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BOSQUEJO-SERMÓN: La nueva Jerusalén que desciende del cielo: El fin del temor a la muerte - EXPLICACIÓN APOCALIPSIS 21: 9 - 21

VÍDEO 

BOSQUEJO

Titulo: La nueva Jerusalén que desciende del cielo: El fin del temor a la muerte.Texto: Apocalipsis 21: 9 - 21.Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.


Introducción:

A. La ultima vez que el texto nos hablo de la Jerusalén celestial se centro en mostrarnos lo que pasada en ella, aquí tenemos ahora de nuevo una descripción de la misma, sin embargo, este texto se centra en mostrarnos como es ella.

B. Fieles a nuestro método de estudio las ultimas enseñanzas tomaremos versículo a versículo para descubrir como es la Jerusalén celestial.

I. VERSÍCULO 9.

A. Salta a la vista la intervención ahora del ángel que tiene las siete copas de la ira de Dios, este mismo es quien le muestra a Juan a la gran ramera (17: 1 - 5). Ahora, en contraste le muestra a la esposa del cordero.

B. Es de anotar también la relación entre la Jerusalén celestial y la iglesia leyendo en contexto parece ser lo mismo, por ello creo que el mismo pueblo que fue arrebatado al cielo ahora descenderá en ella al nuevo universo.


II. VERSÍCULO 10

A. Aunque la expresión del versículo dos: "descender del cielo, de Dios", Aparece aquí, tal parece que esta es otra visión de la misma ciudad. Como ya dijimos aquí se enfatizara como es la ciudad en contraste de que pasa en la ciudad que fue lo visto en los primeros versículos.

B. Aquí se nos aclara que Juan vio la ciudad desde una montaña alta, también se nos dice que Juan no solo llamo a esta ciudad, santa sino también grande.


III. VERSÍCULO 11.

A. En este versículo hallamos el resumen de los versículos que siguen, estos nos van a mostrar LA GLORIA DE DIOS manifestada en la ciudad, aquella gloria, no es la nube del A.T. es Dios mismo (como ya se dijo al comienzo del capitulo). Por ello la ciudad RESPLANDECE, como una piedra preciosa transparente.

A. A partir de este versículo se nos dan detalles de la ciudad:

1. Muralla: La ciudad tiene una gran muralla, la muralla esta hecha de Jaspe (diamante), los muros de esta marcan los limites de la ciudad, cada muro mide de largo doce mil estadios (2.200 km), según el versículo dieciséis y de alto setenta y cinco metros (ver. 17). La muralla tenia doce cimientos, cada cimiento tenia esculpido el nombre de cada uno de los doce apóstoles quienes aquí representan al pueblo de Dios del N.T. (ver. 14). El material de los cimientos era de todo tipo de piedras preciosas (ver. 19  - 20).

2. Puertas Esta muralla tiene doce puertas, cada puerta es una perla (ver. 21), la ciudad es cuadrada y en cada lado de este cuadrado hay tres de estas puertas (ver. 13), en cada puerta hay un ángel (protección) y cada puerta tiene el nombre de una de las doce tribus de Israel (el pueblo de Dios del A.T.)

B. Con esto lo que se nos quiere decir es una sola cosa: el lugar es sencillamente impresionante.


Conclusiones:

La Nueva Jerusalén es más que una ciudad; es nuestro hogar eterno. Esta visión nos da esperanza, recordándonos la protección de Dios. En la segunda parte continuaremos explorando este asombroso lugar. ¡Déjanos tu comentario sobre cómo lo imaginas!

VERSIÓN LARGA

A menudo, la fe es un mapa incompleto, una historia susurrada que atesoramos en el corazón. Escuchamos de cielos y promesas, de un destino final que nos espera más allá del velo de esta vida. Y en ese camino, la muerte se erige como una sombra, un final abrupto que, a pesar de las certezas, a veces nos roba el aliento. Pero el Apocalipsis, el último de los libros, no es solo el relato del fin; es el de la revelación, el de un nuevo comienzo que se nos muestra con una claridad deslumbrante. La última vez que el texto nos habló de la Jerusalén celestial, su enfoque era lo que sucedería dentro de ella: la ausencia de lágrimas, de dolor, de la noche. Era una promesa de lo que viviríamos. Pero ahora, en un giro extraordinario, el texto no nos habla de lo que pasa en la ciudad, sino de lo que ella es. Es un cambio de perspectiva que nos invita a detenernos, a sentir la inmensidad de lo que está por venir. Como si, después de haber escuchado la historia, nos invitaran a tocar la textura del papel donde fue escrita, a sentir la calidez de la tinta que la compuso.

Fieles a nuestro viaje, nos acercaremos a estos versículos como quien se inclina para examinar una pieza de joyería finamente trabajada, una joya que no solo es hermosa, sino que también contiene la historia completa del universo. Tomaremos versículo a versículo para descubrir cómo es la Jerusalén celestial, no como una lista de datos, sino como el retrato íntimo del corazón de Dios.

Versículo 9: El contraste glorioso

De repente, un ángel se acerca. No es un ser cualquiera, sino uno de los que portan las siete copas de la ira de Dios, el mismo que le mostró a Juan la gran ramera, la Babilonia que representaba la corrupción y la opulencia de un mundo alejado de Dios. Pero ahora, en un contraste que debe haberle partido el alma, le muestra a Juan a la esposa del Cordero. Es el drama de la historia humana condensado en un instante: el final de la decadencia y la llegada de la redención. La esposa del Cordero, pura y radiante, es la Jerusalén celestial. Este no es un mero adorno; es una verdad profunda y conmovedora. La Jerusalén celestial no es solo una ciudad a la que vamos, sino la representación tangible de la iglesia misma. Es la comunidad de los redimidos, el pueblo que fue arrebatado al cielo y ahora desciende, no como un habitante, sino como la esencia misma de ese lugar. La ciudad no es el contenedor; es el contenido. Nosotros, el pueblo de Dios, somos la ciudad. Nuestros gozos, nuestras luchas, nuestra fe, todo lo que nos hizo lo que somos, se ha fundido en la eternidad para crear esta obra de arte. Y esta es una idea que nos sacude, que nos llama a vernos no como individuos aislados, sino como la argamasa que une los ladrillos de esta ciudad eterna, como los hilos que tejen su tapiz. El final de la historia no es que somos salvos y luego vivimos en una ciudad, sino que somos salvos y nos convertimos en esa ciudad, en la morada de Dios.

Versículo 10: La visión desde la cumbre

La revelación continúa. Juan es llevado en el Espíritu a una "montaña alta y grande". Desde esta cumbre, la perspectiva es distinta, el aire es más puro, la visión se extiende más allá de los horizontes terrenales. Desde allí, contempla la ciudad. Ya no solo la llama "santa" –una cualidad inherente a su naturaleza divina–, sino también "grande". Esta grandeza no se refiere únicamente a su tamaño, sino a una magnitud que desafía la comprensión humana. Es la grandeza de la misericordia, la grandeza de la gracia, la grandeza del amor que la ha creado. Es una ciudad que se extiende más allá de lo que podemos imaginar, un lugar que trasciende nuestras limitaciones y nuestras formas de medir. Es como si Dios nos dijera: "Lo que tengo preparado para ti no cabe en tus palabras, no cabe en tus números. Es más vasto que tu cielo y tu tierra, más profundo que tu océano, más inmensamente bello que tu atardecer más glorioso". Y en esa cima, Juan no solo ve, sino que siente el peso y el honor de ser parte de algo tan inmensamente grande. Para nosotros, esta visión nos invita a subir nuestra propia montaña, a despegarnos de lo trivial y lo terrenal, y a contemplar nuestro destino con la perspectiva de la eternidad. Desde esa altura, nuestros miedos a la muerte parecen pequeños, nuestras preocupaciones mundanas, efímeras. Porque lo que nos espera, lo que somos, es una ciudad santa y grande, que desciende del cielo, de Dios mismo.

Versículo 11: El resplandor que es Dios

La gloria. Esa palabra, a menudo usada en himnos y oraciones, se hace palpable en este versículo. Encontramos aquí el resumen de todo lo que sigue: la gloria de Dios manifestada en la ciudad. Pero esta no es la gloria velada del Antiguo Testamento, la nube que se posaba sobre el tabernáculo. Es una gloria sin velos, sin intermediarios, porque la ciudad resplandece con la presencia de Dios mismo. La ciudad no es iluminada por una lámpara o un sol; la luz emana de ella, porque la fuente de la luz está dentro, es el latido mismo de su ser. Se nos dice que brilla "como una piedra preciosa, como jaspe, diáfana como el cristal". El jaspe, en la antigüedad, se asociaba con el diamante, una piedra de increíble dureza y brillo. Pero la descripción "diáfana como el cristal" añade una capa de significado. No es solo que la ciudad brille, sino que es transparente. No hay nada que esconder, no hay sombras, no hay opacidad. La pureza de Dios impregna cada rincón, cada estructura, cada partícula. La ciudad no solo refleja la gloria de Dios; está hecha de esa gloria. Es una manifestación física de Su carácter. El miedo a la oscuridad, a lo desconocido, a los rincones ocultos de la muerte, se disuelve en esta luz. Porque la oscuridad no tiene cabida en un lugar donde la luz es el material de construcción. Viviremos en el corazón mismo de la luz, envueltos en la gloria de Aquel que nos amó primero.

Versículo 12: La majestuosidad construida

A partir de aquí, los detalles se vierten sobre nosotros como un torrente de revelaciones. La ciudad tiene una gran muralla hecha de jaspe. Es la gloria de Dios la que la protege y la define. Sus dimensiones son colosales: "doce mil estadios" (unos 2.200 km) de largo en cada uno de sus cuatro lados y setenta y cinco metros de alto, una fortaleza inconmensurable. Pero es en su diseño donde reside la verdadera belleza. La muralla tiene doce cimientos, y en cada uno de ellos, el nombre de un apóstol. Los cimientos son de todo tipo de piedras preciosas, una sinfonía de colores y brillos. Esto nos habla de un fundamento inamovible, construido sobre la fe y el sacrificio de aquellos que lo dieron todo. Nos recuerda que nuestra fe no es un invento reciente, sino una historia que se remonta a los primeros testigos.

Y luego están las puertas. Doce puertas, cada una una perla de una magnificencia inimaginable. Una sola perla, que probablemente es el resultado del dolor y la irritación, se ha convertido en la puerta de acceso a la gloria. Esto nos evoca la imagen del mismo Cristo, el que sufrió por nosotros y se convirtió en la puerta. Y en cada puerta, el nombre de una de las doce tribus de Israel, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento. Este detalle es un abrazo a la historia, una confirmación de que Dios no olvida ninguna de Sus promesas. El Antiguo y el Nuevo Testamento, el pueblo de Israel y la iglesia, no son dos historias paralelas, sino dos ríos que se unen en un solo océano. Y a la entrada de cada una de estas puertas, un ángel. El ángel no está allí para impedir el paso, sino para proteger y dar la bienvenida, como un portero que nos recibe en casa después de un largo viaje.

En el corazón de estos detalles, se nos revela una sola verdad: el lugar es sencillamente impresionante. Es un lugar donde la fe se ha hecho arquitectura, donde la gracia se ha hecho material, donde la historia de la salvación se ha esculpido en cimientos y puertas. Es un lugar que no solo nos espera, sino que nos define.

Conclusión

La Nueva Jerusalén es más que una ciudad; es nuestro hogar eterno. Esta visión nos da una esperanza que supera todo miedo, recordándonos la protección de Dios y la magnificencia de nuestro destino. Esta no es una simple descripción de un lugar lejano, sino un retrato de nuestra propia esencia futura. En la segunda parte continuaremos explorando este asombroso lugar, sus medidas, sus materiales y la promesa que encierra. En este momento, te invito a cerrar los ojos por un instante. ¿Cómo te imaginas este lugar? Déjanos tu comentario.

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