¡Bienvenido! Accede a mas de 1000 bosquejos bíblicos escritos y en video diseñados para inspirar tus sermones y estudios. Encuentra el recurso perfecto para fortalecer tu mensaje y ministerio hoy. ¡ESPERAMOS QUE TE SEAN ÚTILES, DIOS TE BENDIGA!

BUSCA EN ESTE BLOG

✝️BOSQUEJO - SERMÓN - PREDICA: ✝️RESUMEN DE ACAB Y LA VIÑA DE NABOT - EXPLICACION 1 REYES 21: 1 - 3.✝️

VIDEO DE LA PTREDICA

BOSQUEJO (versión resumida)

Tema: 1 Reyes. Titulo: Resumen de Acab y La viña de Nabot. Texto: 1 Retes 21: 1 - 3. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz

Introducción:

A. Hoy seguiremos hablando de Acab, esta vez del episodio con Nabot y su viña, esta historia nos recordara la importancia de ser buenos administradores de los dones que Dios nos ha dado.

B. Hoy veremos:

(Dos minutos de lectura)

I.   LA POSESIÓN DE NABOT (ver. 1).

A. Se nos dice que Nabot “tenía una viña ”. Esta viña le había sido heredada por sus padres. Había pertenecido a su familia desde que Israel recibió posesión de la Tierra Prometida. Esta tierra había pertenecido a su familia durante generaciones. Era más que una herencia; era su herencia. 

También era una propiedad inmobiliaria de primera. Estaba ubicada junto a uno de los palacios de Acab. Por lo tanto no estaba ubicada en cualquier lugar, ni su precio era barato.

B. La viña de Nabot representa para nosotros aquello que Dios nos ha dado, nos ha entregado como heredad. Dentro de ello podemos contar mucha cosas como el ministerio, lops dones, la familia, las posesiones materiales etc.


II. LA PROFESIÓN DE NABOT (ver. 2). 

A. Nabot trabajaba en su viñedo. Cultivó uvas para ganarse la vida para sí mismo y para su familia. Debió haber hecho un buen trabajo en el mantenimiento de su viña, porque captó la atención del rey. Al pasar Acab en su carro, debe haber admirado la tierra bien cuidada y las vides exuberantes cargadas de uvas. Era evidente que Naboth pasaba sus días cuidando lo que le habían dado. 

B. Como Nabot, tenemos la obligación de tomar lo que se nos ha dado y hacerlo lo mejor posible por ello, para la gloria de Dios. La actitud de Nabot nos recuerda que debemos ser buenos administradores de todo aquello que Dios nos ha dado, pues daremos cuenta a Dios.



III. LA PROTECCIÓN DE NABOT (ver. 3).

A. Mientras Nabot labraba y trabajaba la tierra, sabía que, en realidad, era simplemente un cuidador. La tierra era suya, pero no por mucho tiempo. Era suya para trabajar, pero lo más importante, era suya para proteger. Tenía la responsabilidad de asegurarse de que la tierra fuera entregada a sus hijos y a sus hijos de generación en generación (esto era la ley de Dios). Nabot era solo un hombre, pero era un eslabón en la cadena de la voluntad y la bendición de Dios. Si fallaba en su generación, la próxima generación no tendría nada que heredar y no tendrían nada que transmitir. A Nabot se le había encargado que protegiera lo que le habían dado. 

B. Aquello que nos ha sido entregado no solo debe ser cuidado por el hecho de ser buenos administradores sino que también debe ser cuidado porque será la herencia que dejemos a nuestros hijos. Esto toma especial relevancia cuando se refiere a la herencia espiritual que entregaremos a ellos al morir.


Conclusiones:

A. En resumen, la historia de Nabot nos confronta y nos desafía a reflexionar sobre cómo estamos administrando las bendiciones que Dios nos ha dado. ¿Estamos cuidando y protegiendo lo que nos ha sido confiado? Oremos para que seamos fieles en nuestra administración y que dejemos un legado que honre a Dios y beneficie a las futuras generaciones. 


VERSION EXTENDIDA

Resumen de Acab 

y La Viña de Nabot

Hay algo en el aire de esta mañana que nos invita a la quietud, a la reflexión. Es como si el tiempo mismo se ralentizara un instante, permitiéndonos escuchar los ecos de historias lejanas que, sin embargo, se sienten tan cercanas. Hoy, nos detendremos en una de esas narrativas antiguas, una que resuena con la fragilidad de la vida humana y la fuerza de la voluntad divina: la historia de Acab y la viña de Nabot. Es un pasaje del Primer Libro de Reyes, en el capítulo 21, versículos 1 al 3. Y aunque habla de reyes y viñas, su verdadera esencia nos susurra algo sobre nosotros mismos, sobre la importancia de ser buenos administradores de los dones que Dios nos ha dado. Permítanme guiarles por este camino, con la delicadeza de quien desdobla un viejo mapa.

Todo comienza con Nabot. Un hombre que, a primera vista, podría parecer uno más entre la multitud de nombres olvidados por la historia. Pero Nabot “tenía una viña”. No era una viña cualquiera, ni un terreno adquirido por casualidad. Esta viña le había sido heredada por sus padres. Imaginen el peso de esas palabras. Había pertenecido a su familia desde que los hijos de Israel recibieron, con promesas y fatigas, la posesión de la Tierra Prometida. Esta tierra, este pequeño pedazo de mundo, había sido de su gente durante generaciones. No era, pues, una mera propiedad inmobiliaria; era su herencia, su historia grabada en la tierra, la memoria de sus antepasados, el sudor y las oraciones de los que le precedieron. Era, en su esencia, una extensión de su propia identidad, de su linaje.

Y para añadir a su singularidad, esta viña no estaba ubicada en cualquier rincón olvidado. Era, se nos dice, una propiedad inmobiliaria de primera. Estaba justo al lado de uno de los palacios de Acab, el rey. No era un lugar insignificante, ni su valor era pequeño. Su proximidad a la ostentación real le confería un prestigio y un precio considerables.

Pero más allá de su valor terrenal, la viña de Nabot resuena con un significado profundo para cada uno de nosotros. Representa, con una claridad que se posa en el alma, aquello que Dios nos ha dado, que nos ha entregado como heredad. Y dentro de ese vasto concepto, podemos contar una infinidad de cosas. Quizás se refiera a nuestro ministerio, esa parcela de servicio donde nuestra vida se entrelaza con el propósito divino. O a los dones que nos han sido otorgados, esas habilidades, esos talentos que nos hacen únicos, que nos permiten tejer una hebra particular en el gran tapiz de la vida. O a la familia, ese nido, esa raíz, ese universo particular de afectos y responsabilidades que nos ha sido confiado. Y, por supuesto, a nuestras posesiones materiales, por modestas que sean, el hogar que nos resguarda, el pan que nos sustenta, los recursos que nos permiten vivir y compartir. Cada una de estas "viñas" personales es una heredad divina, un regalo que exige, no solo gratitud, sino también una profunda responsabilidad.

Nabot no era un hombre de manos ociosas. Él trabajaba en su viñedo. Su vida estaba tejida con el ritmo de la tierra, con el ciclo de las estaciones, con la paciencia que requiere ver crecer el fruto. Cultivaba uvas, con el sudor de su frente, para ganarse la vida, para sustentar a su familia, para que sus hijos tuvieran pan en la mesa y vino en la copa. Y debió haber hecho un trabajo excepcional en el mantenimiento de su viña, porque su diligencia no pasó desapercibida. Captó, incluso, la atención del rey.

Imaginen a Acab, pasando en su carro, sus ojos acostumbrados a la opulencia del palacio, pero aún así, deteniéndose para admirar. Debió haber quedado prendado de la tierra bien cuidada, de las vides exuberantes que se alzaban, cargadas de uvas maduras y promisorias. Era evidente que Nabot pasaba sus días inmerso en el cuidado de lo que le habían dado, no por obligación, sino con una dedicación que rozaba el amor. Su labor era una extensión de sí mismo, un testimonio de su compromiso.

La actitud de Nabot, esa laboriosidad silenciosa y efectiva, nos susurra una verdad sobre nuestra propia existencia. Como él, tenemos la obligación de tomar lo que se nos ha dado –nuestros dones, nuestra familia, nuestro tiempo, nuestros recursos– y hacerlo lo mejor posible por ello. No solo para nuestro propio beneficio, no solo para nuestro sustento, sino, fundamentalmente, para la gloria de Dios. La forma en que administramos, la manera en que cultivamos nuestras propias "viñas", es un reflejo de nuestra fe y nuestra obediencia. La actitud de Nabot nos recuerda que, al final, daremos cuenta a Dios. No es una amenaza, sino una invitación a la reflexión: ¿cómo queremos que sea esa rendición de cuentas? ¿Con manos vacías o con los frutos de una administración fiel?

Y la historia avanza, con la inevitable tensión que precede a la revelación. Mientras Nabot labraba y trabajaba la tierra, en cada movimiento de sus manos, en cada surco que abría, en cada vid que podaba, él sabía, en lo más profundo de su ser, que, en realidad, era simplemente un cuidador. La tierra era suya, sí, la poseía en el presente, pero no por mucho tiempo. Era suya para trabajar, para embellecer, para cosechar. Pero, y aquí reside la clave, era suya para proteger. Tenía la profunda responsabilidad, que se sentía en el alma, de asegurarse de que esa tierra, esa herencia, fuera entregada a sus hijos y a sus hijos, de generación en generación. Esto no era una mera preferencia personal; era la ley de Dios, una ordenanza divina que protegía el legado y la identidad de las familias en Israel.

Nabot, en su sabiduría sencilla, reconocía que su papel trascendía su tiempo actual, su propia existencia limitada. Al cuidar y proteger su viña, al negarse a venderla a Acab a pesar de la tentación y la presión real, él no solo aseguraba un sustento para el presente. Aseguraba un legado para sus hijos y para las generaciones venideras. Comprendía que era un eslabón en la cadena de la voluntad y la bendición de Dios. Si él fallaba en su generación, si cedía a la presión o a la codicia, la próxima generación no tendría nada que heredar, nada que transmitir. Serían un eslabón roto, una historia interrumpida. A Nabot se le había encargado, con una solemnidad que impregnaba su vida, que protegiera lo que le habían dado.

Esta reflexión final nos lleva a un punto crucial. Aquello que nos ha sido entregado, esas "viñas" de nuestra vida, no solo debe ser cuidado por el simple hecho de ser buenos administradores, no solo por cumplir una obligación. Debe ser cuidado, y esto es lo que le confiere una urgencia particular, porque será la herencia que dejemos a nuestros hijos, a las almas jóvenes que vendrán después de nosotros. Y esta verdad cobra una relevancia aún mayor cuando nos referimos a la herencia espiritual que entregaremos a ellos al morir. ¿Qué fe les dejaremos? ¿Qué valores? ¿Qué ejemplo de fidelidad? ¿Qué relación con lo divino habrán visto en nosotros? Es en esto, quizás, donde la historia de Nabot resuena con más fuerza en la intimidad de nuestras propias existencias.

La historia de Nabot y su viña, en su aparente simplicidad, nos confronta de manera directa y nos desafía, con una voz que no admite evasiones, a reflexionar sobre la manera en que estamos administrando las bendiciones que Dios, en Su infinita generosidad, nos ha dado. Nos obliga a preguntar, con una honestidad casi dolorosa: ¿Estamos cuidando y protegiendo lo que nos ha sido confiado, tanto lo tangible como lo intangible? Oremos, pues, con una sinceridad que nazca del corazón, para que seamos fieles en nuestra administración, para que cada decisión, cada esfuerzo, cada sacrificio, sea un acto de mayordomía. Y que, al final de este camino, podamos dejar, no una ruina, sino un legado que no solo honre a Dios en su majestuosidad, sino que también beneficie, de manera tangible y espiritual, a las futuras generaciones. La historia de Nabot nos recuerda, con la melancolía de un pasado que aún resuena, que cada acción cuenta, que cada pequeño gesto de fidelidad tiene un peso eterno. Y que, al final, seremos responsables de cómo hemos manejado lo que Dios nos ha dado. Que, como Nabot, seamos guardianes de nuestra herencia, asegurando que lo que hemos recibido sea preservado y transmitido, con amor y con dedicación, a aquellos que vendrán después de nosotros, en este misterioso y a veces doloroso, pero siempre significativo, peregrinaje por la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amén amén