Tema: Pro-templo. Título: El Templo de Salomón, El Legado de un Rey y la Lección Definitiva para Ti. Texto: 1 Crómicas 28. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
I. EL SUEÑO DEL TEMPLO (Ver 2).
II. EL PLAN DEL TEMPLO (Ver 11 – 12, 19).
III. LA OFRENDA PARA EL TEMPLO (Ver 14 – 18).
Permítame guiarte a través de las profundidades de la escritura, desvelando el corazón que late en cada palabra, como si la pluma misma fuera un conducto del Espíritu. Prepárate para una inmersión en la majestuosidad de la visión de David, un sueño que trasciende el tiempo y nos llama a edificar, no solo con ladrillos, sino con cada fibra de nuestro ser.
El eco de un anhelo divino resuena a través de los siglos, recordándonos la magnitud de un hombre cuyo corazón ardía por Dios. Nos transportamos a un tiempo en el que un rey, David, no solo gobernaba una nación, sino que albergaba en lo más profundo de su espíritu un deseo que superaba cualquier ambición terrenal: construir una casa para el Altísimo. La historia, en sus anales más sagrados, nos susurra los intrincados preparativos de lo que hoy conocemos como el Templo de Salomón. Pero antes de que el primer cimiento fuera colocado, antes de que el más mínimo detalle arquitectónico tomara forma, hubo un sueño, una visión que prendió la chispa de una obra monumental.
El Sueño que Dio Origen a la Grandeza
Imagina por un momento a David, un hombre conforme al corazón de Dios, sentado en la quietud de su palacio, contemplando la gloria de su reino, pero sintiendo un vacío. Él vivía en una casa de cedro, mientras el arca del pacto, el símbolo de la presencia de Dios, moraba en una simple tienda de campaña. Su espíritu inquieto no podía conformarse con esta disparidad. Fue entonces cuando nació en él un sueño, un propósito inquebrantable: construir un templo para el Señor. Sí, Dios mismo le había negado la oportunidad de llevar a cabo esta labor, no por desaprobación, sino por una razón mayor que escapaba a la comprensión inmediata de David. Sin embargo, el sueño persistió, un fuego que ardía en su alma y que no podía ser extinguido.
Este anhelo de David no es ajeno a la experiencia de muchas congregaciones hoy. El sueño de poseer un edificio propio no es simplemente una cuestión de vanidad o estatus; es, en gran medida, una necesidad económica palpable. Piensa en el alivio que representa eliminar el peso de los alquileres mensuales, ese flujo constante de recursos que podría ser redirigido para alimentar el hambre, vestir al necesitado o llevar el mensaje de esperanza a los rincones más oscuros del mundo. Un edificio propio no es solo un refugio de ladrillos y mortero; es una herramienta, una base sólida desde la cual la misión puede expandirse, los ministerios pueden florecer y el reino de Dios puede avanzar con una fuerza renovada. Es la realización de un sueño que permite una mayor libertad para el cumplimiento del propósito divino en la tierra.
El Plan Divino: Más Allá de la Imaginación Humana
Un sueño, por glorioso que sea, permanece como una quimera si no se traduce en un plan concreto. Y David, con la misma pasión que concibió la idea del templo, se sumergió en los detalles. No se conformó con una vaga noción; él planeó la cuestión, trazando meticulosamente cada rincón, cada columna, cada adorno. Lo asombroso de este proceso es que, según nos revela la Escritura, tal plano no fue producto de la mera genialidad humana, sino que le fue dado por Dios mismo. Es una verdad que nos deja sin aliento: el Arquitecto del universo se dignó a entregar los planos de Su morada terrenal a un hombre con un corazón dispuesto.
Cada sueño serio, cada visión que aspira a trascender lo ordinario, debe estar cimentado en un plan sólido. En nuestra propia jornada, mientras nos esforzamos por alcanzar nuestros objetivos, el plan es nuestra brújula, nuestro mapa. Hoy, para nosotros, este plan se traza con la seriedad de un préstamo que hemos asumido, con la disciplina de las actividades que estamos llevando a cabo incansablemente para reunir el dinero restante. Es un testimonio de que la fe sin obras es estéril, y que la visión, por divina que sea, requiere acción y una estrategia clara. No podemos esperar que los milagros simplemente caigan del cielo si no estamos dispuestos a poner nuestros pies en el camino que Dios ha trazado para nosotros.
La Ofrenda del Corazón: Un Sacrificio Perfumado
El sueño y el plan, por sí solos, son insuficientes sin los recursos necesarios para convertirlos en realidad. Y aquí es donde la generosidad de David brilla con un esplendor inigualable. El rey no solo soñó y planeó; él también reunió los recursos económicos que se necesitaban para el templo. Los versículos de 1 Crónicas 29:2 nos narran la magnitud de su ofrenda, una lista que abarca la riqueza de una nación y la devoción de un rey: oro, plata, bronce, hierro, madera, piedras preciosas. No se guardó nada; dio con una abundancia que solo puede provenir de un corazón rendido a la voluntad de Dios.
Es una verdad innegable que, para llevar a cabo un proyecto de esta magnitud, se necesita dinero, y más allá del dinero, se necesita la colaboración de todos. No es una carga para unos pocos, sino una oportunidad para que cada miembro de la comunidad participe en algo más grande que sí mismo. Cada pequeña ofrenda, cada acto de servicio, cada oración ferviente se convierte en un ladrillo más en la construcción de ese sueño. Es la manifestación tangible de un compromiso colectivo, una demostración de que cuando unimos nuestros corazones y nuestros recursos, lo imposible se vuelve alcanzable. La ofrenda no es solo una transacción financiera; es un acto de adoración, un sacrificio perfumado que asciende al trono de Dios.
El Ánimo de un Padre: La Antorcha de la Perseverancia
Finalmente, la sabiduría de David no se limitó a la planificación y la provisión; se extendió a la motivación. Sabiendo que él no construiría el templo, sino su hijo Salomón, David le entregó no solo los planos y los recursos, sino también una poderosa inyección de ánimo. Sus palabras resonaron con la fuerza de un legado espiritual, un aliento que traspasó el tiempo: "Ten ánimo, esfuérzate y manos a la obra." En estas tres frases simples, encapsuló la esencia de la perseverancia, la fe y la acción.
Estos son los ingredientes esenciales para cualquier proyecto de construcción, ya sea físico o espiritual.
- Ánimo es la medicina para cuando el cansancio amenaza con agobiarnos, cuando la visión se nubla y el camino parece demasiado largo. Es la voz interior que nos susurra: "No te rindas."
- Esfuerzo es la respuesta inevitable cuando los obstáculos se interponen en nuestro camino, cuando las montañas parecen infranqueables y los desafíos se multiplican. Es la determinación que nos impulsa a seguir adelante, a superar cada barrera.
- Acción es la chispa que enciende el motor, porque las cosas, por mucha planificación y ánimo que tengamos, no se hacen solas. Es el paso de fe que nos lleva a transformar el sueño en realidad, a poner nuestras manos a la obra y ver cómo la voluntad de Dios se manifiesta ante nuestros ojos.
El relato conmovedor de 1 Crónicas 28 es mucho más que una crónica histórica; es una enseñanza atemporal, un faro que ilumina el camino para todas las generaciones. Nos revela que los grandes proyectos, aquellos que trascienden lo común y dejan una huella eterna, nacen de sueños inspirados por Dios. No son meras fantasías humanas, sino susurros divinos que se anidan en el corazón de los creyentes. Pero estos sueños, por más celestiales que sean, requieren una planificación meticulosa, una estrategia clara que trace el camino a seguir. Exigen recursos, no solo financieros, sino también el tiempo, los talentos y la energía de aquellos que se unen a la visión. Y, crucialmente, demandan la colaboración de cada individuo, porque la obra de Dios es una labor colectiva, donde cada pieza del rompecabezas es vital.
David, aunque no tuvo el privilegio de construir el templo con sus propias manos, fue el arquitecto invisible, el visionario incansable que preparó absolutamente todo para que su hijo Salomón pudiera llevar a cabo la obra. Esto no solo refleja la magnitud de su fe y su obediencia, sino también la importancia fundamental de trabajar en equipo, de pasar la antorcha de generación en generación. Nos enseña a perseverar ante los obstáculos, a ver cada desafío no como un fin, sino como una oportunidad para fortalecer nuestra fe. Y, por encima de todo, nos llama a confiar en Dios, en Su provisión, en Su guía, en Su tiempo perfecto.
Hoy, como iglesia, como comunidad de creyentes, somos los herederos de esta rica tradición. Estamos llamados a seguir ese ejemplo imperecedero: a soñar en grande, sabiendo que nuestro Dios es un Dios de lo imposible. A actuar con fe, dando pasos audaces en obediencia a Su llamado. Y a apoyarnos mutuamente, edificándonos los unos a los otros, fortaleciendo nuestros lazos de amor y compañerismo. Porque es solo a través de esta unidad de propósito y acción que podremos cumplir la misión divina que se nos ha encomendado, construyendo no solo templos de piedra, sino vidas transformadas y un legado de fe que resuene por toda la eternidad. ¿Estamos listos para tomar la antorcha y seguir edificando?
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