Título: La reina Ester. Texto: Ester 4. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.
Introducción:
A. Nuestra historia avanza y hoy continuaremos conociendo a la protagonista del libro, hoy descubriremos tres cualidades de la ahora reina Ester:
I. ESTER ES EMPATICA (ver 4:4)
A. Cuando Esther se entera del
decreto no permanece impávida, ella muestra empatía no solo por la situación
del pueblo en general, sino también por la situación de Mardoqueo pero este es
un tipo de empatía muy especial ya que se movió a la acción, ella le envió
vestidos para que no anduviera con vestiduras rasgadas, cilicio y ceniza.
B. La empatía es un rasgo característico
de aquellos que conocen a Dios, existe un texto en el N.T. que nos habla de
esta, es Mateo 7: 12. Precisamente la empatía es la capacidad de ponerme en el
lugar del otro, sentir lo que siente y moverme en consecuencia a la acción para
suplir dicha necesidad. Otros textos bíblicos que nos hablan de esto son
(Marcos 8:2; 1 Pedro 3:8; Hebreos 13:3)
Los seres humanos somos empáticos
por naturaleza. Sin embargo, cosas como el egoísmo y el temor no nos permiten
exteriorizarla.
II. ESTER ES CREYENTE (ver 16a)
A. En el trascurso de la
historia Mardoqueo por medio de Hatac le pide a Ester que se presente ante
Asuero para que intercediera con ellos. Esto conllevaba en sí mismo un problema
según explica la misma Ester y es que si alguien se presentaba ante el rey sin
que este le llamase corría el riesgo de morir, aunque fuera ella.
La estrategia que plantea Ester
ante tal situación es solo una: una cadena de ayuno en la cual participarían
los judíos de Susa, las doncellas que le acompañaban y ella misma. Nuestra
protagonista sabia del poder que hay en el ayuno para mover la mano de Dios a
nuestro favor.
B. El texto no lo dice pero
seguramente este ayuno fue acompañado de oración, hoy quiero recordar con
ustedes algunas promesas bíblicas con respecto a este tema. Por ejemplo,
Filipenses 4: 6 - 7 (la oración nos da paz), Marcos 11:24 (la oración de fe
puede lograr grandes milagros), Santiago 5:16 (El poder de la oración del
justo), Mateo 7: 9 - 11 (Promesa sobre la oración).
III. ESTER ES ARRIESGADA (ver 16b)
A. Ester dice que después de
ayunar y orar se presentara ante el rey sea que viva o muera, Ester sabe que
Dios no está obligado a responder nuestras oraciones, que orar con fe implica sujetarse
a la voluntad de Dios, que aunque hubiere orado pudiera también morir. Aun así
Ester sabe que debe tomar riesgos y salir de su zona de comodidad si desea
lograr la salvación de los judíos.
B. Este es un principio para la
vida muy importante para lograr cosas es necesario tomar riesgos, es necesario
salir de la zona de comodidad, arriesgarse a perder, de otra manera no veremos
resultados diferentes, debemos cambiar la receta si queremos sabores distintos.
Piense en Pedro cuando salió de la barca a la llamada del Señor él fue el único
que se atrevió.
Conclusiones:
La reina Ester destaca por su empatía, fe en el ayuno y valentía al arriesgar su vida por su pueblo, mostrando su compromiso con Dios.
VERSIÓN LARGA
Cualidades de Ester
Ester 4
En el inmenso fresco de la historia bíblica, donde los reyes se suceden y los imperios se levantan y caen con la celeridad del destino, la figura de Ester se alza no como una monarca nacida para el esplendor, sino como un enigma tejido en sedas persas y marcado por el sello del exilio. Ella es la mujer que lo tenía todo—el lujo cegador de Susa, la seguridad irreal de un harén, la corona que aislaba su cabeza del sufrimiento del mundo—y que, sin embargo, enfrentó la terrible verdad de que la máxima seguridad humana es, a menudo, la forma más sutil de la prisión. La vida del rey Uzías, que reflexionamos antes, fue la tragedia del éxito que engendra orgullo. La vida de Ester es la parábola opuesta: la gracia que se le da para ser probada, la seguridad que debe ser sacrificada, y la belleza que se convierte en la herramienta para una profunda e ineludible obligación moral.
Nuestra historia avanza desde el silencio confortable de su palacio hasta el estruendo existencial de un decreto de muerte. Y al examinar las Crónicas de Ester, descubrimos no solo un acto de heroísmo, sino la cristalización de tres cualidades fundamentales sin las cuales ninguna fe puede trascender la mera supervivencia: la empatía que rompe el aislamiento, la creencia que ancla el alma en lo invisible, y el riesgo que define el verdadero propósito.
La primera cualidad que emerge de la crisálida real de Ester es la empatía, esa capacidad misteriosa y profundamente humana de sentir el peso del sufrimiento ajeno como si fuera propio. El palacio de Asuero, con sus jardines meticulosos y sus cámaras llenas de perfumes exóticos, era un oasis de olvido. Era un lugar diseñado para la amnesia, para que el sonido de la miseria del mundo exterior no pudiera penetrar los gruesos muros de la opulencia. Sin embargo, cuando el decreto de Amán se hace público, cuando el aire de Susa se contamina con la noticia del exterminio inminente de su pueblo, algo más poderoso que la costumbre y el lujo se despierta en Ester. La Biblia nos dice que, al enterarse del luto de Mardoqueo—quien no solo estaba de duelo por la amenaza, sino que vestía de cilicio y ceniza, una protesta visible, ruidosa y doliente frente a la misma puerta del rey—, Ester no permanece impávida. Su primera reacción no es la de una reina, sino la de una pariente, una hija, una hermana.
La empatía, en este contexto, no es un mero sentimiento de lástima o una fugaz punzada de tristeza. Es un rasgo que la mueve inmediatamente a la acción. Ella le envía vestidos a Mardoqueo. Este gesto, aparentemente pequeño, encierra una profunda verdad. El luto de Mardoqueo era una declaración política y espiritual, un rechazo a la hipocresía de las normas del imperio. Al ofrecerle ropas limpias, Ester buscaba, inicialmente, silenciar el luto para que Mardoqueo pudiera entrar en el palacio, en la zona de seguridad, y así ella pudiera comprender el alcance del peligro sin exponerse. Pero en ese primer movimiento, ella ya había cruzado la línea moral: se había puesto, si no físicamente, sí espiritualmente, junto a los que sufrían. Había permitido que el dolor del cilicio rasgara el velo de su propio bienestar.
Esta empatía en acción es el rasgo característico de aquellos que han conocido a Dios, porque es la imitación más honesta de Su propio corazón. El Nuevo Testamento nos lo recuerda en Mateo 7:12, la Regla de Oro, que no es solo una máxima de cortesía social, sino un imperativo de la fe: hacer a los demás lo que querrías que te hicieran a ti. La empatía es la capacidad de ponerme en el lugar del otro, de sentir lo que siente y, de inmediato, moverme a la acción para suplir la necesidad o al menos compartir la carga. En la teología cristiana, esto se manifiesta en la identificación con el Cristo sufriente y en la responsabilidad hacia el prójimo. Marcos 8:2, 1 Pedro 3:8, Hebreos 13:3—todos estos versículos son ecos de la misma verdad: no podemos amar a Dios que no vemos, si no amamos al hermano que sí vemos.
Los seres humanos, en nuestra esencia más pura, somos seres empáticos por naturaleza. Sin embargo, hay dos venenos que nos impiden exteriorizarla plenamente: el egoísmo que reduce nuestro universo a nuestro propio bienestar, y el temor que nos paraliza ante la magnitud del sufrimiento ajeno. Ester, sentada en su trono dorado, enfrentaba esos dos venenos. Podría haberse dicho: “Estoy segura, esto no me concierne, mi vida es valiosa y mi deber es protegerme.” Pero al permitir que la noticia de la matanza planificada tocara su corazón, rompió el egoísmo y desafió el temor. La empatía fue el primer paso de su fe, el preludio de su destino. El deber moral de Miłosz, ese compromiso con la verdad y la justicia en un mundo sumido en la crueldad política, encuentra su resonancia aquí: la verdad no se puede ver desde el aislamiento.
Cuando Mardoqueo, a través de Hatac, le confronta con la verdad y el propósito de su elevación al trono, Ester se encuentra ante el abismo. La ley persa era clara y brutal: presentarse ante el rey sin ser llamado era una sentencia de muerte segura. Incluso para la reina. Su vida, tan cuidadosamente protegida por el protocolo y la guardia real, pendía ahora de un hilo tan fino como el cetro de oro. En este momento de crisis terminal, la estrategia que Ester plantea no es política ni militar. Es una estrategia de fe, una rendición total a lo invisible: una cadena de ayuno.
Aquí se revela la segunda cualidad: Ester es creyente. Su creencia no es una mera etiqueta religiosa heredada de sus ancestros, sino una convicción activa y urgente en el poder que hay en el ayuno y la oración para mover la mano de Dios a favor de su pueblo. Mardoqueo le había preguntado: "¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?" Y Ester responde, no con un plan de acción, sino con un plan de súplica. Pide que todos los judíos de Susa ayunen, que sus propias doncellas (que ni siquiera eran judías, un hermoso acto de inclusión y solidaridad) ayunen con ella, y que ella misma lo hará.
El ayuno, en su esencia más pura, no es un intento mágico de manipular a Dios. Es, más bien, un acto de humillación radical, una declaración de que la ayuda humana ha llegado a su límite y que la única esperanza reside en lo sobrenatural. Es el vaciamiento del yo, el reconocimiento de la dependencia total. Es decir: "Hemos agotado todos nuestros recursos, y ahora, Señor, doblamos la rodilla y ponemos nuestra vida en Tus manos, ayunando para que el clamor de nuestra carne sea un sacrificio aceptable ante Tu trono." En el caos del decreto real, el ayuno y la oración se convierten en la única ancla para su alma.
Aunque el texto se enfoca en el ayuno, es imposible concebir este acto sin el clamor de la oración. Y la oración, cuando es pura y desesperada, nos da aquello que el lujo y el poder nunca pudieron darle a Ester: paz. Filipenses 4:6-7 nos recuerda que la oración, acompañada de gratitud, guarda nuestro corazón y nuestro entendimiento. En la paz que sobrepasa todo entendimiento, Ester encuentra la claridad para enfrentar al rey.
Su fe, anclada en la oración, le recordaba promesas eternas: que la oración de fe puede lograr grandes milagros (Marcos 11:24), que la oración del justo tiene mucho poder (Santiago 5:16), y que Dios siempre responde al clamor de sus hijos (Mateo 7:9-11). Ella no tenía la garantía de la respuesta; tenía la certeza del oyente. Sabía que la puerta de un palacio terrenal podía estar cerrada, pero la puerta del Trono celestial estaba siempre abierta. Su creencia no era un sentimentalismo, sino una estrategia de supervivencia espiritual. Antes de enfrentarse al poder del hombre, se postró ante el poder de Dios.
Y esta fe, profunda y arraigada en la conciencia de su deber, la conduce inevitablemente a la tercera y más definitoria de sus cualidades: Ester es arriesgada. Su creencia se transforma en coraje. Después de tres días de ayuno y oración, después de haber vaciado su alma de toda esperanza humana, se viste con sus mejores galas. El riesgo ya no es una opción; es un imperativo. En este punto, su famosa declaración es la quintaesencia del heroísmo bíblico, una frase que resuena con la solemnidad de un epitafio ya escrito: "Si perezco, que perezca".
Esta frase, despojada de todo sentimentalismo, es una declaración de sujeción a la voluntad de Dios y, simultáneamente, un acto de libre albedrío radical. Ester sabía que Dios no estaba obligado a responder sus oraciones con un "sí" instantáneo. Orar con fe implica sujetarse a la soberanía de Dios, que a veces incluye la muerte, el fracaso o el "no" como respuesta. Ella entendió que, aunque hubiera ayunado, el cetro del rey podía permanecer bajado. Aun así, Ester sabe que debe tomar el riesgo, que debe salir de la zona de comodidad si desea lograr la salvación de los judíos.
Este es un principio crucial para la vida y para la fe. Para lograr cosas significativas, para salir de la inercia que nos aprisiona, es necesario tomar riesgos. Es necesario abandonar la comodidad de nuestra existencia programada y arriesgarse a perder—perder la seguridad, la aprobación, la vida misma. De otra manera, no veremos resultados diferentes, no experimentaremos el poder de Dios que solo se manifiesta en el límite de la impotencia humana. Pedro, en medio de la tormenta, fue el único que se atrevió a salir de la barca ante la llamada del Señor, un acto que fue simultáneamente un paso de fe y un riesgo físico. Su fracaso momentáneo fue mucho más glorioso que la seguridad de los demás discípulos.
La vida de Ester nos enseña que el destino no es un regalo, sino una elección moral. Su destino no estaba garantizado por su belleza, sino por su voluntad de arriesgar esa belleza, de sacrificar el privilegio. Su zona de comodidad era el palacio. Su llamado era el patíbulo. Su elección de arriesgarse a perder la vida es lo que, paradójicamente, le permitió ganar su propósito. El arriesgarse, el salir de la burbuja, el poner la vida en el juego del destino divino, es lo que define el momento en que una persona pasa de ser un espectador a ser un protagonista.
En las profundidades de la historia de Ester, encontramos el reflejo de una fe que madura desde la simple obediencia hasta el sacrificio existencial. Ella comenzó como una huérfana anónima (Hadassa) elevada a una posición de poder, pero esa elevación no fue su propósito, sino solo su herramienta. La empatía (se enteró y sintió el dolor), la creencia (buscó la ayuda de Dios por medio del ayuno), y el riesgo (la decisión final de presentarse al rey), se entrelazan para formar un único y coherente acto de redención.
Su historia, en última instancia, es la historia de la responsabilidad que acompaña al privilegio. El trono de Persia no era el final de su viaje, sino el punto de partida de su deber. La vida cristiana, al igual que la de Ester, nos exige que no permanezcamos indiferentes a las injusticias que nos rodean, que nuestra fe no sea una doctrina fría, sino una fuerza viva que nos lance fuera de nuestros "palacios" de seguridad para interceder por aquellos que están condenados. El llamado no es a la comodidad; es a la confrontación. Y el camino a la verdadera victoria siempre pasa por el corredor estrecho del riesgo, allí donde, al igual que Ester, debemos declarar con sobria valentía: "Si perezco, que perezca." Porque en esa rendición final de la voluntad propia, es donde la voluntad de Dios se manifiesta con mayor gloria, transformando la desesperación en liberación, y la muerte inminente en vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario