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BOSQUEJO-SERMÓN: LOS CIMIENTOS DEL TEMPLO EN EL LIBRO DE ESDRAS - EXPLICACION ESDRAS 3: 10 - 13. (VIDEO)

Tema: Esdras. Título: Los cimientos del templo en el libro de Esdras. Texto: Esdras 3: 10 - 13.

Introducción:

A. Nuestro texto registra de hoy registra lo que fuer la postura de los cimientos del nuevo templo. Para muchos de los judíos presentes ese día, fue un momento de gran alegría, la Biblia dice que: " gritaron de gozo ", verso 12 ; pero, otros que estaban allí ese día no pudieron gritar por lo que estaban viendo. En cambio, dice la Biblia: “ lloraron a gran voz ”, verso 12 

B. ¿Por qué un grupo está tan emocionado y alaba al Señor, mientras que el otro grupo está triste y llorando? Creo que la Biblia tiene la respuesta a esa pregunta. También creo que al responder esa pregunta, también descubriremos algunas verdades muy valiosas para nuestra iglesia hoy.

I. LOS FANTASMAS DEL PASADO (ver. 12).

A. Los mas ancianos, los que habían conocido el templo anterior lloraban por el pasado glorioso que habia quedado atras:

1. Lo que recordaron : Un grupo de ancianos recordó el primer templo. Recordaron, entre otras cosas la grandeza, el Oro, la gloria, el arca de la alianza, el propiciatorio, las tablas que contenían la ley de Dios transmitida a Moisés y la a nube de gloria (Shekiná) que llenó el primer templo.

2. Lo que se dieron cuenta : comprendieron que este nuevo templo nunca volvería a ser el mismo. Vieron que sería más pequeño. Sabían que no tenían los recursos para reconstruirlo como lo había sido hace todos esos años. Se dieron cuenta de que todas las cosas que hacían que el primer templo fuera precioso, el arca y su contenido, el propiciatorio, la nube de gloria, etc., desaparecieron para siempre. Estos pensamientos rompieron sus corazones y lloraron amargamente.

B.  Por estas cosas lloraron, ellos lloraron porque estaban estancados en el pasado, como muchos de nosotros hoy en dia, nos lamentamos y lloramos por lo que fue y por lo que perdimos.



II. LOS DONES DEL PRESENTE (ver 11).

A. Los mas jóvenes se alegraban por los dones del presente

1. Lo que recordaron - Su esclavitud en Babilonia y su nueva libertad en su tierra. Ellos habían nacido en el cautiverio Babilónico y todo lo que podían recordar era su esclavitud. No podían recordar ese primer templo ¡pero estaban agradecidos por lo que tenían!

B. Lo que se dieron cuenta - Pudieron ver que una nueva oportunidad había amanecido sobre ellos y lo aceptaron de todo corazón! Estos jóvenes no tenían un marco de referencia con respecto a los viejos tiempos, pero estaban entusiasmados con lo que Dios estaba haciendo en su día. 

C. La conclusión es la siguiente: el pasado se ha ido para siempre y vivimos en el presente. Necesitamos mirar atrás y recoger lo que podamos de los días pasados, ¡pero tenemos que vivir en el aquí y ahora! 

Lo que sí significa que debemos ver cómo y dónde Dios está trabajando hoy y estar agradecidos por las oportunidades que nos brinda en estos días . Verá, podemos quedar atrapados en el pasado y perder totalmente lo que Dios está haciendo hoy. 



III. LA GLORIA DE LA PROMESA (Hageo 2 : 1 - 9).


A. Sin embargo, estas cosas no pasaron de ser solo emociones ¿Como lo sabemos? la historia nos cuenta que después de poner los cimientos del templo la obra fue abandonada por 15 años, Dios tuvo que levantar a los profetas Hageo y Zacarias para hablar a los Judíos sobre estas cosas (Esdras 5: 1-2; 6: 14-15).

B. El pueblo se dejo llevar por el desanimo y la desidia, ante esto el mensaje del profeta Hageo fue este:

1. v. 4 La promesa de su presencia - Tenemos la misma promesa esta noche. Puede que las cosas no sean como solían ser, pero el mismo Dios que se movió entonces todavía está con Su pueblo.

2. v. 5 La promesa de su paz : Dios los anima a “no temar”  

3. v. 6 La promesa de su poder - Dios les recuerda que Él todavía tiene el control, sin importar cómo se vean las cosas. 

4. v. 8 La promesa de sus provisiones - Algunos estaban preocupados por los gastos del proyecto. A otros les preocupaba que al nuevo templo le faltara el oro y el brillo del primer templo ¡Dios simplemente les recuerda que Él tiene todo lo que necesitan! 

5. v. 7, 9 La promesa de su potencial.


Conclusiones:

La historia de Esdras 3:10-13 nos recuerda que la nostalgia por lo que fue puede cegarnos a las oportunidades del presente. Aceptemos que el pasado se ha ido y miremos con gratitud lo que Dios está construyendo hoy. Su poder, presencia y promesa de provisión son constantes, animándonos a no temer. La verdadera fe se demuestra al vivir y trabajar en el ahora, confiando en que la gloria futura será aún mayor.

VERSIÓN LARGA

Hay momentos en la vida que se nos presentan como un lienzo en blanco, una oportunidad para pintar un nuevo destino, para construir sobre las ruinas de lo que fue. Sin embargo, en un solo instante, ese lienzo puede ser visto de maneras tan opuestas que la realidad misma parece dividirse en dos. Esto es lo que nos revela el texto sagrado de Esdras, una escena que, con la precisión de un bisturí, disecciona el corazón humano. En el mismo espacio, bajo el mismo sol, mientras se ponían los cimientos de un templo nuevo, se levantaban dos sinfonías emocionales que no podían ser más disonantes. La Biblia nos dice que un grupo, la gran mayoría, gritó de gozo. Sus voces, como un río de alabanza desbordado, llenaron el valle, un eco de gratitud que resonaba hasta el cielo. Pero a unos pasos de distancia, otro grupo, los más ancianos, no pudieron gritar. En lugar de eso, lloraron a gran voz. Sus lágrimas eran un torrente de amargura, una llovizna fría en medio de la celebración. ¿Por qué un grupo estalló en júbilo mientras que el otro se consumía en la aflicción? La respuesta a esta pregunta no solo reside en un pasado distante, sino que encierra verdades tan valiosas para la iglesia de hoy que nos obliga a mirar hacia adentro.

El llanto de los ancianos no era el llanto de la tristeza por algo malo, sino la lamentación por lo que no podía volver a ser. Sus ojos, en lugar de ver el futuro que se estaba construyendo, estaban anclados en los fantasmas del pasado. Ellos habían conocido un tiempo de esplendor, una era dorada que se había desvanecido en el polvo y la desolación del exilio. Sus mentes, como espejos empañados por la nostalgia, reflejaban la grandeza del primer templo, la obra monumental de Salomón. Podían cerrar los ojos y oler el aroma del cedro del Líbano, oír el eco del coro de los levitas, ver el resplandor de los muros recubiertos de oro puro. Recordaban el Arca de la Alianza, la presencia tangible del pacto de Dios, con el propiciatorio sagrado y las tablas de la ley dadas a Moisés. Pero sobre todo, su memoria se aferraba a la nube de gloria, la Shekiná, la manifestación visible de la presencia divina que había llenado el primer templo y que había hecho de ese lugar el centro del universo.

Cuando sus ojos se posaron en los nuevos cimientos, en las primeras piedras que se colocaban, el contraste era demasiado abrumador. Comprendieron, con una certeza que les rompió el alma, que este nuevo templo jamás sería igual. Sería más pequeño, más modesto, una sombra de lo que fue. Los recursos eran escasos, los materiales humildes. Y las cosas que habían hecho del primer templo un lugar precioso, el Arca, el Propiciatorio, la nube de gloria, habían desaparecido para siempre. Con la ausencia de la gloria, el pasado se hizo más pesado, y el presente se sintió como una pálida imitación. Sus lágrimas eran la manifestación de un alma estancada, un corazón que se aferraba a lo que había perdido. Lloraban por lo que fue, lamentaban lo que ya no estaba, y en su aflicción, eran incapaces de ver la bendición que se encontraba frente a ellos. Este es un mal de nuestra era: nos lamentamos por los "buenos viejos tiempos", por la pasión que se perdió en la iglesia, por la fe que parecía más pura en el pasado, y nos volvemos ciegos a lo que Dios está haciendo justo ahora. La nostalgia, cuando no es un dulce recuerdo, se convierte en un ancla que nos impide zarpar hacia un nuevo destino de gracia.

Pero en el mismo lugar, el contraste era tan radical como el cielo y la tierra. Los más jóvenes, aquellos que habían nacido en el exilio, no tenían el peso de la memoria. Sus ojos no estaban empañados por un pasado glorioso que nunca conocieron. Su punto de referencia no era un templo de oro, sino las cadenas de la esclavitud. Lo único que podían recordar era el cautiverio en Babilonia, el polvo de la opresión, el murmullo de una fe que se vivía en las sombras de una tierra extraña. Para ellos, ver los primeros cimientos del nuevo templo no era una comparación con el pasado, sino una celebración de la libertad que estaban viviendo. Los cimientos no eran un recordatorio de lo que faltaba, sino un regalo tangible de lo que Dios les estaba dando en ese momento. Ellos, que solo habían conocido la esclavitud, estaban agradecidos por lo que tenían, por la oportunidad de volver a su tierra, por la promesa de un nuevo hogar para la presencia de Dios.

Estos jóvenes entendieron, con una sabiduría que superaba a sus mayores, que una nueva oportunidad había amanecido. No estaban atados a las expectativas del pasado. Sus corazones no estaban preocupados por la falta de oro o de la nube de gloria. Estaban entusiasmados con lo que Dios estaba haciendo en ese mismo día, en ese mismo instante. Su gozo era puro, sin la contaminación de la comparación. Y aquí yace una de las verdades más valiosas de este relato: el pasado se ha ido para siempre. Las glorias, las pérdidas, los triunfos, los lamentos, son parte de un capítulo que ya ha sido escrito. Podemos mirarlo, podemos aprender de él, podemos recoger lo que podamos de la sabiduría de esos días, pero no podemos vivir en él. El llamado es a vivir en el aquí y en el ahora, a ver dónde y cómo Dios está trabajando hoy, a ser agradecidos por las oportunidades que nos brinda en este tiempo, en nuestra propia generación. Si nos quedamos atrapados en el pasado, corremos el riesgo de perder totalmente lo que Dios está haciendo hoy, las nuevas bendiciones que está derramando, los nuevos capítulos que está escribiendo en nuestras vidas y en la vida de nuestra iglesia.

Pero como sucede en la vida, las emociones, ya sean de júbilo o de dolor, son efímeras si no se anclan en algo más profundo. La historia nos revela que, después de poner los cimientos, la obra se detuvo. El clamor de gozo se desvaneció, y el llanto de luto se hizo un silencio de desidia. Durante quince años, el proyecto del templo languideció, abandonado, víctima del desánimo y la apatía. Es en este momento de profunda oscuridad que Dios levanta a dos de sus profetas, Hageo y Zacarías, para hablar a Su pueblo, para sacudirlos de su letargo. El mensaje de Hageo es la gloria de la promesa, el ancla que el pueblo necesitaba para continuar la obra, la luz que les recordaba por qué habían empezado.

El profeta les recuerda la promesa de su presencia. "Yo estoy con vosotros, dice Jehová." El mensaje era claro: no importa si el nuevo templo es más pequeño, no importa si parece humilde. La presencia del mismo Dios que llenó el primer templo con Su gloria, la Shekiná que tanto anhelaban los ancianos, no ha desaparecido. Él está con Su pueblo. El poder de la adoración no reside en la magnificencia del edificio, sino en la realidad de la presencia de Dios en medio de Su pueblo. Y esta promesa es para nosotros hoy. No importa si nuestro lugar de culto es una catedral o una humilde sala en una casa, el mismo Dios que movió los cielos y la tierra en el pasado está con Su pueblo, ahora y siempre.

Luego, les recuerda la promesa de su paz. Dios les dice: "no temáis". En medio de la intimidación de los enemigos, en medio del temor que había detenido la obra, la voz de Dios es un bálsamo. Les recuerda que el miedo es un espejismo, una barrera que se levanta en nuestra mente. Su paz, que sobrepasa todo entendimiento, nos da la valentía para continuar, para dejar de lado las preocupaciones y seguir adelante con el proyecto que Él ha encomendado.

La tercera promesa es la de su poder. Dios les recuerda: "Yo haré temblar los cielos y la tierra". Es una voz que resuena con la soberanía cósmica de Dios. Les recuerda que Él todavía tiene el control, sin importar cuán desalentadoras se vean las circunstancias. Los problemas del presente no son más que un suspiro en la inmensidad de Su poder. Él es el mismo que creó el universo con una palabra, y su poder no ha disminuido.

Y para aquellos que se preocupaban por la falta de recursos, por la ausencia del oro y el brillo del primer templo, el profeta Hageo tiene una respuesta que es una bofetada a la ansiedad y la preocupación. Dios les recuerda la promesa de sus provisiones. "Mía es la plata, y mío el oro." Les recuerda, con una contundencia divina, que el dueño de todo, el que tiene los recursos de toda la tierra, no está limitado por lo que ellos tienen en sus manos. Él proveerá, si tan solo ellos se atreven a creer y a obedecer.

Y la culminación de todo este mensaje, la promesa que eleva al alma de la desesperación a la esperanza, es la de Su potencial. "La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera." Esta es la verdad que borra la diferencia entre el lloro y el gozo. Dios no está solo restaurando el pasado; Él está construyendo algo nuevo, algo que, a Su tiempo, será más glorioso que lo que fue. La gloria del futuro no depende de las reliquias del pasado, sino de la fidelidad del presente. El nuevo templo, aunque parecía más humilde, tendría la presencia de Aquel que es la esencia de toda gloria, el Mesías prometido.

La historia de Esdras es la historia de la vida de fe. Nos enseña que la nostalgia por lo que fue puede cegarnos a las oportunidades del presente. Aceptar que el pasado se ha ido es el primer paso hacia la libertad. El llanto por lo que perdimos nos impide ver con gratitud lo que Dios está construyendo hoy. Su poder, su presencia y su promesa de provisión son constantes, animándonos a no temer. La verdadera fe no se demuestra en la añoranza, sino en el aquí y en el ahora, en el acto de tomar los cimientos humildes y construirlos con la convicción de que Dios está con nosotros. Porque la gloria futura, la gloria que el Señor está preparando, será aún mayor. Y nuestra tarea no es lamentar lo que fue, sino vivir y trabajar en el ahora, con la mirada puesta en lo que está por venir. Y en ese acto de fe, encontraremos la verdadera paz, el verdadero poder y la verdadera gloria de nuestra existencia.

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