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SERMÓN: ¿QUE HACEMOS CON ESTOS PADRES? (BOSQUEJO Y AUDIO) - DÍA DEL PADRE

VIDEO DE LA PREDICA

Tema: Día del Padre 🎉🎈🎊 Título: ¿Qué hacemos con estos padres? 🤔👨‍👧‍👦 Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz 📖🖋️

Introducción:

A. Hace unos años, hubiera predicado este sermón de otra manera, porque no era padre 👶, lo hubiera predicado como hijo 👦. Es que muchas veces, los hijos somos implacables con nuestros padres y tal vez una de las mayores enseñanzas que he recibido en los últimos años es que: solo padres perfectos pueden exigir padres perfectos, o dicho también de otra manera, solo hijos perfectos pueden exigir padres perfectos. 🎓📚

B. Hoy vamos a hablar de nosotros, los papás 👨‍👧‍👦, pero también hablaremos a los hijos. Para entender este mensaje, es necesario primero hablar de algunas fallas que cometemos los padres. 🗣️👥

I. A VECES LOS PADRES PREFIEREN A SUS HIJOS (Gen 25:28) 📖.

A. La Escritura es clara al decir que Isaac prefería a su hijo Esaú por encima de su hijo Jacob. Las razones de tal preferencia estribaban en el hecho de que Esaú era el primogénito y además era un niño más rudo, más de acción que su hermano Jacob, quien parece ser era un niño de una personalidad más quieta (25:27). Esta situación, a la postre, trajo muchas consecuencias en el hogar como: la rivalidad entre los dos hermanos y la consecuente conducta de Jacob con su hijo José que hizo que la historia se repitiera (Gen 37: 3 – 4). 🏠💔

B. Tenemos hoy en día muchos hijos heridos por la preferencia de sus papás hacia otros hermanos. Tal vez tengamos el derecho a querer a un hijo más que otro, pero lo que no tenemos derecho es a hacerlo visible, porque si lo hacemos, seguramente traeremos rivalidad entre ellos y con esto, nefastas consecuencias en nuestros hogares. 😢💔



II. A VECES LOS PADRES MIENTEN DELANTE DE SUS HIJOS (Gen 26:7) 📖.

A. Como vimos en el capítulo anterior, los niños habían crecido. Si seguimos la historia, nos daremos cuenta de que no ha pasado mucho tiempo y vemos a Isaac en una actitud que no corresponde mucho a la de una persona que conoce a Dios. Vemos a Isaac mintiendo por temor, y esto es malo, pero igual o peor de malo es saber que lo hacía delante de sus hijos. El versículo 11 nos dice que de esto se enteró todo el pueblo y, por consecuencia, sus hijos. 😱🙊

B. A veces, los padres no somos el mejor ejemplo para nuestros hijos. A veces, no solo mentimos delante de ellos, sino que también nos airamos, peleamos, gritamos, decimos “palabrotas”, etc., con esto defraudamos a nuestros hijos que muchas veces siguen nuestro ejemplo. 😔💔



III. A VECES LOS PADRES ADULTERAN FRENTE A SUS HIJOS (Gen 29:30) 📖.

A. El versículo nos habla de Jacob y sus dos mujeres, Raquel y Lea. En los tiempos en que esto fue escrito, técnicamente esto no era un adulterio, no era un pecado, pues la legislación sobre esto se dio después. Aunque esto era así, si podemos ver en la historia lo que puede traer a un hogar el adulterio, por ejemplo:

  1. El menosprecio de una de las dos mujeres (29: 31 – 32). 😞
  2. La envidia de una de las dos mujeres (30:1). 😡
  3. Amargura (30: 14 - 15). 😭
  4. Esto no se nombra en el texto, pero es más que obvio, la afectación de los hijos por el menosprecio, la envidia y la amargura de estas mujeres. 😢💔

B. Existen muchos hijos heridos con sus padres porque estos, en algún momento de sus vidas, cometieron adulterio. Ellos vieron a sus madres sufrir, sus infancias o juventudes se llenaron de recuerdos amargos y son cosas que muchas veces no se pueden superar. 😔💔



IV. A VECES LOS PADRES CONSIENTEN MUCHO A SUS HIJOS (1 Samuel) 📖.

A. Esta historia ya nos habla del sacerdote Eli. Este tenía dos hijos, Ofni y Finees (1 Sam 1:3), quienes también eran sacerdotes. Estos dos hombres eran impíos y no conocían a Dios (1 Sam 2:12). Su pecado, entre otros, consistía en despreciar las ofrendas de Jehová (Ver 17) y tener relaciones con las servidoras (Ver 22). Ante esta situación, tal parece que su padre no actuó firmemente, solo un somero regaño (Ver 23 – 25). En el versículo 29, Dios lo acusa de haber honrado más a sus hijos que a Él. Dios no solo esperaba un regaño, Dios esperaba que el sacerdote disciplinara más severamente a estos hombres por sus maldades. 😔🙏

B. Existen hijos que sufren por haber sido demasiado consentidos, por no haber tenido una mano firme, un liderazgo fuerte en sus hogares. De la misma manera, existen hijos que sufren por la excesiva disciplina, más bien el maltrato recibido de sus padres. 😢💔



Conclusiones:

¿Qué hacemos con estos padres? Regalarles nuestro perdón. 🎁🙏💖

VERSIÓN LARGA

Nos sentamos hoy a la mesa de una verdad incómoda, pero sanadora. Hace algunos años, antes de que el milagro de la paternidad tocara mi propia vida, este mensaje que hoy comparto habría sonado muy distinto. Lo habría predicado desde la perspectiva de un hijo, con esa peculiar e implacable justicia que a menudo caracteriza a los que aún no han sentido el peso de la responsabilidad parental. Porque, seamos honestos, a veces los hijos somos jueces severos. Pero una de las mayores lecciones que he recibido en los últimos años, un eco que resuena con la sabiduría de la experiencia, es esta: solo padres perfectos pueden exigir padres perfectos. O, si lo prefieres, solo hijos perfectos pueden exigir padres perfectos. Es una verdad que desarma, ¿no es así? Porque, ¿quién de nosotros puede reclamar la perfección?

Hoy, vamos a hablar de nosotros, los papás. De nuestras batallas, de nuestras fallas, de los tropiezos que marcan nuestro sendero. Pero también hablaremos a los hijos, a esos corazones que, a menudo, llevan cicatrices invisibles. Para entender este mensaje, para que cale hondo y produzca fruto de sanidad, es necesario primero mirar de frente algunas de las fallas que, como padres, cometemos. No con el dedo acusador, sino con la humilde empatía de quienes saben que somos, al fin y al cabo, hombres pecadores buscando amar y guiar lo mejor que podemos.


La Sombra de la Preferencia: Cuando el Amor No Es Parejo (Génesis 25:28)

Sumérgete en el relato bíblico de Génesis, en el hogar de Isaac, un patriarca de fe. La Escritura es dolorosamente clara: "Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob." Aquí no hay eufemismos, no hay adornos. Es la cruda verdad de una preferencia parental. Isaac amaba a Esaú, el primogénito, el rudo cazador, el hombre de acción, quizás un reflejo de lo que él mismo fue o anheló ser. Jacob, en contraste, era el "hombre de casa", el quieto, el preferido por Rebeca. Esta dinámica, este amor desequilibrado y visiblemente parcial, no era un secreto a voces; era una realidad palpable que respiraba en cada rincón de aquel hogar.

Las consecuencias de esta preferencia no tardaron en manifestarse, tejiendo una intrincada red de dolor y rivalidad. La historia nos muestra un linaje marcado por esta falla: la rivalidad entre Esaú y Jacob, que llegó a la traición y al exilio, es un testimonio de lo que sucede cuando el amor de un padre no se derrama equitativamente. Y como si fuera un eco trágico a través de las generaciones, la historia se repitió con Jacob y sus propios hijos. Él, que había sufrido la preferencia de su padre, replicó el mismo patrón con José, tejiendo para él una túnica de colores que no era solo una prenda, sino un símbolo de favoritismo que encendió la envidia y el odio de sus hermanos (Génesis 37:3-4). La raíz de la amargura se profundizó, y el dolor se heredó.

Hoy en día, el mundo está lleno de hijos, y quizás tú eres uno de ellos, heridos profundamente por la preferencia de sus padres hacia otros hermanos. Es una herida silenciosa, una duda en el corazón que susurra: "¿Soy menos amado? ¿Menos valioso?" Tal vez, en lo más profundo de nuestro ser, tengamos el derecho humano, la inclinación natural, de sentir una conexión más fuerte o una afinidad mayor con un hijo sobre otro. Es una realidad compleja del corazón humano. Pero lo que no tenemos derecho, lo que jamás deberíamos permitirnos, es hacerlo visible. Porque si lo hacemos, si esta preferencia se manifiesta en palabras, en gestos, en privilegios no justificados, seguramente sembraremos la semilla de la rivalidad, del resentimiento, de la envidia, y con ello, traeremos nefastas consecuencias que pueden desgarrar el tejido mismo de nuestros hogares. La sanidad comienza al reconocer esta falla y al orar por un amor que, aunque humano y limitado, se esfuerce por ser justo y equitativo en su expresión.


La Sombra de la Mentira: Cuando el Ejemplo Falla (Génesis 26:7)

Continuemos con la historia, y nos encontramos con Isaac de nuevo, en un capítulo posterior de su vida. Los niños han crecido, la trama familiar se ha desarrollado. Pero en Génesis 26:7, vemos a Isaac en una actitud que no corresponde en absoluto a la de un hombre que conoce a Dios íntimamente. Vemos a Isaac mintiendo por temor. No era un temor irracional, sino un temor a ser asesinado por causa de su esposa, Rebeca, cuya belleza representaba un peligro en la tierra de Gerar. La mentira en sí misma es grave, pero lo igual o peor de grave es saber que lo hacía delante de sus hijos. Su comportamiento, lejos de ser un secreto, se hizo público: "Y los hombres de aquel lugar preguntaron acerca de su mujer; y él respondió: Es mi hermana; porque tuvo miedo de decir: Es mi mujer; pensando que los hombres del lugar le matarían por causa de Rebeca. Y sucedió que, después que estuvo allí muchos días, Abimelec, rey de los filisteos, mirando por una ventana, vio a Isaac que acariciaba a Rebeca su mujer. Entonces1 llamó Abimelec a Isaac, y le dijo: Ciertamente ella es tu mujer. ¿Cómo, pues, dijiste: Es mi hermana? Y le respondió Isaac: Porque dije: Quizá moriré por causa de ella. Y Abimelec dijo: ¿Por qué nos has hecho esto? Cualquiera de este pueblo pudo haber dormido con tu mujer, y tú habrías traído sobre nosotros pecado. Y Abimelec mandó a todo el pueblo, diciendo: Cualquiera que tocare a este hombre o a su mujer, de cierto morirá" (Génesis 26:7-11). Todo el pueblo se enteró, y por consecuencia, sus hijos también lo hicieron. La verdad, aunque incómoda, siempre encuentra su camino a la luz.

La realidad es que, a veces, los padres no somos el mejor ejemplo para nuestros hijos. Llevamos sobre nuestros hombros el peso de nuestra propia humanidad, de nuestras fallas, de nuestras imperfecciones. A veces, no solo mentimos delante de ellos, sino que también nos airamos descontroladamente, peleamos con palabras hirientes, gritamos con voces que rompen el silencio, decimos "palabrotas" que manchan el lenguaje. Con cada uno de estos actos, consciente o inconscientemente, defraudamos a nuestros hijos, quienes muchas veces, lamentablemente, seguirán nuestro ejemplo. Las palabras que decimos y las acciones que tomamos frente a ellos son lecciones vivas, moldes que dan forma a su carácter. Es una responsabilidad aterradora y humilde. Reconocer nuestra imperfección no es una excusa, sino un llamado a la gracia, a la confesión, y a la búsqueda incansable de la santidad que Dios nos ofrece en Cristo. Solo así podemos esperar que nuestros hijos aprendan no solo de nuestros aciertos, sino también de nuestra humildad al reconocer nuestros errores.


La Sombra del Adulterio: Las Cicatrices Invisibles (Génesis 29:30)

Profundicemos en la complejidad de otro hogar bíblico, el de Jacob, el hijo de Isaac, y sus dos mujeres, Raquel y Lea. El versículo 30 nos sumerge en una dinámica familiar dolorosa: "Y se llegó Jacob también a Raquel, y la amó más que a Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años." En el tiempo en que esto fue escrito, bajo la legislación de la época, esta poligamia, aunque desaconsejada por el plan original de Dios para el matrimonio (una sola carne), no era técnicamente un adulterio en el sentido legal de la ley de Moisés que vino después. No era un pecado en ese contexto jurídico. Sin embargo, si podemos ver en la historia lo que una situación así, tan parecida a lo que hoy llamamos adulterio, puede traer a un hogar.

Las consecuencias son un eco de la tristeza y la disfunción: el menosprecio de una de las dos mujeres ("Vio Jehová que Lea era menospreciada..." 29:31-32), la envidia desgarradora de la otra ("Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana..." 30:1), y la amargura profunda que envenena las relaciones ("Y dijo Raquel: Con grandes luchas he luchado con mi hermana, y he vencido..." 30:14-15). Aunque no se nombra explícitamente en el texto, es más que obvio, es innegable, la afectación de los hijos por el menosprecio, la envidia y la amargura de estas mujeres. Crecieron en un ambiente cargado de celos, de comparaciones, de una dinámica familiar distorsionada. Las cicatrices emocionales de tales hogares son profundas y duraderas.

Existen, lamentablemente, muchos hijos hoy, y quizás tú eres uno de ellos, heridos profundamente con sus padres porque estos, en algún momento de sus vidas, cometieron adulterio. Ellos vieron a sus madres sufrir en silencio o en estallidos de dolor, sus infancias o juventudes se llenaron de recuerdos amargos, de desconfianza, de promesas rotas. Son heridas que, muchas veces, no se pueden superar sin una profunda intervención divina y un proceso de perdón largo y doloroso. La infidelidad parental no solo rompe un pacto matrimonial; quiebra el sentido de seguridad y confianza en el corazón de los hijos, dejando una estela de dolor que puede durar toda la vida. Es un recordatorio sombrío del inmenso poder destructivo de nuestra desobediencia.


La Sombra de la Indulgencia: Cuando la Disciplina Falla (1 Samuel 2:12-29)

Finalmente, nos trasladamos a otro hogar, esta vez el del sacerdote Elí, un hombre de Dios, pero un padre con una falla crítica. Tenía dos hijos, Ofni y Finees (1 Samuel 1:3), quienes también eran sacerdotes. Sin embargo, la Escritura es tajante: "Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no conocían a Jehová" (1 Samuel 2:12). Su pecado era aberrante, un desprecio flagrante por lo sagrado. Entre otros, consistía en despreciar las ofrendas de Jehová (1 Samuel 2:17) y tener relaciones con las mujeres que servían a la entrada del tabernáculo (1 Samuel 2:22), profanando lo santo.

Ante esta situación, que clamaba por una acción decisiva, tal parece que su padre Elí no actuó con la firmeza que su posición sacerdotal y parental demandaban. Solo un somero regaño fue su respuesta: "¿Por qué hacéis cosas como estas? Pues oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que oigo; hacéis pecar al pueblo de Jehová" (1 Samuel 2:23-25). Un simple reproche verbal ante tal abominación. El resultado fue devastador: en el versículo 29, Dios mismo lo acusa de haber honrado más a sus hijos que a Él: "Pues, ¿por qué habéis hollado mis sacrificios y mis ofrendas, que yo mandé ofrecer en mi morada; y has honrado a tus hijos más que a mí, engordándoos2 de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?" Dios no3 solo esperaba un regaño; Dios esperaba que el sacerdote disciplinara más severamente a estos hombres por sus maldades, que detuviera su pecado, incluso si eso significaba despojarlos de su posición.

Existen hijos que, hoy en día, sufren las consecuencias devastadoras de haber sido demasiado consentidos, de no haber tenido una mano firme, un liderazgo fuerte, claro y amoroso en sus hogares. Crecieron sin límites, sin estructura, sin la disciplina que forma el carácter. Carecen de resiliencia, de respeto por la autoridad, de la capacidad de enfrentar las consecuencias de sus actos. De la misma manera, existen hijos que sufren por la excesiva disciplina, que más bien se convierte en maltrato, en abuso físico o emocional, recibido de sus padres. Ambas son caras de una misma moneda: la ausencia de un equilibrio sabio en la disciplina parental, un liderazgo que sepa cuándo ser firme y cuándo ser tierno, pero siempre con el amor de Dios como brújula. La negligencia en la disciplina, por acción o por omisión, deja heridas que pueden llevar a la autodestrucción.


¿Qué hacemos con estos padres?

Hemos mirado de frente algunas de las fallas que, como padres, hemos cometido o que nuestros propios padres, en su humanidad, cometieron. Hemos visto la sombra de la preferencia, el dolor de la mentira, las cicatrices del adulterio y las consecuencias de una disciplina desequilibrada. El panorama puede parecer sombrío, cargado de culpa o de resentimiento. Pero la gracia de Dios, que es más grande que todas nuestras fallas, siempre nos ofrece una salida, un camino hacia la sanidad.

¿Qué hacemos con estos padres? ¿Con estos hombres imperfectos que, a pesar de sus mejores intenciones, a menudo tropiezan y caen? ¿Qué hacemos con nosotros mismos, los padres, cuando nos miramos al espejo y vemos nuestras propias debilidades reflejadas en los relatos bíblicos?

La respuesta, que es un bálsamo para el alma herida y un grito de libertad para el corazón agobiado, es esta: regalarles nuestro perdón.

No es un perdón fácil, ni superficial. Es un perdón profundo, que reconoce el daño, pero que elige liberar. Para los hijos que han sido heridos, es un acto de valentía y de fe. Es soltar el peso del resentimiento, de la amargura que solo nos consume a nosotros mismos. Es entender que, aunque el dolor fue real, mantenerlo en nuestro corazón nos encadena más a la ofensa que al ofensor.

Para los padres que reconocen sus fallas, es un acto de humildad y de arrepentimiento. Es buscar el perdón de Dios por nuestras imperfecciones y buscar, con humildad, el perdón de nuestros hijos si es posible. Es un compromiso de buscar la sabiduría divina para crecer, para sanar, para romper los ciclos generacionales de dolor.

La paternidad, al igual que la vida, no es una búsqueda de la perfección, sino un camino de crecimiento, de aprendizaje y de dependencia de la gracia de Dios. Ningún padre es perfecto. Ningún hijo es perfecto. Pero todos somos llamados a extender la misma misericordia que hemos recibido de nuestro Padre Celestial.

Que en este Día del Padre, o en cualquier día que el Espíritu de Dios te mueva a la reflexión, podamos mirar a nuestros padres, y a nosotros mismos, con ojos de gracia. Que el perdón sea el regalo más precioso que demos y recibamos. Porque solo a través del perdón, del que Dios nos dio en Cristo, podemos sanar las heridas, romper las cadenas del pasado y construir hogares donde el amor, la verdad y la misericordia reinen verdaderamente. Que cada padre, y cada hijo, encuentre la paz en el perdón.

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