Tema: Nehemías. Titulo: ¡Que Nadie te Detenga! Así Venció Nehemías la Mentira, Intimidación y Desánimo: Tu Proyecto SÍ Puede Triunfar.Texto: Nehemías 6. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
Introducción:
A. A lo largo del libro nos hemos encontrado con varios obstáculos que enfrento Nehemías al pretender culminar su proyecto. En el capitulo 6 se describe otro y es la lengua.
B. Hoy veremos tres acciones de la lengua que pretendieron ser un obstáculo en el camino de nuestro personaje:
I. MENTIRA (1 - 8)
A. Según este texto Sanbalat y Gesem inventan una mentira con el fin de atraer hacia si a Nehemías y asesinarlo.
B. En nuestro camino al objetivo seguro se presentara gente de este tipo que motivados por la envidia, la negligencia y otras inventaran mentiras con el fin de hacerle daño.
C. ¿Cómo actuar en este caso? el mismo Nehemías nos da la respuesta en el versículo tres: "Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros". En otras palabras no permita que las mentiras, rumores o chismes de otros lo desvíen del objetivo que se ha trazado. Siempre será mas importante la tarea y el objetivo, dele prioridad.
II. INTIMIDACIÓN (10 - 13).
A. Semanas es sobornado por Tobias y Sanbalat para infundir temor en el corazón de Nehemías, a través de una falsa profecía. ellos querían que nuestro personaje mostrara miedo para de esa manera poder desprestigiarlo ante el pueblo. Según vemos en este texto no solo el pretendió hacer esto, se menciona también a Noadías profetisa y otros profetas anónimos.
B. Ahora, gente que pretenderá infundir temor encontraremos en nuestro camino ¿Cómo debemos actuar en estos casos? De nuevo, Nehemías en el versículo 11: "¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién, que fuera como yo, entraría al templo para salvarse la vida? No entraré"
Estas palabras de Nehemías nos invitan a tener determinación en alcanzar el objetivo y en la tarea, además de valentía. No se puede amedrentar a una persona valiente y determinada, a quien tiene tal compromiso que esta dispuesto a exponer su vida con tal de no permitirse fracasar.
C. Pero no solo esto si notamos en el versículo 14, Nehemías nos da otra pista: "Acuérdate, Dios mío, de Tobías y de Sanbalat, conforme a estas cosas que hicieron; también acuérdate de Noadías profetisa, y de los otros profetas que procuraban infundirme miedo".
Nehemías ora a Dios, no lo olvidemos se nos ha mostrado a lo largo del libro que este hombre es un hombre de oración. Es que no se puede intimidar a quien pone su fe en Dios y lo demuestra con su constante oración.
III. DESANIMO (ver 9)
A. Una cosa es intimidar, lo que definiríamos como tratar de infundir temor en otros: otra cosa, es amedrentar o tratar de quitarle energía a los demás. Nehemías y el pueblo los enfrentaron ambos, el versículo dice: "Se debilitarán las manos de ellos en la obra, y no será terminada". Esto lo decían los enemigos de los judíos, querían desanimarlos.
B. Personas que buscaran minar nuestra energía encontraremos en el camino ¿Qué hacer? de Nuevo vemos a Nehemías orando y es que la oración no solo es la fuente de nuestra valentía sino también de nuestra energía para hacer las cosas.
Pero además de eso el pueblo y Nehemías nos muestran otra cosa a practicar cuando otros intenten desanimarnos. La encontramos en el versículo 15: "Fue terminado, pues, el muro, el veinticinco del mes de Elul, en cincuenta y dos días".
La mejor respuesta a quienes desean desanimarnos es seguir trabajando hasta completar la tarea. Al final fueron ellos quieres resultaron humillados.
Conclusión:
Ante mentiras, intimidación y desánimo, la respuesta de Nehemías es clara: prioriza la obra, mantén una valentía inquebrantable, ora sin cesar y trabaja hasta el final. No hay mejor réplica a los detractores que la culminación exitosa de tu propósito, dejando su malicia en evidencia y tu fe en alto.
VERSIÓN LARGA
Uno podría ser perdonado por pensar que la construcción de un muro, de un simple muro de piedra y barro, es una empresa de albañiles, de ingenieros acaso. Pero en la Jerusalén desolada, bajo el sol implacable que no perdona ni al alma ni a la tierra, edificar muros era levantar un espíritu, era cincelar la esperanza en el granito roto de una nación. Nehemías, ese hombre de la copa real devenido en constructor de almas, no era un mero capataz. Era un visionario, un poeta de la argamasa, y su proyecto, más allá de la cal y la piedra, era el pulso latente de un pueblo llamado a la resurrección. Sin embargo, en el intrincado tapiz de su misión, donde cada ladrillo era un acto de fe, los obstáculos surgían no solo de la ruina material, sino de las sombras del espíritu humano. El capítulo sexto, hermanos, descorre el velo sobre el más insidioso de todos los enemigos: la lengua. Esa pequeña víbora que puede envenenar más que cualquier espada.
En nuestro propio peregrinar, en la edificación de nuestros propios muros —sean estos de fe, de propósito, de familia, de comunidad—, encontramos ecos de aquellos días, ecos que resuenan en el aire enrarecido de la envidia y el temor. La lengua, ese instrumento de bendición y de condena, se alza, entonces, como un obstáculo formidable, un nudo en la garganta del alma. Permítanme desentrañar las tres acciones funestas de esa lengua, que no solo buscaron detener la obra de Nehemías, sino que aún hoy, con la misma perversidad, pretenden ahogar la nuestra.
La primera embestida, la más vil y artera, fue la mentira. No la mentira inocente, sino la urdida con la premeditación del asesinato. Sanbalat y Gesem, esos mercaderes de la intriga y el resentimiento, tejen una trama. "¿Ven y reunámonos en alguna de las aldeas en el campo de Ono," invitan, con la miel en los labios y el puñal escondido. Su propósito, velado por la falsa cortesía, era simple: atraer a Nehemías, sacarlo de la protección de los muros que se alzaban, para allí, en la soledad del campo abierto, segarle la vida. Una mentira con sabor a muerte, concebida para no solo detener la obra, sino para decapitarla en su líder.
Uno, con la candidez del espíritu, podría pensar que tales vilezas son reliquias de un pasado oscuro. ¡Ingenuos! En nuestro propio camino hacia cualquier objetivo digno, hacia cualquier obra que el Señor nos pida edificar, la mentira se presenta, camuflada en rumor, en chisme, en insidia susurrada. La envidia, esa carcoma del alma, la negligencia de aquellos que no pueden crear y, por ende, solo saben destruir, y otras bajezas del espíritu humano, se conjuran para inventar narrativas falsas. Historias retorcidas que buscan desacreditar, desviar, o simplemente dañar. Son las flechas invisibles que buscan herir no el cuerpo, sino la reputación, el ánimo, la convicción.
¿Cómo se actúa, entonces, ante el aluvión de calumnias, ante el fango que la lengua arroja sin piedad? Nehemías, con la sencillez de un hombre cuya visión es más clara que el cristal, nos da la respuesta en el versículo 3. Su voz, seca y sin réplica, es un martillo contra la futilidad de la ofensa: "Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros." Es la sabiduría del propósito. No el enfrascarse en la refutación inútil, en el descrédito del calumniador. No la pérdida de tiempo en justificaciones vanas. El hombre con una obra magna en sus manos no tiene tiempo para los juegos de la malicia. La tarea, el objetivo trazado por la mano de Dios, es de una magnitud tal que eclipsa la pequeñez de la mentira. Prioridad. Esa es la palabra. No permitas que las lenguas viperinas, los rumores maliciosos, los chismes que buscan envenenar tu espíritu, te desvíen un ápice del objetivo que te ha sido confiado. La obra es más importante que la diatriba. El destino, más grande que el cotilleo.
La segunda estocada, más sutil pero igualmente letal, fue la intimidación. Los mismos conspiradores, Sanbalat y Tobías, no cejan. Utilizan un peón, Semías, un hombre que se presentaba como profeta, para infundir el veneno del temor en el corazón de Nehemías. Una falsa profecía, un oráculo torcido, un llamado a esconderse en la casa de Dios, en la aparente seguridad del Templo, bajo el pretexto de un peligro inminente. Querían que Nehemías, el líder inquebrantable, mostrara miedo, se acobardara, se escondiera. ¿Por qué? Para desprestigiarlo ante el pueblo, para sembrar la semilla de la duda y la debilidad en el corazón de quienes lo seguían. Y no solo Semías, que se revela como un alma vendida, sino también Noadías, una profetisa, y otros profetas anónimos, todos ellos, mercenarios del miedo, buscando minar la moral y la autoridad.
El mundo, queridos hermanos, está lleno de Semías y Noadías. Gente que, con la excusa de la prudencia, del "yo solo te aviso", o incluso con la máscara de la profecía, busca infundir temor. Buscan paralizar con el fantasma de lo que podría ser, con la sombra del fracaso, con el eco de un peligro magnificado. ¿Cómo hemos de actuar ante esas voces, ante esas nubes de miedo que pretenden oscurecer nuestro sol interior? Nehemías, una vez más, nos regala un faro en medio de la tormenta, una respuesta forjada en la templanza del espíritu: "¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién, que fuera como yo, entraría al templo para salvarse la vida? No entraré" (versículo 11).
Estas palabras no son bravuconada; son la voz de la determinación inquebrantable, la de un hombre cuya visión de la tarea es tan alta que el miedo a la muerte se vuelve insignificante. La valentía no es la ausencia de miedo, sino la decisión de avanzar a pesar de él. ¿Huir? ¿Esconderse? ¿Un hombre como yo, investido de un propósito divino, arriesgaría la misión para salvar la propia piel? La respuesta es un rotundo "no". Quien tiene tal compromiso con la tarea, quien está dispuesto a exponer su vida por el bien mayor, por el objetivo trascendente, ese es invulnerable a la intimidación. Un alma que no teme al fracaso, que lo mira de frente como una posibilidad pero no como un destino, es una fortaleza inexpugnable.
Pero la lección de Nehemías no se detiene en la valentía humana. Hay una pista más profunda, revelada en el versículo 14, un murmullo que se eleva por encima del clamor de los enemigos: "Acuérdate, Dios mío, de Tobías y de Sanbalat, conforme a estas cosas que hicieron; también acuérdate de Noadías profetisa, y de los otros profetas que procuraban infundirme miedo." Nehemías ora. No olvide el lector que este hombre, a lo largo de todo el libro, se nos muestra como un atleta de la oración, un místico con la paleta y el martillo en las manos. La oración no es un mero ritual, un balbuceo de labios; es el anclaje del alma en la roca eterna. No se puede amedrentar a quien ha puesto su fe, no en la fuerza de sus brazos o en la astucia de su mente, sino en la soberanía de Dios. La oración es la armadura invisible, la que envuelve al corazón con la valentía que no es de este mundo, la que convierte el miedo en polvo y las amenazas en ecos vacíos.
Y así llegamos a la tercera sombra, el último asalto de la lengua: el desánimo. Hay una diferencia sutil pero crucial entre la intimidación, que busca infundir temor, y el desánimo, que pretende drenar la energía, minar la voluntad, quitar el impulso. Nehemías y su pueblo enfrentaron ambos. El versículo 9 lo dice con la cruel simplicidad de un epitafio: "Se debilitarán las manos de ellos en la obra, y no será terminada." Esto lo decían los enemigos, con la esperanza de que la profecía se autocumpliera. Querían no solo detenerlos, sino verlos rendirse, desplomarse bajo el peso de su propia desesperación.
En nuestro camino, en nuestra propia construcción, siempre encontraremos a esas voces, a esas personas que, como vampiros energéticos, buscarán minar nuestra fuerza, agotar nuestra resiliencia. ¿Qué hacer ante semejante asedio? De nuevo, Nehemías nos lo muestra con la simplicidad de la fe. Ora. La oración no es solo la fuente de nuestra valentía frente a la intimidación; es también el manantial inagotable de nuestra energía para seguir adelante cuando el cansancio, la duda o la crítica nos acechan. Es la gasolina del alma, el alimento que sostiene la voluntad.
Pero hay algo más. El pueblo y Nehemías nos revelan otra verdad, otra práctica vital cuando el desánimo nos acecha. La encontramos en el glorioso versículo 15: "Fue terminado, pues, el muro, el veinticinco del mes de Elul, en cincuenta y dos días." La mejor respuesta, la más contundente, la que reduce a cenizas la malicia de quienes desean desanimarnos, no son las palabras, no son los lamentos, no son las excusas. Es la perseverancia, el simple acto de seguir trabajando, de colocar ladrillo tras ladrillo, de insistir, de no cejar, hasta que la tarea, la gran obra, esté completada. Al final, quienes sembraron la mentira, la intimidación y el desánimo, fueron ellos quienes resultaron humillados, sus voces acalladas por el eco triunfal del muro terminado, por el silencio elocuente de la obra culminada. Su maldad se estrelló contra la fe y el trabajo.
Así, en el lienzo de Nehemías 6, se pintan las sombras de la existencia y la luz de la respuesta divina. Ante la mentira, la prioridad inquebrantable de la obra y el desprecio digno. Ante la intimidación, la valentía forjada en la determinación y la fe inamovible anclada en la oración. Y ante el desánimo, la persistencia incansable en el trabajo, alimentada por la misma oración, hasta que la obra se alce, testimonio mudo de la fidelidad. No hay mejor réplica a los detractores, a los que anhelan nuestra caída, que la culminación exitosa de nuestro propósito, el ver la torre terminada, dejando su malicia en evidencia, su envidia convertida en polvo, y nuestra fe, oh sí, nuestra fe, en alto, brillante como el sol sobre el Jerusalén reconstruido. ¿Estamos dispuestos a empuñar la pala y la oración, a levantar nuestros muros, a pesar de los graznidos y las sombras, hasta que la gran obra se alce victoriosa?
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