Tema: Ruth. Título: La fidelidad de Ruth. Texto: Ruth 1. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
I. ESTARÁ EN SU PASADO (Ver 4- 5).
II. ESTARÁ EN LAS MALAS (Ver 5 – 10).
III. ESTARÁ AUNQUE OTROS LE DEJEN (Ver 11 – 18).
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La persona fiel, en el análisis más somero, es aquella que "está allí siempre." Es el amigo que no se disipa con la primera dificultad, el familiar que no abandona el puesto, el confidente que no se aleja. Para comprender la profundidad de esta cualidad en Rut, debemos diseccionar su fidelidad en sus tres dimensiones esenciales: su permanencia en el pasado, su entereza en la tragedia y su resistencia ante el abandono de los demás. A través de este viaje, veremos que la fidelidad no es solo una cualidad admirable, sino una de las experiencias humanas más profundas y consoladoras.
La fidelidad de Rut es, ante todo, una fidelidad que ha resistido la prueba del tiempo. El relato nos informa que las dos nueras, Orfa y Rut, vivieron con Noemí y sus hijos, Mahlón y Quilión, por un periodo de "cerca de diez años." Diez años no es un número trivial. No es la duración de una amistad pasajera, forjada en la euforia de un verano o en la conveniencia de un breve periodo de la vida. Es un decenio, un ciclo completo de estaciones, una época en la que la novedad se desvanece y la realidad cotidiana se asienta. En esos diez años en la tierra de Moab, la convivencia de la familia israelita con las jóvenes moabitas trascendió las diferencias culturales y las expectativas de su tiempo. La vida, a pesar de su exilio, no fue de penuria. Nos podemos imaginar las tardes compartidas, las costumbres aprendidas, los silencios comprendidos, las risas que sellaron un vínculo que iba más allá de la sangre. Una fidelidad de esta índole no es fruto de un arrebato emocional; es el resultado de un compromiso lento y deliberado, una promesa renovada cada día en la aceptación de la existencia del otro. La persona cuya fidelidad es incuestionable no es aquella con la que hemos compartido un par de conversaciones, sino aquella cuya sombra ha crecido junto a la nuestra a través de las décadas. La lealtad se prueba en el tiempo, en la persistencia silenciosa del estar. Es por ello que las almas que han permanecido a nuestro lado por años, que han visto nuestra alegría y nuestro dolor, que han presenciado nuestros fracasos y nuestros triunfos, merecen una veneración especial. Su presencia es la evidencia de una fidelidad que ha sido horneada a fuego lento en el horno de la vida misma, una que no se quiebra con facilidad.
Sin embargo, el tiempo es solo una de las pruebas. La verdadera sustancia de la fidelidad se revela cuando la vida, con su brutal e implacable indiferencia, se desploma sobre nuestras cabezas. El versículo 5 nos informa, con una simpleza que esconde la inmensa tragedia, que "murieron también los dos, Mahlón y Quelión; y la mujer quedó desamparada de sus dos hijos y de su marido." En un instante, el hogar que Noemí había construido en tierra extranjera se derrumba en un eco de dolor. Orfa y Rut, a pesar de su propio duelo, se enfrentan a una encrucijada existencial. Sus maridos han muerto, su suegra se ha convertido en un símbolo de la mala suerte y la desgracia, y las esperanzas de una vida futura se han disipado. Y, sin embargo, su resolución inicial es firme: "Nosotras ciertamente volveremos contigo a tu pueblo."
La persona fiel permanecerá junto a nosotros cuando las tragedias lleguen. La fidelidad en las malas no es un acto de romanticismo; es un acto de radical empatía. Significa permanecer a pesar del tumulto emocional que uno mismo pueda estar sintiendo. Significa exponer el propio futuro, la propia seguridad, la propia paz, por el bienestar de otro. En el caso de Rut, la fidelidad se hizo evidente cuando el dolor de su suegra era tan palpable que se convertía en un muro de rechazo. Noemí, en su amargura, intenta alejarlas, no por maldad, sino porque se ve a sí misma como un obstáculo para su felicidad. La lealtad de Rut trasciende el desaire, porque comprende que la soledad de Noemí es más grande que cualquier incomodidad o rechazo superficial. La fidelidad en la adversidad no es la promesa de resolver el problema del otro, sino la de estar presente en el problema, sin exigir nada a cambio.
El tercer y más doloroso criterio de la fidelidad se manifiesta cuando el camino se divide y otros deciden tomar una ruta diferente. A lo largo de la historia, las personas nos abandonan. A veces es por necesidad, a veces por miedo, y a veces simplemente por la incapacidad de sobrellevar la carga del dolor ajeno. Este es el momento decisivo en el relato. Noemí, con argumentos perfectamente razonables, insta a sus nueras a regresar. Les habla del futuro desesperanzador que les espera a su lado. Ellas son jóvenes, aún tienen la posibilidad de un nuevo matrimonio, una nueva vida, la oportunidad de construir una familia. En el contexto de la ley del levirato (Deuteronomio 25:5-10), que las vinculaba a la familia de su difunto marido para asegurar la posteridad, el futuro que Noemí les ofrece a su lado es la esterilidad. Noemí les dice, con una sinceridad aplastante, que seguirla es renunciar a un futuro con hijos, es aceptar una vida de soledad.
Ante este argumento, Orfa actúa de manera predecible. Su fidelidad, que parecía tan firme, se reveló como una lealtad a la conveniencia. Su beso de despedida es un acto de amor, sí, pero es un amor que no pudo resistir el peso de un futuro incierto. Se aleja, tomando la decisión que la mayoría de las personas tomarían, la decisión que es más sensata y menos dolorosa. Pero Rut, en un acto que redefine la misma noción de lealtad, se aferra a su suegra. Su decisión es un rechazo a la lógica del mundo, una negativa a aceptar que el bienestar material es más importante que la conexión del alma. Mientras el camino de Orfa se desvía, el de Rut se mantiene firme. Esta es la verdad más profunda de la fidelidad: permanecer aun cuando otros, incluso los más cercanos, nos dejan. Las personas fieles son las que se dan cuenta de esta realidad, de que la mayoría optará por el camino más fácil, y aun así, con plena conciencia, eligen quedarse.
Las últimas palabras de Rut en este dramático interludio no son meras líneas de un guion; son un credo de lealtad que ha resonado a través de los siglos. En esa declaración, la fidelidad se despoja de toda ambigüedad y se revela en su forma más pura.
Fidelidad es, primero, la audacia de no dejarse ir, incluso cuando la persona amada lo ruega. Es una negativa a la súplica de la soledad, una decisión de imponer la compañía sobre el deseo de aislamiento del otro. Fidelidad es, segundo, la aceptación de un camino compartido: “Adondequiera que tú fueres, iré yo.” Es un compromiso que va más allá de la geografía, más allá de la cultura, y más allá de la comodidad. Fidelidad es, tercero, una entrega total que abraza el destino del otro: “Y dondequiera que murieres, moriré yo, y allí seré sepultada.” Esta es la cúspide del compromiso, una promesa que trasciende la vida misma. Y, finalmente, la fidelidad de Rut es un pacto sagrado sellado ante Dios. “Así me haga Jehová, y aun me añada, si algo sino la muerte hace separación entre mí y ti.” Es un juramento que invoca al cielo como testigo, una certeza de que su compromiso es tan inquebrantable que solo la mano de la muerte podría romperlo.
La historia de Rut es un recordatorio de que la fidelidad no es una emoción fugaz, sino un acto de voluntad. Es un consuelo inestimable para aquellos que, como Noemí, han perdido todo. Es una virtud que se prueba en la duración, en la adversidad y en el abandono de los demás. En la figura de Rut, vemos que la lealtad es un reflejo imperfecto, pero poderoso, de la fidelidad de Dios mismo, que nunca nos abandona. Su relato nos invita a una profunda introspección: ¿somos nosotros, en el camino de la vida, una Rut o una Orfa? La respuesta a esa pregunta define no solo la naturaleza de nuestra fe, sino la de nuestro propio ser.
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