, nos muestra que la respuesta de Dios a nuestra excusa no es la rendición, sino la confrontación, el consuelo y la dotación. El Señor nos quita todas las justificaciones, nos promete Su presencia incondicional, y nos da el poder para cumplir lo que Él nos ha mandado. Hoy, el mismo llamado resuena en los rincones de nuestras propias vidas. No podemos seguir diciendo "soy un niño", "no estoy listo" o "tengo miedo". La respuesta de Dios a nuestra excusa es la misma que la que le dio a Jeremías. Nos está ordenando a ir. Nos está prometiendo Su presencia. Y ya nos ha dotado para la tarea que tenemos por delante. La pregunta, entonces, no es si tenemos un propósito, sino si estamos dispuestos a responder a la voz que nos llama. ¿Qué nos impide decir "sí" al plan que fue escrito para nosotros desde antes de que naciéramos? ¿Qué excusa, qué temor, nos detiene de abrazar nuestra misión y de vivir el propósito por el cual fuimos formados?




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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo importante de responder al llamado y entender q no vamos a estar solos que Dios será quien estará hay para guiarnos fuimos llamados a cumplir una misión aquí en la tierra no hay q sacar escusas debemos hacer la voluntad de Dios

comcrecri.blogspot.com dijo...

Amén, gracias por el comentario