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BOSQUEJO-SERMÓN: ACAB, JOSAFAT, SEDEQUÍAS Y MICAIAS

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BOSQUEJO

Tema: 1 Reyes. Titulo: Acab,  Sedequías y Micaías. Texto: 1 Reyes 22: 1 - 28. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.

Introducción: 

A. En este pasaje bíblico nos encontramos con que cada uno de los personajes que intervienen en el tienen  distintas actitudes hacia la Palabra de Dios.

B. Examinemos hoy, cuales son estas:

(Dos minutos de lectura)

I. SEDEQUIAS (ver 5 - 6, 12).

A. Josafat (Rey de Juda) y Acab se unen para conquistar Ramon de Galaad. Josafat le pide a Acab que antes de ir a la batalla consulte a Dios. Acab reúne a 400 profetas los cuales empiezan a dar mensajes mensaje de conquista ante los reyes. Nos daremos cuanta al ir leyendo el texto que aunque lindos mensajes, sus mensajes eran falsos y mentirosos, Dios no estaba hablando a través de ellos.

Dentro de estos falsos profetas destaca un hombre llamado Sedequías quien realizo lo que hoy se conocería como un "acto profético". Este se hizo una especie de casco con cuernos de hierro para trasmitir a los reyes que su victoria seria contundente.

B. Estos hombres eran falsos profetas quienes decían recibir mensajes de Dios pero no era verdad. Hoy en día tenemos muchas personas así, mas de lo que creemos, ellos muchas veces ni usan la Biblia, sencillamente van dando "nuevas revelaciones" o si usan la Biblia la malinterpretan, la tuercen a su conveniencia y a gusto de los oyentes.



II. MICAÍAS (ver 7 - 9; 13 - 23).

A. Por alguna razón, Josafat no queda contento con el mensaje de los 400 profetas y cuestiona a Acab sobre sino queda algún profeta más que pueda ser consultado. Acab entonces manda traer a Micaías. Este hombre es un verdadero profeta de Dios, solo fíjese lo que le dice al hombre a través del cual lo mandarón a llamar, cuando este le siguiere que diga solo lo que el rey quiere oír que correspondería a lo que los demás profetas dijeron, Micaías le responde: "Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare, eso diré" y precisamente es esto lo que Micaías hace cuando llega ante los reyes.

Lo que Micaías profetiza sobre Acab es su muerte, el dice: "Yo vi a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor; y Jehová dijo: Estos no tienen señor; vuélvase cada uno a su casa en paz". Así anticipa el deceso de Acab

B. Incluso Micaías es perseguido por ser fiel al mensaje que Dios le da Sedequias lo golpea (ver. 24 - 25) y como veremos mas adelante Acab lo tortura.

C. En la actualidad existen pocos hombres como este dispuestos a hablar todo el consejo de Dios a las personas y a ser perseguidos por causa de este mismo mensaje.



III. ACAB (ver. 8, 18, 26 - 28, 29 - 38)

A. Acab es un hombre que no le gusta lo que profetiza Micaias, él se enojo cuando Micaias profetiza su nuerte y lo mando a torturar. Acab con el animo de burlar la profecía entra a la batalla disfrazado de un soldado común y sin embargo muere por una flecha tirada al azar.

B. Por otra parte, dado que Acab es un hombre impenitente que una y otra vez rechaza la Palabra de Dios, el Señor le envía un espíritu de mentira para que sea engañado a través de los falsos profetas (ver. 19 - 23).

C. Consideremos lo que dice el Apóstol Pablo en relación a esto (2 Tim 4:3; 2: 10 - 11). Tal cual en ese entonces el día de hoy existen seres humanos con "comezón de oír" a los cuales se les envía un espíritu der mentira con el fin de que se condenen. 



Conclusiones:

La historia nos desafía a ser como Micaías, fieles a la Palabra de Dios a pesar de la persecución. Nos advierte a no ser como Acab, quien rechazó la verdad y se condenó. Oremos para tener discernimiento y valentía.

VERSIÓN LARGA

El telón del tiempo se alza sobre un escenario polvoriento y antiguo, donde los destinos de los reinos penden de un hilo tan fino como la mentira. Los vientos de guerra soplan sobre las colinas de Galaad, y en el centro de este drama, tres hombres se disponen a interpretar los papeles más cruciales de sus vidas. Dos reyes, un puñado de profetas y una decisión que resonará a través de los siglos. Es la historia de cómo la voz de Dios, clara y penetrante como una trompeta en la mañana, puede ser ahogada por el clamor de la multitud o, peor aún, por el eco de los propios deseos del corazón. En este relato, encontraremos espejos en los que podemos ver nuestras propias almas reflejadas: la arrogancia del poder, la seducción de la falsedad y la soledad gloriosa de la verdad. Acompáñame a adentrarnos en las páginas de 1 Reyes 22, un texto que no es una simple crónica del pasado, sino un vivo retrato de las actitudes que aún hoy, con el paso de los milenios, determinan nuestra eternidad.

El drama comienza con una alianza improbable. Josafat, el rey de Judá, un hombre que, a pesar de sus flaquezas, busca a Jehová, se une con Acab, el rey de Israel, un alma extraviada, un peregrino en su propio desierto espiritual. Juntos, miran hacia el horizonte, hacia las murallas de Ramot de Galaad, una ciudad que sus ambiciones desean conquistar. Josafat, con la sabiduría que le otorga su fe, insiste en algo fundamental antes de desenvainar la espada: "Consulta primero la palabra de Jehová". Este es el punto de inflexión. ¿Se doblegarían los reyes ante la voluntad divina o intentarían doblegarla a la suya?

La voz de la multitud: El profeta de los cuernos de hierro

Acab, el impío, con la mano extendida para recibir la aprobación, reúne a un ejército de 400 profetas. El salón del palacio se llena con el clamor de una orquesta de voces que, al unísono, tocan la misma melodía: “Sube a Ramot de Galaad, porque Jehová la entregará en mano del rey”. La música era embriagadora. Cada palabra era un halago, cada promesa un eco de los anhelos más profundos de Acab. Eran profetas con la astucia de un cortesano y el lenguaje de la piedad, hombres que habían aprendido a leer no el corazón de Dios, sino los gestos del monarca. Sus mensajes, aunque sonaban hermosos y reconfortantes, eran, en esencia, falsos y mentirosos. Eran profetas de azúcar, endulzando una verdad amarga hasta hacerla irreconocible.

Y de entre esta multitud emerge la figura de Sedequías. Este hombre no se conforma con las palabras; él es un actor consumado. Se fabrica unos cuernos de hierro, un espectáculo para los sentidos, y con ellos declara, como un grito que busca más la atención que la fe: "Con estos acornecerás a los sirios hasta acabarlos". Es un “acto profético” de teatro, una escenificación grandilocuente diseñada para impresionar y para silenciar cualquier atisbo de duda. Sedequías no habla, actúa. No transmite un mensaje, vende una ilusión.

La lección que nos deja este hombre no ha envejecido. La falsedad de Sedequías no radica en una ignorancia inocente, sino en la elección consciente de decir lo que es popular en lugar de lo que es verdadero. Él y sus 399 colegas no eran ignorantes de Dios; eran profesionales de la fe, pero habían torcido su llamado para convertirse en altavoces de la cultura. Hoy en día, ¿cuántos Sedequías vemos? Personas que, en lugar de usar la Biblia como la brújula que es, la usan como un manual de autoayuda, extrayendo versículos que les dan una nueva “revelación” que convenientemente se alinea con sus ambiciones personales. Hay hombres que no necesitan un “acto profético” con cuernos de hierro, sino que suben a un púlpito con la Biblia en la mano para predicar un mensaje que no es de Dios, sino del espíritu del tiempo. Estos son los predicadores de la prosperidad sin arrepentimiento, de la gracia sin la cruz, de la fe sin sacrificio. Son los maestros que, en lugar de guiar a las ovejas a los pastos seguros de la verdad, las llevan a abrevaderos de agua envenenada, pintando un cuadro de la vida cristiana que es cómodo y agradable, pero que carece de la sustancia del evangelio. La voz de la multitud, aunque reconfortante, nunca es la voz de Dios. Su propósito no es sanar, sino adormecer. Y esta es la advertencia más solemne que nos da el relato: el camino más popular y el más cómodo rara vez es el camino de Dios.

La voz solitaria: La respuesta de Micaías

La música de los 400 profetas, aunque ensordecedora, no logra silenciar el espíritu de Josafat. Como un músico que percibe una nota discordante en una sinfonía, el rey de Judá siente que algo anda mal. Su fe le dice que la verdad tiene un sonido diferente. Pregunta, entonces, con una duda que no es de debilidad, sino de discernimiento: "¿No queda aún algún profeta de Jehová, por el cual consultemos?". La respuesta de Acab es un lamento lleno de rencor: "Aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová; pero yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal; es Micaías hijo de Imla".

Este es el momento en que un solo hombre se levanta para desafiar a 400. Mientras que los demás profetas se movían por el miedo y el deseo de agradar, la única motivación de Micaías era la fidelidad. El mensajero que lo busca le implora que se alinee con la mayoría, que diga lo que los reyes quieren oír. Pero la respuesta de Micaías es un manifiesto de coraje, un juramento que debería resonar en cada corazón cristiano: "Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare, eso diré". En esa frase se encierra la esencia de la vocación profética, el compromiso innegociable con la Palabra de Dios, sin importar el costo.

Cuando llega ante los reyes, el aire del salón se vuelve pesado. Los cuernos de hierro de Sedequías parecen una burla patética. El contraste es brutal. Micaías, con la sobriedad de la verdad, se enfrenta al espectáculo de la falsedad. Primero, como un sarcasmo agudo, repite el mensaje de los 400 profetas. Pero cuando Acab le exige la verdad, Micaías lo suelta con la fuerza de un rayo: "Yo vi a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor; y Jehová dijo: Estos no tienen señor; vuélvase cada uno a su casa en paz". Es la profecía de la muerte de Acab, un mensaje tan incómodo como ineludible. En este momento, el profeta no se detiene a adornar la realidad, no maquilla el veredicto. Simplemente, lo comunica.

La respuesta de los reyes y de la corte es predecible: la ira. Sedequías golpea a Micaías en la mejilla, un acto que no es solo violencia física, sino la rabia de la mentira cuando se enfrenta a la verdad. A Micaías no le espera un premio, sino la prisión, el pan de angustia y el agua de aflicción.

¿Dónde están hoy los Micaías? La soledad del verdadero profeta es un camino que pocos están dispuestos a caminar. En un mundo que valora la popularidad por encima de la integridad, la voz de Micaías es a menudo silenciada. Su testimonio nos desafía a preguntarnos: ¿Somos nosotros esa voz? ¿Estamos dispuestos a perderlo todo, a ser golpeados, a ser encarcelados por la verdad? O, ¿acaso nuestro miedo a la soledad nos hace cómplices de la mentira, haciendo un eco de lo que el mundo quiere oír?

La voz del corazón duro: El triste final de Acab

Acab, el rey de Israel, es el personaje más trágico de esta historia. No es un hombre ignorante de la verdad. Él sabe que Micaías es un profeta de Dios y, sin embargo, lo aborrece precisamente por eso. Su problema no es de falta de información, sino de rebelión. Ha endurecido su corazón tantas veces que ahora se ha vuelto impenetrable. La profecía de Micaías es un recordatorio de que su camino lo lleva a la destrucción, y en lugar de arrepentirse, su orgullo lo lleva a intentar burlar a Dios.

Su plan es un acto de desesperación: se disfraza de soldado común, creyendo que así puede eludir la profecía. Es una imagen ridícula, el rey de Israel escondido detrás de una armadura prestada, intentando pasar desapercibido ante el escrutinio del Creador del universo. Pero el destino, o más bien, la soberanía de Dios, no puede ser burlada. Un arquero, de manera aleatoria, "al azar", dispara una flecha que atraviesa la juntura de su armadura. El golpe no es un accidente, sino una sentencia cumplida. La muerte de Acab es un recordatorio de que nadie puede escapar de la Palabra de Dios.

Más allá de su muerte física, el pasaje revela una verdad aún más aterradora: Acab es un hombre al que se le ha enviado un espíritu de mentira. ¿Por qué? Porque su corazón impenitente, su constante rechazo de la Palabra de Dios, lo ha hecho vulnerable. Dios, en su justicia, lo ha entregado a la ceguera espiritual que tanto deseaba. Este es un principio espiritual que resuena en las palabras del apóstol Pablo en 2 Timoteo 4:3, cuando advierte sobre la "comezón de oír". Acab tenía esa comezón. No quería escuchar a Dios, sino la voz que validaba sus ambiciones. Y en ese vacío, un espíritu de mentira llenó el espacio, sellando su destino. El juicio de Dios no es siempre una espada que cae del cielo, a veces es simplemente dejar que una persona se pierda en la telaraña de sus propias mentiras.

Reflexión final

La historia de Acab, Sedequías y Micaías no es un cuento de hadas con un final moralizante. Es un espejo de nuestra realidad espiritual. Nos confronta con tres caminos posibles.

¿Somos como Sedequías, dispuestos a cambiar la verdad por la popularidad, ofreciendo un evangelio que es agradable al oído pero que no salva, que no confronta el pecado? ¿Somos de aquellos que tuercen la Escritura para justificar nuestros deseos y aplauden a quienes hacen lo mismo? Este es un camino de engaño que termina en una vergüenza eterna.

¿Somos como Micaías, hombres y mujeres dispuestos a enfrentar la persecución por la verdad, a ser golpeados por hablar con integridad, a soportar la soledad por la fidelidad a la Palabra de Dios? Este es el camino de la valentía, el camino que lleva a la vida, aunque en la tierra parezca un camino de muerte.

¿O somos como Acab, con un corazón tan endurecido que preferimos una mentira dulce a una verdad amarga? ¿Somos de aquellos que evaden la Palabra de Dios porque no nos gusta lo que dice, creyendo que podemos esquivar su juicio al disfrazarnos de “buena gente”? Este es el camino de la impenitencia, que lleva inevitablemente a la condenación.

El gran desafío de este pasaje es examinar nuestro corazón y decidir de qué lado estamos. La verdad no tiene matices. O la decimos, como Micaías, o la rechazamos, como Acab, o la falsificamos, como Sedequías. El tiempo de elegir es ahora, en la luz de la Palabra, antes de que el sol se ponga y el último acto de este drama termine.

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