QUIEN ES DIOS
REFLEXIÓN EN JOB 22: 2 - 4
Introducción
Pregunta: ¿Cuantos creen que Dios nos necesita? (Levanten las manos)
Video: las maravillas de la creación.
En el libro de Job, encontramos una discusión profunda sobre este tema. Job, un hombre recto y temeroso de Dios, es confrontado por su amigo Elifaz, quien cuestiona el valor de la justicia humana para Dios. Hoy, exploraremos Job 22:2-4 lo que los teologos llaman la ASEIDAD DIVINA.
Tres conceptos nos ayudaran a entender...
I. Dios es autosuficiente (ver 2)
"Dios no necesita de nosotros, pero nosotros necesitamos desesperadamente de Él." – A.W. Tozer
Explicación del texto: Elifaz afirma que la justicia del hombre no le añade nada a Dios, porque Él es perfecto, autosuficiente y soberano. No depende de nuestras acciones para existir o gobernar.
PEDIR A LA GENTE QUE LEA: Textos de apoyo:
Salmo 50:9-12 – "Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud."
Hechos 17:24-25 – “El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos humanas; ni es servido por manos humanas, como si necesitara algo, puesto que Él da a todos vida, aliento y todas las cosas.”
Aplicación práctica:
Reconocer que servimos a Dios por amor y gratitud, no para "ayudarlo" o cambiar su voluntad.
Vivir con humildad, recordando que Dios es suficiente en sí mismo y no depende de nosotros.
Ilustración: Una botella llena y un vaso vacio
Preguntas de confrontación:
¿Estoy sirviendo a Dios con un corazón genuino o esperando obtener algo a cambio?
¿Cómo reacciono cuando mis expectativas no se cumplen ante Dios?
II. La santidad beneficia al hombre, no a Dios (ver 2)
"La integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando." – C.S. Lewis
Explicación del texto: Elifaz señala que la piedad y la justicia benefician al hombre mismo, promoviendo su bienestar y paz, pero no hacen a Dios más grande ni más poderoso.
PEDIR A LA GENTE QUE LEA: Textos de apoyo:
Proverbios 11:17 – "El hombre misericordioso hace bien a su alma."
1 Timoteo 4:8 – "La piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera."
Aplicación práctica:
Practicar la justicia y la piedad como herramientas para nuestra transformación espiritual.
Buscar la comunión con Dios como una fuente de bendición para nuestra vida, no para "obligarlo" a actuar.
MEDITA: ¿DE QUE MANERA HA MEJORADO TU VIDA AL VIVIR CONFORME A LA VOLUNTAD DE DIOS?
Preguntas de confrontación:
¿Estoy cultivando una relación con Dios por amor o por interés personal?
¿De qué manera he experimentado los beneficios de la piedad en mi vida diaria?
III. La soberanía de Dios en la corrección (ver 3)
"Dios nunca llega tarde ni se equivoca en Su juicio." – A.W. Tozer
Explicación del texto: Elifaz, en Job 22:4-5, sugiere erróneamente que Dios está castigando a Job por su pecado. Sin embargo, la Biblia revela que Dios, en Su soberanía, corrige tanto al justo como al impío según Su perfecto plan. A veces, el juicio divino sobre el pecador es inmediato, pero en otras ocasiones Dios retrasa Su castigo según Su propósito eterno. Asimismo, los justos también pueden experimentar sufrimiento como parte de la disciplina divina o pruebas que fortalecen su fe.
PEDIR A LA GENTE QUE LEA: Textos de apoyo:
Dios castiga al impío según Su soberanía:
Eclesiastés 8:11 – "Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal."
Numeros 32: 23: - "Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará".
Dios juzga al justo conforme a Su voluntad:
Job 23:10 – "Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro."
Hebreos 12:6 – "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo."
Aplicación práctica:
Reconocer que Dios tiene un tiempo perfecto para juzgar toda acción humana, ya sea del justo o del impío.
Aceptar con humildad la corrección de Dios, confiando en que Él actúa con justicia y amor.
Preguntas de confrontación:
¿Confío en la soberanía de Dios, aun cuando no veo justicia inmediata en mi vida o en el mundo?
¿Estoy dispuesto a aceptar la disciplina de Dios como una muestra de Su amor y dirección?
Conclusión
Job 22:2-4 nos enseña que Dios es autosuficiente y no depende de nuestra justicia, pero nos invita a vivir en piedad para nuestro propio beneficio. La justicia y la adoración no hacen a Dios más grande, sino que nos moldean a nosotros como mejores hijos suyos.
Llamado a la acción:
Hoy, decide acercarte a Dios con un corazón humilde y agradecido, sabiendo que Él es perfecto y autosuficiente. Sirvámosle no por obligación, sino por amor y gratitud. ¿Estás dispuesto a vivir una vida de fe sincera y desinteresada?
VERSION LARGA
Dios No Necesita Nada de Nosotros: Reflexión en Job 22: 2 - 4
Hermanos en el peregrinaje de esta existencia fugaz, detengámonos hoy ante el umbral de una pregunta que no es meramente teológica, sino ontológica; una cuestión que toca la médula misma de nuestro ser y el abismo que nos separa de lo Absoluto. Ciertamente, es un error sutil, pero catastrófico, el que anida en el corazón humano: la presunción de que la Deidad, en su vastedad inescrutable, pudiera albergar una carencia, una necesidad que nuestra contingente existencia pudiera solventar. ¿Cuántos de nosotros, en los silencios del alma, albergamos la secreta convicción de que Dios nos necesita? Es esta idea falaz la que modela a menudo la arcilla de nuestro servicio y la arquitectura de nuestra plegaria, transformándolos de actos de rendición y gratitud a ejercicios de autoimportancia o, peor aún, de trueque metafísico. Creemos que la pátina de nuestra justicia o el esfuerzo pulido de nuestra piedad le confieren un valor agregado, una plenitud suplementaria, a la majestad inmutable del Creador.
En las arenas movedizas de su desventura, el patriarca Job es confrontado por Elifaz, cuyo discurso, aunque erróneo en su aplicación directa a la calamidad del sufriente, alcanza la cumbre de la verdad conceptual al enunciar el principio de la Aseidad Divina. La Aseidad, esa joya de la teología forjada en el crisol de la filosofía (del latín a se, ser "por sí mismo"), es la doctrina que hoy nos convoca a la humildad. Es la comprensión de que Dios no pende de hilo alguno, que Su existencia es necesaria, mientras la nuestra es puramente contingente. Él es la fuente manantial, el Océano de la Esencia, el Sol que no recibe luz sino que la irradia eternamente; nosotros, por el contrario, somos el recipiente, el receptáculo, la necesidad encarnada. Job 22:2-4 es el diamante donde se refracta esta luz: tres verdades que, al comprenderlas, nos ubican correctamente en el vasto teatro de la creación.
La primera de estas verdades es la inmutable, rotunda autosuficiencia de Dios. Elifaz, con una ironía cruel, pero conceptualmente lúcida, interpela a Job: “¿Hará el hombre a Dios provechoso, como si el sabio fuera útil a sí mismo?” (Job 22:2) Aquí, la sabiduría se usa como un sinónimo de Dios. Elifaz sostiene que la justicia del mortal, por más prístina que sea, es incapaz de insuflar aliento adicional al Ser que es el Aliento de todo lo que existe. Dios es la Perfección sin fisuras, la Soberanía que no admite coadjutores ni cómplices. Él no depende del pulso de nuestras acciones, ni de la calidad de nuestra bondad fugaz, ni del volumen de nuestros sacrificios para afirmar Su esencia o mantener Su dominio. La creencia de que podemos mejorar a Dios, de que nuestra virtud puede completarlo, es una de las blasfemias más sutiles y perniciosas de la psique religiosa, sugiriendo una grieta en la vasija de Su divinidad que nuestro barro temporal podría enmendar. Esta verdad, sin embargo, es una liberación formidable: nos absuelve de la tarea prometeica de tener que impresionar o sostener a un Ser que ya abarca y excede toda plenitud concebible. El teólogo Tozer, con su acostumbrada agudeza, destiló esta verdad a su esencia: “Dios no necesita de nosotros, pero nosotros necesitamos desesperadamente de Él.”
Dios es lo Absoluto que no puede ser objeto de perfeccionamiento. Él es el Todo que no admite la suma. Cualquier talento, cualquier ofrenda, cualquier acto de devoción que presentemos no es más que una devolución de los bienes que ya poseía y nos confió. Si pensamos en la inmensidad, el salmista nos guía a través de una poderosa alegoría de la abundancia: Salmo 50:9-12: “No tomaré de tu casa becerros, ni machos cabríos de tus rediles. Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco todas las aves de los montes, y todo lo que se mueve en el campo me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud.” Observen la imagen: Dios se describe a Sí mismo como el propietario del ganado sobre mil colinas, el catalogador de cada criatura que se mueve. La frase culminante, “Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti,” aniquila toda noción de servicio interesado. Dios es tan abundante, tan autosostenido, que la mera idea de que Su hambre dependiera de nuestra ofrenda es una absurda paradoja. Su plenitud es eterna, incondicional.
Pablo, al confrontar la sofisticación pagana en el Areópago de Atenas, elevó este concepto al plano de la filosofía existencial en Hechos 17:24-25: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos humanas; ni es servido por manos humanas, como si necesitara algo, puesto que Él da a todos vida, aliento y todas las cosas.” El templo, con su arquitectura de piedra y oro, se convierte en un monumento a la vanidad humana, una vana pretensión de contener lo Incontenible o de proveer a Aquel que provee. Él no es, pues, el servido; Él es la fuente de todo servicio, Quien da vida y aliento a la totalidad de la existencia. Nuestra implicación es inexcusable: el servicio, la ofrenda, la adoración, deben surgir como un torrente de amor y gratitud que se desborda, nunca como una transacción económica. Si Él es la botella colosal, rebosante del Aqua Vitae, nosotros somos el pequeño vaso vacío, creado con la única finalidad de ser llenado con Su plenitud. Nunca añadiremos una gota al Océano de Su Ser; solo podemos recibir, con humildad y asombro, el caudal de Su gracia. Reconocer la Aseidad nos impone una existencia de profunda humildad y nos confronta con la raíz de nuestra motivación: ¿Es mi servicio un reflejo de un corazón transformado, o es un acto sutil de regateo, esperando que el Creador me deba algo por mi diligencia?
La segunda verdad es una consolación existencial, un espejo que nos muestra que la santidad beneficia al hombre, no a Dios. Aunque Elifaz estaba equivocado al usar esta verdad para condenar a Job, el principio es inexpugnable. Elifaz pregunta con sarcasmo: “¿Tiene contentamiento el Omnipotente de que tú seas justo, o gana algo de que tú hagas perfectos tus caminos?” (Job 22:3) La respuesta es, y debe ser, 'Absolutamente no'. La piedad, la justicia, la rectitud no magnifican el poder ni la gloria del Señor. Él ya es la gloria inmaculada. Pero estas cualidades no son un tributo irrelevante; son el camino que Dios ha trazado para que Su creación, el hombre, alcance la plenitud para la que fue diseñado. No son una cuota para un Dios irascible, sino el manual de instrucciones para nuestra propia máquina interna. El escritor y pensador C.S. Lewis capturó la esencia práctica de la piedad como un acto de integridad que se realiza en el silencio: “La integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando.”
La piedad, en su esencia, es la alineación del alma con la Realidad, con la ley moral que sustenta el universo. Cuando vivimos en integridad, el principal y directo beneficiario es nuestra propia alma. No es un favor concedido a la Deidad, sino un acto de misericordia y sanación que nos hacemos a nosotros mismos. Proverbios 11:17 actúa como un principio de causa y efecto espiritual: “El hombre misericordioso hace bien a su alma; mas el cruel se atormenta a sí mismo.” La crueldad, la injusticia, la avaricia, no son solo ofensas externas; son un veneno que el alma ingiere, un ácido corrosivo que consume la paz interior y desgarra la conexión con el Ser. La misericordia y la justicia, por el contrario, son el andamiaje espiritual que reconstruye y nutre.
La piedad, por tanto, tiene una utilidad universal, como lo afirma Pablo: 1 Timoteo 4:8: “Porque el ejercicio corporal para poco aprovecha; pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera.” La piedad se convierte en una herramienta para nuestra transformación y un ancla para nuestro bienestar temporal. Ella no obliga a Dios, sino que nos posiciona para recibir las bendiciones que Él ha preordenado para aquellos que caminan en rectitud. La meditación sincera nos obliga a un examen de conciencia profundo: ¿He buscado la comunión con Dios como un medio para Su fin o como un fin en sí mismo, un medio para mi propio enriquecimiento espiritual? ¿He medido los profundos beneficios de la piedad en mi paz interior, en la calidad de mis relaciones y en la solidez de mi carácter? La santidad no es una carga impuesta, sino la liberación de una autoimpuesta miseria.
Finalmente, arribamos al tercer concepto, que es la verdad sobre la soberanía de Dios en la corrección. Elifaz, en Job 22:4, formula una pregunta que, si bien cargada de presunción contra Job, plantea una cuestión universal: “¿Acaso te castiga, o entra contigo en juicio, a causa de tu piedad?” Y la respuesta, una vez más, nos remite a la infinita sabiduría de Dios. La Escritura revela que el juicio y la corrección no son actos impulsivos, sino manifestaciones de la soberanía perfecta de Dios, que actúa en un tiempo que es ajeno a nuestra cronología humana. Tozer nos recuerda el contraste entre el tiempo del hombre y el tiempo de Dios: “Dios nunca llega tarde ni se equivoca en Su juicio.”
La justicia tiene un tiempo señalado, un kairós divino. En ocasiones, la paciencia de Dios se extiende, lo que el corazón endurecido interpreta erróneamente como indiferencia o, peor, como una tácita aprobación. Salomón observó esta trágica falacia en Eclesiastés 8:11: “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal.” Este retraso no es olvido; es una misericordia que se prolonga, un tiempo de gracia que, si es despreciado, solo sirve para que el pecador atesore más peso para su propio juicio final. La advertencia a los que persisten en la desobediencia es un eco atronador a través del tiempo: Números 32:23: “Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará.” El juicio puede ser postergado, pero es tan inevitable como la salida del sol.
Sin embargo, para aquel que ha abrazado la gracia, el sufrimiento cambia de naturaleza. No es un castigo punitivo, sino una disciplina amorosa y refinadora. La corrección de Dios, aunque pueda doler y abrumar como el fuego, tiene un propósito alquímico: quemar la escoria y revelar la pureza. Job, en medio del horno, declaró con una fe que desafiaba su propia miseria: Job 23:10: "Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro." El juicio del justo no es un veredicto de culpa, sino un proceso de refinamiento, un martilleo divino. Esta corrección es una prueba de filiación, no de rechazo, como lo confirma la carta a los Hebreos 12:6: "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo." Aceptar la corrección de Dios, incluso en la oscuridad más densa, es un acto de fe radical, confiando en que la mano que azota es la misma mano que sostiene, actuando con justicia y un amor que busca forjar nuestro carácter eterno.
La meditación sobre la Aseidad Divina, tal como la encontramos en la dialéctica de Job 22:2-4, culmina en una lección de humildad cósmica. Dios es el Incondicional, el Absoluto, y no requiere la mendicidad de nuestra justicia. Sin embargo, en Su condescendencia, nos invita a la piedad para nuestro propio beneficio y nos somete a la disciplina para nuestra propia formación. La justicia y la adoración no lo hacen más grande; nos hacen a nosotros mejores hijos, preparándonos para una comunión que es la única plenitud a la que puede aspirar el ser humano. El servicio más valioso, aquel que resuena con la verdad de Su Aseidad, no es el que busca la ostentación o la ganancia, sino aquel que brota de un corazón que ha sido transformado y que se rinde en gratitud total.
Hoy, se nos impone la necesidad de reevaluar la geometría de nuestra fe. Acerquémonos a Dios, no con la altivez del que lleva una ofrenda necesaria, sino con la humildad del que recibe un regalo inmerecido. Él es el Sol que brilla por Sí mismo. Sirvámosle no por el cálculo del favor, sino por el éxtasis del amor que ha sido derramado. ¿Estamos dispuestos, en este día, a deponer la vanidad de nuestra autosuficiencia espiritual y abrazar la fe sincera y desinteresada, reconociendo que todo lo que tenemos, incluso la capacidad de ser justos, es un préstamo Suyo? Que la verdad de la Aseidad nos libere de las cadenas de la pretensión para amar a Dios por Quien es, y no por lo que, en nuestra fantasía, creemos que necesita de nosotros. Amén.
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