Tema: Números. Título: ¿Cansado de Decir "No Soporto Más"? Descubre el Secreto Bíblico de Moisés Para Vencer el Desánimo (¡Tu Mente lo Agradecerá!) Texto: Números 11: 10 – 30. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz
I. LA RAZON DEL DESANIMO.
II. LA ORACIÓN DEL DESANIMO
III. LA SALIDA DEL DESANIMO (Ver 16 – 17; 24 – 30).
Imagínate un desierto. No el desierto pintoresco de las postales, sino uno real: arena implacable, sol ardiente, la promesa de una tierra lejana que parece desvanecerse con cada paso. Ahora, visualiza a Moisés. No el Moisés poderoso que dividió un mar o trajo plagas sobre Egipto, sino uno agotado, con los hombros hundidos bajo el peso de un millón de quejas. Este es el Moisés que encontramos en Números 11, un hombre que, como tú y como yo, llegó al límite.
Hoy, nos adentramos en el corazón de ese sentimiento tan universal, tan insidioso, que llamamos desánimo. Es esa pesada capa gris que se posa sobre el alma, que nos susurra "no puedo más", que apaga la luz en nuestros ojos y que, si no la aprendemos a manejar, puede arrastrarnos a un abismo de problemas. La historia de Moisés no es solo un relato antiguo; es un espejo de nuestras propias luchas, un llamado a entender cómo el agotamiento nos consume y, lo más importante, a descubrir la salida que Dios siempre provee.
En la vida de Moisés, como en la nuestra, el desánimo no aparece de la nada. Es una maleza que crece en el terreno de las dificultades no gestionadas. Su historia nos revela tres raíces profundas de este sentimiento paralizante.
La primera raíz, y quizás la más hiriente, es la gente. En el versículo 10 de Números 11, vemos a Moisés desanimado por la "mala cosa a oídos de Jehová" que era el llanto del pueblo. Imagina por un momento: acababan de ser liberados de la esclavitud, habían presenciado milagros que desafían la lógica, el maná caía del cielo cada mañana como un recordatorio tangible del amor divino. Pero no era suficiente. Se quejaban. Anhelaban las cebollas y los ajos de Egipto, la "comida gratis" de la esclavitud, sin recordar el látigo ni la opresión.
La ingratitud y el constante lamento del pueblo se clavaban como espinas en el alma de Moisés. ¿Te suena familiar? ¿No nos pasa a menudo que el desánimo se nos cuela por la puerta cuando estamos rodeados de personas que, a pesar de las bendiciones, solo ven lo que falta? Aquellos que drenan nuestra energía con sus quejas perpetuas, con su incapacidad para ver lo bueno, con su victimismo crónico. Su negatividad, como una enfermedad contagiosa, puede mermar nuestra propia fuerza, incluso cuando nuestra fe es fuerte. La gente puede ser una fuente inmensa de alegría, pero también, y tristemente, el origen de un profundo desánimo. Sus palabras, sus actitudes, sus expectativas irrazonables, pueden convertirse en una carga más pesada que cualquier montaña.
La segunda razón que llevó a Moisés al borde del colapso fue la necesidad. En el versículo 13, su desesperación es palpable: "¿De dónde sacaría yo carne para dar a todo este pueblo?" La pregunta de Moisés no es un capricho; es el grito de un líder que ve el hambre en los ojos de miles y siente la impotencia de no tener con qué saciarlos. La ausencia de provisión, ya sea económica, material, o incluso emocional, es un terreno fértil para que el desánimo eche raíces.
Cuando las facturas se amontonan y los recursos escasean, cuando los sueños parecen imposibles de alcanzar por falta de medios, cuando el futuro se presenta como una pared infranqueable sin una puerta de salida, el alma se contrae. La preocupación se convierte en ansiedad, y la ansiedad, si no se aborda, muta en desánimo. La mente se obsesiona con lo que falta, y la visión se nubla, impidiéndonos ver la vasta mano de un Dios que tiene más que suficiente. La carencia, o la percepción de ella, puede erosionar nuestra paz y dejarnos vacíos, preguntándonos si hay suficiente, si tendremos lo necesario para seguir adelante.
Y la tercera razón, la que a menudo nos arrastra sigilosamente, es la carga. En los versículos 14 y 15, Moisés clama: "No puedo yo solo con todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Si así me has de hacer, te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos, y que yo no vea mi mal". El profeta sentía que el trabajo era demasiado pesado, la responsabilidad, insoportable. El exceso de trabajo, la acumulación de responsabilidades sin un respiro, la sensación de que todo recae sobre nuestros hombros, produce un cansancio que va más allá de lo físico. Es un cansancio del alma, un agotamiento que, por lo general, se transforma en desánimo.
¿Cuántos de nosotros no hemos sentido ese peso? La pila de tareas que nunca termina, las expectativas de los demás, el rol de ser "el fuerte" en la familia o el trabajo. Nos esforzamos, nos sacrificamos, pero el esfuerzo constante sin un alivio visible puede llevar a un punto de quiebre. Moisés, el hombre que habló con Dios cara a cara, no era inmune a esta realidad humana. Su carga era tan aplastante que el deseo de morir se volvió una súplica, una renuncia a una vida que sentía que no podía soportar más. El agotamiento no es solo físico; es una trinchera del alma donde el desánimo planta su bandera.
Ahora, frente a estas abrumadoras razones para el desánimo, ¿qué hizo Moisés? Seamos honestos: no se encerró en sí mismo, no se entregó al victimismo, aunque su corazón estuviera destrozado. Como un verdadero siervo de Dios, Moisés oró. Y en esa oración, despojada de artificios, encontramos un espejo de nuestras propias súplicas cuando estamos al límite.
Su oración estuvo llena de preguntas. En los versículos 11 al 13, y luego en el 22, Moisés le hace a Dios no una, sino siete preguntas, todas cargadas de un "¿por qué?". "¿Por qué has hecho mal a tu siervo?", "¿Por qué no he hallado gracia en tus ojos?", "¿De dónde sacaría carne?", "¿De dónde la tendríamos?". Cuando oramos guiados por el desánimo, solemos bombardear a Dios con preguntas. Y lo asombroso es que, en la Biblia, no vemos un grave reproche de Dios hacia Moisés por sus cuestionamientos. La pertinencia de estas preguntas, creo, tiene que ver con la actitud del corazón al hacerlas. No eran preguntas de desafío, sino de desesperación, de un alma que busca entender.
Las preguntas de Moisés eran el eco de su búsqueda de las razones por las cuales pasaba por aquello. Y notemos algo crucial: Dios no le responde directamente a cada pregunta existencial. En lugar de eso, Dios le da una ayuda práctica. Esto no significa que nuestras preguntas sobre el "porqué" de las situaciones no tengan respuesta. A veces, la respuesta está en el trato perfeccionador de Dios, que usa las pruebas para moldearnos. Otras veces, está en reconocer nuestros propios pecados o fallas que han contribuido a la situación.
Aun así, existen mejores preguntas que podríamos hacernos en medio del desánimo, preguntas que cambian nuestra perspectiva: "¿Por qué no me pasan cosas peores?" (reconociendo la misericordia divina). "¿Para qué me ocurre esto?" (buscando el propósito y la lección). Estas preguntas nos elevan de la queja a la búsqueda de significado, de la resignación a la transformación.
Pero la oración de Moisés también reveló algo más profundo: la renuncia. En los versículos 14 y 15, suplicó a Dios que lo matara, que le permitiera renunciar a la tarea que le había encomendado. "No puedo yo solo con todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así me has de hacer, te ruego que me des muerte". Es una declaración de total agotamiento, un deseo de escapar de la presión. Y seamos honestos, ¿quién de nosotros no ha tenido pensamientos similares en momentos de profundo desánimo? Es común que, cuando estamos abrumados y oramos desde ese lugar de desesperación, pidamos escapar, sea a través de la muerte o de la renuncia a nuestras responsabilidades. Es el alma gritando que no aguanta más.
Pero la historia no termina con el clamor de Moisés. Dios, en su infinita sabiduría y amor, siempre provee una salida al desánimo. Los versículos 16, 17 y 24 al 30 nos revelan la respuesta divina, una respuesta que se centra en el poder de la comunidad y la fidelidad de Dios.
La primera parte de la salida es el apoyo. Dios le dijo a Moisés que escogiera a 70 ancianos de entre el pueblo, hombres que fueran líderes reconocidos. Y la promesa era asombrosa: Dios pondría sobre ellos parte del Espíritu que ya estaba sobre Moisés. La carga no sería solo suya. El Espíritu de Dios los capacitaría para compartir el peso del liderazgo, para que Moisés no llevara solo la inmensa carga del pueblo.
Y así fue. Los versículos 24 al 30 nos cuentan cómo Jehová cumplió su palabra. El Espíritu descendió sobre los 70 ancianos, y ellos profetizaron, una señal de su nueva capacitación. Incluso Josué, celoso al principio, fue reprendido por Moisés, quien abrazó esta ayuda divina y hasta la promovió. Es una lección vital para nosotros: en nuestros momentos de desánimo, debemos recordar que Dios ya nos ha provisto de otros creyentes, de una comunidad, de hermanos y hermanas en quienes podemos apoyarnos para pedir ayuda y consejo. No debemos rehusar esta ayuda, tal como Moisés la recibió con agrado. La carga compartida, bajo la guía del Espíritu Santo, es una carga aliviada. El aislamiento es el amigo del desánimo; la comunidad, su enemigo.
La segunda parte de la salida es la confianza. En medio de todas las preguntas de Moisés, hay una que Yahvé le devuelve al profeta, una pregunta que lo llama a la reflexión y alienta la fe: "¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová?" (Versículo 23). Esta pregunta no es un regaño; es un desafío a la fe. Es Dios recordándole a Moisés su omnipotencia, su capacidad ilimitada, su fidelidad inmutable. Su mano no se ha acortado; su poder no ha disminuido.
Sería increíblemente útil que, en nuestros propios momentos de prueba, en esos instantes donde el desánimo nos susurra que no hay salida, meditáramos en esta pregunta. Más allá de las preguntas que buscan respuestas, hay verdades eternas que deben ser nuestro ancla. Pensamientos como: "Dios está al control", "al final ocurrirá lo mejor", "el Señor sacará cosas buenas de este suceso", o "Él tiene un plan, incluso en esto", le aseguro, serán de inmensa ayuda. Es la confianza inquebrantable en la soberanía y bondad de Dios lo que disipa las sombras del desánimo. Es saber que, aunque no veamos la salida, Su mano no se ha acortado, y Su amor es más grande que cualquier dificultad.
El desánimo, esa sombra que nos paraliza, no tiene la última palabra. La lección de Moisés en Números 11 es clara y transformadora: para superarlo, necesitamos enfrentar honestamente sus causas (las quejas de la gente, la ausencia de provisión, el peso de la carga); necesitamos orar con transparencia, incluso cuando nuestras preguntas son dolorosas; y, crucialmente, debemos aceptar el apoyo divino a través de nuestra comunidad y reafirmar nuestra confianza inquebrantable en un Dios cuya mano jamás se acorta. Él siempre provee una salida. En cada prueba, en cada suspiro de cansancio, hay una oportunidad, no solo para confiar, sino para ver Su poder manifestarse de maneras que jamás imaginamos. La próxima vez que el desánimo te susurre "no soporto más", recuerda a Moisés, y recuerda a su Dios. ¿Permitirás que Su mano te levante hoy?
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