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SERMÓN - BOSQUEJO: La Ascensión de Cristo: ¡Tu Garantía de un Futuro Celestial y Poder Aquí en la Tierra!

VÍDEO 

BOSQUEJO 

Tema: La ascensión de Cristo. Título: La Ascensión de Cristo: ¡Tu Garantía de un Futuro Celestial y Poder Aquí en la Tierra!. Texto: Marcos 16: 19 – 20


Introducción:

A. El evangelio de Marcos termina con la asención de Cristo la cual tiene importantes implicaciones para el mismo y para nosotros.

B. Hoy nos centraremos únicamente en las implicaciones que esta tiene en cuanto a la persona de Jesús.

I. LA CULMINACIÓN DE LA REDENCIÓN.


A. Tenga en cuenta que:

1. Cuando Jesús regresó al cielo, regresó llevando en su cuerpo las marcas de la cruz (Apc. 5: 6). Regresó al Cielo como el Cordero de Dios crucificado, regresó habiendo realizado la redención en la cruz.

2. Regresó con Su propia sangre para presentarse en el Cielo como la expiación perfecta, eterna y una vez por todas por el pecado - Heb. 10: 12-13; Heb. 9: 11-14.


II. EL DESCENSO DEL E.S.


A. En ese descenso gracias a su asenso se sucedieron dos cosas:

1. Descendió quien es nuestro consolador. Envió su Espíritu al mundo para morar, llenar, guiar y consolar a la gente del Señor, Juan 16: 7. " Consolador " - " Ser convocado, llamado a un lado, para dar ayuda; alguien que aboga por la causa de otro ante un juez, un defensor, abogado defensor, asistente legal, defensor; uno que defiende la causa de otro con uno, un intercesor; en el sentido más amplio, un ayudante,  asistente. "

2. Descendieron con el E.S. los dones (Ef. 4: 8). ¡Sus dones hacen que nuestro servicio a Él sea posible!


III SU MINISTERIO INTERCESOR.


A. El ministerio intercesor implica:

1. Abogar por nosotros, cuando pecamos  (1 Juan 2: 2).

2. Rogar por nosotros: (Rom. 8:34; Heb. 7:25) 


IV LA GARANTÍA DEL CIELO


A. Entonces:

1. Jesús ascendió al Cielo como nuestro " precursor ", Heb. 6: 18-20! La palabra "Forerunner" se refiere a " un explorador, un pionero, uno que traza el rumbo que otros deben seguir. "¡Jesús es nuestro" Precursor "! ¡Él se ha ido delante de su pueblo, Él ha despejado el camino.

2. Está preparando un lugar - Jesús nos dejó la promesa de que iba a preparar un lugar para nosotros en el cielo para que pudiéramos estar allí con Él por toda la eternidad, Juan 14: 1-3 . Así como un novio prepara un lugar para su novia, Jesús se ha comprometido a proporcionar un lugar para nosotros.


V. LA SEGURIDAD DE SU REGRESO.


A. Al ascender Jesús también:

1. Esta promesa fue confirmada por los ángeles que asistieron a la ascensión del Señor Hechos 1:11 . Un día, pronto, nuestro Salvador aparecerá en las nubes sobre la tierra y llamará a su pueblo para que lo encuentre en las nubes, 1 Ts. 4: 16-18 . En ese día, estos cuerpos pecaminosos y viles serán transformados a su imagen, 1 Cor. 15: 51-54 . Un día, pronto, estaremos con Él y seremos semejantes a Él, 1 Juan 3: 1-3.


Conclusiones

La ascensión de Jesús no es solo un evento final, es el fundamento de nuestra fe. Culminó la redención, nos dio el Espíritu, intercede por nosotros y es la garantía de nuestro lugar en el Cielo y de su glorioso regreso. Nos desafía a vivir hoy a la luz de estas verdades, con esperanza y propósito.

VERSIÓN LARGA

Mateo, Marcos, Lucas, Juan. Cuatro voces. Cuatro miradas sobre el final. Y Marcos, en su brevedad, en su urgencia, nos lanza una escena que parece, a primera vista, un epílogo abrupto. Un fin. Pero no lo es. Es el comienzo. El versículo 19, con su concisión casi brutal: "Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios." Luego, el versículo 20: "Y ellos, saliendo, predicaron por todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Amén."

Es un momento. Un instante suspendido entre el aquí y el más allá. La ascensión de Cristo. No un simple adiós, no un desvanecimiento en el aire. Es un acto con un peso inmenso. Implicaciones que se extienden como ondas en el agua, tocando cada rincón de lo que somos y de lo que creemos. No solo para Él, el que se eleva. Sino para nosotros, los que nos quedamos, mirando el cielo vacío con la esperanza llena. Hoy, nuestra mirada se posa, se detiene, en lo que esto significa para Él. Para la persona de Jesús. Antes de que ese significado se desparrame y nos envuelva también a nosotros.


Y el primer significado. La primera verdad que se revela en ese ascenso. Es la culminación de la redención.

Piensen en ello. Jesús. El mismo Jesús que caminó por la tierra, que sintió el polvo bajo sus pies, el sudor en su frente. El mismo que fue traicionado, juzgado, flagelado. El mismo que colgó en una cruz, con clavos perforando su carne. Él. Cuando regresó al cielo, no lo hizo como un espíritu etéreo, inmaculado, sin memoria de la carne. No. Regresó llevando en su cuerpo las marcas de la cruz. Apocalipsis 5:6 nos lo muestra: el Cordero de pie, como inmolado. Esas heridas. En sus manos. En sus pies. En su costado. Cicatrices gloriosas. No de debilidad, sino de victoria. Regresó al Cielo como el Cordero de Dios crucificado, sí, crucificado, pero ahora entronizado. Regresó habiendo realizado. Consumado. La redención. Allí. En la cruz. No había nada más que añadir. Nada más que quitar. La obra estaba hecha. Perfecta. Completa.

Y no fue solo la imagen. El recuerdo visible. Fue el acto. Él regresó con Su propia sangre. Esa sangre derramada en el Gólgota. Para presentarse. En el Cielo mismo. En la presencia del Padre. Como la expiación perfecta. Eterna. Y una vez por todas. Por el pecado. No más sacrificios. No más toros ni machos cabríos. Hebreos 10:12-13 nos lo grita: "pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de allí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies." Y Hebreos 9:11-14 lo confirma: "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación; y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención."

La ascensión, entonces, no es un mero "se fue". Es el sello. La validación cósmica. La prueba irrefutable de que el precio fue pagado. Que la deuda fue saldada. Que la justicia fue satisfecha. Que la redención, esa palabra tan vasta, tan llena de promesas, ha llegado a su punto más alto, su cumbre, su gloriosa culminación en la persona de Aquel que lleva las cicatrices de nuestro perdón.


Y el segundo significado. El segundo hilo que se teje desde ese ascenso. Es el descenso del Espíritu Santo.

Podría parecer una paradoja. Él asciende. Y algo desciende. Pero en ese movimiento hacia arriba, en esa partida que parecía dejarnos huérfanos, se activó la promesa más íntima. Más transformadora. En ese descenso, gracias a Su ascenso, sucedieron dos cosas. Dos regalos. Invaluables.

Primero, descendió quien es nuestro Consolador. Jesús lo había prometido. Juan 16:7: "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré." Él envió Su Espíritu al mundo. No como una visita ocasional. Sino para morar. Para llenar. Para guiar. Y para consolar a la gente del Señor. La palabra "Consolador". Es tan rica. En griego, Paráclito. Significa ser convocado, llamado a un lado, para dar ayuda. Es alguien que aboga por la causa de otro ante un juez, un defensor, un abogado, un asistente legal. Un intercesor. Pero, en el sentido más amplio, un ayudante. Un asistente. No estamos solos. Nunca más. Él se fue. Sí. Pero no nos dejó abandonados a nuestra suerte. Nos dejó una parte de Sí mismo. Una Presencia constante. Que vive dentro. Que susurra la verdad. Que nos da fuerza cuando flaqueamos.

Y segundo, descendieron con el Espíritu Santo, los dones. Efesios 4:8 nos dice: "Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres." Dones. Capacidades. Talentos sobrenaturales. Para edificar Su cuerpo. Para extender Su reino. Para amar de una manera que humanamente no podríamos. Dones de enseñanza. De servicio. De profecía. De fe. De sanidad. ¡Sus dones hacen que nuestro servicio a Él sea posible! Sin ellos, seríamos solo carne. Sin chispa. Sin propósito trascendente. Con ellos, somos vasos. Instrumentos. Manos y voces a través de las cuales el Cristo ascendido sigue obrando en el mundo. Su partida no fue una ausencia, sino una nueva forma de Presencia. Más íntima. Más poderosa. Porque el Espíritu, el Paráclito, habita en nosotros.


Y el tercer significado. El tercer eco que resuena desde las alturas. Es Su ministerio intercesor.

Él está allí. A la diestra del Padre. No inactivo. No en un reposo inerte después de la obra consumada. No. Su ascenso lo llevó a un lugar de autoridad. Pero también de servicio continuo. Un servicio vital para nuestra existencia diaria. El ministerio intercesor. Implica dos cosas fundamentales para nosotros. Para nuestra fragilidad. Para nuestra lucha.

Primero, Él aboga por nosotros, cuando pecamos. 1 Juan 2:1-2 lo dice con una ternura y una firmeza inigualables: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo." Cuando caemos, cuando tropezamos, cuando el pecado nos atrapa en su red, no estamos desamparados. No somos condenados automáticamente. Tenemos un Abogado. Alguien que presenta nuestro caso. No para excusar el pecado, sino para aplicar la sangre derramada. Su justicia. Él es nuestra defensa. Nuestro refugio.

Y segundo, Él ruega por nosotros. Romanos 8:34 nos asegura: "¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros." E ir más lejos aún, Hebreos 7:25 afirma: "por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos." Siempre. Constantemente. Sin descanso. Su intercesión no es esporádica. Es un ministerio continuo. Una oración eterna. Por nuestras debilidades. Por nuestras necesidades. Por nuestras luchas. Es una voz que se eleva en nuestro favor, un amor que no descansa, un compromiso que no cesa. Él vive para interceder. Y en esa intercesión, reside nuestra seguridad. Nuestra esperanza diaria.


Y el cuarto significado. El cuarto faro que brilla desde esa partida. Es la garantía del Cielo.

Su ascensión. Es más que un regreso a casa. Es un acto de promesa. De seguridad. Que se extiende hasta nuestra propia eternidad.

Jesús ascendió al Cielo como nuestro "Precursor". Hebreos 6:18-20 lo proclama: "para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec." La palabra "Precursor" se refiere a un explorador. Un pionero. Uno que traza el rumbo que otros deben seguir. ¡Jesús es nuestro Precursor! Él no solo nos mostró el camino. Él fue el primero en recorrerlo. Él se ha ido delante de Su pueblo. Ha despejado el camino. Ha quitado los obstáculos. Ha hecho posible lo imposible. No vamos a un lugar desconocido. Él ya está allí. Nos espera.

Y está preparando un lugar. Jesús nos dejó esa promesa. Tan íntima. Tan personal. Juan 14:1-3: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis." Es una promesa que calienta el alma. Como un novio que se va a construir el hogar para su amada. Jesús se ha comprometido a proporcionar un lugar para nosotros. No es un lugar improvisado. Es una morada preparada. Con amor. Con propósito. Donde estaremos con Él por toda la eternidad. Su ascensión es la llave. La confirmación de que hay un lugar para nosotros, esperándonos.


Y el quinto significado. El quinto pulso que emana de ese acto final. Es la seguridad de Su regreso.

La ascensión de Jesús no fue un punto final en la historia. Fue una pausa. Una promesa viva de lo que vendrá. Al ascender, Jesús también aseguró Su regreso.

Esta promesa. Fue confirmada por aquellos que lo vieron partir. Los ángeles. Hechos 1:11 nos lo recuerda: "los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo." Clara. Inequívoca. Un día. Pronto. Nuestro Salvador aparecerá. No en la debilidad de la carne, sino en la gloria. En las nubes. Sobre la tierra. Y llamará a Su pueblo. A aquellos que lo esperan. Para que lo encuentren en las nubes. 1 Tesalonicenses 4:16-18 lo describe con una imagen poderosa: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor."

Y en ese día. Un día que se acerca. Estos cuerpos. Frágiles. Pecaminosos. Viles. Serán transformados. A Su imagen. 1 Corintios 15:51-54 nos lo promete: "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados." No seremos sombras. Seremos como Él. Glorificados. Perfectos. Un día. Pronto. Estaremos con Él. Y seremos semejantes a Él. 1 Juan 3:1-3 nos da esa certeza.

La ascensión de Jesús. No es un mero evento final en un relato antiguo. Es el fundamento. La roca inamovible de nuestra fe. Culminó la redención. Nos dio el Espíritu. Intercede por nosotros sin cesar. Es la garantía misma de nuestro lugar en el Cielo. Y la promesa inquebrantable de Su glorioso regreso. Nos desafía. A nosotros. Que miramos hacia el cielo y hacia el futuro. A vivir hoy. Ahora mismo. A la luz de estas verdades monumentales. Con una esperanza que no avergüenza. Con un propósito que trasciende lo efímero. ¿Cómo te transforma esta verdad hoy? ¿Qué implica para tu andar diario saber que Él está allí, y que viene por ti?


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