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SERMÓN - BOSQUEJO: La verdad sobre tu Navidad: Envidia, Codicia y Despilfarro, las trampas del Materialismo

Tema: Navidad. Título: La verdad sobre tu Navidad: Envidia, Codicia y Despilfarro, las trampas del Materialismo Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz

Introducción:

A. En este día “huele a navidad”, todo es navidad, todo es preparativos para este miércoles, curiosamente solo preparativos materiales, poca meditación, poco recogimiento que es lo que en realidad constituiría una preparación para esta fecha. Hoy vamos a meditar sobre las manifestaciones de materialismo que vemos en estas fechas:


I. CUIDADO CON LA ENVIDIA (Tito 3: 3). 


A. El texto de Tito nos muestra lo que éramos antes y entre muchas cosas en esta lista dice: “viviendo….en envidias”. 

B. El RAE define envidia como: “la tristeza o el pesar por el bien ajeno” o “desear lo que no se posee”. El salmo 73 nos da un ejemplo exacto de este sentimiento mírelos versículos 3 – 5; 11 – 14. En ellos se nos muestra claramente lo que dice y lo que siente una persona tomada de la envidia.

C. En esta época esta tristeza, esta amargura por lo que otros tiene y yo no aflora muchos más que en cualquier época del año, envidiamos lo que otros lograron obtener, lo que les regalaron, la manera como celebraran etc., muchas veces hasta el punto de hacer renegar y dudar de Dios, es necesario tener mucho cuidado con este sentimiento en la navidad.


II. CUIDADO CON LA CODICIA (Hab. 2: 9).

A. En este texto de Habacuc se lanza un temerario ¡Ay! Que equivale a una seria advertencia contra Babilonia que había hecho ricos a los suyos a través del engaño y el robo (injusta ganancia).  La codicia es mala no solo por el sentimiento que produce sino también por lo que nos puede llevar a hacer.

B. El RAE define la codicia como un afán excesivo por las riquezas. La codicia es distinta de la avaricia en que el avaro posee un sentimiento mucho más intenso y en que su fin no es poseer para gastar como en el caso de la codicia sino más bien poseer para atesorar.

C. En estas épocas ya sea por la envidia o por la codicia en si nos apremia un afán por tener cosas y como ya dijimos antes esto es peligroso porque puede llevarnos a actuar de maneras incorrectas (deudas, robos, engaños) con talo de saciar nuestros malos deseos.


III. CUIDADO CON EL DESPILFARRO (Prov. 21:20).


A. Proverbios tiene una gran enseñanza sobre este tópico, se nos dice que la persona sabia sabe ahorra pero que la persona insensata disipa, gasta, despilfarra todo. No solo este texto es importante consideremos también Prov. 21: 5 que básicamente enseña que hacer cosas a la carrera, alocadamente, con afán puede llevar a la pobreza pero que las cosas bien planeadas resultaran en la abundancia. 

B. Si algo caracteriza esta época es el afán, muchas veces en este apresuramiento gastamos muchos más de lo que podemos trayendo sobre nosotros pobreza. Si existe una época del Año donde deberíamos tener un presupuesto y ceñirnos estrictamente a él es esta, seguro nos ahorra muchas tristezas en los meses que vienen.


IV. CUIDADO CON LAS TENTACIONES (1 Pedro 5:8)


A. Este es un texto maravillosos para esta época nos insta a tres cosas importantes:

1. Sed sobrios: es estar alertas, atentos…
2. Velad: es estar listos para lo que venga.
3. El adversario: En esta época no olvidemos que el diablo anda despierto.

B. Este texto se explica solo y nos ayuda mucho para esta época del año, estemos en guardia contra las diversas tentaciones que se nos presentan.


Conclusiones: 

La verdadera Navidad no está en regalos o riquezas, sino en el significado espiritual. Libérate de la envidia, la codicia y el despilfarro, y mantente alerta contra las tentaciones. Enfócate en el nacimiento de Jesús, el regalo que trae paz y gozo duraderos.

VERSIÓN LARGA

El vacío bajo el oropel: Una meditación sobre el materialismo navideño

Existe una alquimia extraña en el aire que precede al solsticio de invierno. Una fragancia que no es la de la nieve, sino la de la canela, el pino y, más sutilmente, la del papel de regalo recién desempaquetado. Es un aroma que anuncia la llegada de una estación, no solo del calendario, sino del alma; una época en que el mundo parece detener su marcha para un ritual de luz y de encuentro. Todo, en apariencia, se viste de un significado profundo: las calles se engalanan, las luces parpadean como estrellas caídas y los villancicos resuenan con la promesa de una paz ancestral. Sin embargo, bajo esta pátina de esplendor y de algarabía, subyace una inquietante disonancia. La preparación, que debería ser un acto de recogimiento y de meditación, se ha tornado en una frenética carrera de adquisición. Hoy, lejos del eco de una cuna humilde, vamos a reflexionar sobre las manifestaciones de ese materialismo que, como una bruma, se ha posado sobre el espíritu navideño.

La Epístola de Tito, en un acto de retrospectiva teológica, nos pinta un retrato de lo que fuimos antes de ser redimidos. En esa lista de vicios, que van desde la necedad y la desobediencia, hasta la malicia y la perversidad, se alza un espectro particularmente insidioso: "viviendo… en envidias". La envidia, en su esencia más pura, es un veneno para el alma, una tristeza o pesar por el bien ajeno. La Real Academia Española la define con una contundencia casi poética: es la amargura por la felicidad del otro, o bien, el "deseo de poseer lo que otro tiene". No es un simple capricho por un objeto; es una corrosión del ser que nos impide alegrarnos genuinamente por la prosperidad ajena.

El Salmo 73 nos ofrece un caso de estudio perturbador y exacto. El salmista, en un momento de crisis espiritual, confiesa que su pie casi resbala, que sus pasos a punto estuvieron de desviarse. ¿Por qué? Porque envidiaba a los arrogantes, a los que prosperaban sin importar la injusticia. Observaba su opulencia, su bienestar físico, su aparente tranquilidad, y sentía una punzada de amargura. Llegó a pensar que su propia piedad era un ejercicio inútil. "Ciertamente en vano he limpiado mi corazón y he lavado mis manos en inocencia", murmura con una voz cargada de pesar.

En la época de Navidad, esta envidia se magnifica y se proyecta sobre un lienzo de oropel y regalos. Observamos la publicación en redes sociales de celebraciones ajenas y nos preguntamos por qué nuestro árbol no es tan grande, por qué nuestros regalos no son tan abundantes. Sentimos un aguijón de dolor al ver el nuevo juguete del vecino, el viaje familiar del primo o la cena suntuosa de un amigo. Este sentimiento, a menudo soterrado, no solo nos roba el gozo de nuestra propia bendición, sino que puede llevarnos a una peligrosa duda. Empezamos a cuestionar la justicia de Dios, a sentir que Él es parcial, que nos ha olvidado mientras a otros los ha colmado de bienes. Es una espiral de toxicidad que nos aleja del verdadero sentido de la fecha, de la humildad del pesebre y de la alegría de un Salvador. Como bien dijo Charles Spurgeon, "El que dio su ley al mar, para que sus aguas no pasasen de los límites que Él les impuso, no permitirá que el océano de tus angustias te ahogue". Y la envidia es, sin duda, un océano de angustias que Él nos pide no navegar.

El profeta Habacuc, en un pasaje de advertencia, lanza un severo "¡Ay!" contra Babilonia, un imperio que había amasado su fortuna a través del engaño y el robo, de lo que él llama "injusta ganancia". Este "ay" no es solo una exclamación, sino una condena profética contra una mentalidad que valora las riquezas por encima de la justicia y la dignidad humana. En el corazón de esta advertencia yace la codicia, un "afán excesivo por las riquezas", como la define la RAE.

Es importante, en este punto, distinguir la codicia de la avaricia. Si bien ambas son hijas de la misma desmedida, la codicia persigue el tener para el gastar, para la ostentación y el disfrute efímero, mientras que el avaro acumula por el simple hecho de atesorar, sin que el consumo sea su fin último. Ambas, sin embargo, son igualmente destructivas, pues el apego al dinero y a los bienes materiales corrompe la esencia del ser.

En esta época, impulsados por la envidia o por una codicia en sí misma, nos vemos apremiados por un afán insaciable de tener. El bombardeo publicitario, la presión social y la ilusión de que el valor de una persona se mide por lo que posee, nos empujan a un consumismo desaforado. Esta obsesión por la adquisición es peligrosa no solo por el sentimiento vacío que genera, sino por las acciones inmorales a las que nos puede llevar. Las deudas que se adquieren de manera imprudente, los engaños para obtener dinero y, en casos extremos, los robos y actos deshonestos, son el fruto amargo de este afán por saciar deseos que no tienen fin. La Navidad, un tiempo que debería invitarnos a la generosidad y al desprendimiento, se convierte en un campo de batalla para nuestros deseos más oscuros.

"Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio; mas el hombre insensato todo lo disipa." La sabiduría de Proverbios, con una claridad atemporal, nos confronta con la diferencia abismal entre una vida de propósito y una vida de inestabilidad. El sabio, en su prudencia, sabe administrar los recursos que se le confían; ahorra, planifica y actúa con una visión a largo plazo. El insensato, por su parte, disipa, gasta y despilfarra sin pensar en el mañana. El mismo libro de Proverbios nos advierte: "Los planes del diligente ciertamente son para la abundancia; mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza".

Si hay una palabra que define el espíritu de las compras navideñas, es precisamente "afán". Corremos de tienda en tienda, compramos sin reflexionar, nos apresuramos a adquirir un sinfín de cosas, muchas de ellas innecesarias, en una búsqueda desesperada por cumplir con un ideal de felicidad que el mercado nos ha impuesto. En esta prisa, el presupuesto se olvida, la prudencia se desvanece y las consecuencias, ineludibles, se manifiestan en los meses venideros. Las deudas se amontonan, los bolsillos se vacían y el gozo efímero de los regalos se reemplaza por el dolor persistente de la escasez.

La Navidad, en su esencia, nos llama a la moderación. La lección de una cuna en un establo, de un regalo de mirra y de un nacimiento humilde, es la de la sencillez. Un presupuesto bien planificado no es una restricción, sino una herramienta de libertad. Es el sabio que, al ceñirse a un plan, se asegura de que su alegría no será fugaz, y que el espíritu de la festividad no será contaminado por las preocupaciones materiales del futuro. La Navidad, en su forma más pura, no tiene precio; el despilfarro, en cambio, tiene un costo que a menudo pagamos con creces.

En medio de esta avalancha de materialismo, el apóstol Pedro nos da una advertencia que resuena con la urgencia de una trompeta: "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar". Esta exhortación es un recordatorio de que, en medio de la aparente paz de las fiestas, la guerra espiritual no descansa.

El llamado a ser "sobrios" no se limita al consumo de alcohol, sino que se extiende a nuestra mente, a nuestras emociones, a nuestro juicio. Es una invitación a estar alertas, a ser prudentes, a no dejarnos llevar por las emociones pasajeras ni por el frenesí del consumismo. Es una sobriedad que nos permite ver más allá de la superficie, más allá de las luces de colores y los paquetes brillantes. Es un estado de conciencia que nos recuerda que esta es una fecha que el enemigo buscará contaminar.

Y el llamado a "velar" es un llamado a estar listos, a permanecer en guardia. En la Navidad, el enemigo usa tácticas sutiles. Ataca a través de la envidia, susurrando que no somos lo suficientemente buenos si no tenemos lo que otros tienen. Ataca a través de la codicia, prometiendo que la felicidad está a solo una compra de distancia. Ataca a través del despilfarro, convenciendo al corazón de que el atesorar tesoros terrenales es más importante que el atesorar tesoros celestiales.

La Navidad es una época de gran luz, pero también una época en la que las sombras intentan alargar su alcance. Estar en guardia contra las diversas tentaciones que se nos presentan no es un acto de pesimismo, sino de fe. Es reconocer que la lucha es real, pero que la victoria ya ha sido dada. La cuna en Belén no fue solo el nacimiento de un niño, sino el inicio de una batalla que culminaría en una cruz, un triunfo sobre el pecado y la muerte.

La verdadera Navidad no se encuentra en el tumulto de los centros comerciales, ni en el estruendo de los fuegos artificiales, ni en el recuento de los bienes que hemos adquirido. Es un eco silencioso que resuena en la cueva humilde de Belén. El materialismo, con su envidia, su codicia, su despilfarro y sus tentaciones, no es más que una distracción, una cortina de humo que busca oscurecer la luz del verdadero regalo.

La Navidad, en su esencia, es la historia de un Dios que se despojó de su gloria para nacer en la humildad de la carne. No vino para pedir, sino para dar. Su nacimiento no fue un acto de acumulación, sino de vaciamiento. Él es el regalo que trae paz y gozo duraderos. El verdadero espíritu de la Navidad nos llama a imitar este desprendimiento, a liberarnos de la carga de las cosas, a dejar de medir nuestro valor y el de los demás por lo que se posee, y a enfocarnos en el único regalo que tiene el poder de transformar el corazón: el regalo de Jesús.

Que esta Navidad, en medio de las luces y los villancicos, podamos hacer una pausa. Que podamos cerrar los ojos, no para envidiar lo que otros tienen, sino para dar gracias por lo que ya poseemos. Que podamos abrir las manos, no para recibir un regalo más, sino para ofrecer nuestro amor y nuestro servicio a los que nos rodean. Que podamos silenciar la voz del consumismo para escuchar el susurro de la esperanza que nació en una cuna. La Navidad no es una temporada para consumir, sino una temporada para contemplar. Es tiempo de recordar que el regalo más grande de todos ya ha sido entregado.


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