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✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️El Pacto de Abraham: Un Viaje a la Fe Inquebrantable✝️

✝️Tema: Génesis. ✝️Titulo: El Pacto de Abraham: Un Viaje a la Fe Inquebrantable ✝️Texto: Génesis 17:1 - 9. ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz.


Introducción:

A. Después de hacer este paréntesis de casi tres meses de nuestra serie de Génesis vamos a continuar con ella, vamos a retomar la historia de quien sabemos es el personaje humano mas importante del A.T. Pero antes vamos a recordar lo que ya habíamos visto:

Cap. 12, el llamado de Abraham y la estadía en Egipto con su consecuente pecado; cap. 13, el conflicto familiar de Abraham y lot y su consecuente separación; cap. 14, la lucha de Abraham para liberar a Lot; cap. 15, la confirmación de la promesas a Abraham; cap. 16, las historia de Sarai, Agar y Abraham.

B. Hoy estudiaremos otra de las confirmaciones del pacto que Dios le hace a Abraham:

I  PRESENTÁNDOSE A ABRAHAM (Ver 1).


A. El Dios todopoderoso es la traducción al español de las palabras hebreas EL-SHADAY y nos muestra un aspecto sorprendente de Dios y es que para el no hay nada imposible, Dios todo lo puede este es un tema muy claro en la Escritura (Génesis 18: 13 - 14; Salmo 134:6; Jer 32:17, 27; Job 42:2; Mateo 19:26; Lucas 1:37).

B. Esto implica para nosotros:

1. Confianza en los problemas: no hay nada imposible para Dios.
2. Paz en la culpa: Dios tiene poder de perdonar pecados. 
3. Temor reverente: Dios tiene poder para ejecutar sus juicios. 


II  EXIGIÉNDOLE A ABRAHAM (Ver 1).


A. Estuvimos estudiando el año pasado sobre Génesis 15:6 en aquella ocasión hablamos sobre la justificación de Abraham y sobre como Abraham fue declarado justo, inocente, fue justificado de sus pecados no por ninguna obra que el hubiera hecho sino por su fe y hablamos en aquella ocasión que con nosotros ocurría lo mismo (Romanos 3: 21  -23).

B. Notemos aquí como este hecho no excluye la santificación y que nos apartemos del pecado, Dios le dice a Abraham dos cosas:

1. Anda delante de mi: otras Biblia traducen esto como "procede según mi voluntad"; otra "procede de acuerdo conmigo" entonces es claro que a pesar de ser justificado por la fe, Dios manda a Abraham a vivir de acuerdo al querer y gusto de Dios mismo. (ejemplo Gen 5: 22 - 24 Enoc y Noe Gen 6:9)  Dios nos manda también a  nosotros a esto pero para poder cumplirlo debemos primero conocer su voluntad.

2. Se perfecto: Esto tiene que ver con ser intachable, irreprochable, es una norma muy alta la que Dios le pone a Abraham pero no solo a él sino también a nosotros (Mateo 5:48).


III  PACTANDO CON ABRAHAM (Ver 1).


A. Lo primero que deseo mostrar al tocar este punto es lo referente a la letra "y" es una conjunción que da la idea de suma o acumulación. Esto indica que una de las causas del pacto es el hecho de la obediencia de Abram a lo que Dios le dice. La mayoría de promesas de Dios para nosotros están condicionadas a nuestra obediencia.

B. Lo segundo que quiero recalcar al tocar este punto es que no es Abraham quien pacta con Dios sino mas bien Dios quien pacta con Abraham. Esto es necesario decirlo pues nunca los hombres pueden pactar con Dios nada ya que no pueden imponer condición o norma alguna a Dios.

C. Y lo ultimo que deseo mostrarle, es que la bendición de Dios no debe en ninguna manera llenarnos de orgullo pues Abraham al escuchar lo que Dios le prometió no se enalteció sino que se postro ante Dios.



Conclusión:

El pacto de Abraham nos enseña que la fe se complementa con la obediencia y la santificación. Dios es todo poderoso, pero exige una vida íntegra y sumisa a Su voluntad. La bendición divina no es para el orgullo, sino para la humillación ante Su majestad.

VERSIÓN LARGA

Aquella tarde, en el desierto del tiempo, cuando la luz del sol se inclinaba sobre las arenas y el viento susurraba viejas historias, Moisés, el hombre de la zarza ardiente, culminaba su retiro en el Sinaí. Cuarenta días y cuarenta noches, un ayuno que era más que la abstinencia de pan y agua; era un vaciamiento del alma para ser llenada, una disciplina que afinaba el espíritu para escuchar la voz del Eterno. Y allí, en la quietud majestuosa de la montaña, no solo recibió tablas de piedra, sino la visión, la blueprint celestial, la estrategia divina para la construcción del Tabernáculo. No un edificio de piedra inamovible como los templos de Egipto, sino una tienda, un santuario ambulante, un corazón palpitante en el seno de un pueblo nómada. Allí, en su centro, residiría el Señor, en medio de Su Israel, durante el peregrinaje áspero y prolongado por el desierto, y aun siglos después, hasta que la magnificencia del Templo de Salomón se alzara en Jerusalén. Desde este mismo instante, nos adentraremos en el alma de esta institución sagrada, desvelando no solo sus materiales, sino el espíritu que los animó, la alquimia de la entrega y la gracia.

La historia de Abraham, ese patriarca que caminó en la fe como un ciego que confía en una voz invisible, es un río caudaloso de revelaciones. Ya hemos contemplado su llamado en el capítulo 12, su titubeo humano en Egipto, el conflicto familiar que lo separó de Lot en el capítulo 13, la valerosa lucha para liberar a su sobrino en el 14, y la primera confirmación de esas promesas que parecían susurros imposibles en el 15. Y luego, la intrincada maraña de Sarai, Agar, y sus propios errores en el capítulo 16. Hoy, sin embargo, nos detendremos en otra estación, otra confirmación de ese pacto sublime, donde Dios se revela a Sí mismo y, al mismo tiempo, exige, para luego sellar una alianza que cambiaría el curso de la historia.


En el umbral de esta nueva revelación, en el versículo uno del capítulo diecisiete, Dios se presenta a Abraham con un nombre que es un trueno en el alma: El-Shaddai. ¡El Dios Todopoderoso! Para el oído hebreo, para el corazón que había visto lo imposible obrarse una y otra vez, esta no era una mera etiqueta divina, sino una declaración de absoluta soberanía, un eco de poder ilimitado. Significa, con la fuerza de un vendaval, que para Él no hay nada imposible. Él es el que todo lo puede, el que sustenta, el que desborda en suficiencia. Esta verdad, resplandeciente en Génesis 18:13-14, en Salmo 134:6, en Jeremías 32:17, 27, en Job 42:2, en Mateo 19:26, y Lucas 1:37, es el cimiento de nuestra existencia. El vasto universo, el intrincado tejido de la vida, cada estrella que danza en la noche, cada hoja que se mece con el viento, proclama su ilimitada capacidad. Para Él, el barro se convierte en vida, la esterilidad en abundancia, el caos en cosmos.

¿Y qué implica esto para nosotros, mortales que vagamos por los valles de la duda y la angustia? Implica, en primer lugar, confianza inquebrantable en medio de los problemas. Cuando las montañas se alzan infranqueables, cuando las olas amenazan con devorarnos, cuando el futuro se nubla en la incertidumbre, recordamos: para Dios, nada es imposible. Esta verdad no es una quimera, sino el ancla del alma en la tempestad. Él es el que abre caminos donde no los hay, el que susurra vida donde solo hay muerte.

Segundo, nos da paz en la culpa. Ah, la culpa. Esa sombra persistente que persigue nuestros pasos, el eco de los errores que nos condenan en el tribunal de la conciencia. Pero si Dios es El-Shaddai, el Todopoderoso, entonces su poder no solo se extiende sobre la materia, sino sobre el espíritu. Él tiene el poder de perdonar pecados, de limpiar las manchas más profundas, de restaurar la inocencia perdida. No hay pecado tan oscuro que su gracia no pueda alcanzar, no hay mancha tan profunda que su amor no pueda lavar. Es una paz que inunda el alma, una liberación que rompe las cadenas del remordimiento.

Y tercero, nos infunde un temor reverente. No el temor que paraliza, sino el que dignifica. Si Él todo lo puede, entonces también tiene el poder para ejecutar Sus juicios. Su santidad no es una teoría; es una fuerza activa que demanda justicia. Este temor reverencial nos lleva a postrarnos, a reconocer nuestra pequeñez ante Su magnificencia, a caminar con cautela y respeto ante Su soberanía. Es el asombro que nos purifica, el reconocimiento de la Majestad que nos impulsa a una vida de obediencia y honor.


Pero la presentación de El-Shaddai no es solo una declaración de poder; es una exigencia a Abraham. En el mismo versículo donde se revela Su omnipotencia, Dios le pide algo a Su siervo. El año pasado, nos sumergimos en Génesis 15:6, ese faro luminoso que nos reveló la justificación de Abraham. Él fue declarado justo, inocente, no por una obra de sus manos, no por mérito humano, sino por su fe. Y esa misma verdad, gloriosa y liberadora, resuena para nosotros hoy (Romanos 3:21-23). Somos justificados por la gracia, a través de la fe, sin las obras de la ley. Un regalo inmerecido, un manto de justicia que nos cubre.

Sin embargo, hermanos, y este es un punto crucial que el alma moderna a menudo olvida, esta justificación por la fe no excluye la santificación. No es una licencia para la complacencia, sino un llamado a una vida transformada, a un apartarse del pecado. Dios le dice a Abraham dos cosas que son un mandato para cada creyente:

Primero, "Anda delante de mí." Otras traducciones resuenan con la misma profundidad: "procede según mi voluntad", "procede de acuerdo conmigo". Es una invitación a la comunión, a caminar en sintonía con el corazón de Dios. A pesar de haber sido justificado por la fe, Abraham es llamado a vivir su vida en alineación con el querer y el gusto del Creador. Pensemos en Enoc, quien caminó con Dios (Génesis 5:22-24), o en Noé, quien anduvo con Él (Génesis 6:9). No es una carga, sino el verdadero camino de la libertad. Y para nosotros, el mandato es el mismo. Pero para poder cumplirlo, debemos, ante todo, conocer Su voluntad. Sumergirnos en Su Palabra, escuchar Su voz en el silencio, discernir Sus sendas en el bullicio del mundo.

Segundo, "Sé perfecto." ¡Qué norma tan alta, tan inalcanzable para nuestra fragilidad! Esto tiene que ver con ser intachable, irreprochable. Es una pureza de intención y de acción, una integridad que aspira a la semejanza divina. Es una demanda que no solo se le impone a Abraham, sino también a nosotros (Mateo 5:48). No es una perfección sin pecado, que es imposible en esta carne, sino una perfección de propósito, una dirección del alma hacia la santidad, un anhelo constante de reflejar la imagen de Aquel que nos creó. Es un caminar de crecimiento, una aspiración diaria, un humilde reconocimiento de nuestra dependencia de Su gracia para alcanzar esa pureza.


Y así llegamos al corazón mismo de esta historia: Dios pacta con Abraham. Aquí, la estructura misma del lenguaje bíblico nos da una pista profunda. La letra "y" al inicio de la frase "Y estableceré mi pacto entre mí y ti" (versículo 2) no es una mera conjunción; es una conjunción que sugiere suma o acumulación. Nos indica que una de las causas, una de las razones profundas de este pacto, es la obediencia de Abram a lo que Dios le había dicho. Es una verdad que a menudo se olvida en nuestra era de gracia barata: la mayoría de las promesas de Dios para nosotros están condicionadas a nuestra obediencia. La gracia no es una excusa para la desobediencia; es el poder que nos capacita para obedecer. La fe y las obras no son enemigas; son compañeras inseparables en el camino de la santificación.

Lo segundo que resplandece en este pacto es la soberanía divina: no es Abraham quien pacta con Dios, sino más bien Dios quien pacta con Abraham. Esto es de una importancia capital. Los hombres nunca pueden imponer condiciones o normas a Dios. Él no negocia con Su criatura desde una posición de igualdad. Él es el Creador, el Señor, el Omnipotente. El pacto es una iniciativa divina, un regalo de Su amor y Su fidelidad, no el resultado de una negociación entre partes iguales. Nosotros no dictamos los términos; solo respondemos con fe y obediencia a los términos que Él establece en Su infinita sabiduría.

Y lo último, lo que nos humilla y nos eleva a la vez, es que la bendición de Dios no debe, en ninguna manera, llenarnos de orgullo. La respuesta de Abraham al escuchar las promesas de una descendencia incontable, de una tierra prometida, de una nación bendecida, no fue la altivez, no fue el engreimiento. La Escritura nos dice, con una simplicidad conmovedora, que se postró ante Dios. Esa es la verdadera respuesta del alma que ha sido tocada por la gracia inmerecida. No una vanagloria de lo que somos o tenemos, sino una humillación profunda ante la magnificencia de Quien nos da todo. La postración no es un acto de debilidad, sino la máxima expresión de reconocimiento de la Majestad divina, la única respuesta adecuada ante un Dios tan grande, tan generoso, tan fiel.


La historia del pacto de Abraham, entonces, no es un mero relato de tiempos antiguos. Es un espejo para nuestra propia fe, una brújula para nuestro caminar cristiano. Nos revela con una claridad meridiana que la fe se complementa con la obediencia y la santificación. No podemos separar lo que Dios ha unido. Él es El-Shaddai, todo poderoso, el que puede hacer lo imposible, el que perdona nuestros pecados y ejecuta sus juicios con justicia perfecta. Pero este Dios de poder ilimitado exige una vida íntegra y sumisa a Su voluntad. Nos llama a andar delante de Él, a esforzarnos por la perfección, a vivir de acuerdo a Su corazón. Y la bendición divina, esa lluvia de gracia que nos inunda, no es para alimentar nuestro orgullo, sino para conducirnos a una profunda humillación ante Su majestad, a una postración que reconoce Su grandeza y nuestra total dependencia. Que esta verdad arraigue en nuestros corazones, hermanos, para que cada paso que demos sea un eco de la fe de Abraham, un testimonio vivo de la poderosa y amorosa mano de El-Shaddai en nuestras vidas.



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