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BOSQUEJO - SEMON: LA FE ES LA CERTEZA - EXPLICACION HEBREOS 11:1.

Tema: Peligros para el cristiano. Titulo: La fe es la certeza. Texto: Hebreos 11:1

Introducción:

A. Otro peligro para la vida espiritual es perder la fe. Creo que indirectamente lo que deseaba combatir el autor al tratar este tema es precisamente ese peligro, ya que, como es claro ya para nosotros habla a personas en peligro de apostasía.

B. Para no perder la fe creo que es importante saber sobre ella, por ello hoy hablaremos acerca de que no es la fe, que es la fe y lo que ella hace en nuestras vidas.

(Dos minutos de lectura)

I. LO QUE NO ES LA FÉ

A. No es un salto al vacío, ya que, tiene un firme fundamento, el fundamento no es nuestra presunción, o las experiencias mías o de otros, no es la realidad tal y como la experimentamos, el fundamento es la Palabra de Dios que no falla.

La fe es tu respuesta a las promesas de Dios para tu vida. (Dios dice: "Yo te guiaré". La fe responde: "Te seguiré". Dios dice: "Yo te alimentaré". La fe dice: "Comeré". Dios dice: "Satisfaceré tu necesidad". La fe dice: "Está hecho") 

B. La fe no es un cheque en blanco - La filosofía de "Nómbralo y reclámalo" que impregna gran parte de la iglesia en nuestros días -.  A la gente se le ha enseñado que si quieren algo de Dios, entonces deben orar por ello. y confesarlo antes que esperar que suceda. Hay muchos que se han desanimado en su fe y decepcionados con Dios porque las cosas no sucedieron de esta manera. ¡La fe no es un cheque en blanco! Dios no es nuestro pequeño Papá Noel cósmico que solo espera que hagamos nuestros pedidos y luego nos llevemos todo lo que deseamos.

C. Estas son algunas de las cosas que la fe no es. Permítame tomarme unos minutos para ver qué es la fe. Hemos visto las falacias que rodean la fe, ahora veamos por un momento los hechos que rodean la fe.



II. LO QUE ES LA FÉ.

A. La fe se define y describe en el versículo 1. Note que la fe hace que "las cosas que se esperan" sean tan reales como las que son. En otras palabras, trae el futuro dentro del presente y hace que se vea lo invisible. La fe es certeza, es seguridad como ya dijimos en Dios y sus palabras.

B. Afortunadamente, el autor de Hebreos no nos dejó a oscuras en cuanto a en qué se basaría toda esta "seguridad y certeza". En el versículo 2, el escritor habla de varios personajes Biblicos y dice que por su fe, obtuvieron un buen testimonio delante de Dios. En cada caso, ya sea declarada o implícita, está la promesa de Dios: 

1. V. 4 Abel ofreció un sacrificio más agradable debido a la fe en una promesa.

2. V. 5-6 Enoc recibió el primer viaje por el aire porque tenía fe en las promesas de Dios.

3. V. 7 Noé construyó el arca y sobrevivió al diluvio porque su fe flotó en la promesa del Señor.

4. V. 8-19 Abraham dejó su hogar y su país, residió en una tierra extranjera, ofreció a su hijo como sacrificio a Dios y buscó una ciudad eterna. Su fe se basó en el fundamento inquebrantable de la Palabra de Dios.

5. V. 20-22 Isaac, Jacob y José murieron todos en fe esperando el cumplimiento de las promesas del Señor.

6. V. 23-29 Moisés abandonó Egipto, dirigió a Israel, hizo la voluntad del Señor, todo en respuesta a las promesas de Dios.

7. V. 30 Israel conquistó Jericó debido a la fe en una promesa de Dios.

8. V. 31 Rahab fue salva por su fe en las promesas del Señor.

9. V. 32-40 Miles a lo largo de los siglos han respondido a las promesas de Dios con fe y lo han visto hacer grandes maravillas.

C. Con estos hechos en mente, ¿Qué es la fe? ¡La fe es la seguridad de que Dios hará exactamente lo que prometió hacer! Dios es un Dios que responde a la fe de un pueblo en Él mismo y en Sus promesas.



III. FE EN LA PRACTICA

A. ¿Qué hará exactamente la fe por ti? Después de ser salvos, hay ciertas funciones que la fe realiza en nuestra vida. Mientras miro estas cosas, no puedo evitar sentirme animado.

1. La fe calma nuestros temores - No estoy protegido de las cosas malas, pero en medio de ellas tengo Su promesa - Ro. 8:28; 1 Cor. 15:57; 2 Cor. 4:17. (Ill. Fil. 4: 6-7)

2. La fe amortigua nuestras caídas - No soy inmune al pecado y las tentaciones, pero cuando caigo, ¡tengo Su promesa! Si caemos, tenemos Su Palabra de que seremos perdonados cuando nos volvamos a Él en arrepentimiento, 1 Juan 1: 9. Esto no es una excusa para caer, ¡pero es un estímulo para los que lo han hecho y los que lo harán!

3. La fe confirma nuestro futuro - No sé lo que enfrentaré mañana, pero sé que cuando todo mi mañana se termine, tengo un futuro asegurado en el Señor Jesucristo, Juan 14: 1-3.

4. La fe nos lleva lejos : la fe no se atiborra de la basura del mundo. Establece sus miras más altas. La fe cree que Dios será fiel a Su Palabra, la fe responde a esa Palabra, actúa sobre esa Palabra y recibe el cumplimiento de esa Palabra, Rom. 4:21; Heb. 6:18.



Conclusiones

¡La voluntad de Dios es que vivamos por fe! No el salto ciego de los necios, no el cheque en blanco de los mal informados, sino la certeza profunda de que lo que Dios ha dicho que haría, es más que capaz y está dispuesto a hacerlo. ¿Eso describe tu vida?


VERSIÓN LARGA

En la travesía de la vida, el alma del creyente navega por aguas a veces serenas y otras veces turbulentas. No obstante, el peligro no solo acecha en las tormentas evidentes de la persecución o la tentación, que se manifiestan con la furia de un huracán, sino también en el sutil y silencioso desgaste de la brújula interior. Existe un peligro insidioso para la vida espiritual, uno que se filtra en el alma como una niebla fría y nos hace perder el rumbo. Hablo de la pérdida de la fe, esa lenta y dolorosa amnesia espiritual que nos hace olvidar las promesas y nos deja a la deriva en un mar de incertidumbre y de miedo. Es este peligro, me atrevo a creer, el que el autor de la epístola a los Hebreos deseaba combatir con la urgencia de un centinela que da la alarma, pues escribe a una comunidad en la encrucijada, a punto de renunciar a su convicción, al borde de la apostasía. Para que no naufraguemos, para que nuestra nave no se desgarre contra los arrecifes de la duda, es imperativo que comprendamos la fe, no como una abstracción teológica, sino como la fuerza vital que nos une a la realidad eterna. Por ello, hoy navegaremos por las verdades de Hebreos 11:1, desentrañando primero los espejismos de lo que la fe no es, para luego anclarnos en la firmeza de lo que verdaderamente es y, finalmente, contemplar el poder transformador de lo que es capaz de hacer en nuestras vidas.

Hay una noción errónea de la fe que ha contaminado el pensamiento contemporáneo, una que la reduce a un acto de valentía ciega o a una simple herramienta para la obtención de bienes materiales. En la imaginación popular, la fe se ha convertido en un salto al vacío. Se nos dice que debemos saltar de un acantilado de incertidumbre y esperar, con un optimismo irracional y sin fundamento, que algo invisible nos atrape antes de que nos estrellamos contra las rocas de la realidad. Pero esta no es la fe de la que habla la Escritura. La fe, lejos de ser un salto sin red, tiene un fundamento firme, un pilar inamovible que la sostiene: la Palabra de Dios. No se basa en nuestra presunción, en la intuición momentánea de nuestro corazón, ni en las experiencias volátiles de otros. La realidad, tal como la experimentamos con nuestros sentidos y nuestra lógica, puede ser un torrente caótico de contradicciones y dolor, pero el fundamento de la fe no es esa realidad. El fundamento es la Palabra de Dios, una roca que no falla, un ancla que no se mueve, una luz que no se extingue. La fe es una respuesta, no un impulso. Es el eco que resuena en nuestra alma cuando la voz de Dios ha hablado. Es una correspondencia entre la promesa de la eternidad y la convicción del corazón. No es nuestra voluntad dictándole órdenes al universo, sino la voluntad de nuestro corazón que se alinea con el propósito eterno de Dios. Cuando Él susurra: "Yo te guiaré", la fe no duda, sino que responde con un eco de obediencia: "Te seguiré", aunque el camino sea invisible a los ojos humanos. Cuando Él declara: "Yo te alimentaré", la fe no pregunta cómo, sino que se alza y dice: "Comeré", aunque la mesa esté vacía. Cuando Él promete: "Satisfaré tu necesidad", la fe no se impacienta, sino que se inclina y afirma: "Está hecho", porque sabe que la promesa es tan real como el sol en el cielo.

Y en esa misma línea, la fe no es un cheque en blanco, no es una fórmula mágica para obtener lo que deseamos. Vivimos en una era donde la fe ha sido distorsionada en una filosofía transaccional, en una especie de “nómbralo y reclámalo” que impregna gran parte de la iglesia contemporánea. Se le ha enseñado a la gente que si quieren algo de Dios, solo tienen que orar por ello y luego confesarlo, como si el acto de la palabra en sí mismo fuera una varita mágica que obliga a Dios a actuar. Como si Dios fuera un genio cósmico, un cajero automático espiritual, o nuestro pequeño Papá Noel celestial, sentado en un trono, esperando que hagamos nuestros pedidos para luego concedernos todo lo que nuestro ego anhela. La fe, según esta noción, se convierte en una herramienta para manipular a Dios, para construir nuestro propio reino en lugar de someternos al Suyo. El resultado de esta falacia es una generación de creyentes desanimados y decepcionados, cuyas "confesiones" no se cumplieron, cuyas "bendiciones" nunca llegaron. Desilusionados con Dios porque las cosas no sucedieron de la manera que su teología de la prosperidad prometió. Pero la fe no es una fórmula mágica; es una confianza profunda en un Padre que es soberano y sabio, cuyo amor y propósito son más grandes que nuestro entendimiento. La fe no es la seguridad de que obtendremos lo que queremos, sino la certeza de que Dios nos dará lo que necesitamos para Su gloria. Las falacias de una fe vacía y una fe egoísta nos dejan a merced de la decepción. Si la fe no es un salto ciego ni un cheque en blanco, ¿qué es? ¿Cuáles son los hechos que la definen y la sostienen?

La fe, nos dice el autor de Hebreos con la precisión de un poeta y la autoridad de un teólogo, “es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Meditemos en esa frase, porque es una obra de arte conceptual. La fe no es una esperanza vaga, un deseo infantil. Es la certeza. Es una seguridad, una firmeza, una convicción tan real que hace que “las cosas que se esperan” sean tan reales como las que son. La fe, en otras palabras, trae el futuro al presente y hace que lo invisible se manifieste ante los ojos del alma. Es la certeza de que Dios hará lo que prometió, incluso cuando la evidencia de nuestros sentidos grita lo contrario, incluso cuando la realidad nos susurra que es imposible. Es una arquitectura de la certeza, construida no con ladrillos de experiencia o cimientos de razón, sino con la roca inamovible de las promesas de Dios. Es la capacidad de ver con el corazón cuando los ojos no pueden ver. Es una visión que trasciende la realidad material y se ancla en la realidad espiritual. El autor, afortunadamente, no nos dejó a oscuras en cuanto a en qué se basaría toda esta seguridad y certeza. En el versículo 2, nos introduce a una galería de héroes, una especie de “Salón de la Fama de la Fe”, donde se exhiben vidas que vivieron, no por lo que veían, sino por lo que creían. En cada caso, ya sea declarada o implícita, está la promesa de Dios como el hilo de oro que une cada vida. La fe de Abel, por ejemplo, en el versículo 4, fue una fe en una promesa de sacrificio. Su ofrenda, más allá de ser un ritual, fue una respuesta a la revelación de Dios. Él no inventó la adoración; él respondió a ella. Su fe fue la certeza de que Dios existía y que se agradaba de una ofrenda de sangre, y por su fe, obtuvo un buen testimonio. Enoc, el hombre del versículo 5 y 6, recibió un viaje por el aire sin morir porque tenía fe en las promesas de Dios. Su fe no fue un acto de proselitismo o de grandes hazañas, sino un simple caminar con Dios, una intimidad profunda que se basaba en la convicción de que Dios existe y recompensa a quienes lo buscan. Su vida fue un testimonio de que la fe es una relación, un camino diario.

Y luego viene Noé. ¿Hay un acto de fe más audaz y aparentemente ridículo que el suyo? Él construyó una inmensa arca en tierra seca, en una época en la que la lluvia era una noción desconocida, una simple promesa de un Dios invisible. Su fe flotó en la promesa del Señor, una promesa de diluvio y de salvación. Su vida fue un testimonio de obediencia, de que la fe no es solo una creencia pasiva, sino una acción que a menudo parece absurda a los ojos del mundo. Y el relato de Abraham, en los versículos 8 al 19, es un testimonio de fe tan grandioso que se convierte en un arquetipo. Él dejó su hogar y su país, obedeciendo una voz que le hablaba del futuro, residió en una tierra extranjera, y en la cúspide de su fe, ofreció a su hijo, el heredero de la promesa, como un sacrificio a Dios. Su fe no se basó en el sentimentalismo, en una emoción del momento, sino en el fundamento inquebrantable de la Palabra de Dios. Él creyó que, incluso si mataba a su hijo, Dios era lo suficientemente poderoso como para resucitarlo y cumplir su promesa de una nación. Su fe fue un acto de completa rendición, una confianza absoluta en la fidelidad de Dios.

Isaac, Jacob y José, a pesar de las luchas y los errores de sus vidas, murieron todos en fe esperando el cumplimiento de las promesas del Señor, no las que vieron cumplidas en su vida, sino las que verían cumplidas en la eternidad. La fe de Moisés, en los versículos 23-29, lo llevó a abandonar las comodidades de Egipto y a dirigir a una nación esclava a través del desierto, todo en respuesta a las promesas de Dios. Israel, una nación entera, conquistó Jericó por fe en una promesa de Dios, no por su propia fuerza. Rahab, una mujer de un pueblo pagano, fue salva por su fe en las promesas del Señor. Y la lista continúa, una letanía de vidas que respondieron a las promesas de Dios con una certeza profunda y vieron maravillas. Con estos hechos en mente, la definición de fe se vuelve luminosa, clara, incuestionable. La fe es la seguridad de que Dios hará exactamente lo que prometió hacer. Es una confianza profunda en Su carácter y en Su Palabra. Dios es un Dios que responde a la fe de un pueblo en Él mismo y en Sus promesas, y en esa respuesta, se revela su poder.

La fe no es solo una doctrina que se estudia en un seminario; es una fuerza vital que se vive en la calle, en el trabajo, en la familia. ¿Qué hará exactamente la fe por ti en la cotidianidad de tu existencia? La fe realiza ciertas funciones que son esenciales para nuestra supervivencia espiritual. Y al mirar estas verdades, no puedo evitar sentirme profundamente animado. Primero, la fe calma nuestros temores. Vivimos en un mundo de ansiedades, de miedos que nos paralizan. Nos atemoriza lo que no podemos controlar: la enfermedad, la pérdida de un ser querido, el fracaso, la muerte. La fe no es un escudo mágico que nos protege de las cosas malas, pero en medio de ellas, nos da la certeza de Su promesa. Romanos 8:28 nos asegura que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. La fe toma esa promesa y la hace real en el presente. Nos dice que, aunque no entendamos el porqué, hay un propósito en nuestro dolor, una mano que lo está tejiendo para nuestro bien y para Su gloria. La fe nos permite decir, como Pablo en 2 Corintios 4:17, que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. La fe es el ancla que, en medio de la tormenta, nos da una paz que sobrepasa todo entendimiento, como nos promete Filipenses 4:6-7. La fe no elimina el miedo, pero lo calma, lo somete a la autoridad de una verdad más grande, y en ese sometimiento, el miedo pierde su poder.

Segundo, la fe amortigua nuestras caídas. No somos inmunes al pecado, no somos invulnerables a las tentaciones. Caemos. Fallamos. Deslizamos. Y en esos momentos, la voz del acusador nos grita que somos unos fracasados, que Dios ya no nos ama. Pero la fe nos recuerda Su promesa. Nos recuerda que, si caemos, tenemos Su Palabra de que seremos perdonados cuando nos volvamos a Él en arrepentimiento. 1 Juan 1:9 es un faro de esperanza en la oscuridad: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. La fe nos da la seguridad de que el fracaso no es el final. Esto no es una excusa para caer, sino un estímulo para los que lo han hecho y los que lo harán. Es la certeza de que la gracia de Dios es más grande que cualquier pecado, que Su amor es más profundo que cualquier abismo. Tercero, la fe confirma nuestro futuro. No sabemos lo que enfrentaremos mañana, la vida es una incógnita, un laberinto sin mapa. Pero la fe nos da una seguridad que va más allá de esta vida. Juan 14:1-3 nos regala una visión de un futuro asegurado, no por nuestras obras o por nuestros méritos, sino por la promesa de Jesús: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí... Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.” La fe es el testimonio de que nuestra historia no termina con el último aliento, sino que es el comienzo de una eternidad con nuestro Creador.

Y finalmente, la fe nos lleva lejos. La fe es la fuerza que nos impulsa a ir más allá de las comodidades del mundo. La fe no se atiborra de la basura de este mundo, no se conforma con el polvo de las cosas pasajeras, no se contenta con la fugacidad. La fe establece sus miras más altas, más allá del horizonte temporal. La fe cree que Dios será fiel a Su Palabra, la fe responde a esa Palabra, actúa sobre esa Palabra y recibe el cumplimiento de esa Palabra, como nos recuerda Romanos 4:21. La fe es un viaje continuo, una respuesta constante que nos eleva a vivir una vida que honra a Dios.

La voluntad de Dios para nuestra vida es que vivamos por fe. No un salto ciego de los necios, que confían en su propia imaginación. No el cheque en blanco de los mal informados, que buscan manipular a Dios para su propio beneficio. Sino la certeza profunda de que lo que Dios ha dicho que haría, Él es más que capaz y está dispuesto a hacerlo. La fe es esa convicción, esa seguridad, ese ancla en la tormenta. Es esa certeza que te calma los temores, que amortigua tus caídas y que te asegura el futuro. Esa fe, en su esencia, no es un acto de voluntad humana, sino la respuesta del alma a la majestuosidad de un Dios que es fiel a su palabra. Y ahora, con todo esto en mente, te pregunto, con la voz de un amigo que se preocupa por tu alma: ¿eso describe tu vida? ¿Tu fe está cimentada en la roca inquebrantable de Su Palabra, o se ha convertido en una vaga esperanza que se desvanece con el viento?

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