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📖BOSQUEJO - 📖SERMÓN - 📖PREDICA : 🐑EL PASTOR CRISTIANO Y SUS OVEJAS - EXPLICACION HEBREOS 13:7

🐑Tema: Compañerismo. 🐑Titulo: Lo que debemos a nuestros líderes. Autor: Pastor Edwin Guillermo 🐑Núñez Ruiz


Introducción

A. Cuando hablamos de compañerismo hablamos de la familia de Dios y hoy hablaremos de los padres espirituales, hablaremos de la relación reciproca que hay entre lideres y discípulos, es verdad que los lideres tiene gran responsabilidad con sus discípulos; pero no es menos cierto que los discípulos también tiene algunas responsabilidades con sus lideres por esto hoy hablaremos de lo que le debemos a aquellos que nos sirven. 

B. Cosas que debemos a nuestros lideres son:

I  IMITACIÓN (Heb 13:7)


A. La palabra imitar es la voz griega mimeomai quiere decir imitar y procede de otra palabra que es mimos de donde viene lo que hoy conocemos como un mimo. En otras palabras las ovejas son llamadas a ser mimos de sus pastores

B. El apóstol Pablo repite esto con insistencia en sus cartas 1 Cor 4:16, 1 Cor 11:1, Fil 3:7, 2 Tim 3:7,9.

C. Esto equivale a una gran responsabilidad de parte del líder EL DEBE SER UN EJEMPLO, pero también de parte del discípulo quien debe esforzarse por ser un imitador de su líder obviamente en las cosas que son dignas de ser imitadas.


II  OBEDIENCIA (Heb 13:17)


A. La palabra griega para obedecer aquí es peisto para comprenderla tenemos que discriminar entre dos conceptos: Una es la obediencia que se da por que se entiende la autoridad de alguien y la otra es la que se da por que el líder pudo convencer al discípulo, la palabra usada aquí se refiere a la segunda.

B. ¿Qué es obediencia? Acatar o someterse a un mandato o ley en este caso no solo por la autoridad de quien me lo dice; sino también por que quien me lo dice me ha convencido.

C. El líder debe ser obedecido este es el mandato; sin embargo, el líder debe convencer a través de su ejemplo y de la doctrina.


III.  SUJECIÓN (HEB 13:17) 


A. La palabra griega jupeiko es lo que aquí sea traducido sujetarse. Jupeiko viene de dos palabras (jupo, debajo; eiko, ceder)  y quiere decir rendirse, ceder, reconocer la autoridad de…

B. Mientras la palabra anterior se enfocaba en la obediencia a través de la persuasión, esta se enfoca más en la obediencia por autoridad. Es decir, comprendo quien es mi líder, su autoridad y por ello me someto.

C. Lo contrario a obediencia y sujeción es rebeldía una persona rebelde es:

1. Ignorante. No sabe que esto es un mandato Bíblico.

2. Orgullosa. La raíz de la rebeldía es el orgullo, creer que soy mejor y superior a todo el mundo y que por esto no es mi deber sujetarme.

Frases como: yo no necesito consultar a nadie, yo obedezco a Dios y no a los hombres, sigo los dictados del espíritu y no el de los hombres, yo espero que Dios me hable, son todas señales de rebeldía.

3. Desobediente: no hace lo que se le dice.

4. Irrespetuosa: con sus palabras, su tono, sus miradas, sus gestos.

5. Contagiosa: por que va a otros con su veneno y los contamina contra la autoridad. 

El rebelde ocasiona sobre si mismo juicio de Dios. Por ejem. Core: Descendió vivo al Seol y quienes se unieron a el en su pecado fueron consumidos por fuego

D. Y si se comporta mal y por esto no merece obediencia? (Num 12: 1 – 4, 9 – 10)



Conclusiones: 

La relación líder-discípulo es recíproca. El discípulo tiene la responsabilidad bíblica de imitar el buen ejemplo de su pastor (mimética), obedecer (por persuasión y convicción) y sujetarse (por reconocimiento de autoridad). La rebeldía es ignorancia y orgullo, y atrae el juicio de Dios, ejemplificado en Coré. La sujeción es clave para el orden en la familia de Dios.

AUDIO

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VERSION LARGA

Ha llegado el tiempo de la quietud y la reflexión, de entrar en la cámara profunda del compañerismo cristiano, ese espacio sagrado donde los ecos de la familia de Dios resuenan con la obligación de la gracia. No hablamos aquí de una simple camaradería social o de una coincidencia de rostros en un mismo recinto, sino de la arquitectura espiritual de una casa levantada por el Espíritu. Y en toda casa bien ordenada, el honor y la responsabilidad fluyen en direcciones recíprocas: si bien el pastor, el líder, el padre espiritual, carga con la responsabilidad inmensa de velar por las almas, no es menos cierta la deuda, la sagrada obligación que recae sobre el discípulo, sobre la oveja, sobre el hijo, hacia aquellos que han sido puestos por el Dueño para servirnos. Hoy, desvelaremos la trama de lo que le debemos a quienes nos sirven, a quienes gastan sus vidas en el incesante y a menudo ingrato oficio de la guía.

El primer deber que el alma descubre ante el pastor que la pastorea es el arte de la imitación. La epístola a los Hebreos nos lo recuerda con una orden tan simple como demandante: "Acordaos de vuestros pastores, que os han hablado la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe." La palabra que aquí se nos entrega, imitar, es la voz griega mimēomai, un término que nos evoca la figura del mimos, de donde proviene lo que hoy conocemos como un mimo. . En una paradoja profunda, las ovejas somos llamadas a ser mimos de nuestros pastores, no en el sentido de la farsa o la caricatura, sino en la reproducción fiel de un movimiento, de un gesto esencial.

Esta no es una sugerencia optativa, sino una insistencia repetida en el corazón de las cartas apostólicas. El apóstol Pablo, consciente del peso de su propio peregrinaje, lo repite hasta convertirlo en estribillo y legado: "Os ruego, pues, que me imitéis" o "Sed imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo." Esto equivale a un desafío doble que se lanza en dos direcciones. Primero, impone sobre el líder una responsabilidad sobrehumana: él debe ser un espejo, un ejemplo vivo, una encarnación caminante de la fe que predica. ¡Qué carga sobre sus hombros! Su vida no es suya; se convierte en un mapa legible, en un evangelio en tinta de carne, que puede ser leído por sus discípulos.

Pero el reto se voltea y se enfoca en la conciencia del discípulo. Este debe esforzarse por ser un imitador, pero no de manera ciega o servil, sino con el discernimiento del Espíritu. Se nos pide que imitemos su fe, que observemos "el resultado de su conducta." La imitación no es solo de la palabra que sale de su boca, sino del camino que trazan sus pies. Es la imitación de la perseverancia en la prueba, de la firmeza en la doctrina, de la paciencia en el servicio, de la pureza en la vida privada, del fervor en la oración. El discípulo, entonces, es un artista del espíritu, llamado a distinguir lo esencial de lo accesorio, a reproducir la fe que es digna de ser imitada, y a desechar el barro de la imperfección que a todos nos cubre. La imitación es, en su esencia, el respeto por el legado, el reconocimiento de que la fe se transmite no solo por precepto, sino por el contagio vivo de una vida rendida. Es el primer acto de honra: decir al líder, con el gesto de la propia vida, que su camino ha valido la pena y que deseamos que su fuego habite también en nosotros.


Si la imitación es el deber de la visión, el segundo deber es el de la escucha y la acción consecuente: la obediencia. El mismo pasaje de Hebreos 13:17 nos da el mandato: "Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos." Pero aquí el texto griego nos ofrece una riqueza que va más allá de la disciplina militar. La palabra utilizada para obedecer es peithō, un verbo que significa no solo obedecer, sino también ser persuadido, ser convencido, confiar y tener fe. Esto establece una distinción crucial que nos salva del autoritarismo ciego. Hay una obediencia que se da por la fuerza cruda de la autoridad impuesta, y hay otra, la que nos demanda la Escritura aquí, que se da porque el líder ha sabido convencer al discípulo a través del peso moral de su ejemplo y la solidez de su doctrina.

La obediencia que se nos exige es, por lo tanto, un acto de fe reflexivo. ¿Qué es obediencia en este contexto? Es acatar o someterse a un mandato o ley, no solo porque lo dice quien tiene la autoridad, sino también porque quien lo dice nos ha persuadido. El líder, por su parte, debe ser obedecido, este es el mandato, pero la manera en que obtiene esa obediencia es a través de un ministerio de la convicción. Debe persuadir con la Palabra que predica y con el camino que anda. Cuando el pastor nos guía, le seguimos no como siervos temerosos, sino como discípulos convencidos de que él, al ser un imitador de Cristo, nos está conduciendo por aguas de reposo y senderos de justicia. .

La obediencia a nuestros líderes se convierte así en una participación activa en la vigilancia de nuestra propia alma. La Escritura nos da la razón más conmovedora para esta obediencia: "porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta." El pastor lleva una carga pesada, la de la rendición de cuentas por el rebaño, una responsabilidad que le roba el sueño y le consume la energía. Nuestra obediencia, entonces, no es un beneficio para el ego del líder, sino un acto de misericordia y cooperación para su alma y la nuestra. Al obedecer, al caminar por el sendero que él, con su experiencia y oración, ha trazado, facilitamos su vigilancia y aligeramos su carga. La desobediencia es un peso extra que echamos sobre los hombros de aquel que ya vela por nuestra salvación. La obediencia es el amor puesto en acción, es decir al pastor: "Descansa, porque confío en que el Señor ha puesto esta lámpara en tu mano para que no tropecemos en la noche."


Pero la vida en comunidad exige más que la imitación visible y la obediencia persuadida; exige la aceptación de la estructura, la rendición a la posición, que es el tercer deber: la sujeción. El texto de Hebreos no se conforma con el peithō (obedecer/persuadir), sino que añade el hypēikō (sujetarse). .

La palabra griega hypēikō es una voz compuesta: hypo (debajo) e eikō (ceder, rendirse). Literalmente, significa ceder debajo, rendirse, reconocer la autoridad de. Mientras la obediencia se enfocaba en la persuasión y la convicción ganada a través del buen ejemplo y la doctrina, la sujeción se enfoca más en la obediencia por la autoridad intrínseca de la posición. Es el reconocimiento de que comprendemos quién es nuestro líder en el orden divino, que su posición ha sido delegada por el Gran Pastor, y que por ello, nos sometemos, incluso en aquellos momentos en que la lógica o la emoción personal no encuentran inmediata justificación.

La sujeción es el reconocimiento del orden de la gracia. Así como el universo se rige por leyes y jerarquías que impiden el caos, la Iglesia, la familia de Dios, no puede ser una anarquía espiritual. La sujeción es el acto de humildad que desarma al yo, que cede el espacio a la voluntad de Dios manifestada a través de la estructura que Él mismo ha dispuesto. Es una obediencia que se da no por la elocuencia o la perfección del líder, sino por la autoridad de Aquel que lo ha puesto allí.

El antónimo de la obediencia y la sujeción, la gran enfermedad del espíritu en la Iglesia, es la rebeldía. La rebeldía es mucho más que una simple desavenencia; es una negación profunda y peligrosa del orden divino. La persona rebelde se revela en la ignorancia, al no saber que la sujeción a la autoridad espiritual es un mandato bíblico, no una opción cultural. Pero la ignorancia es solo la capa exterior; la raíz de la rebeldía es el orgullo, la creencia íntima y venenosa de que se es mejor, superior o más iluminado que aquel a quien se debe la honra. El orgullo es la voz que susurra: "Yo no necesito consultar a nadie, mi intuición es mi única guía," o la frase que enarbola la bandera de la santidad personal para justificar la insubordinación: "Yo obedezco a Dios y no a los hombres," como si la obediencia al hombre no fuera, en la estructura bíblica, el reflejo más tangible de la obediencia a Dios.

El rebelde exhibe su malestar en diversas formas: es desobediente en la acción, al no hacer lo que se le dice; es irrespetuoso en el gesto, con sus palabras, su tono, sus miradas y sus posturas corporales que desprecian la posición del otro. Pero el peligro mayor del rebelde es que es contagioso. Lleva su veneno y lo inyecta en otros, sembrando la discordia y contaminando la comunidad contra la autoridad legítima. El rebelde no busca la verdad; busca cómplices para su insubordinación.

La Escritura nos advierte con un lenguaje terrible sobre el destino de la rebeldía. El ejemplo de Coré, que descendió vivo al Seol y cuyos seguidores fueron consumidos por fuego, no es un cuento de hadas moral; es el testimonio de que el rebelde ocasiona sobre sí mismo el juicio de Dios, porque la rebeldía es la negación del orden cósmico y eclesiástico establecido por el Creador. Es desafiar la autoridad de la sombra sabiendo que la Luz está detrás de ella.


Llegamos, inevitablemente, al nudo del problema, a la pregunta que a menudo detiene el camino de la sujeción: ¿Y si se comporta mal? ¿Y si el líder, el hombre de Dios, se comporta de manera imperfecta, o peor, de manera pecaminosa, y por esto no merece nuestra obediencia o sujeción?

Aquí, el Espíritu nos lleva al desierto, al relato de Moisés y la rebelión de María y Aarón en Números 12. . Ellos cuestionaron la autoridad de Moisés, su elección y su matrimonio. Y la respuesta de Dios fue inmediata y feroz, con el castigo de la lepra sobre María. La lección es de una dureza conmovedora: Dios se reserva el derecho de juzgar la imperfección y el pecado del líder. Es Dios quien se encarga de la conducta, de la ética, de la integridad del hombre que Él ha escogido.

Nuestra sujeción no es a la infalibilidad del hombre, sino a la autoridad de la posición. Alguien debe ceder debajo (hypēikō). Incluso cuando el líder se equivoca o peca, nuestro deber como discípulos es mantener la postura de la honra, de la sujeción, y dejar la espada del juicio en la mano de Dios. Al quebrar la sujeción, rompemos el orden que Dios ha establecido, y nos convertimos en rebeldes a pesar de la justicia de nuestra causa. El discípulo honra la posición, y Dios, que es justo, se encarga del que la ocupa indignamente.

La sujeción es, al final, la más grande prueba de nuestra humildad y la más alta expresión de nuestra confianza en la soberanía de Dios. Es la renuncia a la vanidad de ser nuestro propio líder, nuestro propio juez y nuestro propio pastor.


La relación líder-discípulo es un círculo virtuoso que, si se vive en el espíritu correcto, trae paz y crecimiento. El discípulo tiene la responsabilidad bíblica de imitar el buen ejemplo de su pastor, viviendo la mimética de la fe. Debe obedecer la palabra predicada y la guía, no por temor, sino por la persuasión y la convicción que su líder le ha ganado con una vida consecuente y una doctrina sana. Y debe sujetarse, ceder debajo (hypēikō), por el reconocimiento de la autoridad delegada por Dios.

La rebeldía es la enfermedad del alma, el fruto de la ignorancia de la Palabra y el veneno del orgullo, y ella atrae el juicio de Dios, como lo demuestra la historia de Coré. La sujeción, por el contrario, es la clave para el orden, la paz y la salud en la familia de Dios.

Esta es la deuda que pagamos no por obligación legal, sino por el profundo amor y la gratitud hacia aquel que ha sido puesto para velar por nuestra alma, para darnos la Palabra y para guiarnos. Al honrar al líder, honramos el orden de la casa; al sujetarnos a la estructura, honramos al Arquitecto. El discipulado no es una travesía solitaria; es un camino de manos dadas, donde la obediencia del discípulo aligera el peso del pastor, y la fidelidad del pastor alienta el paso del discípulo. Y en ese ciclo sagrado, la paz de Dios se convierte en la atmósfera inmutable de la Iglesia.

3 comentarios:

RebornboyZ dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
RebornboyZ dijo...

Hola estás confundiendo la palabra en griego que se usa para autoridad. Lὑποτάσσω= hypotasso, se usa para autoridad, de padres a hijos, ciudadanos a gobernantes, soldados a superiores. Y la que mencionas es una palabra mucho mas suave "rendirse o ceder", pero por voluntad propia y no obligado por tener una posición inferior. Si bien es cierto los líderes "Pastores" tienen autoridad en Cristo, no deben ser autoritarios como los gobernantes que se enseñorean de las naciones, el mismo Cristo lo reprueba (Mateo 20: 25-27). Las ovejas no son de los Pastores, sino de Jesucristo, así que sea humildes, ademas en "Hebreos 13:17" ni siquiera aparece en el griego la palabra para Pastores, sino líderes o ancianos (por eso la traducción pone Pastores).

comcrecri.blogspot.com dijo...

Hola.

La definición la tome del Strong, la palabra usada alli es Jupeiko.

Un abrazo!