Tema: Génesis. Título: Más allá de la venganza: Así José perdona a sus hermanos y revela la cura definitiva para tus heridas del pasado. Texto: Génesis 42. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.
I ENGAÑO (Ver 7)
II TEMOR A DIOS (Ver 18)
III PERDÓN (Ver 25 – 38)
Hoy, nos enfocaremos en las actitudes de José, en las decisiones que forjaron su carácter y en las lecciones inmortales que nos regala su vida. Prepárense, pues, para un encuentro con la complejidad de la fe, la fragilidad humana y la asombrosa gracia divina que florece incluso en los corazones más heridos.
La Sombra Humana: El Engaño y la Fragilidad del Héroe
Cuando la verdad se reveló, cuando el hambre apretó y los hijos de Jacob bajaron a Egipto, el encuentro fue inevitable. En el versículo 7 de Génesis 42, el relato nos dice con una claridad desgarradora que, al ver a sus hermanos, José los reconoció de inmediato. ¡Imaginen ese instante! El hombre que había sido arrojado a un pozo, vendido como esclavo, calumniado y encarcelado injustamente, tenía ahora el poder absoluto. El destino había invertido los papeles de una manera que solo Dios podría orquestar.
La pregunta que resuena en nuestros corazones es: ¿Cuál hubiera sido la actitud natural? ¿La obvia? Darse a conocer, liberar la avalancha de emociones acumuladas durante décadas de separación y dolor. Sin embargo, José elige un camino diferente, uno que nos desconcierta, que nos perturba: trama un elaborado engaño. Los trata como espías, los encierra, los somete a pruebas. ¿Por qué, José, por qué esta senda tortuosa? No lo sabemos a ciencia cierta, y es precisamente en esta incertidumbre donde reside una lección crucial y a menudo dolorosa.
Es vital, amados hermanos, que en nuestra búsqueda de héroes de la fe, no caigamos en la trampa de la idealización. José, a pesar de sus increíbles virtudes y de la mano de Dios obrando en su vida, era solo un hombre. Incluso los gigantes de la fe tropiezan, cometen errores, fallan. Al investigar sobre este pasaje, he leído a muchos eruditos y pastores que, con la mejor de las intenciones, buscan justificar la conducta de José en este engaño. Argumentan que probaba a sus hermanos, que buscaba su arrepentimiento, que seguía un plan divino complejo. Pero, sinceramente, es un ejercicio innecesario. La verdad es simple y poderosa: José, en este caso, falló. Su dolor, su pasado, su humanidad lo llevaron a un momento donde la rectitud se nubló por una estrategia que, a todas luces, no era lo ideal.
Esto nos lleva a una verdad que debemos grabar en lo profundo de nuestra alma:
Engañar a otros es pecado. No importa quién lo cometa, no importa cuán nobles creamos que son las razones, ni cuán profundo sea el dolor que nos precede. La mentira y el engaño son una desviación del carácter de Dios. Esta verdad nos libera de la carga de justificar lo injustificable, incluso en nuestros héroes bíblicos.
No debemos idealizar a ningún ser humano. El mejor de nosotros, el más piadoso, el más ungido, es solo un hombre, una mujer, hecha de barro y aliento divino. Mirar a los demás con ojos de perfección inalcanzable es condenarlos a la caída y condenarnos a nosotros a la desilusión. Solo hay Uno perfecto, y Su nombre es Jesús. Esta realidad nos invita a ser humildes con nosotros mismos y compasivos con las imperfecciones de los demás.
El Ancla Inquebrantable: El Temor de Dios en la Imperfección Humana
Pero incluso en medio de esta sombra de engaño, emerge una luz que define el corazón de José. Cuando finalmente los libera de la prisión, hay una frase que resuena con una autoridad innegable, una frase que es el ancla de su alma: "Yo temo a Dios" (versículo 18). Aquí reside la gran cualidad que, a pesar de sus errores, mantuvo a José en el camino de Dios. José era un hombre imperfecto, sí, con sus batallas y sus caídas, pero su esencia estaba arraigada en un profundo temor a Dios.
Y aquí debemos entender qué significa este "temor a Dios". No es un miedo paralizante, no es terror ante un Dios vengativo. ¡Oh, no! Es una actitud de profundo respeto, reverencia y asombro ante la grandeza, la santidad y la justicia de Dios. Es el reconocimiento de Su soberanía absoluta, de Su amor incondicional y de la sabiduría de Sus mandamientos. Este temor reverente es el que nos impulsa a amarle con todo nuestro ser, a adorarle con pasión, a servirle con humildad y a obedecerle con gozo. Como nos recuerdan las Escrituras: "Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera" (Salmo 112:1). "Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos" (Salmo 128:1). Y Eclesiastés 12:13 lo resume: "El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre."
Relacionando esto con la primera verdad que vimos, entendemos que, aunque una persona tema a Dios con todo su corazón, esto no la exime de pecar. Los hombres y mujeres que temen a Dios también caen, tropiezan, cometen errores. La diferencia crucial no es la ausencia de pecado, sino la actitud ante el pecado. Los que temen a Dios no son esclavos del pecado; el pecado no los define, no los domina. Cuando caen, se levantan. Cuando yerran, se arrepienten. Su temor a Dios los lleva de vuelta al arrepentimiento, a la búsqueda de la justicia, a la restauración. Esta cualidad inquebrantable es lo que permitió a José, a pesar de sus imperfecciones, ser un instrumento tan poderoso en las manos del Todopoderoso.
La Gracia Sobrenatural: El Poder del Perdón en Acción
Y aquí llegamos al clímax de esta profunda lección, al corazón palpitante de la vida de José: el perdón. En los versículos 25 al 38, somos testigos de varias acciones de perdón que nos dejan sin aliento, que nos revelan la esencia de un corazón transformado por Dios. José, siendo el segundo hombre más poderoso de Egipto, con el mundo a sus pies, y con décadas de dolor, injusticia y humillación almacenados en su alma por culpa de sus hermanos, tenía el poder de desatar sobre ellos la más terrible de las venganzas. Comparado con lo que ellos le hicieron, el engaño en que los involucra es, en efecto, cosa pequeña.
Pero incluso después de solo tres días de ese primer encuentro, la esencia del perdón ya brota en José. La Escritura nos dice que irrumpió en llanto (ver. 24). ¡Imagina la mezcla de dolor, de alivio, de amor y de amargura que se liberaba en esas lágrimas! Y a pesar de esa herida aún abierta, a pesar de no haber leído aún las palabras de Jesús sobre amar a los enemigos, José, con una sabiduría que solo viene de un corazón que teme a Dios, sabía que no podía devolver mal por mal. Y en un acto de gracia sobrenatural, su corazón se derramó en bendición sobre sus ofensores:
Llenó sus sacos de trigo: Proveyó abundantemente para su necesidad más básica, la que los había impulsado a ir a Egipto.
Les devolvió el dinero de su compra: Les otorgó una gracia económica inesperada, mostrándoles que la justicia de Dios va más allá del simple intercambio.
Les dio comida para el viaje: Se aseguró de que no solo tuvieran para el presente, sino para el camino de regreso, extendiendo su cuidado hasta el último detalle.
Esta acción, devolver bien por mal al ofensor, es una de las actitudes más sublimes y desafiantes que el cristianismo nos llama a vivir. Pablo lo articuló con una claridad contundente en Romanos 12:14, 17-21: "Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis... No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres... No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego a
José, sin el Nuevo Testamento, vivió esta verdad. Su corazón, aunque marcado por la traición, eligió el camino de la gracia. Su perdón no fue ingenuo; fue un acto deliberado de la voluntad, un reflejo del carácter de Dios mismo.
Conclusión: El Eco del Perdón en Nuestras Vidas
La historia de José nos confronta poderosamente con la cruda realidad de nuestra humanidad: incluso un gran siervo, un gigante de la fe, puede fallar, puede ceder a la imperfección. Pero en esa misma historia, encontramos una verdad liberadora: su profundo temor a Dios y su asombrosa capacidad de perdonar, incluso a través del dolor más desgarrador, nos desafían hoy.
Nos desafía a examinar nuestros propios corazones: ¿Estamos dispuestos a extender la gracia incluso cuando la herida sigue abierta? ¿Estamos preparados para devolver bien por mal, incluso a aquellos que nos han dañado profundamente? La vida de José es un testimonio vibrante de un corazón transformado, un corazón que, a pesar de sus tropiezos, eligió la senda del amor divino. Que su historia no sea solo un relato, sino un poderoso catalizador para que en cada uno de nosotros florezca la misma gracia perdonadora, para la gloria de Aquel que nos perdonó primero.
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