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SERMÓN - BOSQUEJO: Más Allá del Dinero: Las Ofrendas que Mueven el Cielo – ¡La Verdad Oculta de Números 7!

Tema: Números. Título: Más Allá del Dinero: Las Ofrendas que Mueven el Cielo – ¡La Verdad Oculta de Números 7! Texto: Números 7. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.

Introducción:

A. Después de levantado el tabernáculo viene un tiempo en el cual el pueblo trae ofrendas a Dios durante 12 días. En este acto podemos aprender varias cosas sobre la manera de ofrendar:

I. LAS OFRENDAS SE USAN PARA DIOS (Ver 5, 10, 84).


A. Las ofrendas eran usadas para: 

1. “Para el servicio del tabernáculo de reunión” (Ver 5).
2. “trajeron ofrendas para la dedicación del altar el día” (Ver 10).
3. “ofrecieron para la dedicación del altar” (Ver 84).

¿Qué podemos notar? Las ofrendas que se recogieron se usaron para la el mismo tabernáculo, para su uso y sostenimiento.

B. Aunque como dice el N.T. “los que trabajan en el evangelio que vivan del evangelio” esta sentencia no le da derecho a nadie a enriquecerse con el evangelio. Vivir del evangelio es algo muy distinto a enriquecerse con el mismo. Que buena principio es este para una época como la nuestra en que las “iglesias” se han vuelto un lucrativo negocio. Donde vemos hombres que se han vuelto multimillonarios con la fe.


II. LAS OFRENDAS SON VOLUNTARIAS (Ver 2- 3; 10).


A. En estos dos pasajes se encuentra el momento donde los príncipes del pueblo toman la iniciativa de dar una ofrenda para Dios y el tabernáculo. Es de anotar que en ninguno de ellos se nota petición, ruego, coacción o algo similar de parte de Moisés. 

B. Escuche esto: “las mejores ofrendas son aquellas que no se piden”. Si, las mejores ofrendas son aquellas que nacen del corazón. Nunca de una ofrenda porque se siente obligado, o porque lo coaccionan con frases como: “entre más grande sea tu ofrenda mayor será tu bendición”; “si tienes una enfermedad grande así mismo debe ser tu ofrenda”; “deuda grande, semilla grande”; “según el tamaño de tu necesidad así debe ser tu pacto”; “Cada vez que tu ofrendas Dios está obligado a recompensarte ¡dios no puede tener deudas!”.


III. LAS OFRENDAS LAS DAN TODOS (Ver 3, 10).


A. La lista de quienes dieron fue así:

1 Naasón, Judá vv. Núm_7:12-17
2 Natanael, Isacar vv. Núm_7:18-23
3 Eliab, Zabulón vv. Núm_7:24-29
4 Elisur, Rubén vv. Núm_7:30-35
5 Selumiel, Simeón vv. Núm_7:36-41
6 Eliasaf, Gad vv. Núm_7:42-47
7 Elisama, Efraín vv. Núm_7:48-53
8 Gamaliel, Manasés vv. Núm_7:54-59
9 Abidán, Benjamín vv. Núm_7:60-65
10 Ahiezer, Dan vv. Núm_7:66-71
11 Pagiel, Aser vv. Núm_7:72-77
12 Ahira, Neftalí vv. Núm_7:78-83
Si nos damos cuenta las personas que dieron representaban a cada una de las tribus, se cree que la ofrenda que dan no proviene de ellos sino que dada la abundancia se hizo una colecta previa entre la tribu correspondiente. De esta manera nadie se quedó sin dar.

B. Ofrendar es un mandato para todo cristiano: Niños, adolescentes, jóvenes, solteros, casados, ancianos, lideres etc.


IV. LAS OFRENDAS SON GENEROSAS (Ver 3, 84 – 88).


A. En estos versículos se nos dice cuál fue la ofrenda total:

1. La primera ofrenda: Seis carretas y doce bueyes (Ver 3).
2. La segunda ofrenda:

a) Doce bandejas de plata de un kilo cada una.
b) Doce jarras de plata de medio kilo cada una llenas de flor de harina.
c) Doce cucharas de oro, de cien gramos cada una llenas de perfume.

Para holocausto:

d) Doce toros.
e) Doce carneros.
f) Doce corderos de un año con su respectiva ofrenda de cereal.

Para sacrificio expiatorio:

g) Doce machos cabríos.

Como sacrificio de paz:

h) Veinticuatro bueyes.
i) Sesenta carneros.
j) Sesenta machos cabríos.
k) Sesenta corderos de un año.

B. A todas luces una ofrenda generosa como deben ser nuestras ofrendas a Dios. no lo peor sino lo mejor; no lo que sobre sino aun de lo que me hace falta.


Conclusiones:

El pasaje enseña que las ofrendas deben ser voluntarias, generosas y con propósito sagrado, no por obligación o interés. Todos participan, dando lo mejor a Dios. Hoy, debemos evitar el mercantilismo religioso y ofrendar con corazón sincero, sosteniendo la obra sin egoísmo. La verdadera ofrenda nace del amor, no de la presión.

VERSIÓN LARGA

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, ¡qué gozo es para mi alma poder compartir este tiempo sagrado con cada uno de ustedes! Hoy, nuestros corazones se abrirán a una porción de la Palabra de Dios que, a primera vista, podría parecer una simple lista de números y objetos. Pero les aseguro, mis amados, que en Números, capítulo 7, se esconde una revelación profunda y transformadora sobre el arte sagrado de dar nuestras ofrendas al Señor. Es un pasaje que, si lo permitimos, tocará las fibras más íntimas de nuestro ser y nos inspirará a una generosidad que honra a Aquel que nos lo ha dado todo.

Imaginen la escena: el Tabernáculo, la morada de Dios entre Su pueblo, finalmente está erigido. La presencia divina se ha manifestado de una manera gloriosa. Y en ese momento trascendental, el pueblo de Israel, movido por un espíritu de devoción, dedica doce días a traer ofrendas al Señor. No es un acto trivial; es una expresión de gratitud, de adoración, de una relación viva y palpitante con el Dios de su salvación. Y es precisamente en este acto colectivo de entrega que la Escritura nos revela principios eternos sobre cómo nuestras ofrendas pueden, y deben, reflejar un corazón transformado.


El primer principio que resplandece como un faro en este capítulo es que nuestras ofrendas tienen un propósito divino: se usan para Dios. Los versículos 5, 10 y 84 de Números 7 nos lo dicen una y otra vez, con una claridad cristalina. Las ofrendas no eran para el beneficio personal de los líderes, ni para acumular riquezas terrenales. No, eran "para el servicio del Tabernáculo de reunión", "para la dedicación del altar" y nuevamente, "para la dedicación del altar". ¿Perciben la esencia, mis amigos? Cada carro, cada buey, cada plato de plata, cada cuchara de oro, cada sacrificio, todo, absolutamente todo, fue destinado directamente a la obra de Dios. Se invirtió en el lugar sagrado donde la presencia de Dios habitaba entre Su pueblo, para facilitar la adoración, el sacrificio y la comunión. Era para Su uso, Su sostenimiento, y para que Su gloria se manifestara.

Piensen en esto por un momento, en contraste con lo que lamentablemente vemos en nuestro mundo hoy. La Biblia, sí, el bendito Nuevo Testamento, nos enseña la verdad ineludible de que "los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio" (1 Corintios 9:14). Este es un principio de apoyo legítimo para aquellos que dedican sus vidas al ministerio a tiempo completo. Pero, ¡ay de aquellos que tuercen esta verdad sagrada para sus propios fines egoístas! Vivir del evangelio, mis amados, significa tener las necesidades básicas cubiertas, para que el siervo de Dios pueda dedicarse sin distracciones a la obra santa. Es algo muy, muy distinto a amasar fortunas, a construir imperios financieros sobre la fe ingenua y confiada de los creyentes.

Mi corazón se entristece profundamente cuando contemplo cómo en esta era moderna, algunas "iglesias" han degenerado en lo que parecen ser lucrativos negocios, y hombres que se presentan como siervos de Dios han amasado fortunas multimillonarias, viviendo en mansiones, volando en jets privados y coleccionando lujos, todo a costa de las ofrendas que el pueblo de Dios da con sacrificio y devoción. ¡Que el Señor nos libre de semejante abominación! Nuestras ofrendas, hermanos y hermanas, son para la gloria de Dios. Son para el sostenimiento de Su obra en la tierra, para llevar la luz del Evangelio a los rincones más oscuros, para alimentar al hambriento, vestir al desnudo, cuidar al huérfano y a la viuda, y para edificar el cuerpo de Cristo en amor y verdad. Este es el propósito divino, inmutable y sagrado de cada centavo que colocamos en el altar. Es un acto de adoración que dice: "Señor, esto es para Ti, para Tu reino, para que Tu voluntad sea hecha en la tierra como en el cielo."


El segundo principio, que resplandece con una belleza incomparable, es que las ofrendas son voluntarias. Observen con atención los versículos 2, 3 y 10. ¿Qué vemos? Los príncipes de Israel, los líderes de las tribus, toman la iniciativa. Se acercan a Moisés, no porque se les haya pedido, rogado o coaccionado. No hay un "cortejo" o una "siembra forzada". No hay presión de ningún tipo por parte de Moisés, el gran líder. Simplemente, vienen con sus dones, con un corazón dispuesto a dar.

¡Escúchenme bien, mis amados! Graben estas palabras en lo profundo de su alma: las ofrendas más preciosas, las que verdaderamente tocan el corazón de Dios, son aquellas que no se piden. Sí, son las que nacen de lo más profundo de un corazón libre, de una convicción genuina, de un espíritu voluntario y alegre. Piénsenlo: ¿qué valor tiene una "ofrenda" dada por obligación, por miedo o por la esperanza de una recompensa material? Absolutamente ninguno a los ojos de un Dios que mira el corazón.

Nunca, bajo ninguna circunstancia, den una ofrenda porque se sientan obligados, o porque sean bombardeados con frases manipuladoras, tan comunes en algunos círculos hoy. Frases como: "Entre más grande sea tu ofrenda, mayor será tu bendición". ¡Esto es una perversión del Evangelio! O aún más insidioso: "Si tienes una enfermedad grave, así de grande debe ser tu ofrenda para ser sanado". ¿Qué clase de Dios es ese que comercia con el sufrimiento humano? "Deuda grande, semilla grande"; "Según el tamaño de tu necesidad, así debe ser tu pacto"; "¡Cada vez que tú ofrendas, Dios está obligado a recompensarte, Dios no puede tener deudas!". Mis amigos, estas no son palabras de Dios. Son las voces de mercaderes en el templo, distorsiones groseras de la verdad bíblica, un mercantilismo espiritual que deshonra el carácter de un Dios de gracia y amor, y que explota la fe, a menudo desesperada, de los creyentes. El Señor, nuestro bendito Redentor, no necesita ser manipulado, ni sobornado, ni presionado. Él anhela un corazón rendido, no una cartera exprimida por la culpa, el miedo o la avaricia disfrazada de "fe". La verdadera generosidad fluye de un manantial puro: el amor incondicional por Cristo y el deseo de honrarle, no el cálculo egoísta de lo que podemos "obtener" a cambio. Es la expresión de un corazón agradecido, no de un corazón transaccional.


El tercer principio que Números 7 nos enseña, y que es maravillosamente inclusivo, es que las ofrendas las dan todos. La lista de quienes ofrecieron es, en sí misma, una revelación de este principio. Desde Naasón de Judá hasta Ahira de Neftalí, el pasaje enumera, con meticuloso detalle, a cada uno de los príncipes de las doce tribus de Israel (versículos 12-83). Y aunque cada príncipe presentaba la ofrenda, la magnitud y uniformidad de sus dones sugieren fuertemente que no era solo su riqueza personal. Lo más probable, y es una inferencia razonable, es que estas ofrendas provenían de una colecta previa entre los miembros de la tribu correspondiente. Esto significa que, de una manera u otra, nadie se quedó sin dar. Todos participaron, todos tuvieron el privilegio de contribuir a la obra de Dios.

Este es un modelo poderoso para la iglesia de hoy, y para cada creyente. Ofrendar no es un llamado exclusivo para los ricos, para aquellos con abundancia desbordante, o para los líderes de la iglesia. No. Ofrendar es un mandato, un privilegio y una expresión de discipulado para todo cristiano. Es para los niños, aprendiendo desde pequeños la alegría de dar; para los adolescentes, entendiendo que su generosidad puede marcar una diferencia; para los jóvenes, con su energía y visión; para los solteros, los casados, los ancianos, los líderes, para cada miembro, sin excepción, del cuerpo de Cristo. La generosidad es una expresión tangible de nuestra fe, un acto de obediencia que nos une en un propósito común, un reflejo de nuestra gratitud por las bendiciones inmerecidas de Dios. Cada ofrenda, sin importar su tamaño – sea grande o sea el óbolo de la viuda que Jesús elogió – es un acto de adoración que honra al Señor y fortalece Su obra en la tierra y más allá. No es una carga pesada; es un privilegio inefable que nos permite ser socios activos en el plan redentor de Dios para este mundo quebrantado y necesitado. Es una oportunidad para participar en algo mucho más grande que nosotros mismos, para invertir en la eternidad.


Y finalmente, el cuarto y último principio que extraemos de este precioso capítulo, que desafía nuestra comodidad y nos invita a la excelencia, es que las ofrendas son generosas. Los versículos 3 y 84-88 detallan con asombro la magnitud de lo que se ofreció. La primera ofrenda, sí, la ofrenda para el transporte del Tabernáculo, consistió en seis carretas y doce bueyes. Piensen en el valor de eso en su tiempo. Luego, la Biblia nos detalla que cada uno de los doce príncipes trajo una ofrenda uniforme y sustancial. Cada uno presentó: doce bandejas de plata de un kilogramo cada una, doce jarras de plata de medio kilogramo cada una llenas de flor de harina (para las ofrendas de cereal); doce cucharas de oro, de cien gramos cada una, llenas de perfume (incienso precioso para el altar). Y para los sacrificios que simbolizaban la expiación y la comunión: doce toros, doce carneros, doce corderos de un año para el holocausto; doce machos cabríos para el sacrificio expiatorio; y, finalmente, para el sacrificio de paz, que era una comida compartida con Dios, veinticuatro bueyes, sesenta carneros, sesenta machos cabríos y sesenta corderos de un año.

Mis amigos, a todas luces, esta fue una ofrenda inmensamente generosa. No era un gesto simbólico mínimo; era un don abundante, un desborde de gratitud, de devoción, de reverencia y de una fe audaz en la provisión de Dios. Así deben ser nuestras ofrendas a Dios. No debemos presentarle lo peor, lo que sobra después de haber satisfecho todos nuestros deseos, las migajas de nuestra prosperidad. ¡No! Más bien, estamos llamados a darle lo mejor de lo que Él nos ha confiado. Y a veces, mis amigos, esto significa dar incluso de lo que nos hace falta, con un corazón dispuesto y confiado en Su provisión soberana.

La Biblia no solo nos llama a dar; nos llama a dar generosamente, a sembrar con liberalidad para cosechar abundantemente (2 Corintios 9:6). Porque "Dios ama al dador alegre" (2 Corintios 9:7). Esta generosidad no es una carga, es un testimonio vibrante de nuestra fe. Es una expresión tangible de que confiamos más en Dios que en nuestras propias posesiones, que Él es nuestra fuente y nuestro proveedor. Es un acto de adoración que refleja, aunque de manera imperfecta, la infinita generosidad de Dios hacia nosotros, Aquel que no retuvo nada, sino que dio a Su Hijo unigénito, Jesús, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.


Así, mis amados, en el corazón de Números 7, encontramos verdades atemporales que resuenan poderosamente para el creyente de hoy. El pasaje nos enseña que nuestras ofrendas deben ser voluntarias, impulsadas por un corazón alegre, movido por el amor y la gratitud, no por la obligación, el miedo o el interés egoísta. Deben ser generosas, un reflejo de la magnificencia de nuestro Dios y de nuestra propia gratitud por Su inmensa provisión en nuestras vidas. Y lo más importante, deben tener un propósito sagrado, destinadas a la expansión de Su reino, al sostenimiento de Su obra, y no para la edificación de imperios personales.

Todos estamos llamados a participar en este sagrado acto de dar, cada uno según su capacidad, pero siempre dando lo mejor de lo que Dios nos ha bendecido. Debemos guardar nuestros corazones de caer en las trampas del mercantilismo religioso, recordando siempre que la verdadera ofrenda nace de un amor sincero por Dios y por Su reino, no de la presión humana o de una mentalidad transaccional. Que nuestras vidas de generosidad sean un eco vibrante del amor de Aquel que se dio a Sí mismo por nosotros en la cruz, para que tuviéramos vida, y vida en abundancia.

¿Está tu corazón verdaderamente preparado para una generosidad que refleje el amor y la grandeza de nuestro Dios?


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