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SERMÓN - BOSQUEJO: ¡DIOS MIO, DIOS MIO! ¿PORQUE ME HAS DESAMPARADO?

Tema: La crucifixión. Título: ¡Dios mío, Dios mío ¿Por que me has desamparado?. Texto: Marcos 15: 34. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz


Introducción:

A. ¿Qué piensa usted? ¿Cuál fue el peor sufrimiento de Jesús en su pasión y muerte? ¿Serían los sufrimientos físicos, los psicológicos o los espirituales? (leer el texto) vamos a meditar en estas palabras el día de hoy

B. Antes de entrar al estudio en si del pasaje quisiera anotar varias cosas sobre el texto:

1. Este clamor fue profetizado Salmo 22: 1
2. Este clamor fue mal entendido por quienes le oyeron (Ver 35)
3. El clamor del Señor está registrado en el lenguaje original que hablaba Jesús: el arameo.

Entendiendo esto pasemos al texto en sí mismo y veamos que

I.      EL GRITO FUE AL FINAL (Ver 34ª)


A.  La hora novena es en nuestra actual manera de medir el tiempo las tres de la tarde. Es decir, cuando ya se acercaba la hora de su muerte, al final y como el clímax del evento.

Si se ha dado cuanta la pasión de Cristo viene como en un ascenso de sufrimientos donde al final se nos presenta el peor de todos.



II.    EL GRITO FUE  DE JESUS (Ver 34b)


A. El evangelista nos aclara quien fue el que grito, nos informa que fue Jesús, bien, pero ¿quién es Jesús? ¿Quién moría allí? Note que la importancia de lo que se dijo en el grito no radica tanto en lo que se dijo sino en quien lo dijo. entendiendo esto, de nuevo cabe la pregunta ¿Quién grito?

Para algunos aquella tarde allí el solo era un criminal más, para otros un carpintero, para otros otro Rabí, para otros el letrero en la cruz les indicaría que el solo era un agitador político; pero él decía que era Dios (Juan 10: 30 – 33; 11:25; 14:26), es más para el centurión que presencio la pasión y muerte quien moría en la cruz era “hijo de Dios” (Ver 39)

Cabe la pregunta para nosotros: para usted ¿Quién es Jesús?

B. En efecto, los mismos evangelios fueron escritos con el propósito fundamental de mostrar que Jesús es el hijo de Dios, de mostrar que él era Dios (Juan 20:30 – 31), ya que, Jesús es el hijo de Dios, él es Dios estas palabras toman gran relevancia más que si las hubiera dicho un hombre cualquiera.


III.  EL GRITO MISMO (Ver 34c)


A.      Notemos varias cosas sobre el grito:

1.  El grito fue fuerte: Notemos que no se registran gritos de Jesús a lo largo de su pasión y muerte, el callaba (Mar_14:61, Mar_15:5, Isaias_53:7), pero ahora grita y se me ocurre pensar que el motivo es que nada le dolió tanto a Jesús en su pasión como el hecho que el Padre lo hubiera abandonado, eso realmente dolió y por ello el grito angustioso.

Una pregunta se me ocurre aquí: ¿nos duele también a nosotros de esa manera la real o posible lejanía de Dios?

2.  Las palabras que contiene el grito son muy dicientes: “¿por qué me has desamparado?”. Desamparar es abandonar, dejar sin amparo ni favor. Jesús fue desamparado por Dios más aún en el momento de su vida cuando el más lo necesitaba

3.  Aun así las palabras: “Dios mío, Dios mío” son más dicientes aun pues nos indican que aun en esa terrible circunstancia de hallarse abandonado de su Padre Jesús no perdió su fe, no perdió la confianza.

Este es un bello ejemplo para nosotros que nos insta a no perder nuestra fe y nuestra confianza aun cuando como hijos suyos muchas veces nos sentimos (y solo nos sentimos pues no es posible) desamparados por Él.

B.  Por último, nos preguntamos: ¿Por qué lo abandono? Jesús en la cruz fue hecho maldición (Gálatas 3:13), él fue hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21), Dios es santo y no puede de ninguna manera cohabitar con el pecado y esta fue la razón del abandono del Padre al hijo.

Note el castigo real por el pecado es el abandono de Dios. El infierno es terrible por sus tormentos, por su eternidad pero sobre todo por el hecho de estar excluidos, separados de la presencia de Dios (2 Tesalonicenses 1: 6 – 9).

Dios le aplico la pena por el pecado hasta a su propio hijo ¿Qué nos hace pensar que no la aplicara a nosotros, que de alguna manera seremos una excepción?


Conclusiones:

El grito de Jesús en la cruz revela el clímax de su sufrimiento: el desamparo de Dios al cargar con nuestros pecados. Aunque experimentó la separación, mantuvo su fe, mostrándonos que incluso en momentos de crisis, podemos confiar en Dios. Su sacrificio nos libera del desamparo espiritual, invitándonos a agradecer por la redención y la cercanía que ahora podemos disfrutar con el Padre.

VERSIÓN LARGA
La crucifixión de Jesús es uno de los eventos más significativos en la historia de la humanidad y un pilar fundamental de la fe cristiana. En el Evangelio según Marcos, encontramos en 15:34 el desgarrador clamor de Jesús: “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Este grito no solo resuena a través de los siglos, sino que también plantea profundas preguntas sobre el sufrimiento que experimentó Jesús durante su pasión y muerte. En este artículo, exploraremos el contexto y el significado de estas palabras, así como su relevancia para nuestra vida espiritual.

Al empezar a reflexionar sobre el grito de Jesús, es importante considerar cuál fue el peor sufrimiento que enfrentó. ¿Fueron sus sufrimientos físicos? ¿O quizás los psicológicos? Muchos coinciden en que el sufrimiento espiritual fue el más profundo. En este sentido, el clamor de Jesús se convierte en un punto focal de su agonía, un momento en el que se siente completamente desamparado, una experiencia que muchos de nosotros podemos relacionar en momentos de crisis en nuestras propias vidas.

Antes de profundizar en el análisis del pasaje, es relevante anotar algunos aspectos sobre este clamor. Primero, este grito fue profetizado en el Salmo 22:1, donde se anticipa la angustia del Mesías. Esto nos muestra que el sufrimiento de Cristo no fue un evento inesperado o accidental, sino parte de un plan divino que se había desarrollado a lo largo de la historia. Segundo, el clamor de Jesús fue malinterpretado por quienes estaban presentes (Marcos 15:35), lo que sugiere que muchas veces nuestras percepciones de Dios y de su obra son distorsionadas por nuestra comprensión limitada. Por último, es significativo que el clamor de Jesús esté registrado en arameo, el idioma que hablaba, lo que añade una capa de autenticidad y conexión emocional a sus palabras.

Al examinar el grito de Jesús más de cerca, notamos que fue pronunciado al final de su sufrimiento. La hora novena, que corresponde a las tres de la tarde en nuestra forma de medir el tiempo, marca el clímax del evento más importante en la historia de la humanidad. La pasión de Cristo se presenta como un ascenso de sufrimientos, y este grito representa el punto culminante de su agonía. En este momento, Jesús no solo estaba sufriendo físicamente; estaba enfrentando la carga del pecado de la humanidad, lo que lo llevó a experimentar una separación dolorosa de Su Padre celestial.

El grito fue de Jesús, y esto es fundamental para comprender su significado. El evangelista nos aclara quién fue el que gritó: fue Jesús. Pero es crucial preguntarnos: ¿quién es Jesús? Para algunos, en ese momento, Él era simplemente un criminal más; para otros, un carpintero o un rabí. Sin embargo, Jesús mismo afirmó en Juan 10:30 que Él y el Padre eran uno. En la cruz, el centurión que presenció la muerte de Jesús llegó a la conclusión de que verdaderamente era el Hijo de Dios (Marcos 15:39). Por lo tanto, su clamor no solo tiene significado en el contexto de su sufrimiento, sino también en la revelación de su identidad divina. La pregunta sigue siendo relevante hoy: ¿quién es Jesús para nosotros? 

Los evangelios fueron escritos con el propósito fundamental de mostrar que Jesús es el Hijo de Dios. En Juan 20:30-31, se dice que estos relatos fueron escritos para que creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer tengamos vida en su nombre. La identidad de Jesús es esencial para entender la gravedad y el peso de su grito en la cruz. Las palabras de Jesús tienen un peso significativo porque provienen de Aquel que es completamente divino, y su sufrimiento no es comparable al de cualquier ser humano.

Al considerar el grito mismo, encontramos varios elementos importantes. Primero, notamos que el grito fue fuerte. A lo largo de su pasión, Jesús mostró una notable calma; no se defendió ante sus acusadores (Marcos 14:61) ni respondió a las burlas (Marcos 15:5). Sin embargo, en este momento, el dolor que experimentó al sentirse desamparado por su Padre fue tan intenso que lo llevó a gritar. Esto nos invita a reflexionar: ¿nos duele de la misma manera la posible lejanía de Dios en nuestras vidas? ¿Cuántas veces hemos sentido que Dios se ha alejado en momentos de crisis y hemos guardado silencio en lugar de clamar?

Las palabras que Jesús pronunció son profundamente significativas: “¿Por qué me has desamparado?”. Desamparar implica abandonar, dejar sin protección. En su momento de mayor necesidad, Jesús se sintió completamente abandonado. Este es un dolor que va más allá de lo físico; es el dolor de la separación. Aun en medio de esta terrible circunstancia, el hecho de que Jesús se dirigiera a Dios como “Dios mío, Dios mío” muestra que, a pesar de sentirse desamparado, no perdió su fe. Mantener esta conexión es un bello ejemplo para nosotros, instándonos a no perder la fe ni la confianza, incluso cuando sentimos que Dios se ha alejado.

La pregunta que surge es: ¿por qué lo abandonó Dios? En la cruz, Jesús fue hecho maldición, como se menciona en Gálatas 3:13. Él fue hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). La naturaleza santa de Dios no puede cohabitar con el pecado, y este fue el motivo de la separación entre el Padre y el Hijo en ese momento. La Escritura nos enseña que el castigo real por el pecado es el abandono de Dios. El infierno, aunque terrible por sus tormentos y eternidad, es especialmente aterrador por la separación de la presencia de Dios (2 Tesalonicenses 1:6-9).

Dios aplicó la pena por el pecado incluso a su propio Hijo. Esto nos lleva a reflexionar sobre nuestras propias vidas. Si Dios no hizo excepción con Su Hijo, ¿qué nos hace pensar que nosotros seremos diferentes? Este grito de angustia y desamparo no es solo un reflejo del sufrimiento de Jesús, sino también una advertencia sobre las consecuencias del pecado y la severidad del juicio de Dios.

La crucifixión de Jesús es el momento culminante de su sacrificio por nosotros. En su agonía, Él asumió la carga de nuestros pecados, y por ello, el grito “¿Por qué me has desamparado?” resuena a través de los siglos, recordándonos que la separación de Dios es el resultado del pecado. Sin embargo, este grito también es un llamado a la esperanza. A pesar de su sufrimiento y abandono, Jesús nos mostró que, incluso en los momentos más oscuros, podemos mantener nuestra fe en Dios.

La muerte de Jesús en la cruz no solo representa el sacrificio por nuestros pecados, sino que también nos ofrece la posibilidad de una relación restaurada con el Padre. Su sacrificio nos libera del desamparo espiritual y nos invita a acercarnos a Dios con confianza. A través de su muerte y resurrección, podemos experimentar la cercanía de Dios, una cercanía que antes nos era inalcanzable debido al pecado.

El sacrificio de Jesús en la cruz transforma nuestra perspectiva sobre el sufrimiento. Muchas veces, en medio de nuestras propias luchas y momentos de dolor, podemos sentir que Dios nos ha abandonado. Sin embargo, el grito de Jesús nos recuerda que Él entiende nuestro sufrimiento. Su desamparo fue real, y nos ofrece un modelo de cómo mantener la fe incluso en los momentos más difíciles.

La crucifixión de Jesús es un recordatorio poderoso del amor de Dios por nosotros. Él no se apartó de nuestro sufrimiento, sino que eligió entrar en él al asumir la carga de nuestros pecados. A través de su sacrificio, somos invitados a experimentar la redención y la reconciliación con el Padre.

Los discípulos de Jesús, que lo habían seguido y creído en Él, estaban en un estado de confusión y angustia. El que había sido su Maestro y guía ahora parecía estar sufriendo la mayor injusticia imaginable. El grito de Jesús resonó entre ellos como un eco de desesperación, y, sin embargo, también como una declaración de su humanidad. En su dolor, Él se identificó con nosotros, mostrando que el sufrimiento es parte de la experiencia humana.

Este grito también nos invita a reflexionar sobre nuestras propias crisis de fe. Todos enfrentamos momentos en los que sentimos que Dios se ha alejado, que nuestras oraciones no son escuchadas o que estamos completamente solos. En esos momentos de desasosiego, el grito de Jesús nos recuerda que no estamos solos en nuestro sufrimiento. Él ha estado allí, y su experiencia nos ofrece consuelo y esperanza.

Al meditar sobre el clamor de Jesús, también debemos considerar cómo respondemos ante el sufrimiento de los demás. Así como Jesús se identificó con nuestra angustia, nosotros también estamos llamados a ser una luz en la vida de aquellos que sufren. El amor y la compasión que mostramos hacia los demás son reflejos del amor de Cristo que nos fue dado en la cruz.

Uno de los aspectos más alentadores del sacrificio de Jesús es que, aunque Él experimentó el abandono, su muerte no fue el final. Su resurrección al tercer día es la culminación de la esperanza cristiana. A través de la resurrección, Jesús rompió las cadenas del pecado y la muerte. Su victoria se convierte en la nuestra, y, por lo tanto, podemos enfrentar nuestras propias luchas con la certeza de que Dios está con nosotros, incluso en medio de la adversidad.

En última instancia, el grito de “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” no es solo un lamento, sino también una proclamación de fe. A través de su sufrimiento, Jesús nos muestra que es posible clamar a Dios incluso en los momentos más oscuros. Nos enseña que, aunque podamos sentirnos abandonados, nunca estamos realmente solos. Dios está presente, incluso cuando no podemos verlo o sentirlo.

El sacrificio de Jesús en la cruz es un acto de amor supremo. Nos ofrece la posibilidad de reconciliación con el Padre y nos invita a vivir en la luz de su amor y gracia. Al recordar el clamor de Jesús, reflexionemos sobre nuestra propia fe y confianza en Dios, y consideremos cómo podemos acercarnos a Él, incluso en nuestros momentos de mayor angustia. Su grito resuena como un recordatorio de que, en medio del dolor, podemos aferrarnos a la esperanza y la promesa de la vida eterna que nos fue otorgada a través de su sacrificio.

Al final, el sacrificio de Jesús en la cruz no solo cambió el curso de la historia, sino que también transformó nuestras vidas. Su grito de desamparo se convierte en un símbolo de esperanza para todos nosotros. Nos llama a acercarnos a Dios, a confiar en su amor y a vivir en la plenitud de su gracia. Que podamos aprender de su ejemplo y encontrar consuelo en su sufrimiento, recordando que, aunque podamos enfrentar momentos de desamparo, nunca estamos solos. Dios está con nosotros, y su amor nos sostiene en cada paso del camino.

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