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BOSQUEJO - SERMÓN: LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO DE SALOMÓN EN LA BIBLIA - 1 REYES 6

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BOSQUEJO

Tema: 1 Reyes. Titulo: La construcción del templo de Salomón en la Biblia. Texto: 1 Reyes 6. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.

(Dos minutos de lectura).

Introducción:

A. Este es un texto denso, ya que nos describe como era el templo de Salomón, de allí que usa muchos detalles difíciles de entender, así como también medidas. Teniendo en cuneta esto en esta introducción haremos un descripción sencilla del mismo y despues pasaremos a lo practico.

B. ¿Que podemos aprender de la construcción del templo de Salomón para nuestra vida practica? Incrustados en este texto tenemos algunos versos que nos refieren a algunos de los valores mas importantes de la vida cristiana.

I. EL PROCESO (ver. 1)


A. Se dice aquí que cuatrocientos ochenta años después del éxodo comenzó la construcción del templo. La cifra es controversial. Sin embargo, lo importante es darnos cuenta que la promesa de Diso se cumplio (Deuteronomio 12:5) a traves de un proceso que llevo siglos, altos y bajos, pero aun asi se cumplio.

B. Dos términos muy importantes en el caminar cristiano son proceso y paciencia.


II.  LA REVERENCIA (ver. 7).


A. Se nos informa aquí que en la construcción del templo se usaron piedras que ya venían labradas de la cantera, se nos informa que mientras el templo era construido no se oían por ello mismo sonido de hachas o de martillo. Este detalle nos hace pensar en el detalle, el cuidado y la delicadeza con la que se hicieron las cosas, todo esto porque Salomón y el pueblo entendía que lo que hacían era para Dios.

B. Esto debe servir de ejemplo para nosotros en la manera como debemos hacer las cosas para Dios, como es para Dios deben ser hechos con respeto y mucho pero mucho cuidado.


III. LA OBEDIENCIA (ver. 11).


A. En este versículo el Señor le recuerda a Salomón que todo ese esfuerzo, que todo ese dinero, que toda esa majestuosidad no sirve de nada sin la obediencia.

B. Otro concepto muy importante en la vida cristiana es la obediencia y lo es porque de esta manera le demostramos al Señor nuestro amor, ademas, es la obediencia la llave que abre las puertas de las promesas de Dios.


IV. LA ADORACIÓN (ver. 32, 35).


A. Un detalle llamativo es la de las imágenes, Salomón construye el templo e incluye en ella todo tipo de imágenes, ahora, ¿Acaso Dios no prohibió hacer imágenes? (Éxodo 20: 1 - 4), es correcto Dios prohibió tal practica. Sin embargo, la lectura cuidadosa del texto de Éxodo nos mostrara que la prohibición es a hacerles para rendirles culto, ese es el punto.

B. Estas cosas nos permiten pensar en la correcta adoración, otra palabra clave en el cristianismo, adoramos, pues no como nosotros queremos sino como Dios ha revelado en su Palabra que el debe ser adorado.

V.  LA PERSEVERANCIA (ver. 33)


A. Como vimos en la enseñanza anterior Salomón había determinado construir el templo, tal construcción duro siete años. Salmón no descansaría hasta ver su propósito hecho una realidad. A esto se le llama perseverancia.

B. La diferencia entre la paciencia y la perseverancia es que cuando perseveramos trabajamos mientras esperamos, la paciencia en si misma es la habilidad de saber esperar el tiempo necesario pero esta necesita de la perseverancia para tener su obra completa.


Conclusiones:

La construcción del templo de Salomón nos enseña la importancia de valores esenciales en la vida cristiana. Cada aspecto, desde el proceso hasta la perseverancia, nos invita a reflexionar sobre cómo honramos a Dios en nuestras acciones. La obediencia y el respeto son fundamentales para una adoración auténtica y significativa.

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VERSION LARGA
La construcción del templo de Salomón en la Biblia - Texto: 1 Reyes 6


El Libro de 1 Reyes, particularmente en su capítulo sexto, se convierte en una especie de tratado de arquitectura sagrada, un texto denso en el que la prosa bíblica se detiene con una meticulosidad casi obsesiva en la descripción de las proporciones, los materiales y la disposición interna del Templo erigido por el rey Salomón. Esta densidad, marcada por el uso abundante de medidas, detalles ornamentales y materiales preciosos, puede parecer a primera vista tediosa para el lector moderno. Sin embargo, no debemos dejarnos extraviar por la complejidad de los codos, las vigas y los entarimados; más allá de la fría descripción material, incrustados en los intersticios del texto, encontramos principios teológicos y valores cristianos de una importancia suprema. Nuestra tarea es desentrañar la descripción formal para penetrar en la sustancia espiritual, preguntándonos: ¿Qué podemos aprender de la construcción del Templo de Salomón para nuestra vida práctica? ¿Qué valores esenciales de la vida cristiana se revelan en este antiguo relato de albañilería? Los versos, aparentemente técnicos, nos refieren a algunos de los conceptos más importantes para el peregrinaje de fe: la paciencia del proceso, la excelencia de la reverencia, la supremacía de la obediencia, la pureza de la adoración y la tenacidad de la perseverancia.

El relato comienza con una referencia temporal de gran peso histórico y teológico: se nos dice que la construcción del Templo se inició cuatrocientos ochenta años después del éxodo de los hijos de Israel de la tierra de Egipto (versículo 1). Si bien la cifra ha sido objeto de controversia académica en cuanto a su precisión cronológica exacta, el verdadero peso del verso no reside en la exactitud matemática, sino en la dimensión del tiempo y la fidelidad divina. Lo importante es darnos cuenta de que la promesa de Dios de habitar en medio de Su pueblo, de establecer un lugar donde Su Nombre residiera permanentemente (Deuteronomio 12:5), se cumplió a través de un proceso que no fue inmediato ni expedito. Fue un proceso que abarcó siglos, que conoció de altos y bajos, de períodos de fervor y de épocas de decadencia, de jueces, de reyes imperfectos, de guerras y de paz intermitente, pero aun así, a pesar de toda la inestabilidad humana y de la lentitud de las generaciones, la promesa divina se cumplió. Esta verdad nos introduce de lleno a dos términos cruciales en el caminar cristiano: proceso y paciencia. El proceso es el conjunto de pasos, a menudo lentos, que conducen a la meta, y la paciencia es la cualidad espiritual que nos capacita para soportar esa lentitud sin caer en la desesperación o el abandono. Hoy en día, vivimos en una cultura de la inmediatez, donde la gratificación instantánea se ha elevado a la categoría de derecho inalienable, y el concepto de un proceso que se extiende a lo largo de quinientos años resulta casi incomprensible. Sin embargo, el ejemplo del Templo nos recuerda que las obras más grandes, las promesas más profundas de Dios en nuestra vida, no se cumplen con un chasquido de dedos, sino a través del lento, a veces doloroso, pero siempre seguro, molino de la historia personal. La paciencia, por lo tanto, se convierte en la virtud cardinal que nos ancla a la fidelidad de Dios, incluso cuando el calendario divino parece ir a un ritmo frustrantemente lento para nuestro espíritu impaciente. Aprender a honrar el proceso es aprender a honrar la soberanía de Dios sobre nuestro tiempo.

La segunda gran lección de la construcción del Templo se encuentra en un detalle de la ingeniería civil que es asombroso por su significado espiritual, un detalle que nos revela la necesidad imperiosa de la Reverencia en todo lo que se hace para Dios (versículo 7). Se nos informa que en el lugar de la construcción del Templo, en el monte Moriah, se utilizaron exclusivamente piedras que ya venían labradas, talladas y ajustadas directamente desde la cantera, el sitio de origen. La crónica bíblica es explícita: mientras el Templo era levantado, no se oía en el sitio de la obra sonido alguno de hachas, martillos o de herramienta de hierro. El Templo fue levantado en un silencio casi místico, como si una mano invisible, delicada y perfectamente precisa, estuviera encajando cada pieza. Este detalle nos obliga a meditar profundamente en el cuidado, la delicadeza y la anticipación con que se hicieron las cosas. El trabajo ruidoso, tosco e imperfecto se llevó a cabo lejos, en la cantera. En la colina sagrada, solo se realizó el ensamble final, un acto de quietud y reverencia. Todo esto fue posible porque Salomón y el pueblo entendían, con una convicción profunda, que lo que estaban haciendo no era una mera edificación monumental, sino un lugar de morada, o al menos de manifestación de la presencia del Dios Altísimo. La obra debía reflejar la majestuosidad y la perfección del Ser para quien estaba destinada. Este detalle debe servir de ejemplo, de principio rector, para nosotros en la manera intrínseca en que debemos hacer las cosas para Dios, sea en el ministerio, en el servicio a la comunidad o en nuestra vida personal. Porque es para Dios, porque nuestro servicio es a Su Nombre, debe ser hecho con el más profundo respeto, con una excelencia que roza lo obsesivo y con un cuidado que excluye la chapucería, la improvisación y la mediocridad. La reverencia se traduce en la excelencia de la preparación: la preparación silenciosa, el estudio profundo, la oración anticipada, la planificación meticulosa, de modo que cuando el “ensamble” del servicio llegue (la predicación, la ofrenda, el acto de caridad), sea un acto de belleza pulida y no de tosco martilleo. La reverencia es el combustible de la excelencia en el servicio cristiano.

Estrechamente ligada a la reverencia en la ejecución, encontramos la supremacía de la Obediencia sobre toda majestuosidad material (versículo 11). Justo en medio de la minuciosa descripción de los materiales, los pórticos y los techos de cedro, el relato se interrumpe abruptamente con una palabra de Dios a Salomón. El Señor irrumpe en el proceso de construcción, recordándole al rey que todo ese esfuerzo, toda esa inversión de dinero, toda esa deslumbrante majestuosidad arquitectónica no sirve absolutamente de nada si falta la obediencia. El Templo, por muy hermoso que fuera, era solo una estructura. La verdadera comunión y la permanencia de la presencia de Dios en ese lugar dependían de la fidelidad moral y espiritual del rey y del pueblo. La obediencia no es, pues, una opción secundaria, sino la llave maestra que valida o invalida todo el proyecto. Este es otro concepto crucial en la vida cristiana, y lo es porque la obediencia no es solo el cumplimiento de una norma, sino la demostración tangible y el lenguaje primario a través del cual le expresamos al Señor nuestro amor incondicional, tal como lo enseñó el propio Jesús: "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Juan 14:15). Además, y esto es fundamental, es la obediencia activa, perseverante y gozosa la llave que abre las puertas de las promesas de Dios, la que permite que el respaldo divino fluya ininterrumpidamente hacia el creyente y su misión. La obediencia es el canal por el cual la gracia se hace efectiva; sin ella, la oración se vuelve hueca y el servicio, estéril. Este principio nos enseña a valorar el 'hacer lo correcto' por encima del 'hacer lo grande'. La fidelidad en el precepto es más valiosa a los ojos de Dios que la opulencia de la ofrenda o la magnitud del proyecto.

El Templo, en su diseño final, también nos brinda una reflexión profunda sobre la Adoración correcta (versículos 32 y 35). Un detalle que a menudo llama poderosamente la atención es la inclusión de complejas y elaboradas imágenes en el diseño del Templo, especialmente en las puertas y paredes, donde se tallaron querubines, palmeras y flores. Surge la pregunta legítima: ¿Acaso Dios no había prohibido categóricamente la creación de imágenes? (Éxodo 20:1-4). La respuesta es afirmativa, Dios prohibió tal práctica. Sin embargo, la lectura cuidadosa y contextualizada del texto del Éxodo nos mostrará que la prohibición es a hacer imágenes para rendirles culto, para postrarse ante ellas, para divinizarlas o para intentar usarlas como sustitutos de Dios. Ese es el punto teológico esencial. Las imágenes en el Templo de Salomón eran elementos decorativos, simbólicos y litúrgicos que apuntaban a la gloria de Dios, no que la sustituían o la representaban en un intento idolátrico. Los querubines, por ejemplo, recordaban la presencia de la santidad guardada por la Ley. Estas cosas nos permiten adentrarnos en el concepto de la correcta adoración, otra palabra clave del cristianismo integral. Adoramos, pues, no de la manera que a nosotros nos parece más emocionalmente satisfactoria, ni como la cultura lo impone, sino como Dios ha revelado inequívocamente en Su Palabra que Él debe ser adorado. La adoración auténtica y significativa no es subjetiva; es teocéntrica y bíblica. Requiere el entendimiento de que el Creador define los términos de la comunión con Su criatura, y que cualquier desviación de Su revelación, por bien intencionada que sea, es una forma de idolatría. La adoración es el propósito final del Templo y, por extensión, de la vida del creyente.

Finalmente, el último valor que nos enseña la epopeya de la construcción es la Perseverancia (versículo 38). Como vimos en la enseñanza anterior, el proyecto, que había sido largamente anticipado por David, fue finalmente determinado y ejecutado por Salomón con una determinación implacable. El texto nos informa que la construcción, desde el inicio de los cimientos hasta el acabado de la techumbre, duró un total de siete años completos. Siete años de trabajo continuo, de gestión de materiales, de supervisión de miles de obreros, de constancia inquebrantable. Salomón no se permitió descansar ni desviar su propósito hasta ver su visión hecha una gloriosa realidad tangible. A esto, a esta tenacidad sostenida en el tiempo, se le llama perseverancia. Es crucial distinguir la perseverancia de la paciencia, ya que a menudo se confunden, pero son virtudes complementarias y distintas. La paciencia es la habilidad pasiva de saber esperar el tiempo necesario, la capacidad de soportar la demora sin desesperarse. La perseverancia, sin embargo, es la cualidad activa: cuando perseveramos, trabajamos mientras esperamos. Es la disciplina de seguir arando y sembrando, incluso cuando la cosecha aún parece distante. La paciencia en sí misma es la habilidad de saber esperar, pero necesita de la perseverancia para tener su obra completa, para que el tiempo de espera no sea un tiempo muerto, sino un tiempo de labor y fidelidad. El cristiano integral no solo espera la promesa de Dios (paciencia), sino que trabaja diligentemente en la voluntad de Dios mientras espera (perseverancia). Los siete años del Templo demuestran que la visión divina requiere, para su concreción, de la férrea perseverancia humana.

La construcción del Templo de Salomón se revela, más que como un plano arquitectónico, como un manual de valores esenciales para la vida cristiana madura. Cada aspecto, desde el proceso que requirió siglos, hasta el detalle de la reverencia en el martilleo ausente, pasando por la advertencia sobre la obediencia, la dirección de la adoración y la disciplina de la perseverancia, nos invita a reflexionar profundamente sobre cómo honramos a Dios en la totalidad de nuestras acciones, grandes y pequeñas. La obediencia y el respeto son el cimiento para una adoración auténtica y significativa, y el proceso de la vida cristiana solo se completa a través de la unión de la paciencia que espera y la perseverancia que trabaja. El desafío es aplicar estos principios en la construcción diaria de nuestro propio templo espiritual, nuestra vida, para que esta sea un reflejo digno del Dios a quien servimos.

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