Tema: Nehemías. Titulo: El Muro que Construyó Jeremías: ¿Tu Fe También Puede Mover Montañas? Texto: Nehemías 3. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.
Introducción:
A. La gran muralla china mide 21.000 kilómetros, tardaron 2.000 años en construirla, se usaron 100 millones de toneladas de materiales, se usaron millones de personas en su construcción. Hoy hablaremos de otra muralla, la muralla de Nehemías y específicamente del trabajo que se realizo para reedificarla.
B. Para lograr resultados hay que trabajar pero no cualquier tipo de trabajo. Las esta y las próximas enseñanzas veremos como trabajar para alcanzar las metas.
I. EN EQUIPO.
A. Si algo es evidente en este texto bíblico es que Nehemías no trabajo solo. Se mencionan en el texto 38 personas por nombre propio, también 13 grupos de personas como los sacerdotes, los teconitas, los plateros, los comerciantes etc. por ejemplo, personas: (1 - 3); grupos de personas (5, 26, 32).
B. Difícilmente uno logra metas solo, necesita de apoyo, de un equipo de personas que lo ayuden.
II. CON ORDEN.
A. Otra situación muy evidente en el texto es que el trabajo fue repartido o delegado. Se mencionan en el texto por lo menos 23 tramos de trabajo. Por ejemplo: (1, 11, 13, 15)
B. Si usted tiene un equipo debe tener la capacidad de organizar ese equipo, debe delegarle tareas a cada cual. Hay cosas que uno como líder debe hacer pero las demás pueden ser delegadas. Cuando un líder sabe lo que debe hacerse su próxima pregunta debe ser "¿quien lo hace?"
III. CON TAREAS CLARAS.
A. Vimos la semana pasada que Nehemías tiene una meta clara y es la que le trasmite a la gente: "edifiquemos el muro de Jerusalén". Ahora, además de repartir el trabajo, se le dejo claro también a cada persona que es lo que debía hacer.
Varios verbos se deben resaltar en el texto: Edificar, arreglar, enmaderar, levantar, restaurar y reedificar. Mención a parte merece el verbo restaurar y sus conjugaciones que aparecen el capitulo aproximadamente 35 veces (p.eje. 1,4, 5, 6, 7). También la palabra juntar y sus variantes que aparece alrededor de 12 veces en el capitulo (p.,ej. 8, 9, 10, 12). Algo es claro y es que la gente sabia claramente la meta y también lo que debían hacer para alcanzarla, a saber restaurar los tramos que les correspondían y trabajar juntos.
B. Una vez usted tiene un equipo debe delegar tareas y cada quien debe especificarle claramente que es lo que debe hacer para contribuir a tal fin.
Conclusiones:
El éxito de Nehemías revela principios eternos: la fuerza de la unidad, la eficacia de la organización y la claridad en el propósito. Al aplicar estos en nuestra vida, podemos enfrentar cualquier desafío. Su historia es un desafío a la acción, recordándonos que con Dios y en comunidad, todo es posible.
VERSION LARGA
Cuando la tierra gime bajo el peso de la historia, a veces la memoria de la humanidad se aferra a monumentos imposibles. Pensamos en la Gran Muralla China, esa cicatriz titánica sobre el rostro del mundo, que se extendió por milenios, devorando la fuerza de millones, engullendo montañas de piedra. Doscientos siglos de esfuerzo, la arena de cien millones de toneladas de material, el sudor y la vida de generaciones. Un coloso mudo que susurra al viento historias de resistencia y labor.
Pero hoy, hermanos, no es de esa vasta cicatriz de piedra de la que quiero hablarles, sino de otra muralla. Una que, aunque menor en su extensión material, es infinitamente más grande en su resonancia espiritual. La muralla de Nehemías. No solo el muro físico que se levantó en Jerusalén, sino la asombrosa maquinaria de la voluntad, la fe y el propósito que lo hizo posible. Porque para lograr algo verdaderamente significativo, no basta con el trabajo. Se requiere una forma, una esencia, un alma en la labor. Y es en esta y en las próximas reflexiones donde desentrañaremos la misteriosa alquimia del trabajo que de verdad construye, que de verdad transforma, que de verdad nos acerca a las metas que Dios ha puesto en nuestros corazones.
El primer aliento que toma esta narrativa de Nehemías es el de la unidad. Es una sinfonía de manos y almas que se entrelazan. Uno podría imaginarse a Nehemías, con su visión férrea, intentando arrastrar la carga él solo. Pero no. El texto bíblico, con una precisión casi poética, despliega una galería de nombres, de vocaciones, de vidas entregadas. Treinta y ocho personas, cada una con su identidad, su historia, su herida, se alzan. Y junto a ellos, trece grupos diversos, como un coro de voces únicas pero armonizadas: los sacerdotes, los tecoítas, los plateros, los comerciantes. Vemos a unos junto a la Puerta de las Ovejas, a otros en el muro ancho, a los de Gabaón y Mizpa en su tramo (Nehemías 3:1-3, 5, 26, 32).
Esto no es una anécdota administrativa, hermanos. Es una revelación profunda. Muy pocas veces, quizá nunca, logramos nuestras metas más elevadas en solitario. La vida, en su esencia más cristiana, es un camino que se transita en comunión. Necesitamos el aliento del hermano, la mano tendida del prójimo, el hombro donde apoyarse cuando el cansancio o la duda nos asaltan. Necesitamos un equipo, una familia de fe, que nos impulse y nos sostenga. Dios no nos creó para el aislamiento, sino para la sinergia, para el amor que se manifiesta en la labor conjunta. Nehemías entendió esto no como una estrategia, sino como una verdad inherente a la naturaleza humana y divina. El muro, antes que de piedras, estaba hecho de relaciones.
Pero la unidad, por gloriosa que sea, sin orden puede degenerar en caos, en una marea de buena voluntad sin rumbo. Y aquí es donde la figura de Nehemías brilla con otra luz. El trabajo fue, sí, en equipo, pero un equipo meticulosamente organizado. El texto no se pierde en generalidades; nos entrega un mapa preciso, casi una cartografía del esfuerzo humano y divino. Se mencionan al menos veintitrés tramos de trabajo, cada uno asignado, cada uno con sus límites y sus responsables (Nehemías 3:1, 11, 13, 15). Había un plan, una estructura, una disciplina impuesta no desde la tiranía, sino desde la sabiduría.
Si alguna vez has sentido el llamado a liderar, a mover montañas, recuerda esto: la capacidad de organizar, de delegar tareas, es tan vital como la visión misma. Un líder sabe lo que debe hacerse. Esa es la primera luz que ilumina el camino. Pero la segunda pregunta, y quizás la más crucial, es: "¿Quién lo hace?" Un líder sabio entiende que no puede hacerlo todo. Hay cargas que solo él puede llevar, decisiones que solo él puede tomar. Pero la sabiduría reside en saber qué puede y debe ser compartido, delegado, confiado a otros. Es en esa delegación donde se honra la capacidad del otro, donde se nutre el potencial del equipo, donde la visión se materializa en una miríada de manos diligentes. La reconstrucción del muro no fue un milagro de una sola persona, sino de muchas voluntades canalizadas por una mente clara y organizada.
Y en la culminación de esta tríada de principios, encontramos la claridad de las tareas. La semana pasada reflexionamos sobre la meta inquebrantable de Nehemías: "edifiquemos el muro de Jerusalén". Esta no era una sugerencia, no era una vaga aspiración; era un mandato, una verdad que resonaba en cada corazón. Pero Nehemías no se detuvo ahí. No bastó con repartir el trabajo; cada persona sabía con una precisión asombrosa lo que se esperaba de ella, qué pieza del rompecabezas le correspondía.
El texto nos regala una constelación de verbos que dan vida a esta claridad: edificar, arreglar, enmaderar, levantar, restaurar, reedificar. Y entre ellos, uno resuena con una fuerza particular: "restaurar". Su presencia es casi omnipresente, apareciendo unas treinta y cinco veces en el capítulo (Nehemías 3:1, 4, 5, 6, 7). No era solo construir, era devolver a la vida, sanar una herida antigua, traer de vuelta la gloria perdida. Y la palabra "juntar", con sus variantes, aparece unas doce veces (Nehemías 3:8, 9, 10, 12). Esto nos habla de la interconexión, de cómo cada pieza restaurada debía unirse a la siguiente. La gente no estaba a ciegas. Conocían la meta global, sí, pero también el detalle de su contribución, la parcela de escombros que debían transformar en piedra. Sabían que debían restaurar sus tramos y, crucialmente, trabajar juntos, tejiendo una red de esfuerzo colectivo.
Así, una vez que el equipo está formado y la visión clara se ha delegado, el paso final es la especificación. Cada miembro, cada alma que se une a la causa, debe saber exactamente qué se espera de ella, qué hilo debe tejer en la gran tapicería del propósito. Sin esta claridad, el esfuerzo se diluye, la energía se dispersa y la frustración se asienta. Es la precisión en la tarea la que libera la energía, la que enciende la pasión, la que permite que cada mano sepa cómo contribuir al gran fin.
El éxito de Nehemías no fue una casualidad, ni un golpe de suerte orquestado por el destino. Fue la manifestación palpable de principios eternos, grabados en el corazón de la creación y en la sabiduría divina. La fuerza de la unidad, esa sinergia mística que convierte a muchos en uno, a debilidades individuales en una fortaleza colectiva. La eficacia de la organización, esa disciplina que transforma el caos en una danza armoniosa de propósitos. Y la claridad en el propósito, la brújula inquebrantable que guía cada paso, cada esfuerzo, cada sacrificio.
Amados hermanos, al aplicar estos principios en nuestra propia vida, en nuestras comunidades, en nuestras familias, podemos enfrentar cualquier desafío que se alce como un muro ante nosotros. La historia de Nehemías no es un mero relato histórico; es un desafío a la acción. Es un eco resonante que nos susurra al alma: con Dios y en comunidad, con un propósito claro y un plan ordenado, todo es posible. No somos llamados a ser espectadores, sino constructores. Constructores de muros, sí, pero sobre todo, constructores del Reino, ladrillo a ladrillo, alma a alma, siempre juntos, siempre con Él. ¿Estás listo para tomar tu herramienta y encontrar tu lugar en el muro que Dios te llama a edificar?
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