Tema: 1 Reyes 21. Titulo: Acab, Nabot, Jezabel y Jehová. Texto: 1 Reyes 21.
Inspirado en el mensaje la viña de Nabot del Pastor David Jeremiah.
Introducción:
A. Esta es una historia de esas que nos gustan porque al fin de todo el villano recibe su merecido.
B. Podemos dividir esta historia en actos siguiendo la secuencia de las personas con las que Acab hablo:
(Dos minutos de lectura)
I. ACAB Y NABOT (ver 1 - 4).
A. En este acto Acab le pide a Nabot que le venda su viña ante lo cual Nabot se niega.
B. ¿Por que Nabot se negó? Por su dedicación a la Palabra de Dios (Lev. 25: 23 ss), (Num 36: 7 ss) Dios había prohibido vender la tierra. si vendía la tierra desobedecía a Dios.
C. Ciertamente necesito mucha valentía para negarle al Rey malvado la tierra por obedecer a Dios. La valentía nos lleva a sostener nuestras convicciones bíblicas ante quien sea.
II. ACAB Y JEZABEL (ver 5 - 7
A. Ante la respuesta de Nabot, Acab literalmente hace una pataleta, imagínelo el hombre que podía tener casi todo lo que su corazón quisiera, ahora hace esto sencillamente porque no puede tener un pedazo de tierra. En el acto entra en escena Jezabel una mujer fuerte y malvada que se caso con un hombre débil y malo.
B. Jezabel no era israelita era de Sidón su padre era un sacerdote de Astarté (una falsa diosa), cuando Jezabel se caso con Acab trajo a Israel su religión perversa, con la complicidad de Acab construyo un templo y un altar en Samaria a esta diosa, trajo cientos de profetas de esta diosa y mato a los profetas de Dios, Jezabel trajo a Israel la prostitución y la brujería, en realidad quien reinaba en Israel era ella y no Acab. Hoy cuando alguien quiere insultar a una mujer en el ámbito de la iglesia se le dice que es una Jezabel, creo que con esto entenderá usted porque razón es esto así (1 Reyes 21:25)
C. Jezabel se une a Acab para cometer un acto horrible (ver 8 - 13). Ella falsifico, uso el anillo de sellar de Acab; ella uso la religión para tapar un crimen, uso un festival religioso para lograr su fin esto es hipocresía; ella cometió perjurio, al ordenar buscar falsos testigos; por ultimo, cometió asesinato, no solo mataron a Nabot sino también a sus hijos (2 Reyes 9:26).
D. Fijémonos lo bajo que nos puede llevar la codicia, este hombre esta dispuesto a asesinar a una familia entera por la codicia de la tierra.
III. ACAB Y ELIAS (ver. 16 - 26)
A. Al ser informado de la muerte de Nabot, Acab tomo posesión de la tierra como era su derecho legal según la ley, esta decía que al no quedar herederos la propiedad pasaba a manos del gobierno. En el acto entonces aparece el profeta Elias y le dice:
1. Todo descendiente tuyo varón va a morir.
2. Tu dinastía acabara.
3. A Jezabel se la comerán los perros.
4. Los perros lamerán tu sangre.
B. Mire la distancia a donde nos puede llevar la condenación de Dios. Cuando Dios lo dice usted puede contar con eso.
IV. ACAB Y DIOS (ver. 27 - 29)
A. Al ori estas cosas Acab se arrepintió y en correspondencia Dios le dice que las cosas que ha oído solo sucederán después de su muerte mostrándole así misericordia.
B. Esto nos muestra la amplitud de la compasión de Dios, no debe dejar de asombrarnos como Dios le muestra bondad a un hombre tan malo.
Conclusión:
A. La historia de Acab, Nabot, Jezabel y Jehová en 1 Reyes 21 nos revela la gravísima consecuencia de la codicia y la injusticia. Acab, a pesar de su poder, sucumbe ante la ambición, impulsado por Jezabel, quien representa la manipulación y el mal. La valentía de Nabot al negarse a vender su viña, por lealtad a la Palabra de Dios, contrasta con la deslealtad de Acab y Jezabel. La intervención del profeta Elías muestra que, aunque Dios extiende Su misericordia, Su justicia no es negociable. Esta narrativa nos confronta a mantener nuestras convicciones y a reconocer que la verdadera retribución viene de Dios. Oremos por valentía y justicia en nuestras propias vidas.
VERSIÓN LARGA
A veces las historias bíblicas se sienten tan reales que podríamos verlas proyectadas en una pantalla grande. Imagínalas con luces suaves, sombras alargadas, una música de tensión que crece… y un corazón humano latiendo con poderosas emociones. El capítulo 21 de 1 Reyes tiene todo lo que un buen relato necesita: héroes sencillos, reyes caprichosos, villanos sin escrúpulos, traición, conspiración, justicia y una inesperada chispa de gracia en medio de tanta oscuridad.
Al centro está una viña. Para cualquiera, solo un terreno con plantas. Pero para Nabot, esa tierra era más que una propiedad: era herencia, legado, la voz de Dios sonando fuerte en medio de una generación. Era aquella porción prometida a su familia, una herencia que hablaba de Dios, de su fidelidad. Este pedazo de tierra no se compraba ni se vendía como si fuera una propiedad cualquiera. Era parte de una historia mayor…
Todo comienza con una petición aparentemente inocente. El rey Acab, incapaz de contener sus deseos por un pedazo de tierra que no le pertenecía, envía a su mayordomo para comprar la viña de Nabot. Ofrece dinero —aunque cara— o un terreno equivalente. Pero la respuesta de Nabot no es negociable: esta viña es herencia de sus padres, de su familia. Es inmovilizable. Y el motivo no es mera obstinación; es fidelidad. Este hombre está dispuesto a dejar de ser amigo del rey si eso significa honrar la voz de Dios.
¿Por qué? Porque conoce la Ley. En Levítico 25:23, Dios dijo que la tierra nunca era propiedad absoluta, sino Suya, y la de Su pueblo mientras la adoración fuera auténtica. Y en Números 36:7, se advirtió a las hijas herederas: “No heredaréis la tierra fuera de vuestra tribu”. Cada familia tenía su lugar asignado por Dios, porque la tierra hablaba de Su propósito. Y Nabot dijo “no” con la valentía que solo la obediencia produce. Frente a un rey con corona, él puso la Palabra por encima del poder. Esa clase de valentía no se improvisa; nace de raíces profundas en la Palabra de Dios.
Lo que sigue es trágico y revelador. Acab no tolera un “no”. Pero en lugar de levantar su espada, hace una pataleta. El rey, con sus privilegios, se siente herido en su orgullo. Y esa ofensa lo lleva a rendirse. De su enojo nace su tristeza; como un niño caprichoso, se acuesta, no come… y espera que el mundo lo compadezca.
Aquí entra Jezabel. Ella no es una esposa dócil. Es extranjera, hija del príncipe de Tiro, hija de sacerdotes de Astarté y diosas paganas. Cuando se casa con Acab, no trajo solo belleza oriental: trajo una religiosidad perversa, instauró altares a diosas paganas, trajo profetas mentirosos y mató a profetas de Dios. Era poderosa, dominante y despiadada. En silencio, ella era la verdadera reina de Israel.
Ella toma el control y actúa con maquiavélica frialdad: firma cartas con el sello del rey. Orquesta un falso ayuno y cita a manifestantes religiosos. Recluta testigos mentirosos para acusar a Nabot de blasfemia, lo declara culpable y lo apedrea hasta matarlo. Después, martiriza a sus hijos, para borrar cualquier herencia posible, y mete miedo, para que nadie reclame.
La avaricia corrompe y no conoce límites. Jezabel lo demuestra. La sangre se derrama en nombre de una codicia que se niega a ceder. Pero ojo: esto no es solo una historia de reyes malvados. Esta es la representación del corazón humano sin control, dispuesto a usar la política, la religión e incluso el asesinato para salirse con la suya. Y Acab permitió todo.
Ya cubierto por las ropas del asesino, Acab toma posesión de la viña. Legalmente la adquiere, pero hay un signo rojo en su conciencia. Sin embargo, muy pronto aparece Elías, el profeta sin medias tintas, el que no ve la posición, sino el pecado. Elías no viene con pudor ni con buenos modales. Viene a confrontar el corazón del rey y de la nación con palabras que retumban como golpes de martillo.
“¿Tú mataste y te adueñaste?”, le pregunta.
Y prosigue. Todo varón de su linaje sería aniquilado. Su dinastía perdería la corona. A Jezabel el juicio la alcanzaría; los perros lamerían su sangre en Jezreel. Su propia sangre sería lamida por perros en el mismo terreno que había manchado con sangre inocente.
Escucha cómo la justicia de Dios se desata. Elías no hace un juicio humano, sino una sentencia divina. Él no negocia. Él no da oportunidad para retractarse… Al parecer. Esta es la voz de Dios quebrantando el orgullo. Porque sin justicia no hay redención; sin confrontación no hay cambio. Dios no tolera el abuso, ni la violencia, ni la manipulación. Su corona es su Palabra.
Uno esperaría que un juicio inmediato se cumpla. Sin embargo, algo extraordinario ocurre: Acab se desgarra las vestiduras. Vive humillado, ayuna, se pone cilicio, se mortifica.
La Biblia dice que Dios “lo vio”. Y dice algo que nos deja sin aliento por su gracia:
“¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días, sino en los días de su hijo.”
Sí: el hombre que amó el poder, que permitió un asesinato, que codició una viña y consintió el engaño… encuentra en su arrepentimiento una confirmación de que Dios sigue siendo Dios de misericordia incluso con los gobernantes más corruptos. Porque la justicia es real, pero la gracia sigue siendo real también.
Esta tensión es una de las notas más melancólicas de nuestro Dios: Él no ignora el pecado, pero está dispuesto a posponer el juicio por el arrepentimiento. El Acab arrepentido no evita el juicio, pero lo demora. Y la gracia reside allí: no en olvidar, sino en postergar por el arrepentimiento. Esto muestra que Dios escucha el latido del corazón humano, incluso en los peores.
Quizás algunos, al escuchar esto, recuerdan situaciones donde cedieron su integridad. Donde callaron por temor. Donde consintieron en secreto… Y hoy ese pasado pesa. Pero Dios dice: “Haz lo que hizo Acab: humíllate, arrepiéntete, rompe tu orgullo, abre tu corazón y confiesa. Yo te veo… y te guardo”.
Quizás otros se ven en la posición de Nabot, sosteniendo una convicción que duele. Que provoca rechazo. Que exige amor, pero no silencio. No temas, porque Dios ve tu fidelidad. Tu obediencia es luz en medio de la oscuridad. Tu vida así, es un testimonio de que hay otra forma de vivir… una forma de obedecer sin precio, una forma de ser Dios con nosotros.
Y también hay quienes actúan como Jezabel: usando medios deshonestos para conseguir sus deseos, manipulando a otros, ocultando la verdad. No importa cuánto disfruten el poder hoy. El día vendrá. Y el juicio llama a nuestra alma a usar el bien, no el mal. Y si esa persona —sea un líder, un padre, un hermano— abandona su oscuridad y busca a Dios, el tiempo no es tardío: “En cuanto te humillas… yo te oigo.” Así fue con el rey Acab.
La viña de Nabot es una historia histórica, pero también es una radiografía del alma humana. Hay personas fuertes, hombres y mujeres fieles como Nabot. Hay reyes débiles como Acab. Hay Jezabeles sorprendentes como engaños disfrazados. Hay Elías dispuestos a hablar “en el nombre de Dios”.
Pero por encima de todo está Jehová, Dios soberano, que castiga con justicia, pero perdona con gracia. Él escucha oraciones sencillas y recias palabras de arrepentimiento. Él planta convicción en corazones y protege a los justos. Él declara el juicio y mantiene su misericordia.
Quizás hoy escuches este mensaje en medio de una lucha personal: una batalla por tu propia viña, una confrontación con tu propio deseo, una súplica por gracia donde solo parece haber juicio. Recuerda esto: Dios todavía habla, todavía ve, todavía perdona… y todavía planta esperanza.
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