🎶Tema: 40 días en comunidad. 🎶Titulo: Maneras de alabar a Dios segun la Biblia. 🎶Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz.
I. ALABANDO A DIOS CON LA VOZ
II. ALABANDO A DIOS CON EL CUERPO
Así, este no es un artículo sobre las formas de una práctica religiosa, sino un tratado sobre las maneras en que el alma, habiendo conocido a su Dios, encuentra los vehículos para gritar su alegría al mundo. Hablaremos de estas expresiones de alabanza, no como una lista de deberes, sino como un mapa de las múltiples puertas por las que la emoción del espíritu puede escapar hacia el cielo.
El Canto del Alma: Alabando a Dios con la Voz
La primera y más elemental de estas expresiones es el canto que brota del interior, la palabra que se hace melodía. No se requiere un templo de piedra ni un coro de mil voces. El Salmo 26:7 nos habla de proclamar con voz de acción de gracias. Es una conversación, un susurro al aire de la mañana o un grito en la soledad de la noche, donde le contamos a Dios quién es Él para nosotros. Nuestra boca, ese portal de comunicación, se convierte en un instrumento de testimonio. Con ella hablamos de la magnificencia y la grandeza de nuestro Dios, no en un lenguaje distante, sino en el dialecto íntimo de la experiencia personal. Es el Salmo 34:1, “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca,” transformado en la narrativa de nuestra propia vida, en el relato de cómo nos ha sacado de la desesperación. Es un hilo de voz que teje un tapiz de gratitud por lo que ha hecho por nosotros, por lo que ha sido y por lo que será.
Esta primera forma de alabanza no necesita de grandes despliegues. Es el murmullo de un corazón satisfecho, el diálogo de un alma que confía. Sin embargo, hay momentos en los que el gozo, la victoria o el asombro son tan vastos que las palabras normales no bastan. En esos instantes, el alma toma aire profundamente y, como el rugido de un león en la sabana, se alza la voz y se aclama al Señor. El Salmo 47:1 nos invita: "Pueblos todos, batid las manos; aclamad a Dios con voz de júbilo." No es una súplica, es una declaración. El grito de aclamación es una expresión de victoria, el clamor de un corazón que sabe que su Dios es soberano, el Rey de toda la tierra. Es la expresión de una fe que no se avergüenza, que no teme sonar "demasiado entusiasta" o "exagerada." Es el sonido de la certeza, de la convicción de que el Señor ha triunfado.
Pero la voz tiene otra dimensión, una que se eleva por encima de la prosa y el grito: la canción. Entonar canciones es la expresión del espíritu que ya no puede limitarse a las palabras. Es cuando el alma encuentra en la melodía un vehículo para las emociones que no caben en una simple frase. El Salmo 7:17 nos invita a cantar a Jehová, no por obligación, sino “por su justicia,” y a alabar el nombre del Altísimo. La canción es un río que fluye del corazón, llevando consigo la alegría, la tristeza, la fe y la esperanza. Convierte la oración en poesía y la gratitud en armonía. En el Salmo 30:4, el salmista nos llama a “cantar a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad.” La canción no solo es para nosotros; es para la comunidad, una celebración compartida que une voces en una sola alabanza. A través de la canción, nuestra alabanza se vuelve bíblica y cristocéntrica. No cantamos por el simple placer de la música, sino para honrar la verdad de la Escritura y para exaltar al Hijo de Dios. La alabanza verbal, en todas sus formas, es un eco de la voz de Dios en nosotros, y es nuestro testimonio del poder de Cristo en nuestras vidas.
La Poesía del Cuerpo: Alabando a Dios con el Movimiento
Si la voz es el instrumento del alma, el cuerpo es la partitura donde la alabanza se escribe en movimiento. El cuerpo no es solo un templo que alberga al espíritu, sino un instrumento expresivo que puede y debe unirse a la sinfonía de la adoración. Cada gesto, cada movimiento, puede ser una palabra en un idioma que se entiende más allá de la razón.
Levantar las manos es una de las posturas más antiguas y universales de la alabanza. No es un gesto vacío, sino una poderosa declaración. El Salmo 134:2 nos invita a “alzad vuestras manos al santuario, y bendecid a Jehová.” Es un acto de rendición, como un soldado que levanta sus manos en señal de que ha depuesto sus armas. Pero también es un gesto de súplica, de abrir las palmas para recibir del cielo. Al levantar las manos, reconocemos que no tenemos nada que ofrecer que no nos haya sido dado, y que nos sometemos completamente a Él. Es una vulnerabilidad gozosa, la imagen de un hijo que extiende sus brazos hacia su Padre. Batir las manos, por otro lado, es la versión rítmica y jubilosa del aplauso. Es una variante que se une a la aclamación, un sonido de admiración y celebración, como en el Salmo 47:1. Es el aplauso que le damos al Rey que ha ganado la batalla.
El aplauso mismo es una señal de admiración. Piensen en un estadio lleno de gente aplaudiendo a un atleta que ha hecho algo extraordinario. Ese aplauso es la respuesta natural a la excelencia, a la maestría. Cuando aplaudimos a Dios, estamos reconociendo su maestría sobre el universo, su excelencia en la creación, su victoria sobre el pecado y la muerte. El Salmo 98:4 nos dice: "Cantad alegres a Jehová, toda la tierra; levantad la voz, aplaudid, cantad y salmodiad." El aplauso es el sonido de un corazón que se regocija en la grandeza de su Dios.
Pero el cuerpo también tiene la capacidad de expresar una humildad profunda, una verdad que se manifiesta en la postura. Arrodillarse, como se nos invita en el Salmo 95:6, es una señal de total humillación y reconocimiento de realeza. No nos arrodillamos ante cualquier persona, sino ante aquellos que poseen autoridad y dignidad. Al arrodillarnos ante Dios, estamos reconociendo que Él es el único Rey, que su trono está por encima de todos los tronos, que su poder es ilimitado y su amor inagotable. Es un acto de reverencia, un momento en el que el cuerpo se inclina para que el alma pueda elevarse.
Finalmente, la expresión más completa y liberadora de la alabanza con el cuerpo es la danza. Es usar cada músculo, cada fibra, para alabar a Dios. La danza es el gozo que no puede ser contenido, la celebración que se vuelve cinética, la alegría que explota en movimiento. Pensemos en el rey David, quien danzó con toda su fuerza delante de Jehová (2 Samuel 6:14-16). Él no se preocupó por la opinión de los demás; su gozo era tan grande que su cuerpo no pudo permanecer quieto. La palabra hebrea Karar, que se usa para describir su danza, significa "danzar" y "girar", pintando la imagen de un torbellino de regocijo. En esa danza, David se liberó de las cadenas de su realeza, de las expectativas de su posición, para ser simplemente un hombre, un hijo de Dios, que se regocijaba en la presencia de su Padre.
Y la danza no es solo del Antiguo Testamento. La palabra griega skirtao nos muestra que esta explosión de gozo se repite en el Nuevo Testamento. Significa "saltar de gozo," "moverse de alegría." Lucas 6:23 nos habla de la dicha de los que son perseguidos por Cristo, y Lucas 1:46-47 describe el canto de María, una danza del alma que se expresa en palabras de júbilo. La danza es el lenguaje universal del gozo, un eco de la celebración del cielo por la redención del ser humano.
Una Vida que Canta y Danza
La alabanza, entonces, no es una actividad fragmentada que hacemos en un momento específico. No es solo lo que decimos o lo que hacemos. Es una expresión integral de nuestra existencia. La adoración es la actitud interna que nos define; la alabanza es la manifestación externa de esa definición. No podemos alabar a Dios verdaderamente con nuestra voz si nuestro cuerpo permanece apático y nuestra mente distraída. Y no podemos alabarle con nuestro cuerpo si el corazón está lleno de resentimiento o de incredulidad.
La alabanza genuina es holística. Es la sinfonía de una vida que ha sido redimida, donde la voz, el cuerpo y el espíritu se unen en un solo propósito: glorificar a Aquel que nos ha salvado. Te animo a que no veas estas expresiones como una lista de tareas, sino como una invitación a la libertad. Libérate de la vergüenza, del miedo al qué dirán y del peso de la religiosidad. Permite que la alabanza brote de tu ser como un manantial. Permite que tu voz cuente la historia de tu salvación. Permite que tu cuerpo se convierta en un poema en movimiento, una danza de agradecimiento ante la presencia de tu Rey. Que tu vida entera sea una adoración continua que le dé toda la gloria a Aquel que la merece.
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