Tema: Esdras. Título: La reconstrucción del templo en el libro de Esdras. Texto: Esdras 4. Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz.
Introducción:
A. Vivir la vida no es una cosa sencilla, aun mas cuando usted se atreve a tener metas y propósitos ambiciosos, lo mas seguro que podemos esperar en este evento de cosas es la oposición.
B. Los Judíos no fueron la excepción y en su proyecto de reconstruir sus vidas, su fe y su nación se encontraron varios obstáculos:
(Dos minutos de lectura)
I. LA INTIMIDACIÓN (ver. 4).
A. Intimidar quiere decir desanimar. Dada la negativa de los Judíos en permitir que los samaritanos les ayudaran en la reconstrucción estos se dedicaron a desanimarlos para que cesaran su tarea.
B. El desanimo es falta de interés de energía para desarrollar las cosas. todos lo hemos sentido, algunos mas que otros pero todos hemos pasado por esos momentos en la vida y aun mas cuando se trata de sacar adelante proyectos. Por lo general, el desánimo aparece cuando los problemas son muchos.
C. Como vencer el desánimo:
1. Acepte el sentimiento. Aceptar para asumir, y asumir para vencer.
2. Luche contra el hoy, en el dia a dia.
3. Deje el pasado atrás.
4. No olvide las promesas y la oración.
II. EL TEMOR (ver. 4).
A. Los enemigos del pueblo de Dios también se dedicaron a atemorizarlos, a llenarlos de miedo para que desistieran de su propósito.
B. El desanimo y el temor van juntos, tal vez dos de los sentimientos mas comunes y con los que mas tenemos que luchar en la vida. El temor es ese sentimiento de inquietud y angustia que nos hace huir de aquello que consideramos peligroso, este sentimiento no siempre es malo, pues nos preserva. sin embargo, cuando nos hace abandonar lo que queremos o debemos hacer, cuando nos paraliza para que no vivamos no es para nada bueno.
C. Como vencer el miedo:
1. Trate de conservar la calma y pensar.
2. Intente no huir.
3. Enfóquese en las metas.
3. Trabaje con sus miedos a través de la fe.
III. LA CALUMNIA (ver 5 - 6).
A. Estos versículos nos hablan de cosas que los enemigos hicieron para desanimar y atemorizar a los Judíos, ellos sobornaron y ellos calumniaron (conf. 11 - 16).
B. Debe ser bien sabido para nosotros el poder de la lengua, en muchos casos somos desanimados y atemorizados no solo por la conversación interna que mantenemos con nosotros mismos, sino que también experimentamos estos sentimientos por las palabras que otros dicen y nosotros creemos, estas no solo toman la forma de calumnias, sino también de criticas, comentarios imprudentes etc.
C. Para vencer los sentimientos que las palabras de otros pueden producir en nosotros debemos:
1. Analice lo que escucha.
2. No le de tanta importancia a lo que otros digan.
3. Siga adelante.
3. Descubra lo que Dios dice de la situación.
Conclusiones
Para superar la oposición, debemos enfrentar el desánimo y el miedo, analizando las críticas y confiando en que la verdad de Dios prevalece. La perseverancia en la fe es clave para el éxito.
VERSIÓN LARGA
Vivir, en su esencia más pura y ambiciosa, es una travesía llena de un esplendor que a veces ciega, pero también de un sinfín de espinas que se clavan en el alma. Cada vez que nos atrevemos a soñar con un propósito grande, con una meta que trascienda la comodidad del día a día, el cosmos mismo parece conspirar para ponernos a prueba. Es una ley no escrita del universo: a la grandeza de la visión le corresponde una magnificencia similar en la oposición. Los judíos, en su regreso de un exilio de setenta años, no fueron la excepción a esta regla. Su proyecto no era meramente la reconstrucción de un edificio de piedra y madera, sino la restauración de sus vidas, la sanación de su fe, la resurrección de una nación que había sido reducida a cenizas. Era una epopeya que clamaba al cielo, y por lo tanto, la tierra se levantó para oponerse. La narración de Esdras, tan seca en sus nombres y fechas, es en realidad un manual emocional para el peregrino de la fe, un mapa que nos muestra los obstáculos que encontraremos en nuestro propio camino hacia la restauración.
El primer enemigo que encontraron no se presentó con espada y escudo, sino con la fría mano del desánimo. El texto nos cuenta que los samaritanos, su oferta de ayuda rechazada por ser un caballo de Troya, se dedicaron a "intimidarlos". La palabra es un eco sombrío de lo que el desánimo realmente es: una fuerza que busca infundir miedo, que busca robar el coraje. El desánimo no es una emoción que se siente; es una energía que se desvanece, una falta de interés que nos deja postrados, una apatía que nos hace dudar si vale la pena el esfuerzo. Es la sensación de que el camino es demasiado largo, que la carga es demasiado pesada, que las promesas de Dios son demasiado lejanas. Todos, en algún momento, hemos sentido su peso. Aparece como una niebla densa cuando los problemas se multiplican, cuando los cimientos que creíamos sólidos comienzan a tambalearse. Es un susurro traicionero que nos dice que abandonemos, que el esfuerzo es inútil.
Pero la vida de fe, esa danza con lo divino, nos enseña que el desánimo no se vence ignorándolo, sino enfrentándolo. El primer paso es aceptar el sentimiento. Decirle al alma: "Sí, me siento desanimado. Esta carga es pesada". Aceptar es el primer acto de valentía, porque nos permite asumir la realidad de la batalla en lugar de huir de ella. Y solo cuando se asume, se puede vencer. El segundo paso es una lucha constante, una batalla que se libra en el día a día. No se trata de ganar la guerra de una vez, sino de ganar la batalla del hoy. Es un trabajo de martillo y cincel, de un ladrillo a la vez, de un paso a la vez, sin mirar la cima, solo la base. El tercer paso, crucial en esta lucha, es dejar el pasado atrás. El desánimo se nutre de los fracasos pasados, de los errores cometidos, de las oportunidades perdidas. Es un fantasma que nos susurra al oído nuestras derrotas. Para vencerlo, debemos soltar esa carga, dejar que el ayer se convierta en lo que es: un recuerdo, no una prisión. Y, por último, la munición más poderosa en esta guerra es el recuerdo de las promesas de Dios y la oración. Recordar que Él es fiel, que Su palabra es una roca en la que podemos construir nuestra esperanza. Y la oración, esa conversación silenciosa con el Creador, es el acto de fe que nos conecta con la fuente de toda energía, de toda esperanza, de toda fuerza. Es el combustible que nos levanta cuando nos sentimos caídos.
Y junto con el desánimo, como una sombra que le sigue a su hermano, se encontraba el temor. El temor es esa inquietud que se anida en el pecho, ese nudo en la garganta, esa voz que nos grita que el peligro es inminente. Los enemigos del pueblo de Dios no se conformaron con desanimarlos; también se dedicaron a atemorizarlos, a llenarlos de miedo, a sembrar el pánico para que desistieran de su propósito. Desánimo y temor son dos hermanos de la misma oscuridad, dos emociones que nos acosan con una persistencia implacable. El temor, en su forma más básica, no es siempre un sentimiento malo. Nos hace huir del peligro real, nos protege, nos preserva. Pero el temor que los enemigos de Esdras querían sembrar no era el temor que preserva, sino el temor que paraliza. Es el miedo que nos hace abandonar lo que amamos, lo que anhelamos, lo que sabemos que debemos hacer. Es el miedo que nos paraliza, que nos deja inmóviles, que nos impide vivir la vida que Dios nos ha llamado a vivir.
Pero la fe nos da las herramientas para enfrentar este monstruo. La primera es la calma. En medio de la tormenta, cuando las voces de la inquietud nos gritan, debemos hacer un esfuerzo consciente para calmar el corazón y ordenar la mente. El pánico es el veneno del pensamiento claro. La calma, en cambio, nos permite pensar, analizar la situación, ver más allá de la bruma del miedo. La segunda es una determinación inquebrantable: intentar no huir. No podemos huir de nuestros miedos; solo podemos enfrentarlos. Huyendo de ellos solo les damos poder. El miedo se alimenta de la huida; se desvanece con la confrontación. El tercer paso es enfocarse en las metas, no en el miedo. El miedo es una lupa que magnifica el obstáculo, que hace que la montaña parezca más alta de lo que realmente es. Al enfocarnos en la meta, en la visión, en la promesa de Dios, el obstáculo se reduce a lo que es: solo un pequeño desafío en el camino. Y finalmente, debemos trabajar con nuestros miedos a través de la fe. La fe no es la ausencia de miedo, sino la decisión de actuar a pesar de él. Es el acto de levantar el martillo con manos temblorosas y dar el siguiente golpe, de poner el siguiente ladrillo, de dar el siguiente paso, confiando en que Dios, y no nuestras emociones, es quien guía nuestros pasos.
El último de los enemigos que los judíos enfrentaron fue el más insidioso de todos, el más sutil y a la vez el más poderoso: la calumnia. El texto nos revela que los enemigos no solo los intimidaron, sino que también sobornaron a consejeros y, lo peor de todo, los calumniaron. La lengua es un arma más afilada que cualquier espada, una herramienta que puede demoler más que un ariete. El desánimo y el temor, a menudo, son alimentados por una conversación interna que tenemos con nosotros mismos, un diálogo de inseguridad. Pero en el caso de los judíos, estos sentimientos fueron magnificados por las palabras venenosas de otros, palabras que ellos escucharon y que, en un momento de vulnerabilidad, creyeron. La calumnia es el arte de la mentira revestida de verdad, de la crítica disfrazada de preocupación, de los comentarios imprudentes que se clavan en el corazón como dagas.
Para vencer la calumnia, el creyente debe desarrollar una piel más gruesa y un corazón más sabio. El primer paso es analizar lo que se escucha. No todo lo que se dice es verdad, y no toda verdad es digna de ser escuchada. Debemos aprender a ser como un orfebre, separando la escoria del oro, la mentira de la verdad. Debemos ser discernidores, no solo receptores pasivos de cada palabra. El segundo paso es no dar tanta importancia a lo que otros digan. El valor de nuestras vidas no reside en la opinión de los demás, sino en la verdad de nuestra fe. La aprobación de los demás es un terreno inestable para construir nuestra identidad. Nuestra identidad está en Dios. El tercer paso es simplemente seguir adelante. Las palabras de la calumnia buscan detenernos, paralizarnos. La mejor respuesta a la calumnia no es un argumento, sino la perseverancia. Nuestro trabajo, nuestro propósito, nuestra dedicación, es la refutación más poderosa a toda mentira. Y el paso final, el más importante de todos, es descubrir lo que Dios dice de la situación. Su Palabra es la verdad inmutable en medio de un mar de mentiras. Su voz es la única que tiene el poder de silenciar todas las demás. Su voz nos dice quiénes somos, nos recuerda que estamos en Su plan, nos afirma en Su amor, y es esa verdad la que nos da la fuerza para seguir adelante a pesar de la calumnia.
La historia de Esdras y la reconstrucción del templo no es solo un relato de un pasado lejano. Es un espejo que refleja nuestra propia jornada. Al igual que los judíos, nos embarcamos en proyectos ambiciosos, en sueños de reconstrucción. Y, al igual que ellos, encontraremos la intimidación, el temor y la calumnia. El desánimo nos susurrará que dejemos de lado nuestras herramientas. El miedo nos paralizará. La calumnia nos dirá que somos inútiles. Pero la historia de Esdras es un recordatorio de que la victoria no pertenece al más fuerte, al más valiente, o al más elocuente. La victoria pertenece al que persevera. La clave para la victoria no es evitar los obstáculos, sino enfrentarlos con fe, con oración y con la certeza inquebrantable de que el Dios que nos dio la visión nos dará también la fuerza para llevarla a cabo. Nuestra perseverancia en la fe es la única clave para el éxito. El templo de nuestra vida, nuestra fe, nuestros sueños, será reconstruido. Y al final de la jornada, podremos mirar hacia atrás y ver que cada piedra, cada viga, cada muro, se construyó no solo con manos, sino con un corazón que perseveró en medio de la tormenta.
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