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✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️EXPLICACIÓN 1 REYES 19: 19 - 21 - ✝️EL LLAMADO DEL PROFETA ELÍSEO✝️

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BOSQUEJO

Tema: El ministerio. Título: El llamado del profeta Elíseo. Texto: 1 Reyes 19: 19 – 21. Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz 


Introducción:

 A.  Lema. En este estudio sobre el ministerio nos estamos enfocando en el llamado y lo que este implica en nuestra vida practica. hace ocho días estuvimos meditando sobre el llamado de Jeremías y hoy hablaremos de otro gran profeta de Dios este es Elíseo. 


En el pasaje que hemos leído se nos relata su inicio en la actividad profética. Por una orden directa de Dios (19: 16) Elías se dirige a Abel-mehola a invitar a Elíseo a ser su remplazo, al llegar allí Elías extiende su capa sobre el mostrándole así que le llamaba a seguirle y ser por ende su sucesor.




B. De este pasaje aprenderemos que cuando aceptamos el llamado de Dios:

I. ACEPTAMOS  UN NUEVO COMIENZO (ver 21a).


A. Al final de su vocación Elíseo toma un par de bueyes, los mata y con el arado hace la leña para cocerlos. Tenemos aquí el acto que demarca una nueva vida para Elíseo ¿Por qué?:

1. Elíseo era un campesino que trabajaba la tierra. El estaba trabajando con los bueyes cuando Elías le hace el llamado.

2. Algunos dicen que los bueyes con los que araban eran propiedad de su familia ya que el no iba a matar Bueyes y quemar arados que no eran de él. 

De ser así, como muy posiblemente es, Elíseo pertenecía a una familia adinerada pues no cualquier persona en aquel entonces poseía tal cantidad de bueyes

3. Eliseo era un hombre que tenia familia y lo sabemos por que el pidió ir a despedirse de ella (Ver 20).

El hecho de que el queme su instrumento de trabajo es dramático pues esta quemando lo que ha sido su vida hasta ahora, ya no ara mas, ya no trabaja mas, si es rico se hace pobre por hacerse el PROFETA DE DIOS. El rompe con todo su pasado para aceptar su nueva misión.

B. Lo mismo sucede con una persona que acepta el llamado de Dios a servirle. El servicio es como una nueva vida para esta persona, ya que una cosa es  ser un simple espectador y otra muy distinta ser un ministro de Jesús. Al igual que Elíseo servir implica de nuestra parte renuncia y sacrificio y esto hace que la vida cambie solo pregúntate ¿Qué tendrás que dejar por servir a Cristo? ¿Cómo tendrás que acomodar tu tiempo? ¿Qué cosas deben cambiar de prioridad?


II  ACEPTAMOS UN SERVICIO (Ver 21b).


A. Tenemos en el pasaje un detalle que puede pasar desapercibido pero que es muy revelador y es el detalle sobre la comida: ¿con quien compartió lo cocido? Con EL PUEBLO contradictoriamente no lo comparte con su familia. Este detalle es revelador por que nos muestra que la entrega es doble cuando de servir al Señor se trata, por un lado nos entregamos al Señor pero por otro lado nos entregamos al Pueblo. En otras palabras, servimos al Señor pero por extensión servimos también al pueblo.

B. Cuando aceptamos el llamado del Señor a servirle tenemos claro que este llamado es a servir: a personas a niños y a  niñas, a jóvenes y jovencitas, a mujeres y hombres, ancianos y ancianas. Para hacerlo hay que tener:

1. Paciencia: (2 Tim 4:2) el ministerio se trata de redargüir (Convencer, mostrar la falta, poner en manifiesto), reprender (ordenar, mandar, exigir severamente), exhortar (Rogar, alentar, infundir ánimo, pedir, suplicar, consolar, confortar) esto debe hacerse con TODA PACIENCIA (Perseverancia).

Tratamos con personas no con Robots, no con un número.



III   ACEPTAMOS UN GUÍA (Ver 21c).


A. Una vez da de comer al pueblo Elíseo se va en pos de Elías y lo servía. Es decir, era su ayudante. Cuando aceptamos el llamado a servir con el aceptamos el hecho de ser guiados y por ello Dios pone a Elías para que el fuera el maestro de Elíseo.

Otros ejemplos: Josué tuvo a Moisés; Jesús a sus 12; Pablo a Timoteo

B. Al igual nosotros cuando aceptamos el llamado a servir, aceptamos en el mismo que Dios nos de un guía, un tutor espiritual que nos enseñe en el NT se nos dice nuestros deberes con dicha persona:

1. Imitar su fe (Heb 13:7) obviamente lo bueno no lo malo
2. Obedecerlo y sujetarse (Heb 13: 17)
3. Estimarlo, amarlo (1 Tes 5:12)


Conclusiones:

Aceptar el llamado de Dios, como Eliseo, es abrazar una nueva vida de ruptura con el pasado y sacrificio. Es un servicio incondicional al Señor y a Su pueblo, que demanda paciencia y amor. Implica someterse a la guía de un mentor espiritual. ¿Estás listo para esta entrega total? El costo es alto, pero la recompensa eterna.

VERSIÓN LARGA

Te ha pasado que, en la quietud de una mañana cualquiera, o en el bullicio de tu rutina diaria, sientes un susurro. No es un sonido audible con los oídos, sino una resonancia profunda en el alma, una inquietud santa que te empuja más allá de lo conocido. Es el eco de un llamado, una invitación a trascender la comodidad, a despojarte de lo que creías ser para abrazar una identidad y un propósito forjados en lo divino. Este estudio sobre el ministerio, inspirado en la profunda sabiduría de la Palabra de Dios y en la vida de un gigante de la fe, se nos invita a sumergirnos en lo que este llamado implica en nuestra vida práctica, en el pulso de cada decisión, en la respiración de cada día.

Hace poco, nuestras almas se detuvieron a meditar en el llamado de Jeremías, aquel profeta que sintió la voz de Dios resonar en su juventud y que, a pesar de su temor inicial, se rindió a un destino que le forjaría como una torre inquebrantable en tiempos de angustia. Hoy, sin embargo, nuestra mirada se posa en otro coloso de la fe, en la figura conmovedora de Eliseo, un hombre cuya vida se transformó radicalmente por un toque divino, un toque que lo catapultó de la tierra arada a los senderos celestiales.

En el sagrado lienzo de 1 Reyes 19:19-21, se nos relata con una sencillez abrumadora el inicio de su viaje profético. Elías, cansado, desanimado, pero con el mandato fresco del Creador (1 Reyes 19:16), se dirige a Abel-mehola. Imagina la escena: el profeta Elías, con su manto áspero y su mirada profunda, encuentra a Eliseo no en un templo o en una escuela de profetas, sino en medio del trabajo cotidiano, arando la tierra con doce yuntas de bueyes. Es en ese instante mundano donde lo extraordinario irrumpe. Elías no pronuncia un discurso elocuente, no ofrece una explicación detallada; simplemente extiende su capa sobre Eliseo, un gesto silencioso, cargado de un peso simbólico inmenso. Es la transmisión de un manto, una invitación a seguir, a heredar no solo una autoridad, sino un propósito, una unción. Es un llamado a ser su sucesor, a caminar en sus pasos, a llevar la antorcha de la profecía. Y de este pasaje que respira una verdad eterna, aprendemos algo fundamental y transformador: que cuando aceptamos el llamado de Dios, nuestra vida se reescribe.


Piensa en la imagen: Elías lanza su manto sobre Eliseo. Un gesto simple. Pero el alma de Eliseo, sensible al eco divino, lo reconoce. Es el detonante de una decisión que quemará puentes y construirá destinos. Y aquí es donde su historia nos desvela la primera verdad profunda: aceptamos un nuevo comienzo.

Eliseo, al final de este encuentro que lo cambió todo, realiza un acto tan dramático como simbólico (1 Reyes 19:21a). Toma un par de bueyes, de las doce yuntas que lo acompañaban en su labor, los mata. Y con el arado, el mismo instrumento que había definido su existencia hasta ese momento, hace la leña para cocerlos. ¿Por qué esta acción tan radical? Este no es un simple cambio de profesión; es el acto de un hombre que quema sus naves, que cierra definitivamente la puerta de su pasado para abrirse de par en par a lo que Dios le está ofreciendo.

Consideremos un momento la vida de Eliseo antes de este llamado. Era un campesino, un hombre de la tierra, sus manos endurecidas por el trabajo con los bueyes, su mirada familiarizada con los ciclos de la siembra y la cosecha. Él estaba allí, en su elemento, inmerso en la labor que le definía. Y aquí viene un detalle revelador: la cantidad de bueyes. Doce yuntas. No cualquiera poseía tal cantidad de ganado en aquel entonces. Esto sugiere, con una fuerza casi ineludible, que Eliseo pertenecía a una familia adinerada, con tierras, recursos, y una vida de relativa comodidad y seguridad económica. Él no iba a sacrificar y quemar herramientas que no fueran suyas, que no representaran una renuncia personal y profunda.

Además, el pasaje nos revela que Eliseo era un hombre con profundos lazos familiares. Pidió permiso para ir a despedirse de su padre y de su madre (1 Reyes 19:20), un gesto humano y comprensible que subraya la magnitud de lo que estaba dejando atrás. El llamado no era solo a un cambio de vocación, sino a una ruptura con su entorno familiar y social.

El acto de quemar su instrumento de trabajo, su arado, es un símbolo desgarrador de renuncia total. Él está quemando lo que ha sido su vida hasta ahora, despojándose de su identidad de agricultor. Ya no arará más, ya no trabajará la tierra con las mismas herramientas. Si era un hombre rico, se hace pobre por la causa de Dios, por el llamado a ser profeta de Dios. Rompe con todo su pasado, con su seguridad, con sus posesiones, para abrazar con valentía su nueva misión. No hay vuelta atrás. Las cenizas del arado son la prueba palpable de una entrega incondicional.

Y esto, amado lector, no es una historia lejana, confinada a los anales de la antigüedad. Lo mismo, en esencia, sucede con cada persona que, con un corazón dispuesto, acepta el llamado de Dios a servirle. El servicio no es una adición a nuestra vida; es como una nueva vida para esta persona. Hay una diferencia abismal entre ser un simple espectador de la obra de Dios, observando desde la distancia, y ser un ministro de Jesús, un actor activo en Su reino. Al igual que Eliseo, servir a Cristo implica de nuestra parte una profunda renuncia y sacrificio. Y esto, inevitablemente, hace que la vida cambie, que nuestras prioridades se reordenen, que nuestros viejos moldes se rompan para dar paso a una nueva forma de ser y de vivir.

Pregúntate con honestidad, en la quietud de tu alma: ¿Qué tendrás que dejar por servir a Cristo? ¿Cómo tendrás que acomodar tu tiempo, ese recurso tan preciado y limitado? ¿Qué cosas deben cambiar de prioridad en tu agenda, en tus aspiraciones, en tus afectos, para que el servicio a Dios ocupe el lugar central? Este nuevo comienzo es radical, es transformador, y nos invita a un despojo que, paradójicamente, nos llena de una plenitud que el mundo no puede ofrecer. Es la libertad que viene de la entrega.


Eliseo, habiendo quemado los puentes de su pasado, no se detiene. Su acto de renuncia es seguido por una acción que revela la segunda verdad sobre el llamado de Dios: aceptamos un servicio.

Hay un detalle en el pasaje que, aunque pueda pasar desapercibido a primera vista, es inmensamente revelador, cargado de significado. Eliseo, después de sacrificar los bueyes, no comparte lo cocido con su familia, con aquellos a quienes acababa de despedir. No. Lo comparte con el pueblo. Este gesto es un contraste que subraya la naturaleza del llamado. Nos muestra que la entrega es doble cuando se trata de servir al Señor. Por un lado, nos entregamos al Señor mismo, a Su voluntad, a Su propósito. Pero por otro lado, por extensión y por Su mandato, nos entregamos también al Pueblo, a la humanidad necesitada que Él ama con pasión inagotable. En otras palabras, servimos al Señor, pero por implicación divina, servimos también a Sus hijos, a la vasta congregación de almas que Él anhela alcanzar y restaurar.

Cuando aceptamos el llamado del Señor a servirle, debemos tener claridad meridiana sobre la naturaleza de este servicio: es un llamado a servir a personas. A niños y niñas, a jóvenes y jovencitas que buscan un camino, a mujeres y hombres que cargan el peso de la vida, a ancianos y ancianas que anhelan compañía y consuelo. No tratamos con cifras frías en un informe, con estadísticas impersonales, ni con autómatas sin alma. Tratamos con seres humanos complejos, con corazones heridos, con espíritus anhelantes, con mentes llenas de dudas y esperanzas.

Para poder servir con el corazón y la eficacia que este llamado demanda, hay una cualidad esencial que debe cultivarse, como un jardín en el alma: la paciencia. El apóstol Pablo, en 2 Timoteo 4:2, al instruir a Timoteo sobre su ministerio, enfatiza la necesidad de predicar la palabra a tiempo y fuera de tiempo, con toda paciencia. El ministerio se trata de redargüir, que es convencer, mostrar la falta con amor, poner de manifiesto la verdad con mansedumbre. Se trata de reprender, que no es solo ordenar o exigir severamente, sino corregir con firmeza, guiando hacia el arrepentimiento y la enmienda. Y se trata de exhortar, que es rogar, alentar, infundir ánimo en el que desmaya, pedir, suplicar, consolar, confortar al afligido. Todo esto, nos dice Pablo, debe hacerse con toda paciencia (perseverancia).

La paciencia es el bálsamo que calma las frustraciones, la fuerza que permite persistir ante la ingratitud, la sabiduría que entiende que el cambio en los corazones no es instantáneo, sino un proceso divino. Tratamos con personas, no con robots que responden a comandos, no con un número en una lista. Cada vida es un universo, con sus propias batallas, sus propias alegrías, sus propias complejidades. Y el servicio, por ende, es un acto de amor que se derrama con paciencia, un reflejo del amor inagotable de Dios por cada uno de Sus hijos. Es un trabajo del alma, que se cultiva día a día, con la certeza de que Dios es el que obra los milagros.


Una vez que Eliseo ha roto con su pasado y ha ofrecido su vida en servicio al pueblo, el relato nos muestra la tercera verdad fundamental de este llamado: aceptamos un guía.

Después de dar de comer al pueblo, un acto que sella su renuncia al yo y su entrega a la comunidad, Eliseo no se lanza solo a la aventura profética. No asume que, por el simple hecho de haber sido llamado, ya lo sabe todo. Al contrario, el pasaje nos dice que Eliseo se va en pos de Elías y lo servía (1 Reyes 19:21c). Era su ayudante, su discípulo, su aprendiz. Cuando aceptamos el llamado a servir, con él aceptamos la profunda necesidad y el gran privilegio de ser guiados. Dios, en Su infinita sabiduría, nos provee de mentores, de tutores espirituales, de maestros que nos enseñen el camino, que nos moldeen, que nos corrijan, que nos animen en la senda del ministerio. Dios puso a Elías como el maestro y tutor de Eliseo, un hombre de fuego que lo prepararía para una unción doble.

Este patrón de guía y discipulado es una constante en la Biblia, un principio divino para el crecimiento y la madurez espiritual. Josué, el gran líder que introdujo a Israel en la Tierra Prometida, tuvo a Moisés, un gigante de la fe, como su mentor. Jesús mismo, el Hijo de Dios encarnado, invirtió Su tiempo y Su vida en Sus doce discípulos, preparándolos intensivamente para la misión que les aguardaba. Y el apóstol Pablo, el gran misionero, dedicó tiempo y esfuerzo a Timoteo, instruyéndolo, exhortándolo, forjándolo como un obrero aprobado.

Al igual que ellos, cuando nosotros aceptamos el llamado a servir a Dios, aceptamos también, implícitamente, que Él nos proveerá de un guía, un tutor espiritual que nos enseñará y nos modelará. El Nuevo Testamento es claro en nuestros deberes para con estas personas que Dios pone en nuestro camino:

  1. Debemos imitar su fe (Hebreos 13:7): No se trata de copiar ciegamente cada acción, sino de observar y emular aquellas virtudes y principios de fe que demuestran en sus vidas y que están alineados con la Palabra de Dios. Es discernir lo bueno y desechar lo que no edifica.

  2. Debemos obedecerlos y sujetarnos (Hebreos 13:17): Esta obediencia no es a la personalidad del líder, sino a la autoridad que Dios ha delegado en ellos para nuestra edificación y disciplina. Es un reconocimiento de su rol pastoral y un acto de humildad que fomenta la unidad y el orden en el cuerpo de Cristo. Es difícil, a veces duele, pero es necesario para crecer.

  3. Debemos estimarlos y amarlos (1 Tesalonicenses 5:12): Honrar a quienes trabajan diligentemente entre nosotros, a quienes nos guían con su vida y su palabra, es un mandato divino. Es reconocer el valor de su ministerio y el sacrificio que a menudo implica, amándolos con un amor sincero que va más allá del simple respeto.

Aceptar un guía es un acto de humildad, una renuncia a la autosuficiencia, y un reconocimiento de que el camino del ministerio es demasiado vasto y complejo para transitarlo solos. Es confiar en la sabiduría de Dios, que nos provee de hermanos mayores en la fe que nos acompañan, nos corrigen con amor y nos impulsan hacia la madurez en Cristo. Es un lazo sagrado que nutre el alma y afianza el propósito.


El eco de la historia de Eliseo resuena con una fuerza inquebrantable en nuestros corazones. Aceptar el llamado de Dios, como lo hizo aquel profeta de la tierra, es mucho más que un cambio de actividad; es abrazar una nueva vida de ruptura radical con el pasado y de sacrificio consciente. Es quemar los arados, decir adiós a las viejas seguridades y adentrarse en lo desconocido, confiando solo en la voz que nos llama.

Este llamado es, en su esencia más pura, un servicio incondicional. Un servicio que no solo se entrega al Señor de todo corazón, sino que se extiende, por amor a Él, a Su pueblo, a la humanidad que Él anhela redimir. Un servicio que demanda de nosotros una paciencia inquebrantable y un amor inagotable, porque lidiamos con almas, no con objetos. Es un servicio que se forja en la paciencia que corrige, reprende y exhorta, siempre con un espíritu de humildad y perseverancia.

Y, finalmente, este llamado implica una rendición a la guía divina, una aceptación humilde de los mentores que Dios pone en nuestro camino para formarnos, para enseñarnos, para pulirnos. Es imitar su fe, obedecer su instrucción y amarlos con un corazón agradecido.

La pregunta resuena en lo más profundo de tu ser, en ese lugar donde el espíritu dialoga con la verdad: ¿Estás listo para esta entrega total? El costo, te lo aseguro, es alto; implica renuncias, sacrificios, incomodidades. Implica dejar ir lo que te definía, para ser redefinido por el Creador. Pero la recompensa, oh, la recompensa, es eterna. Es una vida de propósito, de significado, de conexión profunda con lo divino, y de un gozo que ninguna posesión terrenal puede equiparar. Es la paz que sobrepasa todo entendimiento, el fruto de una vida rendida. ¿Respondes al eco de Su llamado?


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