Tema: Levítico. Título: El gran día de la expiación. Texto: Levítico 16. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
Introducción:
A. Una vez al año Dios estipulo el día del perdón o el día de la expiación (yom kippur en hebreo), esta fiesta se celebraba el día séptimo del mes de Tébet (¿3 de octubre?), tal día seria un día donde cesarían las labores y ayunarían (afligir el alma), como su nombre lo indica este era el día donde Dios perdonaba todos los pecados del pueblo: la ceremonia era así:
I. LA PREPARACIÓN DEL SACERDOTE (16:1-4).
A. La advertencia: El texto comienza recordando a Nabad y Abiu quien como recordaremos murieron básicamente por haberse acercado a la presencia de Dios indebidamente, esto mismo puede ocurrirle a cualquier persona. El lugar santísimo era un sitio sagrado, el lugar donde la presencia de Dios se manifestaba, Aarón o cualquier sumo sacerdote solo entraría allí una vez al año, el día de la expiación.
B. Preparación: para el día de la expiación el Sumo sacerdote debería prepararse:
1. Bañarse.
2. Usar vestiduras especiales, no usaría aquel día las mismas suntuosas vestiduras de siempre solo: el manto, al ropa interior, el cinto y el gorro (Humillación y penitencia).
3. Proveer un becerro y un carnero
C. Con Estos animales: (Ver 11 – 14).
1. Aarón ofrecerá el ternero en sacrificio y el carnero, el cual se quemara completamente para purificación de el y de su familia, es decir, los sacerdotes.
2. Después tomaría incienso con brasas tomadas del altar de bronce y entraría al lugar santísimo, la idea era que el humo cubriera el arca, que el no viera la manifestación de Dios (el arca era el trono de Dios en medio de su pueblo y el lugar donde habitaba su presencia) y muriera.
3. Después de hacer esto, tomaría la sangre del ternero que había sacrificado y rociaría el arca con ella.
II. LOS DOS MACHOS CABRÍOS (16:5-10).
A. El pueblo también debía prepararse, ellos debían traer dos chivos y un carnero. El carnero seria hecho ofrenda.
1. Sobre los dos chivos se hará un sorteo: el uno seria para ser sacrificado por el pecado del pueblo y el otro seria para ser soltado al desierto.
B. El proceder con estos dos chivos seria: (15 – 21)
1. De acuerdo a como hubiera resultado el sorteo se tomaría el chivo que quedo para Dios y se sacrificaría por el perdón de los pecados del pueblo, se llevaría la sangre al lugar santísimo para de nuevo rociar el arca y muy probablemente los demás utensilios del santuario con ella, al salir de allí con la sangre del chivo la uniría a la del ternero y rociaría también el altar de los holocaustos para purificarlo.
2. Aarón impondría las manos sobre el otro chivo mientras confesaba los pecados del pueblo, de esta manera el chivo cargaría con ellos y seria llevado al desierto, entregado a Azazel.
Es incierto lo que Azazel quiere decir, se han propuesto varias hipótesis:
a. La palabra quiere decir sencillamente: enviado, arrojado, destruido.
b. Era un lugar, específicamente una roca alta. En tiempo de Cristo el chivo era despeñado.
c. Era Satanás o un demonio.
Sin importar lo que quiera decir, nos indica la eliminación del pecado del pueblo
III. CEREMONIAS DE PURIFICACIÓN (16:23-28).
A. Al terminar Aarón debería entraría al tabernáculo, se quitaría la ropa la cual dejaba dentro del santuario, se bañaría, se vestirá con el atuendo habitual de Sumo sacerdote y quemaría lo que quedaba del ternero y el chivo, así como su grasa.
Lo que al fin quedara del chivo y el ternero debía sacarse fuera del campamento y allí quemarse por completo.
Lo que al fin quedara del chivo y el ternero debía sacarse fuera del campamento y allí quemarse por completo.
B. Quien hubiese llevado el chivo al desierto se bañaría y lavaría su ropa antes de entrar de nuevo en el. Lo mismo quien quemara lo restante del ternero y el chivo, debería bañarse y lavar sus ropas antes de entrar en el campamento.
Conclusiones:
A. Se pueden sacar varias enseñanzas sobre este texto. Por ejemplo, sobre el pecado: el pecado es universal hasta el sumo sacerdote debía ofrecer sacrificio por sus pecados. También podemos hablar de la santidad de Dios que demanda santidad a todos aquellos que desean acercarse a el.
Pero tal vez la mejor enseñanza la hallamos en clave cristológica, el autor de la carta a los Hebreos hace varios paralelos entre este pasaje y Jesucristo. Veamos algunas de ellas:
1. Refiriéndose a ese día El autor de los hebreos nos dice que la ofrenda de Cristo fue presentada “una vez y para siempre!; no como la que tenia que presentar el Sumo sacerdote, una vez al año, todos los años (Heb 7:27; 9: 12).
2. Estos textos también nos dicen que Cristo no debió presentar un sacrificio por el pecado como hacia el sumo sacerdote ya que el era santo. Además, también se nos dice que Cristo no presento la ofrenda de animales sino su propia sangre.
3. También encontramos en Heb 9:24 que el santuario al que Cristo entro para hacer esa ofrenda fue el cielo y no el hecho por hombre.
4. Los sacrificios presentados aquel día no podían quitar los pecados, solo los cubrían (expiar); mas el sacrificio de Cristo nos perfecciona o santifica totalmente y por ello no son necesarias mas ofrendas por los pecados (Heb 10: 4; 14).
5. Al morir Jesús el velo del templo se rasgo (Luc 23: 45), mostrando así que a través de la sangre de Cristo el acceso al lugar santísimo (la presencia de Dios) quedaba abierto para todos (Heb 10: 19 -22). Aun mas el Sumo sacerdote pasaba horas preparándose para entrar a este lugar, nosotros podemos hacerlo en cualquier momento, aunque no, sin preparación.
6. También el NT hace mención vedada de como los chivos y el ternero apuntaba a Cristo. Expresiones como: Cristo fue “hecho pecado” por nosotros (2 Cor. 5:21) y que él “llevó nuestros pecados” (1 Ped. 2:24), muriendo con ellos fuera de Jerusalén, nos hablan del rol que jugaban ambos chivos aquel día.
VERSIÓN LARGA
Una vez al año, Dios estipuló el día del perdón, conocido como el día de la expiación o Yom Kipur en hebreo. Esta celebración, que se realizaba el día séptimo del mes de Tébet, era de gran importancia para los israelitas. En este día, el pueblo cesaba completamente sus labores y se dedicaba a ayunar, una práctica que en el contexto de la fe hebrea se conoce como "afligir el alma". Este día no solo marcaba un tiempo de reflexión y sacrificio, sino que también era el momento en el que Dios perdonaba todos los pecados del pueblo. La ceremonia que tenía lugar en esta ocasión estaba llena de simbolismo y significado, y nos ofrece lecciones valiosas sobre el perdón, la santidad y la obra redentora de Cristo.
El capítulo 16 del libro de Levítico nos brinda una descripción detallada del gran día de la expiación. La narrativa comienza recordando a los israelitas la importancia de la santidad de Dios y lo que implicaba acercarse a Su presencia. En el inicio del capítulo, se hace referencia a la trágica historia de Nadab y Abiú, quienes murieron porque se acercaron a Dios de manera inapropiada. Este recordatorio es fundamental, ya que subraya que el lugar santísimo, donde residía la presencia de Dios, era un espacio sagrado al que el sumo sacerdote podía acceder solo una vez al año. La seriedad de este acceso enfatiza la reverencia que se debía tener hacia Dios y la importancia de acercarse a Él con el debido respeto y preparación.
La preparación del sumo sacerdote para el día de la expiación era meticulosa y minuciosa. En primer lugar, debía purificarse mediante el baño; este acto simbolizaba la necesidad de limpieza antes de entrar a la presencia de Dios. Luego, se le ordenaba vestir vestiduras especiales. En lugar de las suntuosas vestiduras que normalmente usaba, el sumo sacerdote se ponía un manto, ropa interior, un cinto y un gorro. Esta elección de vestimenta no era casual; representaba humillación y penitencia, recordando al sacerdote que debía presentarse ante un Dios santo con un corazón puro y dispuesto.
Además, se requería que el sacerdote proveyera un becerro y un carnero para el sacrificio, lo que indicaba la necesidad de un sacrificio por sus propios pecados antes de interceder por el pueblo. Este principio de la necesidad de purificación personal es fundamental en la relación entre el líder espiritual y su congregación. El sacrificio era un aspecto central del día de la expiación. Aarón debía ofrecer el ternero en sacrificio, y el carnero, que se quemaría completamente para la purificación de él y su familia, es decir, de los sacerdotes. Esto enfatiza que el perdón de los pecados comienza con la purificación del líder espiritual.
Una vez que Aarón había realizado estos sacrificios, tomaba incienso con brasas del altar de bronce y entraba al lugar santísimo. El propósito del incienso era cubrir el arca de la alianza con humo, de modo que el sumo sacerdote no pudiera ver la manifestación de Dios y no muriera. Este acto simbolizaba el reconocimiento de la grandeza y santidad de Dios, así como la necesidad de un mediador entre Dios y el pueblo. La sangre, en el contexto bíblico, representa la vida y el sacrificio, y es un poderoso símbolo de expiación.
Luego, el ritual incluía dos machos cabríos, que desempeñaban un papel crucial en la ceremonia del día de la expiación. El pueblo debía traer dos chivos y un carnero, donde el carnero sería ofrecido como ofrenda. De los dos chivos, se hacía un sorteo, en el cual uno sería sacrificado como ofrenda por el pecado del pueblo, y el otro sería enviado al desierto. Este procedimiento muestra la dualidad del sacrificio: uno representa la muerte y el perdón, mientras que el otro simboliza la eliminación del pecado.
El proceder con estos dos chivos es fundamental para entender el simbolismo del día de la expiación. El chivo que quedaba para Dios era sacrificado, y su sangre se llevaba al lugar santísimo, donde se rociaba sobre el arca para la expiación de los pecados del pueblo. Este acto de rociar la sangre sobre el arca era un reconocimiento de la culpa del pueblo y la necesidad de un sacrificio para restaurar la relación con Dios.
Por otro lado, el otro chivo, conocido como el chivo expiatorio, era llevado al desierto. Aarón imponía sus manos sobre este chivo mientras confesaba los pecados del pueblo, transfiriendo simbólicamente la culpa del pueblo sobre el animal. Este chivo, al ser enviado al desierto, representaba la eliminación de los pecados de Israel, simbolizando que Dios no solo perdonaba, sino que también removía la culpa del pueblo. La palabra "Azazel", que se traduce como el lugar o el ser al que se envía el chivo, ha sido objeto de diversas interpretaciones. Algunos creen que significa "enviado" o "destruido", mientras que otros sugieren que se refiere a un lugar específico o incluso a una entidad demoníaca. Sin embargo, independientemente de su significado exacto, el concepto central es la eliminación del pecado y la carga que pesa sobre el pueblo.
Las ceremonias de purificación que se llevaban a cabo al final del día de la expiación eran igualmente significativas. Tras completar los rituales, el sumo sacerdote debía entrar al tabernáculo, quitarse las ropas que había usado durante el sacrificio y bañarse antes de vestirse nuevamente con su atuendo habitual. Este acto de cambio de vestimenta simbolizaba la transición de un estado de sacrificio a uno de servicio. Además, todo lo que quedara del ternero y el chivo debía quemarse fuera del campamento, lo que representaba la completa eliminación del pecado y la impureza.
Las instrucciones para aquellos que habían participado en la ceremonia también eran claras. Quienes habían llevado el chivo al desierto debían bañarse y lavar su ropa antes de entrar nuevamente en el campamento. Esta regulación enfatizaba la seriedad de las ceremonias y la necesidad de mantenerse puros al entrar en la presencia de Dios. La pureza física y espiritual era esencial para mantener la santidad del pueblo y su relación con Dios.
A través de este ritual, se pueden extraer múltiples enseñanzas. En primer lugar, es evidente que el pecado es un problema universal, y esto se refleja en el hecho de que incluso el sumo sacerdote debía ofrecer sacrificios por sus propios pecados. Esto nos recuerda que todos, sin excepción, necesitamos la gracia y el perdón de Dios. La santidad de Dios es otra lección crucial; Él demanda santidad de aquellos que se acercan a Él. La preparación meticulosa del sumo sacerdote para entrar en Su presencia subraya la importancia de acercarse a Dios con reverencia y respeto.
Sin embargo, tal vez la enseñanza más profunda se encuentra en el sentido cristológico de este ritual. El autor de la carta a los Hebreos establece varios paralelismos entre el día de la expiación y la obra redentora de Cristo. En Hebreos 7:27, se menciona que la ofrenda de Cristo fue presentada "una vez y para siempre", a diferencia de los sacrificios que el sumo sacerdote debía ofrecer anualmente. Este aspecto resalta la eficacia y suficiencia del sacrificio de Cristo en comparación con los sacrificios temporales del Antiguo Testamento.
Además, el autor de Hebreos señala que Cristo no necesitaba presentar un sacrificio por Sus propios pecados, ya que Él era sin pecado. En cambio, ofreció Su propia sangre como un sacrificio perfecto. Hebreos 9:24 nos recuerda que el santuario al que Cristo entró para hacer esta ofrenda fue el cielo, no un lugar hecho por manos humanas. Esto establece una conexión espiritual significativa entre el sacrificio de Cristo y la obra que se realizaba en el templo.
Los sacrificios presentados en el día de la expiación solo podían cubrir los pecados, pero no podían eliminar la culpa. En contraste, el sacrificio de Cristo nos perfecciona y santifica completamente, lo que significa que no son necesarias más ofrendas por los pecados. Esta verdad es fundamental para entender la obra redentora de Jesús y su impacto en nuestras vidas.
La muerte de Jesús también tuvo una implicación simbólica poderosa: cuando Él murió, el velo del templo se rasgó (Lucas 23:45), lo que indica que el acceso al lugar santísimo, donde se encontraba la presencia de Dios, estaba ahora abierto para todos. Hebreos 10:19-22 nos invita a acercarnos a Dios con confianza, sabiendo que la sangre de Cristo nos ha dado acceso a Su presencia. A diferencia de los sumos sacerdotes que pasaban horas preparándose para entrar en el lugar santísimo, nosotros podemos entrar libremente en cualquier momento, aunque debemos hacerlo con el corazón dispuesto y en preparación.
El Nuevo Testamento también hace referencia a cómo los chivos y el ternero del día de la expiación apuntaban a Cristo. La expresión de que Cristo fue "hecho pecado" por nosotros (2 Corintios 5:21) y que "llevó nuestros pecados" (1 Pedro 2:24) refuerza el papel que desempeñaron ambos chivos en el ritual del día de la expiación. Al morir fuera de Jerusalén, Jesús cumplió el simbolismo del chivo expiatorio, llevando nuestros pecados y ofreciéndonos la redención.
El día de la expiación no solo se trata de la eliminación de los pecados, sino también de la restauración de la relación con Dios. Este acto de reconciliación es fundamental en la teología cristiana, pues la obra de Cristo en la cruz ofrece a la humanidad la oportunidad de ser restaurada. En este sentido, el día de la expiación se convierte en un poderoso símbolo de la redención que se encuentra en Jesús.
En nuestra vida diaria, el entendimiento de este día y su significado nos invita a reflexionar sobre nuestras propias vidas. La preparación que el sumo sacerdote debía llevar a cabo nos llama a considerar cómo nos acercamos a Dios. ¿Estamos preparados para entrar en Su presencia? ¿Reconocemos la gravedad de nuestro pecado y nuestra necesidad de Su perdón? La importancia de la confesión de pecados es evidente en el ritual del día de la expiación. Al igual que el sumo sacerdote imponía sus manos sobre el chivo expiatorio, nosotros también debemos llevar nuestras faltas a Dios, confiando en que Su gracia es suficiente para perdonarnos.
Además, la idea de la eliminación del pecado a través del chivo expiatorio nos recuerda que, aunque nuestro pecado es grave, la misericordia de Dios es aún mayor. Al mirar hacia Cristo, podemos experimentar la libertad que viene de saber que nuestros pecados han sido llevados lejos de nosotros. La imagen del chivo enviado al desierto simboliza la remoción de nuestra culpa y la restauración de nuestra relación con Dios.
El día de la expiación también nos enseña sobre la comunidad de creyentes. El sacrificio y la expiación no eran solo para el sumo sacerdote, sino que involucraban a toda la comunidad. El perdón era un acto colectivo y, como miembros del cuerpo de Cristo, estamos llamados a vivir en unidad y reconciliación. La obra de Cristo nos invita a extender el perdón a otros, así como hemos sido perdonados.
En conclusión, el gran día de la expiación descrito en Levítico 16 no solo es un evento histórico en la vida de Israel, sino que también es un poderoso símbolo de la obra redentora de Cristo. A través de este ritual, Dios mostró la seriedad del pecado y la necesidad de un sacrificio para la reconciliación. A medida que reflexionamos sobre el significado de este día y su cumplimiento en Cristo, somos llevados a una comprensión más profunda de la gracia y el perdón que tenemos en Él.
El sacrificio de Cristo no solo cubre nuestros pecados, sino que los elimina, dándonos acceso a la presencia de Dios y transformando nuestras vidas. Este es el mensaje esperanzador que el día de la expiación nos ofrece, un recordatorio de que, a través de la fe en Cristo, podemos experimentar la verdadera libertad y reconciliación con nuestro Creador.
Adicionalmente, el significado del día de la expiación se extiende más allá de la ceremonia misma. Nos invita a vivir en una realidad de perdón y gracia. A medida que nos acercamos a Dios, somos llamados a reflejar Su carácter en nuestras relaciones con los demás. La obra de expiación de Cristo nos da la capacidad de perdonar a aquellos que nos han ofendido, liberándonos de la carga del rencor y la amargura.
En el contexto de la comunidad, el día de la expiación nos recuerda que la reconciliación no es solo una experiencia individual, sino que se extiende a la comunidad de creyentes. La unidad en la iglesia es fundamental, y el perdón debe fluir no solo entre nosotros y Dios, sino también entre nosotros como hermanos y hermanas en Cristo. Este llamado a la unidad y al perdón es esencial para vivir de acuerdo con el propósito de Dios en nuestras vidas.
Al final del día, el gran día de la expiación nos enseña sobre la naturaleza de Dios: Su amor, Su justicia, y Su deseo de reconciliación. Él no desea que nadie se pierda, sino que todos vengan al arrepentimiento. Esta es la esencia del evangelio; es la invitación a todos para que se acerquen a Él, sin importar cuán lejos hayan estado.
Por lo tanto, mientras reflexionamos sobre la grandeza del día de la expiación y su cumplimiento en Cristo, recordemos que el acceso a la presencia de Dios está disponible para todos. No necesitamos ser sumos sacerdotes o pasar por rituales complicados; simplemente necesitamos venir a Él con un corazón sincero, reconociendo nuestra necesidad de Su gracia. La obra de Cristo en la cruz no solo cumplió con el ritual del día de la expiación, sino que también abrió la puerta a una relación personal y continua con el Creador del universo.
La invitación está abierta, y el sacrificio ha sido hecho. Dios está listo para recibirnos, perdonarnos y restaurarnos. Al acercarnos a Él, recordemos que la gracia que hemos recibido debe ser compartida, y el perdón que hemos experimentado debe ser extendido a quienes nos rodean. En este contexto, el gran día de la expiación no es solo un evento del pasado, sino una realidad viva en nuestras vidas hoy.
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