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3 Atributos Divinos Innegables Que Transformarán Tu Visión de Dios, enseñados por Eliú

3 Atributos Divinos Innegables Que Transformarán Tu Visión de Dios, enseñados por Eliú - JOB 34: 10 - 14


Introducción:

Amigo, a menudo, cuando pensamos en Dios, nuestra mente se llena de ideas preconcebidas o, quizás, de preguntas sin respuesta. Pero, ¿y si te dijera que hay verdades fundamentales sobre Su propio carácter que, una vez comprendidas, disipan las sombras de la duda y encienden una fe inquebrantable? Hoy, no nos centraremos en los misterios de la aflicción, sino en la esencia misma de Aquel que permite que la aflicción exista. Prepárate para que tu corazón se ensanche y tu mente se maraville, porque vamos a sumergirnos en tres atributos divinos innegables: la impecabilidad absoluta de Dios, Su retribución justa y perfecta, y Su soberanía incontestable y desinteresada. Estos son los pilares sobre los que se asienta toda Su justicia y todo Su gobierno.


Frase de Enlace: Para entender la majestuosidad de Aquel que está sobre todo, debemos desglosar estos tres atributos que Eliú nos revela con una claridad asombrosa.


Atributo 1: La Impecabilidad Absoluta de Dios

  • Texto Bíblico Clave: Job 34:10b - "Lejos esté de Dios que haga iniquidad, y del Omnipotente que haga perversidad."

  • Explicación del Texto (Hebreo y Cultura): La frase hebrea חלילה (jalilá), traducida como "lejos esté" o "profano", es una expresión de aborrecimiento y repulsión moral. Es una exclamación que denota que la mera idea es impía, sacrílega. Eliú la usa para establecer que la noción de que Dios cometa maldad es tan contradictoria a Su naturaleza que es un pensamiento detestable. En la cultura hebrea, un dios era perfecto en sus atributos divinos, y la maldad se asociaba con la imperfección o la limitación. Al llamar a Dios "Omnipotente" (Shaddai), Eliú refuerza que Él no puede estar sujeto a debilidades o tentaciones que llevarían al pecado o la injusticia, como sí lo están los humanos o las deidades paganas limitadas. La justicia es una cualidad intrínseca y esencial de Su carácter, no algo que Él pueda elegir tener o no tener.

  • Aplicación Práctica: Si Dios es impecable, si es moralmente incapaz de hacer el mal, entonces, ¿cómo afecta esto tu percepción de las tragedias o injusticias que vives? No significa que las entiendas, pero sí que puedes confiar en que su origen no es una injusticia divina.

  • Pregunta de Confrontación: Si estás convencido de que Dios "no puede hacer maldad", ¿por qué tu corazón, a veces, lo acusa de injusticia cuando la vida duele?

  • Textos Bíblicos de Apoyo: Deuteronomio 32:4 ("Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectos; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto;"), Romanos 9:14 ("¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? ¡En ninguna manera!").

  • Frase Célebre del Material Original: "La sola idea de que Dios hiciera el mal, o pudiera patrocinar la iniquidad, era una concepción profana, y no debía ser tolerada ni por un momento."




Atributo 2: La Retribución Justa y Perfecta de Dios

  • Texto Bíblico Clave: Job 34:11 - "Porque él paga al hombre conforme a su obra, y conforme a su camino le retribuye."

  • Explicación del Texto (Hebreo y Cultura): Aquí, Eliú articula el principio de la retribución divina, un concepto central en la cosmovisión hebrea. La frase "su obra" (מַעֲשֵׂהוּ - ma'asehu) y "su camino" (אָרְח֖וֹ - orhó) se refieren al curso total de la vida de una persona y sus acciones. En la cultura de la época, había una fuerte creencia en que la justicia de Dios se manifestaba en esta vida, donde las acciones buenas traían bendición y las malas, consecuencias. Sin embargo, Eliú (y otros comentaristas) reconocen que esta retribución no siempre se ve "en esta vida", sino que se completa en la eternidad. La justicia de Dios no es una balanza que solo pesa el "ahora", sino que abarca toda la existencia y el juicio final. Incluso en la corrección de los justos, Dios no comete injusticia; busca su bien y crecimiento.

  • Aplicación Práctica: Reconocer que Dios retribuye justamente nos da esperanza para el futuro (si somos justos) y nos llama a la rendición de cuentas (si vivimos en pecado). ¿Estás sembrando lo que quieres cosechar?

  • Pregunta de Confrontación: Si crees que Dios retribuye conforme a tu camino, ¿cómo explicas tus bendiciones inmerecidas? ¿Y cómo tus quejas de injusticia chocan con la promesa de Su retribución perfecta?

  • Textos Bíblicos de Apoyo: Salmo 62:12 ("Y tuya, oh Señor, es la misericordia; porque tú pagas a cada uno conforme a su obra;"), Romanos 2:6 ("el cual pagará a cada uno conforme a sus obras;"), Apocalipsis 22:12 ("He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.").

  • Frase Célebre del Material Original: "Dios 'recompensa a cada hombre según su obra', da a cada uno el bien o el mal, según hayan sido sus propios hechos."



Atributo 3: La Soberanía Incontestable y Desinteresada de Dios

  • Texto Bíblico Clave: Job 34:13 - "¿Quién le ha dado a Él la tierra en cargo? ¿Y quién ha dispuesto todo el orbe?"

  • Explicación del Texto (Hebreo y Cultura): Eliú plantea dos preguntas retóricas fundamentales que apuntan a la autoridad original y absoluta de Dios. La primera, "¿Quién le ha dado a Él la tierra en cargo?" (del hebreo מי פקד עליו ארצה - mi pakad gnalaiv artzah), implica que Dios no ha sido "nombrado" o "encomendado" con la responsabilidad de la tierra por ninguna autoridad superior. Él no es un gobernador delegado. En contraste con los dioses paganos que a menudo tenían jerarquías o debían rendir cuentas a un panteón, el Dios de Israel es el único Soberano, sin rival ni superior. La segunda, "¿Y quién ha dispuesto todo el orbe?", reitera que Él mismo ha establecido y ordenado el universo. Esta no es una simple afirmación de poder, sino una prueba de Su desinterés en la injusticia. Los gobernantes humanos cometen injusticias por miedo a superiores, por ambición o por carencias. Pero Dios, siendo el origen de todo, sin carencias y sin superior, no tiene motivo alguno para ser injusto. Él es el "Propietario original y Gobernante de todo."

  • Aplicación Práctica: Si Dios es el Soberano absoluto y no tiene motivos egoístas para actuar, ¿cómo te libera esto de la ansiedad de controlar cada situación? ¿Puedes descansar en Su sabiduría, incluso cuando no la comprendes?

  • Pregunta de Confrontación: Si Dios es el Soberano desinteresado que sostiene tu aliento, ¿por qué todavía luchas por el control, dudas de Sus planes, o le atribuyes motivos ocultos a Sus acciones en tu vida?

  • Textos Bíblicos de Apoyo: Salmo 24:1 ("De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan;"), Isaías 44:7 ("¿Y quién como yo? Que lo anuncie, lo declare y lo ponga en orden delante de mí..."), 1 Crónicas 29:11 ("Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y la majestad; porque todo lo que está en los cielos y en la tierra es tuyo. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.").

  • Frase Célebre del Material Original: "Reinando con autoridad absoluta y original, nadie tiene derecho a cuestionar la equidad de lo que Él hace."



Conclusión: Un Llamado a la Rendición y la Acción

Amigo, la voz de Eliú en Job nos ha llevado a una verdad ineludible sobre el corazón de Dios: Él es absolutamente impecable, Su retribución es justa y perfecta, y Su soberanía es incontestable y desinteresada. Estos no son meros conceptos teológicos; son los cimientos sobre los que se sostiene la confianza en medio de la tormenta. Si Dios posee estos atributos, entonces cada desafío, cada prueba, cada aparente injusticia en tu camino no es una prueba de Su falla, sino un recordatorio de Su carácter inmutable y de que Él ve el cuadro completo, un panorama que va más allá de nuestro limitado entendimiento.

¿Qué harás con esta verdad que ha sido revelada? ¿Seguirás aferrándote a tus dudas, a tu necesidad de comprenderlo todo, o te atreverás a soltar el control y a rendirte a la justicia y soberanía de Aquel que te dio el aliento? Deja que estas verdades te lleven a una adoración más profunda, a una confianza inquebrantable, y a una acción de fe que te impulse a vivir de una manera que glorifique a este Dios, cuyo carácter es perfecto. La próxima vez que te enfrentes a lo incomprensible, no te hundas en el "¿por qué?", sino levanta la mirada y pregúntate: "¿Cómo puedo glorificar a este Dios justo y soberano en medio de esta situación?" Esa es la pregunta que transforma, la que te mueve del lamento a la victoria.


VERSION LARGA

No hay nada más desgarrador que la pregunta silente del alma cuando el dolor anida en lo más profundo de nuestro ser. Esa inquietud que, en el insomnio de las noches o bajo el sol que quema la piel, nos empuja a mirar al cielo y exclamar: "¿Por qué, oh Dios? ¿Por qué esta senda de espinas? ¿Es esto, acaso, justo?" Esa misma pregunta resonó desde los labios agrietados de Job, un hombre que lo perdió todo y se encontró cara a cara con el abismo de la incomprensión. Sus amigos, con sus verdades a medias y sus lógicas humanas, solo consiguieron añadir más peso a su ya insoportable carga. Pero justo cuando la desesperación parecía ser el único eco en la llanura desolada, una nueva voz irrumpe, fresca y contundente, una voz que no juzga, sino que ilumina. Es la voz de Eliú, un joven que, con una sabiduría que trasciende su edad, se atreve a desvelar verdades eternas sobre el ADN de Dios, verdades que tienen el poder de desmantelar cada duda y reconstruir nuestra fe sobre cimientos inamovibles.

Eliú no llega con palabras vacías ni con consuelos triviales. Su irrupción es un soplo del Espíritu, una ráfaga de revelación que busca no solo responder a Job, sino a cada corazón que alguna vez se ha sentido traicionado por las circunstancias o confundido por el silencio divino. Su propósito no es justificar el dolor, sino revelar la naturaleza de Aquel que lo permite, que lo orquesta, que lo transforma. Hoy, la invitación no es a debatir sobre los misterios de la aflicción, ni a hurgar en las complejidades del sufrimiento humano que tanto hemos explorado. No. Es una convocatoria a un encuentro más íntimo, más esencial: a la esencia misma de Aquel que sostiene cada aliento, que traza el curso de las estrellas y que, en Su majestad inefable, se revela. Prepárate para que tu corazón se ensanche, para que tu mente se maraville, para que las paredes de tus preconcepciones se derrumben como castillos de arena ante la marea de la verdad divina. Porque vamos a sumergirnos, no en teorías abstractas, sino en la realidad palpable de tres atributos divinos innegables: la impecabilidad absoluta de Dios, Su retribución justa y perfecta, y Su soberanía incontestable y desinteresada. Estos no son meros conceptos teológicos; son los pilares sobre los que se asienta toda Su justicia, todo Su gobierno, y, en última instancia, toda nuestra esperanza. Son las verdades que el joven Eliú, con una convicción que parece arrancada de las estrellas mismas, desveló en medio del torbellino de la agonía de Job, abriendo una ventana hacia el corazón de lo divino.

Para entender la majestuosidad de Aquel que está sobre todo, para que Su luz disipe nuestras sombras y nos revele un amor más grande de lo que jamás imaginamos, debemos desglosar, con una reverencia que roza lo sagrado, estos tres atributos que Eliú nos revela con una claridad tan asombrosa que parece una chispa del mismo cielo.


El primero de estos pilares, el más fundamental, la roca sobre la cual se edifica toda nuestra esperanza, es la Impecabilidad Absoluta de Dios. Mira conmigo, oh alma inquieta, cómo las palabras de Eliú se clavan en el alma en Job 34:10b: "Lejos esté de Dios que haga iniquidad, y del Omnipotente que haga perversidad." ¡Ah, qué declaración! Aquí no hay espacio para la ambigüedad, para la interpretación tibia, para la duda sigilosa. La palabra hebrea que Eliú emplea con tanta fuerza, חלילה (jalilá), es mucho más que un simple "no haga". Es una expresión visceral de aborrecimiento y repulsión moral, un grito indignado que se traduce como "¡qué sacrilegio!", "¡qué profanación!", "¡jamás sea tal cosa!". Es la exclamación de un corazón que se estremece ante la mera insinuación de que el Altísimo pudiera mancharse con la sombra más ínfima del mal. Es como si el sol, la fuente inagotable de toda luz y calor en nuestro universo, pudiera en su esencia generar oscuridad o frío. Una contradicción flagrante, una imposibilidad lógica y moral que nuestra propia conciencia, inspirada por el Espíritu, rechaza de inmediato.

En el rico tapiz de la cultura hebrea, la distinción entre el Dios de Israel y las deidades paganas era no solo clara, sino abismal, y radicaba precisamente en este punto central. Los dioses de las naciones, a menudo, eran retratados con pasiones humanas, con celos desbordados, con ira caprichosa, e incluso con actos de crueldad y engaño que reflejaban lo peor de la condición humana. Eran, en esencia, proyecciones magnificadas de la imperfecta y caída humanidad. Pero el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, Yahvé, el "Omnipotente" (Shaddai), se yergue majestuoso y apartado, inmaculado y puro, ajeno a toda debilidad, a toda tentación, a toda inclinación que pudiera arrastrarlo al pecado o a la injusticia. Su justicia no es una opción que Él elige ejercer en un momento dado; es la fibra misma de Su ser, la esencia inmutable de Su carácter divino. Él no es justo porque decide serlo, sino que es justo porque, por Su propia naturaleza divina, simplemente no puede ser de otra manera. La maldad, la perversidad, son tan ajenas a Su ser como la oscuridad lo es al mediodía más brillante. Como dice el apóstol Juan en su epístola: "Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él."

¿Y cómo, entonces, esta verdad tan categórica, tan rotunda, impacta el goteo constante de tus propias dudas, de esas interrogantes silenciosas que a veces te carcomen el alma en la soledad? Si Dios es impecable, si es moralmente incapaz de cometer el mal, si la iniquidad es una mancha que Él aborrece con la fuerza de Su propio ser, entonces, ¿cómo puedes, en tu dolor y confusión, atribuirle un acto de injusticia? No, no se trata de obtener una respuesta clara y completa para cada "porqué" de tu sufrimiento, para cada fibra de tu agonía. No es un llamado a una comprensión instantánea de todos los intrincados hilos del destino. Es, más bien, una invitación a la confianza radical, a la rendición total de nuestro intelecto limitado ante la inmensidad de Su carácter. Es la certeza, inquebrantable como una montaña, de que, aunque el camino sea intrincado, tortuoso, y nuestra vista se nuble por las lágrimas y la confusión, el origen de tu prueba no es la malevolencia o la injusticia divina, sino un propósito que, aunque oculto para nuestra mirada finita, es siempre justo, perfecto y, en última instancia, amoroso. ¿Puedes, en medio de la tormenta más cruda, aferrarte a la impecabilidad de Aquel que la permite y la utiliza para Sus fines soberanos? Esa es la pregunta que revela la verdadera profundidad y madurez de tu fe. Porque, si en verdad crees con cada fibra de tu ser que Él "no puede hacer maldad", ¿por qué tu corazón, a veces, lo acusa, lo recrimina, lo juzga, lo tacha de injusto cuando la vida duele hasta el tuétano, cuando las expectativas se quiebran en mil pedazos y los sueños se hacen añicos? Medita en las palabras ancestrales de Deuteronomio 32:4, un eco de la voz de Eliú que resuena a través de los siglos y las culturas: "Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectos; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto." Y el apóstol Pablo, con una convicción que no admite fisuras ni vacilaciones, lo dirá en Romanos 9:14: "¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? ¡En ninguna manera!". La verdad se erige como un ancla inamovible para el alma en medio del mar embravecido de la duda: "La sola idea de que Dios hiciera el mal, o pudiera patrocinar la iniquidad, era una concepción profana, y no debía ser tolerada ni por un momento." Su carácter es puro como el oro más refinado.


El segundo pilar, erigiéndose con una solemnidad que invita a la reflexión más profunda sobre el orden del universo, es la Retribución Justa y Perfecta de Dios. Eliú, con la autoridad de quien comprende los designios celestiales y la intrincada balanza de la justicia divina que rige la existencia, declara con una claridad tan asombrosa que parece cincelada en la piedra eterna en Job 34:11: "Porque él paga al hombre conforme a su obra, y conforme a su camino le retribuye." Aquí, querido amigo, se nos presenta el corazón mismo del principio divino de la justicia. La frase "la obra de un hombre" (del hebreo מַעֲשֵׂהוּ - ma'asehu) y la expresión "su camino" (del hebreo אָרְח֖וֹ - orhó) no solo se refieren a acciones aisladas, a momentos fugaces de virtud o de tropiezo, sino a la totalidad de la vida de una persona, al sendero completo que ha recorrido con sus decisiones, sus intenciones, y sus actos. Es una mirada holística al trayecto del alma.

En la rica tapicería de la cultura hebrea, la idea de la retribución era un hilo constante, un dogma fundamental que permeaba cada aspecto de la vida. Se creía firmemente que las consecuencias de las acciones se manifestarían, si no de inmediato, al menos a lo largo de la vida o en la posteridad. Las bendiciones eran el fruto de la obediencia y la rectitud; las calamidades, la consecuencia de la desobediencia y el pecado. Era una cosmovisión donde la causalidad moral era una fuerza ineludible. Sin embargo, Eliú, y con él la revelación divina que se despliega ante nuestros ojos, nos invita a una visión más amplia, a trascender la limitada perspectiva del "aquí y ahora". La retribución de Dios no es una balanza simplista que solo pesa el instante presente o la experiencia terrenal. ¡No! Es una justicia que abarca la totalidad de la existencia, una justicia que se perfecciona y se revela plenamente en el juicio final, cuando todos los velos serán rasgados y todo lo oculto saldrá a la luz. Él ve no solo el acto, sino también la intención detrás de él; Él ve el principio y el fin, el germen de la semilla y el fruto maduro de la cosecha. Incluso cuando Dios "corrige" o "disciplina" al justo, no lo hace por injusticia o por capricho, sino para refinar, para purificar, para guiar hacia un bien mayor, hacia una santidad que de otro modo no alcanzaríamos. Es un acto de amor paternal que busca la maduración y la conformación del alma a la imagen de Cristo. Él no está obligado a explicarnos cada movimiento de Su mano soberana, pero sí nos asegura, con una promesa inquebrantable, que cada movimiento, cada permiso, cada juicio, es siempre justo y perfecto.

Esta verdad, oh buscador de la verdad, debe resonar en lo más profundo de tu ser, en cada fibra de tu conciencia. Si reconoces que Dios retribuye justamente, ¿cómo vives cada día? ¿Estás sembrando semillas de justicia y rectitud, esperando una cosecha abundante de bendición y paz, o te arrastras en la indolencia, creyendo que la gracia es un cheque en blanco para el descuido y la irresponsabilidad? Esta verdad no es una carga pesada que aplasta, sino una liberación inmensa. Nos libera de la paranoia de un Dios arbitrario y caprichoso, y nos llama a una rendición de cuentas gozosa, sabiendo que Él es fiel y justo. Porque si Dios es justo en Su retribución, podemos confiar en que nuestra fidelidad no es en vano, y que cada acto de amor, cada sacrificio, cada paso de obediencia, por pequeño que parezca, encontrará su justa recompensa, si no en esta vida terrenal, sin duda en la eternidad gloriosa. Es un llamado a la coherencia vital, a alinear tu fe profesada con tu vida vivida. Pero, confrontemos un momento tu propio corazón: si dices creer que Dios retribuye conforme a tu camino, ¿cómo explicas tus bendiciones inmerecidas, esos regalos que superan con creces cualquier mérito tuyo, esas misericordias frescas cada mañana? Y más aún, ¿cómo tus quejas de injusticia, tus murmullos en la dificultad, tus lamentos en la adversidad, chocan con la promesa de Su retribución perfecta? El Salmo 62:12 resuena con una verdad atemporal: "Y tuya, oh Jehová, es la misericordia; porque tú pagas a cada uno conforme a su obra." Y el eco apostólico en Romanos 2:6, "el cual pagará a cada uno conforme a sus obras," y en Apocalipsis 22:12, con la promesa final: "He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra." La promesa es clara, la verdad es poderosa, y resuena en los confines del universo: "Dios 'recompensa a cada hombre según su obra', da a cada uno el bien o el mal, según hayan sido sus propios hechos."


Y el tercer pilar, erigiéndose majestuoso en su altura y abarcando la totalidad de la existencia, es la Soberanía Incontestable y Desinteresada de Dios. Con una serie de preguntas retóricas que no buscan una respuesta humana, sino que invitan a la contemplación asombrada y a la reverencia, Eliú proclama en Job 34:13: "¿Quién le ha dado a Él la tierra en cargo? ¿Y quién ha dispuesto todo el orbe?" Aquí, mi amigo, se nos revela el corazón de la autoridad divina, una verdad que debería silenciar toda objeción y aplastar toda rebelión interior.

Piensa en la imagen que Eliú nos pinta: la primera pregunta, "¿Quién le ha dado a Él la tierra en cargo?" (del hebreo מי פקד עליו ארצה - mi pakad gnalaiv artzah), es un golpe directo a cualquier concepción de un Dios limitado, de un ser supremo que opera bajo una autoridad superior. Sugiere, con una fuerza arrolladora, que no existe un ser superior, una entidad cósmica más allá de Él, que le haya "nombrado" o "encomendado" con la responsabilidad de gobernar la tierra. A diferencia de las deidades paganas, que a menudo eran vistas como parte de un panteón con jerarquías, rivalidades y luchas de poder, el Dios de Israel se yergue solo, el Único Soberano, sin rival, sin superior, sin quien lo pueda juzgar. Él no es un administrador delegado, un gobernador por encargo; Él es el Soberano por derecho propio, el Creador y Dueño absoluto de todo cuanto existe. La segunda pregunta, "¿Y quién ha dispuesto todo el orbe?", refuerza esta verdad fundamental, afirmando que Él mismo ha establecido, ordenado y puesto en su lugar el universo en su totalidad. No solo lo creó de la nada, sino que lo dispuso en su orden perfecto, lo "dispuso" con una sabiduría inigualable que trasciende toda comprensión humana.

Pero esta verdad de Su soberanía no es solo una afirmación de poder bruto, de fuerza imparable. ¡No! Es una profunda revelación de Su desinterés en la injusticia, de Su naturaleza benevolente. Piensa por un momento en los gobernantes humanos: ¿por qué cometen injusticias? A menudo, por miedo a un superior, por el deseo de obtener más poder, por la ambición desmedida, por la corrupción de su corazón o por la carencia de recursos. Pero Dios, siendo el origen de todo lo que existe, siendo autosuficiente, no necesitando nada de nadie, y no teniendo a nadie por encima de Él, carece de cualquier motivo para ser injusto. Él es el "Propietario original y Gobernante de todo", y ¿por qué querría dañar aquello que le pertenece, que ha creado con amor, con propósito, con una belleza que nos quita el aliento? Su interés está intrínsecamente entrelazado con el bienestar de Su propia creación, eliminando así cualquier conflicto de interés que pudiera llevarlo a pervertir la justicia. Su soberanía es, por tanto, la garantía misma de Su bondad incondicional, de Su amor perfecto. Además, Eliú profundiza esta verdad con una revelación que detiene el corazón en Job 34:14-15: si Dios "solo pusiera Su corazón en Sí mismo" o "retirara Su aliento y Su inspiración a Sí mismo", toda la carne perecería instantáneamente y el hombre volvería al polvo. Esto subraya que la vida de todas las criaturas depende enteramente de la continua emanación de la vida de Dios. El hecho de que Él sostenga la vida, en lugar de permitir que caiga en la nada, es la prueba más fehaciente de Su amor incesante y de que Su gobierno no es arbitrario ni egoísta, sino un acto de amor constante.

Y aquí viene la aplicación que debe sacudir tu alma hasta los cimientos, amado lector. Si Dios es el Soberano absoluto, si no tiene motivos egoístas para sus acciones, si cada aliento que tomas depende de Su benevolencia continua, ¿cómo te libera esto de la asfixiante ansiedad de intentar controlar cada situación en tu vida? ¿Puedes, verdaderamente, soltar las riendas, entregar tus planes y tus miedos, tus sueños y tus fracasos a Su mano todopoderosa? ¿Puedes descansar en Su sabiduría, incluso cuando tu limitada mente no puede comprender los hilos intrincados de Su plan maestro? Confrontemos de nuevo el corazón: si crees que Dios es este Soberano desinteresado que sostiene tu aliento, que te dio la vida, que te mantiene en existencia a cada instante, ¿por qué todavía luchas por el control, por qué dudas de Sus planes, o le atribuyes motivos ocultos y egoístas a Sus acciones en tu vida, a esas pruebas que, a veces, parecen derrumbar tu mundo? Permite que las Escrituras te anclen en esta verdad inamovible: el Salmo 24:1 resuena con una verdad majestuosa: "De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan." E Isaías 44:7 nos desafía a lo incomprensible de Su poder: "¿Y quién como yo? Que lo anuncie, lo declare y lo ponga en orden delante de mí..." Y la poderosa declaración de 1 Crónicas 29:11, que debería movernos a la adoración más profunda: "Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y la majestad; porque todo lo que está en los cielos y en la tierra es tuyo. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos." La verdad se alza como una montaña inamovible, una fortaleza inexpugnable: "Reinando con autoridad absoluta y original, nadie tiene derecho a cuestionar la equidad de lo que Él hace."


Amigo, la voz del joven Eliú en el libro de Job nos ha llevado a una verdad ineludible sobre el corazón de Dios, una verdad tan fundamental que debe ser grabada con fuego en el mármol de nuestra alma y en la esencia de nuestro ser. Hemos visto que Él es absolutamente impecable, que en Él no hay sombra ni asomo de maldad. Hemos comprendido que Su retribución es justa y perfecta, que cada acto y cada camino encontrarán su justa medida en Su balanza divina. Y hemos contemplado que Su soberanía es incontestable y desinteresada, que Él es el Gobernante supremo, sin motivaciones egoístas, cuyo interés está intrínsecamente ligado al bienestar de Su creación. Estos no son meros conceptos teológicos para debatir en salones académicos o para adornar discursos; son los cimientos inquebrantables sobre los que se sostiene toda confianza, toda paz, toda esperanza en medio de la tormenta más feroz y de la oscuridad más densa. Si Dios posee estos atributos, entonces cada desafío, cada prueba, cada aparente injusticia en tu camino no es una prueba de Su falla, de Su capricho o de Su abandono, sino un recordatorio sublime de Su carácter inmutable y de que Él ve el cuadro completo, un panorama que va mucho más allá de nuestro limitado entendimiento y nuestra dolorosa percepción terrenal.

¿Qué harás, pues, con esta verdad que ha sido revelada, con este destello del ADN divino que ha iluminado tu sendero más íntimo? ¿Seguirás aferrándote a tus dudas, a tu necesidad imperiosa de comprenderlo todo, a esa amarga queja que se asienta en tu corazón como un inquilino no deseado? ¿O te atreverás, con un acto de fe radical, a soltar el control, a entregar tu dolor, tu confusión, tus sueños rotos, y a rendirte por completo a la justicia y soberanía de Aquel que te dio el aliento, que te sostiene cada instante y que te invita a una fe sin reservas, una fe que no necesita entenderlo todo para confiar plenamente?

Deja que estas verdades te lleven no solo a un nuevo conocimiento intelectual, sino a una adoración más profunda, una adoración que nazca no de lo que comprendes, sino de lo que sabes, en la médula de tu ser, que Él es. Permite que te impulsen a una confianza inquebrantable, esa que mira la adversidad a los ojos, que se para firme ante la tormenta más violenta y susurra con voz segura: "Mi Dios es justo, mi Dios es bueno, mi Dios es soberano". Y que te motiven a una acción de fe, a vivir cada día, cada hora, cada minuto, de una manera que glorifique a este Dios cuyo carácter es impecable, cuya retribución es perfecta y cuya soberanía es incontestable. La próxima vez que la tormenta ruge en tu vida, cuando las sombras se ciernan y la pregunta "¿por qué?" amenace con ahogar tu espíritu, no te hundas en el lamento. En su lugar, levanta la mirada hacia el cielo, recuerda la impecabilidad de Su ser, la justicia de Sus caminos, la majestad de Su gobierno, y con un suspiro de fe que brota de la convicción más profunda, pregúntate: "¿Cómo puedo glorificar a este Dios justo y soberano en medio de esta situación?" Esa, mi amado amigo, es la pregunta que transforma el lamento en victoria, la duda en adoración, el quebranto en un testimonio resonante de Su gloria eterna. Es tu momento de soltar las riendas de tu vida y dejar que Él, el Justo y Soberano Señor del universo, obre en ti y a través de ti.

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