(BOSQUEJO - VERSIÓN CORTA)
Tema: Fin de año. Título: Mis deseos para ti. Texto: Efesios 1: 17 – 19
I. Conozcan a Dios (ver 17)
II. Conozcan la esperanza (ver 18)
III. Conozcan el gran poder de Dios (ver 19)
Y así, el año se acerca a su fin. Es un tiempo, sí, de ir cerrando las puertas. De mirar hacia atrás, un poco. Un tiempo de sopesar lo que fue. Lo que se hizo. Lo que no se hizo. Y también, de abrir las ventanas hacia lo que viene. De trazar líneas. Planes. Metas. Y eso, no está mal. No. Es parte de ser. Parte de ir adelante. De buscar, siempre. De querer más. De buscar más. Pero. Hay un "pero" aquí. Un susurro. Una voz.
Y esa voz. ¿A dónde nos lleva? Nos lleva a una inquietud. Porque. Sí. Trazamos mapas para el trabajo. Para la casa. Para el cuerpo. Para el dinero. Para tantas cosas. Pero, ¿y el espíritu? ¿Y esa parte de nosotros que anhela, que busca lo eterno? ¿Esa parte que, en verdad, es la más importante? A menudo, esa es la que queda. Olvidada. En la sombra.
El apóstol Pablo, un hombre que conoció la sombra y la luz, un hombre que caminó con el aliento de Dios en su alma, un hombre que sabía lo que era un verdadero anhelo, ora. Ora por los hermanos en Éfeso. Y en su oración, en esas palabras que surgen de un corazón conectado, hay una guía. Una senda. Para nosotros. Para lo que debemos pedir. Lo que debemos buscar. Y su primera petición, ah, es como un soplo suave, pero fuerte. Que el Espíritu Santo les conceda. O, mejor dicho, que desarrolle en ellos. ¿Qué cosa? Sabiduría y revelación.
Sabiduría. En griego, sophia. Un eco antiguo. No es solo saber cosas. No. Es el conocimiento profundo. El entendimiento que va más allá de lo superficial. El que ve el alma de las cosas. La esencia. Y revelación. En griego, apokalupsis. Es un desvelamiento. Quitar el velo. Mostrar lo oculto. Lo que no se ve. Lo que estaba ahí, pero escondido. Como una verdad que emerge de la niebla.
¿Y para qué? Para qué pedir esto. Este don. ¿Cuál es el fin último? Es la pregunta que se cierne.
Conocer a Dios: La Profundidad del Ser
El fin primero, el más vital, el que lo abarca todo, es este: que conozcan a Dios. No solo de oídas. No solo de saber Su nombre. Se pide esto para que puedan. Sí. Para que puedan tener un conocimiento de Dios. Y la palabra que usa Pablo aquí, la palabra griega es epignosis. Esta no es una palabra cualquiera. No es un saber superficial, de libros, de datos. No. Esta palabra indica un conocimiento pleno. Un conocimiento que abraza. Que implica una mayor participación. Una comunión. Con lo que se conoce. Y por eso. Sí. Por eso, lo que se conoce, influye más. Mucho más.
Piensen en ello. No es lo mismo saber que existe el sol, que sentir su calor en la piel. No es lo mismo saber de la lluvia, que estar empapado bajo ella, sintiendo cada gota. Así es este epignosis de Dios. Un conocimiento que nos empapa. Que nos atraviesa. Que se convierte en parte de nosotros. El deseo del apóstol, entonces, para esos discípulos, para esos creyentes en Éfeso, era profundo. Era que Dios les abriera los ojos, sí, que les concediera esa sabiduría y esa revelación. ¿Para qué? Para que su conocimiento de Dios no fuera solo una noción. Para que fuera un pozo sin fondo. Que los llevara a una comunión más íntima. Más real. Y que esa comunión. Ah, que esa comunión los influenciara más. Que los moldeara. Que los transformara desde lo más hondo de su ser.
Mi deseo para ti, sí, para ti que lees estas palabras al final de un año, y al umbral de uno nuevo, mi deseo es este. Que en este tiempo que viene, en este nuevo ciclo, llegues a conocer a Dios de una manera mucho más profunda. Más real. Es una necesidad. Una sed. Un anhelo que debe ser saciado. Porque necesitas conocer a Dios. Sí. Necesitas conocerlo para ser. Para ser un creyente. Pero no cualquier creyente. Uno más poderoso. Más consagrado. Más entendido. De las cosas del espíritu. De las cosas que importan de verdad. Porque en ese conocimiento. En esa intimidad. Ahí reside la verdadera fuerza. La verdadera paz. La verdadera vida. No es un conocimiento que te hincha. No. Es un conocimiento que te vacía de ti. Y te llena de Él. Y eso, eso lo cambia todo. Lo cambia. Todo.
Conocer la Esperanza: Una Luz en la Oscuridad
Y hay otro fin. Otra razón para esa oración de sabiduría y revelación. Pablo lo dice. Es para que ellos. Los creyentes. Sean iluminados. ¿Iluminados? Sí. Porque a veces, el creyente. A veces, tú. A veces, yo. Estamos a oscuras. Hay velos. Sombras que cubren lo que debería ser claro. No podemos ver bien. No podemos comprender. Y entonces. Entonces se pierden tantas bendiciones. Tantas promesas que están ahí, al alcance de la mano, pero que no podemos tomar porque no vemos. ¿Qué cosas son estas que a menudo no comprendemos?
La primera. Es la esperanza. Ah, la esperanza. Esa palabra. Tan simple. Tan compleja. La esperanza es esperar. Sí. Pero no de cualquier manera. No con resignación. No con incertidumbre. Es esperar con anhelo. Con placer. Una expectación gozosa, dice Strong. Y claro. Obviamente. Esperamos cosas buenas. Lo bueno. El creyente. Tú. Yo. Hemos sido llamados a ser seres de esperanza. Personas que esperan lo bueno. Lo mejor. Porque. Tenemos a Dios de nuestro lado. El Creador. El Sostenedor. El Redentor. Con Él, ¿cómo podríamos esperar lo malo? En un mundo. Sí. Un mundo donde muchos. Demasiados. Esperan lo malo. Se preparan para lo peor. El creyente. Debería ser distinto. Un faro. Una luz. Una voz que canta en la oscuridad.
Pero. Tristemente. Y esto es una verdad que duele. Muchos. Muchos de nosotros. No entendemos la esperanza. No de verdad. No en su profundidad. Y por eso. Necesitamos. Desesperadamente. De esa sabiduría y esa revelación. Para comprenderla. Para que se nos desvele su verdad. La esperanza aquí, además, es escatológica. Sí. Una esperanza que mira hacia el final. Hacia el cumplimiento. Hacia la consumación de todas las cosas. Y por eso. Por eso mismo. Está ligada. De forma indisoluble. A la herencia.
La herencia. ¿Qué es esa herencia? Es la salvación. Y la salvación. No es un instante. No es un punto en el tiempo y ya. La salvación tiene tres tiempos. Tres dimensiones. Hemos sido salvados. Sí. Por Cristo. Del infierno. De la condenación eterna. Un acto consumado. Ya hecho. Para siempre. Pero también. Estamos siendo salvados. Sí. Ahora mismo. Del poder del pecado. De su dominio sobre nuestras vidas. Es un proceso. Una obra continua. Del Espíritu. Que nos transforma día a día. Y. Por último. Seremos salvados. Completamente. Totalmente. Cuando estemos en el cielo. Con Él. En Su presencia. Sin mancha. Sin arruga. Sin la sombra del pecado. La glorificación.
En esa oración de Pablo, en esas pocas líneas, se contienen una inmensa cantidad de conceptos. De verdades. Que a menudo. El creyente. No comprende. De verdad. Necesita. Necesitamos. Esa sabiduría y esa revelación. Para entenderlas. Para que sean carne. Para que sean vida en nosotros.
Mi deseo para ti, entonces, al cruzar el umbral hacia el nuevo año, es este. Que seas iluminado. Que la luz del Espíritu Santo disipe toda sombra de incredulidad. Para que comprendas. De verdad. La esperanza. Esa esperanza que no avergüenza. Esa esperanza que te ancla. Y la herencia. Esa herencia gloriosa que te espera. Que ya es tuya. En este tiempo que viene. Que el entendimiento de estas verdades te impulse. Te sostenga. Te dé una alegría. Que el mundo no puede dar. Ni quitar.
Conocer el Gran Poder de Dios: La Fuerza Inconmensurable
Y por último. La tercera petición. El tercer deseo de Pablo. Que se necesita la sabiduría. Y la revelación. Para poder comprender. Para poder aferrar. El gran poder de Dios. Un poder que no tiene límites. Que no conoce fronteras. Que es más allá de lo que nuestra mente puede concebir. Eso es lo que quiere decir. Cuando dice: “y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza” (versículo 19). La supereminente grandeza. Es una palabra que apenas cabe en la boca. Un poder que sobrepasa. Que excede. Todo lo que conocemos.
Y para ilustrar esto. Para darnos una pincelada de lo que esto significa. Pablo. El apóstol. Pasa a dar un ejemplo. Y este ejemplo. Sin duda. La ilustración más poderosa para él. La mayor manifestación del poder de Dios. Es. La resurrección de Cristo. Piensen en ello. La muerte. El final. Lo absoluto. Y sin embargo. El Poder de Dios. Rompió ese lazo. Esa cadena. Levantó a Jesús de entre los muertos. Venció lo invencible. Esa es la medida. La medida del poder que opera. En nosotros. Los que creemos.
Y, tristemente, de nuevo. Muchas veces. El creyente. Tú. Yo. No conocemos por revelación. Este gran poder. Lo sabemos en la cabeza. Sí. Lo recitamos. Pero no lo experimentamos. No lo conocemos con el epignosis que transforma. Y esto. Esto nos hace andar. Temerosos. Desconfiados. Sin esperanza. Como si el mundo. O los problemas. Fueran más grandes. Que Aquel que los creó. Y los sostiene. Meditar en la resurrección de Jesús. En ese acto de poder supremo. Junto con la obra. El ministerio. Del Espíritu Santo. Ese Espíritu que resucitó a Cristo y que mora en nosotros. Eso. Eso debe. Debe llenar nuestras vidas de esperanza. De una certeza inquebrantable. De una audacia santa. Porque el mismo poder que levantó a Cristo de la tumba. Ese mismo poder. Opera en nosotros. Para vivir. Para vencer. Para servir.
Mi deseo. Mi más profundo anhelo para ti. Es que en este nuevo año. Este tiempo que se abre ante nosotros. Seas iluminado. De una manera nueva. Para que conozcas. No solo de oídas. Sino por revelación. El poder de Dios. El gran poder de Dios. Que es inmenso. Que es para ti. Que es en ti. Que te sostiene. Que te capacita. Que te levanta. Que te transforma. Que te lleva. A lugares que nunca imaginaste. Porque con Él. Todo. Es posible.
Y así, al cerrar este año, y al abrir el corazón al que viene, te animo. Con la voz de Pablo. Con el anhelo de mi alma. A que busques. Con toda tu fuerza. Con toda tu fe. Sabiduría y revelación. Para conocer. Más profundamente. A Dios. Que este nuevo año. Sea un lienzo. Para pintar la esperanza. Iluminando tu corazón. Con la comprensión profunda. De la herencia. Esa herencia gloriosa. Que ya tienes. En Cristo. Y del inmenso poder de Dios. Ese poder que opera. En tu vida. Mis deseos para ti son estos. Que crezcas. En comunión con Él. Que cada día. La intimidad sea más honda. Que enfrentes los retos. Sí. Los que vendrán. Con una confianza. Que no es tuya. Que viene de Él. Y que experimentes. Su poder. Su poder transformador. Que te moldea. Que te renueva. Que te sostiene. Que el nuevo año. Sea un año de crecimiento espiritual. Sí. De ese crecimiento que importa. Y de bendiciones. Abundantes. Inesperadas. Que sobrepasan. Todo entendimiento. Que así sea. Para ti. Amén.
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