Tema: Éxodo. Título: "Moisés no se sentía 'calificado' para su vocación (y Dios lo eligió igual) – Esto cambiará cómo ves TU propósito" Texto: Éxodo 3: 1 – 10
Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz
INTRODUCCIÓN
A. Todos los hijos de Dios son llamados a una misión específica en esta tierra y Moisés no fue la excepción, este hombre había sido escogido por Dios para liberar a Israel. En el texto que estudiaremos vamos a encontrar el llamado directo que Dios le hace para tal empresa, en el relato de la vocación existen algunos detalles sobre los que deseo llamar la atención esta noche:
I EL ÁNGEL DE JEHOVA (Ver 2).
A. El texto nos dice que el Ángel de Jehová se le revelo a Moisés en medio de una zarza (arbusto) que ardía y ardía pero no se terminaba de quemar por completo.
B. ¿Quién es este Ángel? Notemos varios detalles:
1. La palabra ángel quiere decir mensajero si lo leemos así entonces seria: “el mensajero de Jehová”. Este personaje es enviado por Dios mismo.
2. Sin embargo, este mensajero también es Dios mismo y lo sabemos por el verso 4 Y demás versículos donde se hace evidente que quien habla es Dios mismo.
Lo dicho implica que al menos dos personajes que son Dios están involucrados en el llamado: el que envía y enviado. Por ello algunas personas creen que el ángel de Jehová es Jesucristo manifestándose en el A.T. Además de esto considere las siguientes razones:
1. Este Ángel es identificado en Jueces 13:18 con el nombre de Admirable y en Isaías 9:6 se da este mismo nombre al Mesías quien hoy sabemos es Jesucristo.
2. También en Zacarías 3: 1 – 3 el Ángel aparece haciendo de abogado en la corte celestial y hoy sabemos que nuestro abogado ante el padre es Jesucristo mismo (1 Juan 2: 1 – 2).
II EL CALZADO DE LOS PIES (Ver 5)
A. Cuando Moisés se acerca para examinar el extraño fenómeno entonces Dios le dice que debe quitar el calzado de sus pies pues el lugar que está pisando es santo.
B. Nos surge entonces la pregunta: ¿Por qué Dios le mando esto? En primer lugar diremos que la tierra que Moisés pisa es santa porque Dios está manifestándose allí. Luego diremos que el mandato señala por una parte al respeto que debía tener Moisés al acercarse a Dios y por otra parte, dado que el calzado es impuro, pues ha estado en contacto con cosas impuras. Moisés debe quitarlos señalándonos así a la pureza que se debe tener en la presencia de Dios.
C. Para acercarse a Dios hay que ser puros y santos. Por ello los israelitas tenían todo un sistema de rituales con los cuales buscaban purificarse para así poder acercarse a la presencia de Dios.
Hoy en día nosotros los cristianos ya no necesitamos tal sistema de rituales dado que le sacrificio del cordero de Dios y la aceptación de tal sacrificio por parte de nosotros nos ha hecho santos para Dios, así nos ve Dios y por ello confiadamente nos acercamos a su presencia, esto no quita el hecho ciertísimo que debemos estar buscando la santidad practica cada día de nuestro vida.
III LA ORACIÓN DEL PUEBLO (Ver 2: 23 – 25 comp. 3: 6 – 9)
A. Al leer estos pasajes nos damos cuanta que todos lo que va a suceder de aquí en adelante ocurrirá como una respuesta a la oración del pueblo, tenemos aquí una ilustración del poder de la oración. Se distinguen aquí tres momentos.
1. Aflicción.
2. Clamor
4. Acción.
B. En medio de nuestras aflicciones y angustias no olvidemos clamara a Dios pues sabemos que el oye nuestro clamor y conforme a su plan se moverá para auxiliarnos.
Conclusiones.
La vocación de Moisés nos enseña que Dios llama en medio de circunstancias especiales, revelándose en su gloria y llamándonos a una vida de pureza y fe. La oración y la santidad son fundamentales para cumplir su misión. La presencia divina requiere respeto, confianza y compromiso, recordándonos que Dios siempre escucha y actúa en favor de su pueblo.
VERSIÓN LARGA
El Llamado de Moisés: Un Encuentro Transformador en el Desierto
Todos los hijos de Dios son llamados a una misión específica en esta tierra, y Moisés no fue la excepción. Su historia, registrada en Éxodo 3:1-10, representa uno de los momentos más significativos de la narrativa bíblica, donde lo ordinario se convierte en el escenario de lo extraordinario. Este encuentro entre un pastor fugitivo y el Dios todopoderoso contiene principios atemporales sobre el llamado divino, la naturaleza de Dios y la respuesta humana que siguen siendo relevantes para cada creyente hoy.
Moisés se encontraba en el desierto de Madián, realizando las labores cotidianas de pastoreo. Había pasado cuarenta años en esa rutina, lejos de los lujos de Egipto donde fue criado como príncipe. El texto nos dice que llegó al monte Horeb, "el monte de Dios", aunque en ese momento Moisés no sabía que ese lugar sería testigo de una teofanía que cambiaría el curso de su vida y de la historia de Israel. Allí vio algo que capturó inmediatamente su atención: una zarza que ardía sin consumirse. En un ambiente desértico donde la vegetación escasea y el fuego puede ser devastador, esta imagen era tan sorprendente que Moisés decidió desviarse de su camino para investigar.
El versículo 2 introduce un personaje clave: "el Ángel de Jehová". Esta figura aparece múltiples veces en el Antiguo Testamento generando interesantes discusiones teológicas. La palabra hebrea "mal'ak" significa simplemente "mensajero", pero el desarrollo de la narrativa muestra que este no era un ángel creado. Cuando Moisés se acerca, es Dios mismo quien le habla desde la zarza (v. 4). Esta aparente identificación entre el Ángel de Jehová y Dios mismo ha llevado a muchos estudiosos a ver aquí una cristofanía - una aparición preencarnada de Cristo. Varios textos apoyan esta interpretación. En Jueces 13, el Ángel de Jehová se identifica como "Admirable", el mismo título mesiánico de Isaías 9:6. En Zacarías 3, el Ángel aparece como defensor del sumo sacerdote Josué, un rol que el Nuevo Testamento atribuye a Jesucristo (1 Juan 2:1).
La respuesta de Dios ante la curiosidad de Moisés es inmediata y reveladora: "No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (v. 5). Este mandamiento, aparentemente simple, contiene un profundo simbolismo que trasciende su contexto cultural. En el antiguo Oriente, el calzado acumulaba la suciedad del camino - polvo, estiércol y todo tipo de impurezas. Al quitárselo, Moisés reconocía que estaba en presencia de lo sagrado. Pero más significativo aún es que la santidad del lugar no provenía de alguna cualidad intrínseca del terreno desértico, sino exclusivamente de la presencia de Dios. Esto establece un principio fundamental: la santidad no es una condición estática de lugares u objetos, sino una realidad dinámica que se genera cuando Dios se manifiesta.
El diálogo que sigue entre Dios y Moisés revela aspectos fundamentales del carácter divino. Primero, Dios se identifica como "el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (v. 6). Con esta declaración, establece continuidad con la historia de redención que ya venía desarrollándose a través de los patriarcas. Luego, expresa claramente que ha visto la aflicción de su pueblo en Egipto, ha oído su clamor y conoce sus sufrimientos (v. 7). Esta triple declaración - ver, oír, conocer - muestra a un Dios profundamente involucrado con el dolor de su pueblo, no como un ser distante o indiferente. Finalmente, anuncia su decisión de actuar: "He descendido para librarlos" (v. 8).
La revelación del nombre divino en el versículo 14 - "YO SOY EL QUE SOY" - constituye uno de los momentos teológicos más profundos del Antiguo Testamento. Este nombre, representado por el tetragrama YHWH en hebreo, expresa la autoexistencia, eternidad e inmutabilidad de Dios. A diferencia de las deidades paganas cuyos nombres los vinculaban a funciones específicas, el nombre Yahweh revela la esencia misma del Ser divino. Este nombre será fundamental para la identidad de Israel a lo largo de toda su historia.
La misión encomendada a Moisés no era sencilla: debía presentarse ante el faraón y demandar la liberación del pueblo hebreo (v. 10). Las objeciones iniciales de Moisés son comprensibles - ¿quién era él, un fugitivo, para semejante tarea? Pero la respuesta de Dios es contundente: "Yo estaré contigo" (v. 12). Esta promesa de presencia divina es el fundamento de todo llamado genuino. No se trata de las capacidades del instrumento humano, sino del poder de Dios que lo respalda.
El pasaje también revela cómo Dios ya había preparado el terreno para esta misión. Cuando menciona que hará que los egipcios den bienes a los israelitas (v. 21-22), está anticipando lo que ocurrirá después con los despojos de Egipto. Cada detalle está bajo su control soberano.
Este encuentro transformó radicalmente la vida de Moisés. De pastor anónimo pasó a ser el libertador de una nación. Pero más importante aún, este relato nos muestra principios eternos sobre el llamado divino. Primero, Dios toma siempre la iniciativa. Moisés no estaba buscando este encuentro; fue Dios quien lo buscó a él en medio de su rutina diaria. Segundo, el llamado divino requiere un reconocimiento de la santidad de Dios y una disposición a dejar atrás lo que nos impida servirle plenamente. Tercero, la misión encomendada siempre va acompañada de la promesa de la presencia y el poder de Dios.
Para los creyentes de hoy, esta historia sigue siendo profundamente relevante. Nos recuerda que Dios sigue llamando personas en medio de sus actividades cotidianas para propósitos extraordinarios. Que todo llamado genuino comienza con un encuentro con la santidad de Dios. Que nuestras dudas y limitaciones no son obstáculo para Dios si estamos dispuestos a obedecer. Y que, al igual que con Moisés, Dios ya ha preparado de antemano todo lo necesario para que cumplamos la misión que nos encomienda.
La zarza ardiente que no se consumía es una poderosa metáfora de cómo Dios puede manifestar su gloria en las circunstancias más inesperadas. Moisés pudo haber visto solo un arbusto en llamas, pero ese momento cambió el curso de la historia. Así también, nuestros encuentros con Dios - en su Palabra, en la oración, en los momentos de quietud - tienen el potencial de transformar no solo nuestras vidas, sino también el mundo que nos rodea.
El llamado de Moisés nos desafía a estar atentos a las maneras en que Dios puede estar hablándonos hoy. ¿Estamos dispuestos, como Moisés, a apartarnos de nuestra rutina para escuchar su voz? ¿A quitarnos todo lo que nos impida acercarnos a Él con reverencia? ¿A aceptar, a pesar de nuestros temores, la misión que nos encomienda? La buena noticia es que el mismo Dios que estuvo con Moisés ha prometido estar con nosotros "todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20).
Este relato antiguo sigue hablando con frescura a nuestras vidas modernas. Nos recuerda que no hay llamados pequeños en el reino de Dios, que toda obediencia cuenta, y que el Dios que llamó a Moisés sigue llamando hoy a hombres y mujeres para ser instrumentos de su redención en el mundo. La pregunta no es si Dios llamará, sino si estaremos atentos y disponibles cuando lo haga. Como Moisés descubrió ese día en el desierto, cuando respondemos "Heme aquí" al llamado divino, estamos dando el primer paso hacia la aventura más significativa de nuestras vidas.
La historia de Moisés y la zarza ardiente trasciende el tiempo y la cultura para hablarnos hoy con voz clara. Nos muestra un Dios que se revela personalmente, que conoce nuestro sufrimiento, que tiene un plan de redención y que elige colaboradores humanos para llevarlo a cabo. Frente a esta realidad, solo nos queda preguntarnos: ¿Qué haré yo cuando escuche el llamado de Dios en mi vida? La respuesta a esta pregunta puede marcar la diferencia entre una vida ordinaria y una vida transformada por el poder del "Yo Soy".
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