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BOSQUEJO - SERMÓN: EXPLICACION 1 DE SAMUEL 3: 1 - 10 - EL LLAMADO DE SAMUEL (AUDIO Y VÍDEO)

VÍDEO 

BOSQUEJO (VERSIÓN RESUMIDA)

Tema: 1 de Samuel. Titulo: El llamado de Samuel. Texto: 1 de Samuel 3: 1 – 10. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz. 


Introducción:

A. En el texto encontramos lo que fue el llamado de Samuel, quien ha sido consagrado por Ana al servicio del Señor, ha crecido en el templo al lado de Eli, ha servido al Señor, ahora es un joven y Dios le va a llamar.

B. En el texto encontramos varias enseñanzas sobre el servicio al Señor, mirémoslas el día de hoy.

(Dos minutos de lectura)

I. EL SERVICIO ES UN PRIVILEGIO DE LOS HIJOS (Ver 1, 3).


A. Notemos que según el versículo uno y, como sabemos él ya le estaba sirviendo al Señor, según el versículo tres, dormía en el templo. No era Samuel un extraño, ni un novato en estos asuntos.

B. Esto me hace pensar que el servicio al Señor es un privilegio para quienes ya están en el templo no fuera de él. Es decir, es para los creyentes no para los incrédulos; ellos pueden realizar servicios, pero no pueden ser calificados como servicios al Señor porque este es solo un privilegio de quienes son hijos de Dios.


II. ES POSIBLE SERVIR SIN CONOCER (Ver 7).


A. El versículo 7 es bastante llamativo pues nos informa que aunque Samuel desde niño ya estaba sirviendo a Dios en el templo y que lo hacia bien y con mucho gusto el era una persona que aún no había conocido a Dios, es decir, aun no tenía una relación profunda e íntima con él.

B. Esta es la misma condición de muchas personas: ellos le sirven al Señor, lo hacen bien pero aún no tienen comunión con él, la comunión que da una profunda vida devocional. La vida devocional es el secreto de la permanencia en el ministerio cristiano.


III. DIOS LLAMA PORQUE HAY NECESIDAD (Ver 1).


A. Cuando el versículo 1 dice esto a lo que se refiere es que por la época de Samuel, no había muchos profetas, desde ese punto de vista se entiende que no había visión o revelación. Era una época de decadencia espiritual y en medio de ella, Dios decide llamar a Samuel como profeta poderoso.

B. Cada creyente tiene su llamado al servicio, esto debe saberlo cada quien. Sin embargo, en muchas ocasiones el llamado de Dios se repite de muchas maneras: un sueño, una toma de conciencia, una enseñanza, una Palabra de Dios etc.

Porque “la mies es mucha y los obreros pocos”. En nuestra época hay escasez de obreros y por ello Dios continúa llamando.


IV. DIOS DEMANDA NUESTRA OBEDIENCIA (Ver 10).


A. Cuando Dios llama a Samuel la tercera vez, la repuesta que el da, guiado por Eli es bien llamativa: “Habla, porque tu siervo oye”. Esto equivale a: “Dime, Dios mío, ¿en qué puedo servirte?” (BLS). Esta respuesta me hace acordar de la que dio Pablo: “Señor ¿Qué quieres que yo haga?”.

B. Creo que ante el llamado de Dios no hay otra respuesta posible, pero nosotros ¿Cómo hemos respondido a este llamado? Algunos con excusas otros con suprema obediencia.


Conclusiones.

El llamado de Samuel revela la importancia del servicio a Dios como un privilegio exclusivo de sus hijos, enfatizando que, aunque se puede servir sin conocer plenamente a Dios, la verdadera comunión es esencial para un ministerio duradero. Dios llama en tiempos de necesidad, y cada creyente tiene una misión única en su obra. La respuesta a este llamado debe ser de obediencia y disposición, como la de Samuel. Reflexionemos sobre nuestra propia respuesta al llamado divino y la vitalidad de nuestro ministerio en la actualidad. ¿Cómo esta tu ministerio? ¿Dónde esta tu ministerio? 



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 VERSIÓN EXTENDIDA

El llamado de Samuel - 1 de Samuel 3: 1 – 10 

El hombre, en su marcha a través de la historia, ha buscado el eco de una voz que no es de este mundo. Ha levantado altares en las cimas de las montañas, ha descifrado el lenguaje de las estrellas y ha esperado, en el silencio de la noche, una señal que lo redima de su soledad. En el desierto de la existencia, anhela la certeza de un propósito. Y pocas historias ilustran esta búsqueda con una verdad tan conmovedora como la de un niño llamado Samuel, cuyo destino se encontraba entrelazado con el de una nación en su hora más oscura. Consagrado por la promesa de su madre, Ana, Samuel creció no en el torbellino del mundo, sino en la quietud sagrada del templo, un espacio donde el tiempo parecía disolverse en el ritual y la fe. Allí, bajo la tutela del anciano Elí, el niño se convirtió en un siervo del Señor, su vida un eco de la piedad que le había sido inculcada desde el vientre. Y fue en este santuario, en la frontera crepuscular entre la niñez y la juventud, que la voz que tanto había esperado el mundo decidió, por fin, pronunciar un nombre. Este relato no es solo la crónica de un despertar individual, sino un faro que ilumina las profundas verdades sobre el servicio, la fe y la vocación. Es una brújula para el alma que, aun en la confusión de la vida, busca un camino hacia la luz de su Creador.

El servicio al Señor, se nos revela en esta primera lección, no es una tarea para el forastero, sino un privilegio reservado para aquellos que habitan en el sagrario de Su presencia. Samuel no era un extraño en el templo; su vida se había convertido en un apéndice del tabernáculo, su respiración un eco de los sacrificios. Dormía en la casa del Señor, cerca del arca de Dios, en un acto que no era un simple hábito, sino una manifestación de su consagración. El servicio, en esta luz, no es un acto de mérito o de autopromoción, sino la consecuencia natural de una pertenencia. Es el honor que se le concede al hijo que reside en la casa del Padre, el derecho de herencia del que ha sido adoptado por la gracia. Los incrédulos, aquellos que permanecen fuera de la puerta del templo, pueden realizar actos de beneficencia, pueden construir monumentos a la virtud humana, pero sus esfuerzos, por más nobles que sean, no pueden ser calificados como servicio al Señor. El servicio divino no es un mero trabajo; es un acto de comunión, una extensión del corazón que ya ha sido tocado por la gracia. El servicio del forastero es una obra de la mano que se esfuerza por ganarse la aceptación, pero el servicio del hijo es una ofrenda del corazón que ya ha sido amado. Y Samuel, con su simple presencia en ese lugar sagrado, nos muestra que la vocación comienza con la proximidad, con el privilegio de estar cerca de Aquel a quien deseamos servir. Es una lección que nos pide reflexionar sobre el lugar que ocupamos en el mundo, si somos inquilinos de paso o si hemos hecho de la casa de Dios nuestro hogar. La verdadera esencia del servicio reside no en lo que hacemos, sino en quiénes somos en relación con Él. La devoción, en esta perspectiva, no es un deber, sino una expresión de gratitud. El servicio se convierte en el lenguaje del amor, en el dialecto de un corazón que, al reconocer su pertenencia, se entrega con gozo a la tarea. Es un acto de fe que florece en la certeza de que ya hemos sido aceptados.

Pero el texto, con una ironía que es tan penetrante como una espada, nos revela una verdad aún más profunda y perturbadora: es posible servir sin conocer. "Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada". Esta es la gran paradoja del siervo: se puede servir con diligencia, con fervor y con alegría, y aun así, estar en una profunda ignorancia sobre la identidad de Aquel a quien se sirve. Samuel, a pesar de su servicio intachable, de su vida en el templo, de su consagración desde el vientre, aún no tenía una relación personal e íntima con Dios. Era un actor consumado en una obra de teatro sagrada, un violinista que tocaba la partitura de la fe sin haber escuchado la sinfonía en su alma. . Esta condición, nos dice el pasaje, no es exclusiva de un joven hebreo en un templo antiguo; es una epidemia que afecta a un sinnúmero de almas en todas las épocas. Son aquellos que se levantan temprano para ir a la iglesia, que dan su tiempo y su dinero, que participan en la liturgia y que llevan a cabo sus deberes religiosos con una precisión milimétrica, pero que, en la quietud de su corazón, no tienen una comunión real con su Creador. Son los fariseos de nuestra propia era, aquellos que han perfeccionado la forma de la piedad sin conocer el poder de la misma.

La vida devocional, esa conversación privada entre el alma y su Dios, es el secreto de la permanencia en el ministerio. Sin ella, el servicio se convierte en un ritual vacío, en un cascarón hermoso sin la vida que lo habita. Es una fuente que se ha secado, un río que ya no fluye. El alma que sirve sin conocer se cansa, se quema y se amarga, porque la fuente de su fuerza no es el gozo de la comunión, sino la presión de la obligación. Sirve por costumbre, por deber, por la expectativa de los demás, pero no por el desbordamiento de un amor. El ministerio, en su esencia, no es un trabajo que se hace para Dios, sino un acto de adoración que se hace desde Dios, un fluir de Su gracia a través de un canal que ha sido llenado por Su presencia. La vida devocional es ese fluir, ese momento de silencio donde el alma se encuentra con su Creador, donde el corazón escucha la voz que susurra en la quietud, donde la mente se renueva por la meditación de Su Palabra. Es la oxigenación del alma, el maná que nos alimenta en el desierto, la fortaleza que nos permite no solo servir, sino también persistir. Es la brújula que nos mantiene en el camino, y sin ella, aun el siervo más fiel se pierde en el laberinto de sus propias obras. Y Samuel, a pesar de su servicio intachable, tuvo que aprender, en la oscuridad del templo, que la verdadera vocación no es un acto, sino un ser. No es hacer para Dios, sino ser de Dios.

Dios, en su sabiduría que abarca los siglos, no llama por capricho, sino por necesidad. Y la época de Samuel, se nos dice en el primer versículo, era un tiempo de profunda escasez espiritual. "La palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia". El silencio de Dios era un testimonio del pecado de una nación que se había alejado de Su camino. La falta de visión era una consecuencia de la falta de obediencia. Y en medio de este desierto espiritual, de este tiempo de tinieblas donde el faro de la revelación se había apagado, Dios decidió llamar a un niño. El llamado de Samuel no fue solo para Samuel; fue una declaración a una nación perdida, un susurro que se convertiría en un grito, una promesa de que el silencio había llegado a su fin. En la oscuridad, la luz se hizo más brillante. En la soledad, una voz resonó. La necesidad de la mies, de los obreros que la sieguen, es una realidad que se repite en cada época de la historia. . Hoy, al igual que en los días de Samuel, el mundo se ahoga en la desesperación de la falta de visión, de la ausencia de una voz que le dé sentido a la existencia. Las almas de los hombres, en su sed de algo más, buscan en la filosofía, en el placer, en la riqueza, una respuesta que solo puede ser dada por el Creador. Y es en esta época, en medio de esta inmensa necesidad, que el Señor continúa llamando. El llamado no es un favor que Él nos pide, sino una oportunidad que Él nos da. Es la posibilidad de ser una luz en la oscuridad, una voz en el silencio, un sanador en la enfermedad.

La respuesta de Samuel, en su aparente simplicidad, es la culminación de toda la sabiduría que se puede obtener en el camino del servicio. Cuando el Señor lo llamó por tercera vez, guiado por la sabiduría del anciano Elí, el niño respondió: "Habla, porque tu siervo oye". Esta no fue una respuesta de un autómata; fue la respuesta de un corazón que, al fin, había encontrado el objeto de su servicio. Es una declaración de rendición total, una afirmación de que el ego, con sus excusas y sus miedos, ha sido silenciado por la voz del Creador. "Dime, Dios mío, ¿en qué puedo servirte?", es la traducción moderna de esta respuesta. Y esta actitud, este abandono de la voluntad propia, es la única respuesta posible ante un llamado divino. Es el mismo eco que resonó en el corazón de Pablo en el camino a Damasco: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?". . La obediencia no es un acto de esclavitud, sino un acto de libertad. Es la liberación del alma de la prisión de su propia voluntad, de sus propias ambiciones y de sus propias expectativas. Es la aceptación de que el plan de Dios es más grande que cualquier plan que el hombre pueda idear. Es un acto de fe que confía en que Aquel que nos llama nos dará la fuerza y la sabiduría para cumplir Su propósito.

Y así, la historia de Samuel es un espejo en el que podemos ver nuestra propia condición. Revela que el servicio, en su esencia más pura, es un privilegio exclusivo de aquellos que han entrado en la casa del Señor. Nos confronta con la terrible verdad de que es posible llevar a cabo los ritos de la fe sin tener la vida que los sustenta, y nos enseña que la comunión, la vida devocional, es el único sustento para un ministerio duradero. Nos recuerda que Dios, en su sabiduría infinita, nos llama no porque seamos los más capaces o los más talentosos, sino porque hay una necesidad en el mundo, un vacío que solo puede ser llenado por los obreros que Él envía. Y finalmente, nos exige una respuesta, una rendición total de la voluntad, un "Habla, porque tu siervo oye" que no deja espacio para la excusa o la duda. La vida de Samuel, en su quietud y en su obediencia, es un testimonio de la verdad de que el camino de la vocación no es un camino de grandeza personal, sino un camino de humilde servicio. ¿Qué respuesta, en el silencio de nuestro propio corazón, estamos dando a la voz que nos llama? ¿Cómo está nuestro ministerio, y cuál es el verdadero lugar de nuestro servicio en la casa del Señor?

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