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📖BOSQUEJO - 📖SERMÓN - 📖PREDICA : 👨‍🦳EL LLAMADO DE ABRAHAM👨‍🦳 - 👨‍🦳EXPLICACION GENESIS 12:1👨‍🦳

BOSQUEJO

👨‍🦳Tema: Génesis. 👨‍🦳Titulo: La separación de Abraham. 👨‍🦳Texto: Gen 12:1. 👨‍🦳Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz


Introducción:

A. Pasados los eventos de la torre de Babel entramos ahora a estudiar lo que es la vida de uno de los personajes más importantes de toda la biblia: Abraham.

1. El Génesis dedica para Abraham 14 capítulos (12 – 25) más que a cualquier otro personaje, todo un capitulo de Romanos (Romanos 4), Todo un capitulo de Gálatas (Gálatas 3), doce versículos en “el gran salón de la fe” (Hebreos 11: 8- 19) mas que para ningún otro personaje del AT.

2. Abraham es el padre de los árabes y de los judíos así como también de los creyentes (Rom 4:11,12,17)

3. A Abraham se le denomina:

a.  Príncipe de Dios Gen 23:6

b.  Profeta: Gen 20: 7

c.  Siervo de Dios: Sal 105: 6

d.  El amigo de Dios: Sati 2:23, 2 Cro 20:7;  Isaías 41:8.

B. En Gen 12:1 no tenemos un primer llamado de Dios a Abraham; tenemos la reiteración de uno ya hecho, lo sabemos haciendo una comparación de varios pasajes (Gen 11: 31 – 32 con Hechos 7: 2 – 3). Es decir, el primer llamado fue hecho en Ur y la reiteración fue hecha en Haran. Parece ser que Abraham fue llamado por Dios estando en Ur y se encamino hacia Caanan deteniéndose por un buen tiempo en Haran donde murió Tare su padre. ¿Por qué de detuvo? Tal vez  desobediencia, le pareció muy riguroso el llamado y que no podía cumplirlo.

C. Comenzaremos hoy a aprender lecciones importantes de la vida de Abraham

I   LA SEPARACIÓN DEL MUNDO (Ver 1a)


A. Lo primero que Dios le dice a Abraham es sal de tu país, de tu tierra. ¿Por qué? Debía hacerlo porque el lugar donde el residía como cualquier otro era un lugar de pecado, se adoraba al dios de la luna Nanna, era muy difícil seguir a Dios en un lugar como estos.

B. Al igual que Abraham el creyente es conminado a abandonar el mundo si quiere seguir a Dios.

a. ¿Qué es el mundo?. Es todo un sistema, una filosofía, una manera de pensar y actuar que tiene todos aquellos que no siguen a Dios y a su palabra.

b. (2 Cor 6: 1 7 – 18; Sat 4:4; 1 Juan 2: 16 – 17.


II  LA SEPARACIÓN DE SU FAMILIA (Ver 1b)


A. Luego se le dice que deje su parentela. Es decir, su familia, ¿Por qué? Su familia era idolatra o al menos su padre  (Josue 24:2).

B. El cristiano esta llamado a abandonar aun a su familia en por lo menos dos ocasiones:

1. Cuando recibe un llamado directo de Dios a hacerlo.

2. Cuando su familia se convierte en piedra de tropiezo en cuanto a su relación con Dios. En este caso el hermano debe orar y perseverar  pero si las cosas no cambian el esta llamado a alejarse.

C. (Mateo 8: 21 – 22; mateo 10:37)


Conclusiones:

La vida de Abraham nos enseña que para heredar las promesas divinas, debemos estar dispuestos a una separación radical. Esto significa abandonar las influencias mundanas y, si es preciso, incluso a nuestra propia familia si se interpone en nuestra relación con Dios. La obediencia a este llamado de separación es fundamental para que el creyente avance en su camino de fe y alcance la "tierra prometida" espiritual.

VERSIÓN LARGA 

¡Qué grandiosa verdad la que encontramos al abrir las páginas del Génesis! Después de la dispersión y la confusión en la torre de Babel, nuestros ojos son guiados hacia un hombre que cambiaría el curso de la historia, no solo para una nación, sino para la humanidad entera: Abraham. Su nombre resuena a través de los siglos, un eco de fe, obediencia y una amistad inigualable con el Todopoderoso.

Es fascinante ver cómo las Escrituras le dan a Abraham un lugar tan prominente. Catorce capítulos completos en Génesis (del 12 al 25) están dedicados a su vida, un espacio que sobrepasa el de cualquier otro personaje. No solo eso, sino que su historia se entrelaza con el tejido mismo de la doctrina cristiana. Romanos 4 y Gálatas 3, capítulos enteros, desglosan el impacto de su fe en nuestra justificación. Y en el glorioso “salón de la fe” de Hebreos 11, Abraham recibe no menos de doce versículos, más que cualquier otro héroe del Antiguo Testamento. ¿Por qué tanta atención? Porque en él vemos el prototipo de la fe, el padre de todos los creyentes, tanto judíos como gentiles (Romanos 4:11, 12, 17). Un príncipe de Dios (Génesis 23:6), un profeta (Génesis 20:7), un siervo fiel (Salmo 105:6), y lo más asombroso de todo: el amigo de Dios (Santiago 2:23, 2 Crónicas 20:7; Isaías 41:8).

Pero, ¿cómo comenzó todo para este gigante de la fe? En Génesis 12:1, leemos ese llamado transformador: "Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré." Algunos podrían pensar que este fue el primer contacto de Dios con Abraham, pero las Escrituras revelan una verdad más profunda. Hechos 7:2-3, en un diálogo con Génesis 11:31-32, nos muestra que el primer llamado resonó en Ur de los caldeos. Harán fue la reiteración, el segundo empujón divino. Abraham había iniciado el viaje hacia Canaán desde Ur, pero por alguna razón inexplicable, se detuvo en Harán. Allí su padre, Taré, murió. ¿Qué causó esa pausa? ¿Fue la comodidad de un lugar que parecía menos exigente? ¿Una lucha interna, una sensación de que el llamado era demasiado riguroso, demasiado abrumador para su limitada fuerza humana? Es la cruda realidad de nuestra propia desobediencia y vacilación ante la voz clara de Dios.

Sin embargo, Dios es paciente y perseverante. Él no abandona a aquellos a quienes ha llamado, incluso cuando flaqueamos. Y así, en Harán, la voz del Todopoderoso volvió a resonar en el corazón de Abraham, reafirmando el camino que debía seguir. Es aquí donde comenzamos a desentrañar lecciones vitales para nuestra propia jornada de fe.


La Separación del Mundo: Un Imperativo Divino

La primera orden de Dios a Abraham fue contundente: “Sal de tu país, de tu tierra” (Génesis 12:1a). Pensemos por un momento en Ur de los caldeos. No era solo un lugar geográfico; era un epicentro de idolatría, un caldo de cultivo para la adoración de dioses falsos, especialmente Nanna, el dios de la luna. Imaginen la atmósfera espiritual allí, densa con rituales paganos, creencias distorsionadas y un estilo de vida que se oponía directamente a la santidad de Dios. Seguir al Dios verdadero en un entorno así habría sido una batalla constante, un desafío abrumador que podría haber sofocado la incipiente fe de Abraham. Dios, en Su infinita sabiduría, sabía que para que Abraham pudiera prosperar en Su propósito, necesitaba ser sacado de ese ambiente contaminado.

Y aquí, queridos amigos, se encuentra una verdad universal que resuena poderosamente en nuestros corazones hoy. Así como Abraham fue conminado a abandonar su mundo, el creyente es llamado a separarse del mundo si realmente desea seguir a Dios. Pero, ¿qué es este “mundo” del que debemos separarnos? No hablamos de aislarnos físicamente, de vivir en una burbuja. Hablamos de una separación de corazón, de mente, de espíritu. El "mundo" es un sistema, una filosofía, una manera de pensar y actuar que es intrínsecamente opuesta a la voluntad y la palabra de Dios. Es la cultura secular que glorifica el ego, que promueve la gratificación instantánea, que define el éxito por la acumulación material y que se burla de los principios eternos.

La Palabra de Dios es inequívoca: "Por tanto, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis cosa inmunda; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso" (2 Corintios 6:17-18). Santiago 4:4 nos advierte con seriedad que “cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” Y 1 Juan 2:16-17 nos recuerda la brevedad de las pasiones mundanas: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”

¡Qué mensaje tan claro y desafiante! La amistad con el mundo es enemistad con Dios. Si anhelamos una relación profunda y transformadora con el Creador, debemos estar dispuestos a soltar las cadenas que nos atan a las filosofías y los valores que se oponen a Él. Es un acto de fe, un reconocimiento de que Su camino es el único verdadero, y que las ofertas seductoras del mundo son meras ilusiones que conducen a la destrucción. La separación del mundo no es una carga; es una liberación. Es el primer paso hacia una vida de propósito y bendición, porque solo cuando nos desprendemos de lo que nos contamina, podemos abrazar plenamente lo que Dios tiene para nosotros.


La Separación de la Familia: Un Llamado Doloroso pero Necesario

Pero el llamado de Dios a Abraham no terminó ahí. Luego de la instrucción de salir de su tierra, vino una petición aún más íntima y, quizás, más dolorosa: “deja tu parentela, y de la casa de tu padre” (Génesis 12:1b). Imaginen la profundidad de esta separación. No solo debía dejar su patria y su cultura, sino también a aquellos con quienes compartía lazos de sangre, a quienes conocía desde su nacimiento. ¿Por qué una demanda tan radical? Josué 24:2 nos da una pista crucial: “Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños.” La familia de Abraham, o al menos su padre, estaba inmersa en la idolatría.

Para que Abraham pudiera desarrollar una fe pura y sin adulterar, libre de las influencias paganas que lo rodeaban desde la infancia, era esencial romper con esas ataduras. Dios no quería una fe a medias, contaminada por las tradiciones y las lealtades humanas que competían con Su soberanía. Quería una devoción completa, un corazón indiviso.

Esta verdad, aunque difícil, se extiende a la vida del cristiano de hoy. El llamado a seguir a Cristo a veces implica una separación dolorosa, incluso de nuestra propia familia, en al menos dos escenarios clave.

Primero, cuando recibimos un llamado directo de Dios a un servicio o un camino que choca frontalmente con las expectativas o creencias de nuestra familia. No es un abandono frívolo, sino una respuesta de obediencia a una vocación divina. Pensemos en Jesús cuando un discípulo le pidió ir a enterrar a su padre antes de seguirle. La respuesta de Jesús fue chocante: “Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:21-22). Esto no era un desprecio por el deber filial, sino una afirmación poderosa de la prioridad del Reino de Dios. El discipulado radical a veces exige poner a Cristo por encima de todo, incluso de los lazos más sagrados.

Segundo, la separación se vuelve necesaria cuando nuestra familia se convierte en una piedra de tropiezo en nuestra relación con Dios. Esto es delicado y requiere sabiduría. No se trata de cortar lazos a la ligera. Debemos orar, perseverar en el amor, compartir la verdad con mansedumbre y paciencia. Pero si, a pesar de nuestros esfuerzos, la influencia familiar nos arrastra constantemente lejos de Dios, si sus acciones o palabras socavan nuestra fe, si se burlan de nuestros valores cristianos o nos incitan al pecado, entonces el creyente está llamado a alejarse, a establecer límites saludables que protejan su alma. Jesús lo dejó claro: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Estas no son palabras fáciles, pero son palabras de vida, palabras que nos llaman a una devoción sin reservas.

La separación de la familia, cuando es ordenada por Dios, no es un acto de egoísmo, sino de obediencia radical. Es un reconocimiento de que solo en Cristo encontramos nuestra verdadera identidad y nuestro propósito eterno. Es un acto de fe, confiando en que Dios suplirá todas nuestras necesidades y restaurará lo que parezca perdido por causa de Su nombre.


Conclusión: El Camino de la Separación Hacia la Promesa

La vida de Abraham, este amigo de Dios y padre de la fe, nos ofrece una lección inmutable y profundamente inspiradora. Para heredar las promesas divinas, para caminar en la plenitud del propósito de Dios para nuestras vidas, debemos estar dispuestos a una separación radical. Esta no es una opción; es un requisito.

Significa abandonar las influencias mundanas que nos seducen, nos distraen y nos alejan de la verdad. Implica reconocer que el sistema de valores del mundo es un adversario del Reino de Dios y que no podemos servir a dos señores. Es un llamado a despojarnos de todo lo que nos ata a lo efímero, a lo que no tiene valor eterno, para poder abrazar lo que es verdaderamente significativo.

Y sí, a veces, esta separación se extiende a los lazos más íntimos, a nuestra propia familia, si se interpone en nuestra relación con Dios. Es un acto de amor supremo hacia el Señor, una declaración de que Él ocupa el primer lugar en nuestro corazón, por encima de cualquier afecto terrenal. No es un rechazo de las personas, sino un rechazo de las influencias que buscan alejarnos de nuestro Creador. Es un testimonio de que nuestra lealtad más profunda pertenece a Aquel que nos amó hasta el punto de dar Su vida por nosotros.

La obediencia a este llamado de separación, aunque desafiante, es fundamental. Es el cimiento sobre el cual el creyente construye su vida de fe. Es el camino que nos permite avanzar, sin estorbos, hacia la “tierra prometida” espiritual, hacia la comunión íntima con Dios y hacia la realización de Su propósito eterno en nuestras vidas. Es en esta disposición a soltar lo que nos detiene que encontramos la verdadera libertad y la capacidad de experimentar las bendiciones ilimitadas que nuestro Padre celestial tiene reservadas para aquellos que le obedecen. ¿Estás dispuesto a caminar este camino de separación para alcanzar la promesa?


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