EL SECRETO DE HABLAR CON INTEGRIDAD: Cómo el Ejemplo de Eliú en Job 32:21-22 Nos Enseña a Ser Valientes en un Mundo de Mentiras
(Descubre cómo mantener una comunicación honesta, imparcial y centrada en Dios en medio de la presión social)
Introducción
En un mundo donde la desinformación se propaga a una velocidad alarmante, la verdad parece haberse convertido en un concepto elástico. Solo tienes que abrir Facebook, TikTok o YouTube para ver un panorama abrumador: personas diciendo "cualquier cosa" con tal de obtener vistas, "likes" o monetizar su contenido. La autenticidad se sacrifica en el altar de la popularidad. Vemos cómo se lanzan acusaciones infundadas, se propagan noticias falsas o se usan elogios vacíos, sin importar si lo que se dice es verdad, si se está siendo sincero, o si se obra con la más mínima imparcialidad. La gente, abrumada por tanto ruido y tanta falsedad, se pregunta: ¿dónde está la voz honesta? ¿Quién se atreve a hablar con rectitud?
Esta misma pregunta resuena desde hace milenios en la Biblia. En el antiguo debate de Job, cuando la verdad parecía ahogada por la retórica y las acusaciones sesgadas, surge Eliú, un joven que, con valentía, se compromete a hablar con una rectitud inquebrantable. Su postura no es solo un ejemplo histórico; es una guía esencial para nosotros hoy, mostrándonos cómo podemos cultivar una voz de verdad y honestidad en medio de un mundo sediento de autenticidad.
I. Habla sin Favoritismos: La Brújula de la Imparcialidad
Texto Bíblico Básico: Job 32:21
La rectitud en la comunicación comienza con una decisión fundamental: no permitir que la posición social, la riqueza, la amistad o cualquier otra influencia externa dicte lo que decimos. Eliú nos enseña a ser una brújula inamovible de la verdad.
Explicación del Texto (Contexto Cultural y Lingüístico):
La frase "acepción de personas" (hebreo: nasa' panim) en el contexto judicial o social de aquel tiempo, significaba mostrar parcialidad. Un juez que "aceptaba la persona" del rico, ignoraba los derechos del pobre. Eliú se niega a distorsionar la verdad por conveniencia, algo que los amigos de Job hicieron al defender a Dios ciegamente y acusar a Job sin fundamentos.
En una sociedad estratificada como la antigua, esta era una declaración radical. Eliú rompe con la expectativa cultural de halagar a los poderosos, prometiendo un trato justo y una palabra honesta para todos, sin importar su estatus.
Su afirmación es un propósito inquebrantable, no una súplica. Significa: "Por ningún motivo voy a hacer esto."
Aplicaciones Prácticas:
En la toma de decisiones: Siempre basa tus decisiones y juicios en la equidad y los hechos, resistiendo las presiones de la amistad, el nepotismo o las influencias sociales.
En el trabajo y estudio: Evalúa a tus colegas o compañeros con justicia, asegurando que sus calificaciones o ascensos se basen en el mérito y no en favoritismos.
En el hogar: Sé imparcial al tratar a tus hijos y miembros de la familia, fomentando un ambiente de justicia y amor equitativo.
Preguntas de Confrontación:
- ¿Qué influencia externa te ha llevado a comprometer tu imparcialidad al hablar o decidir?
- ¿Cómo justificas internamente los favoritismos que muestras o los que permites a tu alrededor?
- ¿Estás dispuesto a enfrentar la incomodidad social que surge al negarte a ser parcial, incluso cuando eso implique un costo personal?
Textos Bíblicos de Apoyo:
- Hechos 10:34: "Entonces Pedro, abriendo su boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas."
- Romanos 2:11: "Porque no hay acepción de personas para con Dios."
II. Habla sin Adular: La Pureza de la Comunicación
Texto Bíblico Básico: Job 32:22a
La segunda columna de la rectitud en el hablar es la abolición de la adulación. Eliú no solo se niega a ser parcial, sino que rechaza categóricamente el lenguaje de la lisonja, considerándolo una corrupción de la verdad que su misma conciencia no puede tolerar.
Explicación del Texto (Contexto Cultural y Lingüístico):
La expresión "no sé cómo halagar" (hebreo: lo' yada'ti 'akanah) no es una confesión de ineptitud, sino una declaración de profunda aversión moral. Significa: "Mi conciencia no me permite halagar", o "no tengo la capacidad moral de hacer algo tan deshonesto."
El término kânâh, aunque a veces puede significar "dar un sobrenombre", aquí se usa en un sentido negativo, refiriéndose a la práctica oriental de dar títulos inmerecidos o elogios excesivos para manipular o ganarse el favor. Era el lenguaje de la hipocresía y la falsedad. Eliú se niega a ser parte de ello.
Él está dispuesto a "llamar al pan, pan y al vino, vino", como se dice popularmente. Su rectitud implica una franqueza que puede ser incómoda, pero es genuina.
Aplicaciones Prácticas:
En la crítica y el elogio: Ofrece retroalimentación honesta y constructiva, evitando exageraciones o minimizaciones para complacer a otros.
En nuestras redes sociales: Comprométete a compartir verdades que construyan y desafíen, incluso si son impopulares, priorizando la autenticidad sobre los "likes" y las vistas.
En el liderazgo: Como líder, busca la verdad genuina en tu equipo, fomentando un ambiente donde la franqueza sea valorada y no se espere solo lo que se quiere oír.
Preguntas de Confrontación:
- ¿Cuándo te ha tentado la adulación para obtener un beneficio o evitar un conflicto?
- ¿Qué máscaras de "agrado" utilizas en tus palabras para evitar la incomodidad de la verdad?
- ¿Estás dispuesto a aceptar la posibilidad de ser malinterpretado o rechazado por hablar sin lisonjas?
Textos Bíblicos de Apoyo:
- Salmo 12:2-3: "Habla vanidad cada cual con su prójimo; con labios lisonjeros, y con doble corazón hablan. Jehová destruirá todos los labios lisonjeros, y la lengua que habla grandezas."
- Proverbios 28:23: "El que reprende al hombre, después hallará mayor gracia que el que lisonjea con la lengua."
III. Habla con Valentía: El Motor del Temor a Dios
Texto Bíblico Básico: "Mi Hacedor pronto me quitaría." (Job 32:22b)
La audacia de Eliú no es arrogancia, sino el fruto de una profunda reverencia a Dios. Él sabe que la vida le fue dada por el Creador y que Dios mismo es el último juez. Este temor a Dios es la fuerza liberadora que disipa el temor a los hombres.
Explicación del Texto (Contexto Cultural y Lingüístico):
La expresión "mi Hacedor pronto me quitaría" (hebreo: 'asani yisseni, con un notable juego de palabras entre "hacedor" y "me quitaría") no es una amenaza vana, sino una convicción arraigada de la justicia divina. Eliú siente que la adulación y la parcialidad es una ofensa tan grave que Dios podría quitarle la vida.
La palabra "pronto" subraya la certeza y la inmediatez de la rendición de cuentas. La vida es breve, y la eternidad se acerca. Esta perspectiva eleva su compromiso con la verdad.
Este "temor de Dios" no es pánico, sino una santa reverencia y respeto por Su majestad y rectitud. Es el reconocimiento de Su soberanía y juicio que lo libera del "temor al hombre" (miedo a lo que la gente piense, a las consecuencias sociales).
Como subraya Matthew Henry, "cuanto más de cerca miremos la majestad de Dios, como nuestro Hacedor, y cuanto más temamos Su ira y justicia, el menos peligro tendremos de temer o adular pecaminosamente a los hombres."
Aplicaciones Prácticas:
Frente a la presión: Deja que el temor a desagradar a tu Creador sea tu principal motivación para hablar o callar, superando el miedo a perder un trabajo o una amistad.
En la predicación o enseñanza: Presenta la verdad de la Palabra de Dios sin diluirla, confiando en Su poder transformador más allá de la complacencia de la audiencia.
En tu vida diaria: Actúa con valentía defendiendo tus valores y convicciones, incluso si eso te hace impopular, sabiendo que tu principal audiencia y juez es Dios.
Preguntas de Confrontación:
- ¿Qué temor al hombre te ha silenciado o te ha llevado a decir algo que no crees sinceramente?
- ¿Cómo te prepararías para dar cuenta de cada palabra que sale de tu boca ante tu Hacedor?
- ¿Qué acciones concretas puedes tomar hoy para que el temor de Dios domine tu corazón y te dé la valentía de hablar con rectitud?
Textos Bíblicos de Apoyo:
- Proverbios 29:25: "El temor del hombre es un lazo; mas el que confía en Jehová será enaltecido."
- Isaías 51:12: "Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú para que temas del hombre mortal, y del hijo de hombre que es como heno?"
Frases Célebres:
"Cuando el temor de Dios llena el corazón, no hay lugar para ningún otro temor." – Juan Calvino.
Conclusión
Hemos explorado el modelo de Eliú para una voz que resuena con rectitud en un mundo que a menudo valora la comodidad sobre la verdad. Su juramento de no ser parcial, de no adular y de hablar impulsado por un profundo temor a su Hacedor, nos desafía hoy a cada uno de nosotros.
En una sociedad donde la manipulación y la falsedad son moneda corriente, la Iglesia de Cristo, y cada creyente, está llamada a ser un faro de autenticidad y honestidad radical. No se trata de ser groseros o imprudentes, sino de valorar la verdad de Dios y la integridad de nuestra palabra por encima de cualquier otro interés o temor.
¿Estarás tú entre los pocos valientes que se atreven a hablar con rectitud? ¿Permitirás que el temor de tu Hacedor te libere del miedo a los hombres y te impulse a ser una voz de verdad y luz? La invitación está abierta: sé ese faro de rectitud. Tu mundo, y tu propia alma, lo necesitan desesperadamente.
VERSIÓN LARGA
En un mundo donde la desinformación se propaga a una velocidad alarmante, la verdad parece haberse convertido en un concepto elástico, resbaladizo, casi inalcanzable. Solo tienes que abrir cualquier red social, desde la familiaridad de Facebook hasta la vertiginosa instantaneidad de TikTok o los extensos contenidos de YouTube, para ver un panorama abrumador, casi asfixiante. Observamos a diario cómo personas, impulsadas por la sed insaciable de obtener vistas, "likes" o la prometedora monetización, dicen "cualquier cosa". La autenticidad se sacrifica sin pudor en el altar de la popularidad. Vemos con dolor cómo se lanzan acusaciones infundadas, cómo se propagan noticias falsas con una facilidad espantosa, o cómo se usan elogios vacíos y deshonestos, sin importar si lo que se dice es verdad, si se está siendo genuinamente sincero, o si se obra con la más mínima y necesaria imparcialidad. La gente, abrumada por tanto ruido, tanta contradicción y tanta falsedad, se pregunta con una angustia creciente: ¿dónde está la voz honesta? ¿Quién se atreve a hablar con rectitud en este caos digital y moral?
Esta misma pregunta, lejos de ser un fenómeno moderno, resuena desde hace milenios en las profundas páginas de la Biblia. En el antiguo y tormentoso debate de Job, cuando la verdad parecía ahogada por la retórica vacía, las acusaciones sesgadas y el silencio de Dios, surge de repente una figura inesperada: Eliú, un joven. Un joven, sí, pero con una valentía inquebrantable y una voz que se compromete a hablar con una rectitud absoluta, sin compromisos. Su postura, lejos de ser un mero detalle histórico o una anécdota bíblica, se convierte en una guía esencial, un faro brillante para nosotros hoy. Nos muestra, con claridad meridiana, cómo podemos cultivar una voz de verdad y honestidad en medio de un mundo que, aunque ruidoso, está sediento de autenticidad, de palabras que realmente importen, que realmente transformen.
La rectitud en la comunicación, amados hermanos y hermanas en la fe, comienza con una decisión fundamental, una que Eliú nos revela desde lo más profundo de su ser. Él no susurra, no insinúa; él declara con una convicción que traspasa los siglos, que resuena aún hoy en nuestros corazones: "Y no haré ahora distinción de personas ni usaré con nadie de títulos lisonjeros" (Job 32:21). Esta no es una simple sugerencia que podemos tomar o dejar; es, para el corazón que anhela reflejar la justicia y el carácter de Dios, un mandamiento para el alma, una directriz para cada palabra que se atreve a pronunciar.
Piensen por un momento, deténganse y reflexionen, en la frase "distinción de personas". En el hebreo original, es nasa' panim, una imagen tan vívida que casi podemos verla. Se refiere a la acción de un juez que "levanta el rostro" de una persona, quizás para verla mejor, para reconocerla con familiaridad, para favorecerla por su posición o sus dones. En el contexto judicial y social de aquel tiempo, esto no era un gesto de amabilidad, sino el acto de mostrar parcialidad. Imaginen a un juez que, al ver la riqueza deslumbrante o el linaje influyente de alguien, ignora deliberadamente los derechos del pobre, del desvalido. Eso es exactamente "aceptar la persona", es pervertir la justicia en su esencia más pura, es distorsionar la verdad misma por una vil conveniencia personal o social. Y Eliú se niega, rotundamente, con una firmeza inquebrantable, a caer en esa trampa degradante. Sus palabras no son una súplica débil ni una promesa vacía; son un propósito inquebrantable, un juramento de rectitud. Él declara con una voz clara y fuerte: "Por ningún motivo voy a hacer esto."
¿Pueden sentir la fuerza, la audacia, la radicalidad de esa declaración en su contexto? En una sociedad estratificada donde la jerarquía y el estatus lo eran todo, donde halagar a los poderosos y mostrarles deferencia era la norma cultural y a menudo la clave para la supervivencia, Eliú se levanta, un joven sin la experiencia de sus mayores, para romper con esa hipocresía generalizada. Él promete un trato justo y una palabra honesta para todos, sin importar su lugar en el mundo, sin importar su riqueza, su influencia o su falta de ella. Es una brújula moral que apunta siempre, incansablemente, a la verdad, sin desviaciones por presiones externas o beneficios personales.
Consideremos esto con toda seriedad en nuestra vida diaria, en nuestras interacciones más triviales y en nuestras decisiones más trascendentales. ¿Con qué frecuencia, en la toma de decisiones cruciales en nuestro hogar, en nuestra iglesia, en nuestro trabajo o en nuestra comunidad, permitimos que nuestras preferencias personales, las ataduras de la amistad, las expectativas del nepotismo o las sutiles presiones sociales nuben nuestro juicio? ¿Evaluamos a nuestros colegas, a nuestros compañeros de trabajo o a nuestros hermanos en la fe de manera justa, basando nuestras valoraciones y nuestras palabras en el mérito real, en los hechos irrefutables, o nos dejamos llevar por los favoritismos inconscientes que a menudo disculpamos con ligereza? En el hogar, el santuario de nuestra vida, ¿somos realmente imparciales al tratar a nuestros hijos o a los miembros de la familia, o tenemos preferencias tácitas o explícitas que, aunque no intencionales, distorsionan la justicia y el amor equitativo que deberíamos ofrecer a cada uno por igual?
Este es, amados, un llamado a la introspección profunda, ¿no creen? Un examen honesto de nuestro corazón y nuestras palabras. ¿Qué influencia externa te ha llevado, consciente o inconscientemente, a comprometer tu imparcialidad al hablar o al tomar una decisión? ¿Cómo justificas internamente, en el silencio de tu alma, los favoritismos que muestras o los que permites a tu alrededor, quizás bajo el velo de la "lealtad" o la "comodidad"? Y la pregunta más desafiante: ¿Estás realmente dispuesto a enfrentar la incomodidad social, el posible rechazo, la crítica velada o abierta que surge al negarte rotundamente a ser parcial, incluso cuando eso implique un costo personal significativo, un sacrificio de tu reputación o de una relación? El camino de la rectitud, el camino de la imparcialidad, es estrecho, a menudo solitario, pero es, sin lugar a dudas, el único camino que conduce a la verdadera bendición y a la paz interior.
Recordemos las palabras que el apóstol Pedro, un hombre que experimentó la transformación del favor divino, proclamó con una claridad que aún resuena en la iglesia: "En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas" (Hechos 10:34). Y el apóstol Pablo, el gran teólogo y evangelista, nos reafirma esta verdad fundamental: "Porque no hay acepción de personas para con Dios" (Romanos 2:11). Si nuestro Dios, el Soberano del universo, el Juez de toda la tierra, no hace acepción de personas, ¿cómo podríamos nosotros, que llevamos Su nombre, que aspiramos a reflejar Su carácter, comportarnos de otra manera en nuestras palabras y en nuestras acciones? Como dijo con su sabiduría milenaria Mahatma Gandhi, el apóstol de la no violencia, "La imparcialidad es el requisito indispensable para la justicia." Es una verdad tan antigua como la creación misma, grabada en el corazón de la ley moral divina: para ser justos, para ser íntegros en nuestra comunicación, debemos ser, en esencia, absolutamente imparciales. No hay atajos, no hay excusas.
La segunda columna, la segunda fortaleza inquebrantable de la rectitud en el hablar, es la abolición radical de la adulación. Eliú no solo se niega a ser parcial; él profundiza en este compromiso con una declaración que nos hace temblar, que nos obliga a examinar nuestros propios labios: "Porque no sé cómo halagar" (Job 32:22a). Permítanme que les explique la profundidad de esta afirmación. Esto no es una confesión de ineptitud oratoria, no es que Eliú carezca de las palabras bonitas o las frases elaboradas para alabar a alguien; es una declaración de profunda y visceral aversión moral. Significa, en lo más íntimo de su ser: "Mi conciencia, formada por la verdad de Dios, simplemente no me permite halagar", o con más fuerza aún, "no tengo la capacidad moral de hacer algo tan deshonesto, tan corrupto." Es como decir: "Mi ser mismo, mi espíritu, se rebela contra la deshonestidad de la lisonja, contra la falsedad del elogio inmerecido."
El término hebreo kânâh, que aquí se traduce como "halagar", aunque en otros contextos puede significar "dar un sobrenombre" o incluso "designar", aquí se usa con una connotación profundamente negativa. Se refiere a esa práctica oriental tan extendida y corrupta de dar títulos inmerecidos, de tejer elogios excesivos y deshonestos para manipular a otros, para ganarse el favor de los poderosos, para ascender socialmente sin mérito real, simplemente por el arte de la simulación. Era el lenguaje de la corte, sí, pero también el lenguaje de la hipocresía, la falsedad, el doblez de corazón y la traición a la verdad. Y Eliú, con una pureza de corazón que nos asombra, se niega rotundamente a ser parte de ello. Él está dispuesto a "llamar al pan, pan y al vino, vino", como se dice popularmente, sin eufemismos engañosos, sin suavizar la realidad. Su rectitud implica una franqueza, una directividad que, aunque pueda ser incómoda para el oyente, es siempre, absolutamente, genuina y pura. Es una cualidad que se ha vuelto rara, preciosísima, en nuestro tiempo, ¿no creen?
Volvamos por un momento a esas plataformas digitales que tan a menudo consumen nuestro tiempo y dictan nuestras interacciones. ¿Cuánta adulación vacía se intercambia cada día en los comentarios, en los mensajes directos? ¿Cuántos "elogios" se dan solo con la expectativa implícita de ser devueltos, de construir una imagen pública impecable, de ganar influencia o de acumular seguidores? La autenticidad se ahoga en un mar de falsedad programada. Pero en nuestra vida personal, la pregunta es aún más íntima: ¿Somos realmente honestos al dar retroalimentación, tanto positiva como negativa, a nuestros seres queridos, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros hermanos en la fe? ¿O exageramos los elogios para complacer, para evitar el conflicto, o minimizamos los problemas y las faltas para no ofender o no asumir responsabilidades? En nuestras redes sociales, ¿publicamos solo para recibir "me gusta" y comentarios superficiales que alimentan nuestro ego, o buscamos compartir verdades que construyan, que desafíen, que eleven, incluso si son impopulares y no generan la misma cantidad de interacción? En el liderazgo, ya sea en la iglesia, en la familia o en el ámbito profesional, ¿los líderes buscan la verdad genuina en su equipo, la crítica constructiva, o prefieren ser rodeados por personas que les dicen solo lo que quieren oír, creando una burbuja de autoengaño y estancamiento? Eliú nos llama a un nivel más alto de comunicación, a un estándar divino, donde la verdad es la única moneda de cambio aceptable y la pureza de intención es el valor más preciado de todos.
¿Cuándo te ha tentado la adulación, esa dulce veneno, para obtener un beneficio, para escalar, o para evitar un conflicto que sabes que debe ser abordado? ¿Qué máscaras de "agrado", de "complacencia", utilizas en tus palabras y gestos para evitar la incomodidad de la verdad, para disfrazar tu verdadero pensamiento o sentir? Y la pregunta más cruda y desafiante: ¿Estás dispuesto a aceptar la posibilidad de ser malinterpretado, de ser rechazado, de ser incluso vilipendiado por hablar sin lisonjas, por decir la verdad tal como es, con amor pero con firmeza? El camino de la verdad es un camino que a menudo se recorre en soledad, pero es, sin lugar a dudas, el único camino que lleva a la verdadera libertad, a la paz interior y a la aprobación de Dios.
El salmista David, un hombre de pasiones profundas y de profunda comprensión de la naturaleza humana, lo entendió bien cuando clamó, con un lamento profético: "Habla vanidad cada cual con su prójimo; con labios lisonjeros, y con doble corazón hablan. Jehová destruirá todos los labios lisonjeros, y la lengua que habla grandezas" (Salmo 12:2-3). Esta es una advertencia para todos nosotros. Proverbios, el libro de la sabiduría práctica, también nos advierte con claridad: "El que reprende al hombre, después hallará mayor gracia que el que lisonjea con la lengua" (Proverbios 28:23). Y el apóstol Pablo, con su característica franqueza y su compromiso innegociable con el evangelio, afirmó: "Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo" (1 Tesalonicenses 2:5). La adulación, como bien dijo el moralista francés François de La Rochefoucauld, es una moneda falsa que solo pasa por la vanidad. La verdad, por otro lado, amados, es el sol del alma, la luz que disipa toda oscuridad, la fuerza que nos libera.
Finalmente, la audacia de Eliú no es, bajo ningún concepto, arrogancia, una jactancia vacía de su propia virtud. No, su valentía, su osadía para hablar sin filtros en medio de un debate tan cargado, proviene de una fuente mucho más profunda, mucho más poderosa y, en última instancia, inagotable: una profunda reverencia a Dios. Él nos revela el secreto de su valentía con una frase que corta el aliento, que debe calar en lo más hondo de nuestro ser: "Mi Hacedor pronto me quitaría" (Job 32:22b). Hay un juego de palabras fascinante, una profunda conexión en el hebreo original entre "Hacedor" ('asani) y la idea de "quitarme" (yisseni). Para Eliú, estas no son palabras vacías; son la expresión de una convicción arraigada, una certeza inquebrantable en la justicia divina. Él siente, con una certeza casi palpable, que la adulación, la parcialidad, la deshonestidad en la palabra, son ofensas tan graves, tan abominables a los ojos de Dios, que el mismo Creador, en Su perfecta rectitud y soberanía, podría quitarle la vida. No es una amenaza vacía, no es una superstición; es una certeza de la inmediatez, de la prontitud de la rendición de cuentas. La vida, como bien sabemos, es efímera, es un soplo, un vapor; la eternidad, en cambio, se acerca, se cierne sobre nosotros en cada instante. Esta perspectiva eterna, esta conciencia de la finitud humana y de la soberanía absoluta de Dios, eleva su compromiso con la verdad a un nivel trascendente, más allá de los miedos y las ambiciones terrenales.
Este "temor de Dios" del que hablamos no debe malinterpretarse como un pánico paralizante, una ansiedad neurótica ante un Dios justiciero y caprichoso. De ninguna manera. Es, más bien, una santa reverencia, un respeto abrumador por Su majestad infinita, por Su santidad inmaculada y por Su rectitud incorruptible. Es el reconocimiento humilde y asombrado de Su soberanía absoluta y de Su juicio perfecto, lo que, paradójicamente, lo libera del "temor al hombre". Ese es el temor que nos paraliza, el miedo a lo que la gente piense de nosotros, a las posibles consecuencias sociales, económicas o profesionales de hablar con honestidad radical. Como tan acertadamente subrayó el puritano Matthew Henry, con su sabiduría profunda y penetrante: "cuanto más de cerca miremos la majestad de Dios, como nuestro Hacedor, y cuanto más temamos Su ira y justicia, el menos peligro tendremos de temer o adular pecaminosamente a los hombres." La piedad genuina engendra valentía.
Piensen en sus propias vidas, amados. En esos momentos cruciales, en esos cruces de caminos donde la presión se hace insoportable, ¿qué les impulsa realmente a hablar o a callar? ¿Es el miedo a perder un trabajo que les da seguridad material, a romper una amistad que les proporciona consuelo, o es el temor, la reverencia, a desagradar a su Creador, al Dios que les dio el aliento de vida? ¡Qué diferencia abismal hace esta pregunta en nuestras decisiones! Si eres un predicador, un maestro de la Palabra, ¿presentas la verdad de Dios sin diluirla, sin suavizar sus bordes filosos, confiando plenamente en Su poder transformador más allá de la complacencia o la popularidad de la audiencia? ¿O la suavizas, la adornas, la acomodas para evitar controversias, para no ofender sensibilidades, sacrificando la verdad en el altar de la aceptación? En tu vida diaria, en las conversaciones cotidianas, en los dilemas morales que enfrentas, ¿te atreves a defender tus valores y convicciones, aunque eso te haga impopular, aunque te señalen, aunque te critiquen, sabiendo que tu principal audiencia, tu último juez, es el Dios Todopoderoso?
Amados, el temor del hombre, el temor a la crítica, a la burla, al rechazo, es un lazo, una trampa que nos aprisiona y nos asfixia el alma, como nos dice con claridad el libro de Proverbios 29:25; mas el que confía en Jehová será enaltecido, elevado, liberado. ¿Quién eres tú para que temas del hombre mortal, que es como heno, como la hierba que se seca, y del hijo de hombre que es como heno, que hoy está y mañana no? (Isaías 51:12). ¡Qué horrible, qué sobrecogedora cosa es caer en manos del Dios vivo! (Hebreos 10:31). Cuando el temor de Dios llena el corazón, cuando esa santa reverencia se adueña de nuestro ser, no hay lugar para ningún otro temor, no hay espacio para el miedo a lo que piensen los hombres. Esta verdad, proclamada con fuerza por el reformador Juan Calvino, es una de las más liberadoras y empoderadoras de todas. Es el motor, el impulso divino, que nos lleva a la rectitud, a la valentía inquebrantable de hablar la verdad, incluso cuando el mundo, con todas sus voces seductoras y amenazantes, nos insta a callar, a mentir, a comprometernos.
Hemos explorado juntos, con una profunda reflexión, el modelo excepcional de Eliú para una voz que resuena con rectitud, con una pureza cristalina, en un mundo que a menudo valora la comodidad, la conveniencia, la superficialidad por encima de la verdad eterna. Su juramento personal – el de no ser parcial, el de no adular, y el de hablar impulsado por un profundo e inquebrantable temor a su Hacedor – nos desafía hoy a cada uno de nosotros, en cada faceta de nuestra existencia. Nos muestra, con una claridad luminosa, que la integridad en la palabra no es un ideal inalcanzable, reservado para unos pocos santos o profetas, sino una disciplina diaria, una decisión consciente y valiente de honrar a Dios con cada palabra que pronunciamos, con cada idea que compartimos, con cada verdad que defendemos.
En una sociedad donde la manipulación, la hipocresía y la falsedad son moneda corriente, donde los valores se desdibujan y los principios se negocian, la Iglesia de Cristo, y cada creyente individual, está llamada a ser un faro resplandeciente de autenticidad y de honestidad radical. No se trata, permítanme ser muy claro, de ser groseros, imprudentes o insensibles en nuestra franqueza; al contrario, se trata de hablar la verdad en amor, con gracia, con compasión, pero siempre con la inquebrantable convicción de que nuestra palabra debe reflejar la pureza, la santidad y el carácter de Aquel que nos creó y nos dio la vida. Se trata de valorar la verdad de Dios y la integridad de nuestra propia palabra por encima de cualquier otro interés egoísta, por encima de cualquier otro temor humano.
Mi ruego, mi profunda y sincera invitación para ti hoy, para tu corazón, es esta: ¿Estarás tú, en este mar de mentiras y complacencia, entre los pocos valientes que se atreven a hablar con rectitud? ¿Permitirás que el temor de tu Hacedor, esa santa reverencia por el Dios que te creó y te sustenta, te libere de una vez por todas del miedo a los hombres, del miedo al rechazo, del miedo a la crítica? ¿Permitirás que ese temor divino te impulse a ser una voz de verdad y luz en tu familia, en tu trabajo, en tu comunidad, en tus redes sociales, en cada esfera de tu influencia? La invitación está abierta, resonando con la fuerza de los siglos: sé ese faro de rectitud. Tu mundo, sediento y a la deriva, y tu propia alma, anhelando libertad, lo necesitan desesperadamente. Que Dios, el Dios de toda verdad, te fortalezca, te inspire y te capacite para ser un portador valiente y fiel de Su inmaculada verdad.
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