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BOSQUEJO - SERMÓN: EXPLICACIÓN ROMANOS 14:10 - 11

RESUMEN DEL ESTUDIO BÍBLICO

BOSQUEJO

Tema: El temor a la muerte. Titulo: Explicacion romanos 14: 10 - 11 Texto: 2 Corintios 10:5: Romanos 14:10. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.


Introducción:

A. Todos compadeceremos ante el tribunal de Cristo, uno por uno, para dar cuenta de los hechos realizados en estos cuerpos terrenales. 

B. Dado esto es importante que entendamos qué es, qué sucederá allí y cómo podemos prepararnos para ese momento.


I. ¿QUIÉN PARTICIPARÁ?


A. Será Universal - ("Todos") - Todo creyente, ya sea grande o pequeño, aparecerá ante el tribunal de Cristo y le dará cuenta de las obras hechas en este cuerpo. Algunos piensan que solo serán los predicadores y los trabajadores cristianos. Sin embargo, todos vamos a aparecer y rendir cuentas ante Dios - Rom. 14:12.

B. Será inevitable - ("necesario") - Muchos cristianos viven sus vidas como si pensaran que nunca tendrán que responder por lo que hacen. En verdad, cada hijo de Dios está programado para aparecer en este tribunal.

C. Será innegable - ("reciba") -  No habrá defensa permitida ante este tribunal. Cada acción será expuesta y será contada delante de todos los santos de Dios. Debemos entender que Dios en el cielo guarda registros perfectos.


II. ¿CUÁL SERA EL PROPÓSITO?


A. Habrá recompensas - (Ill. El Nuevo Testamento habla de coronas que se darán a quienes las ganen. Estas son:

1. La Corona Incorruptible - Otorgada por fidelidad al Señor - 1 Cor. 9:25.

2. La corona de la vida - Para la persona que soporta y vence la tentación - Santiago 1:12.

3. La corona del regocijo - Esta es la corona de los ganadores de almas - 1 Tes. 2:19.

4. La corona de justicia - Esto será dado a aquellos que anticipan y viven a la luz del regreso de Jesús - 2 Tim. 4: 8

5. La Corona de Gloria - Esto será entregado a los ministros fieles que se entregan para liderar y alimentar al rebaño de Dios - 1 mascota. 5: 4.

B. Habrá perdidas: En el versículo 2 Cor. 5 :11 después de que se nos habla del tribunal de Cristo se nos habla del "temor del Señor". Los cristianos nunca debemos temer ir al infierno, pero hay algunas cosas muy importantes que sí debemos temer en relación al tribunal:

1. Temor de estar avergonzados por no ser encontrados viviendo para el Señor Jesús durante su Segunda Venida (1 Juan 2:28). 

2. Temor de sufrir pérdida de recompensa porque nuestras buenas obras hayan sido temporales, y no eternas (1 Corintios 3:15). 


III. ¿CÓMO NOS PREPARAMOS?


A. Practicando la reflexión:

1. En nuestros motivos : ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿Nuestro motivo principal es la gloria de Dios? (1 Cor. 10.21).

2. En nuestros métodos : ¿Cómo hacemos lo que hacemos? ¿lo que hacemos lo hacemos buscando que Dios se ha glorificado? ¿Nuestros métodos se ajustan a la Palabra de Dios?


Conclusiones:

Todo creyente comparecerá ante el Tribunal de Cristo para rendir cuentas y recibir recompensas por las obras hechas para Su gloria, o sufrir la pérdida de estas. La preparación implica reflexionar y purificar motivos y métodos para asegurar que toda acción sea eterna y no temporal, evitando la vergüenza en Su venida.

VERSION LARGA

Hay un horizonte final en la travesía de cada vida, un punto de convergencia donde el río del tiempo se encuentra con el océano de la eternidad. Es la verdad más antigua, aquella que susurra el polvo bajo nuestros pies y la hoja que se desprende del árbol en otoño: la certeza de la caducidad terrenal. Pero para el que ha anclado su barca en la promesa, la conclusión de la vida en este cuerpo no es el silencio temido, sino el umbral hacia la revelación, el encuentro definitivo con la Verdad que siempre nos ha sostenido. Este viaje nos lleva, inexorablemente, a un escenario que la Escritura nos obliga a contemplar con solemnidad y esperanza: el Tribunal de Cristo, el Bema divino, no un sitio de condenación para los redimidos, sino el lugar de la cuenta final, la auditoría del alma. Es una imagen poderosa, un llamado a la introspección que trasciende el murmullo de lo cotidiano. Ante esta certeza, la pregunta no es si iremos, sino cómo nos presentaremos. Por ello, es imperativo que entendamos la naturaleza de este tribunal, su propósito y, sobre todo, la preparación que se exige hoy para aquella mañana.

La palabra sagrada resuena con una voz que no admite excepciones: "Todos" compareceremos. No hay jerarquía que nos libre de este llamado, ni condición terrenal que nos exima de la citación. A menudo, en la vorágine de la fe organizada, se comete el error de imaginar este juicio como exclusivo para aquellos que han sostenido el cetro del púlpito, para los heraldos y los pastores, para aquellos cuyos nombres han resonado en las plazas de la evangelización. Se piensa que la responsabilidad de la cuenta es un fardo reservado solo para los grandes obreros, para los arquitectos de iglesias o los líderes visibles. ¡Qué ingenuidad! La Escritura disipa esta cómoda ilusión. El tribunal se extiende, como la vasta luz de la gracia, sobre todo creyente, sea su labor visible como una ciudad en la colina o humilde como el pan compartido en secreto. El ama de casa que ha orado en silencio por sus hijos, el obrero que ha rehusado la corrupción en su puesto, el anciano que ha ofrecido un rostro sereno en el dolor: todos, sin distinción, están programados para aparecer y rendir cuentas de las obras hechas en este cuerpo. Es una rendición individual, un uno por uno que nos desnuda de toda máscara colectiva (Romanos 14:12).

Esta cita con la eternidad es, además, inevitable, una necesidad tallada en la estructura del pacto. El cristiano, en su discurrir diario, puede caer en la somnolencia, viviendo su vida como si la existencia fuese una línea sin retorno o rendición. Pero la verdad es que cada hijo de Dios está intrínsecamente ligado a la comparecencia final. Es la culminación lógica del amor que se nos ha entregado. Hemos sido comprados por un precio, y la vida que ahora vivimos ya no nos pertenece, sino que es un mayordomazgo, un préstamo precioso. ¿Cómo podríamos imaginar, entonces, que el Amo no vendría a examinar la cosecha? La inminencia de este tribunal es el motor silencioso de la santificación; es la conciencia de que cada palabra, cada suspiro de bondad, cada omisión, está siendo registrado con una perfección innegable.

Porque en la sala de esta corte celestial, no habrá lugar para la defensa orquestada. No será un debate legal donde el ingenio humano pueda maquillar la verdad. Cada acción será expuesta, y cada omisión, recordada. Aquí entendemos la solemnidad de que Dios, en Su cielo, guarda registros perfectos. No un registro de pecados, pues esos han sido lavados en el mar del olvido gracias al Calvario, sino un registro de la calidad de nuestras obras, la sustancia de la obediencia, el oro puro que resultó de la fe. No se nos juzga por el acceso a la vida eterna, que es un don inmerecido, sino por la fidelidad con que administramos esa vida. La certeza de que todo será contado, delante de todos los santos de Dios, nos infunde ese temor del Señor que no es pánico ante el castigo, sino la reverencia profunda ante la pureza de Su escrutinio.

Entonces, ¿cuál es el drama, el gran sifting, el propósito de este encuentro más allá del umbral? Es la justicia distributiva del Creador que premia la fidelidad y, con dolor, señala la vanidad de lo temporal. Hablamos de recompensas, de coronas tejidas no con laurel perecedero, sino con la luz imperecedera. El Nuevo Testamento nos dibuja cinco de estas coronas, cada una un testimonio lírico de una virtud sostenida en la tierra, un eco eterno de una batalla ganada en el tiempo fugaz.

En primer lugar, se halla La Corona Incorruptible, destinada a aquellos que exhibieron una fidelidad indoblegable al Señor (1 Corintios 9:25). Son los atletas del alma que corrieron la carrera con disciplina espartana, absteniéndose de lo que corrompe, sacrificando el placer momentáneo por la gloria de la meta. Es la recompensa del que entendió que la vida de fe es una maratón y no un sprint, y que la disciplina espiritual es el único precio de la libertad.

Luego resplandece La Corona de la Vida (Santiago 1:12). Esta no se entrega a los que no conocieron la lucha, sino a aquellos que, sumergidos en el fragor de la tentación, soportaron y vencieron. Es la corona para la persona que, en el silencio de su interior, en la cámara secreta de su corazón, se negó al cebo del enemigo. Es el galardón de la resistencia, de la perseverancia en la prueba, el laurel que proclama que la fidelidad es más fuerte que el fuego de la seducción.

Con una alegría desbordante, encontramos La Corona del Regocijo (1 Tesalonicenses 2:19). Es la corona del ganador de almas, del sembrador que, con lágrimas y a veces con escarnio, lanzó la semilla del evangelio. Es el reconocimiento a la pasión por el perdido, a esa labor que se multiplica en la eternidad, donde cada alma rescatada es una joya incrustada en la diadema del obrero. Es el eco de la alegría divina por el hijo pródigo que retorna, una alegría que el creyente fiel comparte.

Más adelante, en el horizonte de la expectación, aguarda La Corona de Justicia (2 Timoteo 4:8). Esta será dada a aquellos que no solo creyeron en la promesa del regreso de Jesús, sino que anticiparon y vivieron a la luz de Su Segunda Venida. Son los que mantuvieron la lámpara encendida, cuya vida era una postura de perpetua vigilancia, de pureza constante, sabiendo que el Rey está a las puertas. Su justicia no es la propia, sino la de Cristo manifestada en una vida de santa expectación.

Finalmente, está La Corona de Gloria (1 Pedro 5:4). Este es el reconocimiento a los ministros fieles, a los pastores que no apacentaron al rebaño por ganancia deshonesta, sino con el corazón del Buen Pastor. Es la corona para aquellos que se entregaron con mansedumbre y abnegación para liderar y alimentar al rebaño de Dios, no tiranizando, sino sirviendo como ejemplos vivos de la verdad que predicaban. Es la gloria reservada para el siervo que fue fiel en lo ajeno.

Pero el gran sifting no solo arroja luz sobre las recompensas; también expone la sombra de la pérdida. A pesar de que el cristiano ya no debe temer el infierno, hay cosas muy importantes que sí debemos temer en relación con el Tribunal. La Escritura nos habla del "temor del Señor" (2 Corintios 5:11), un temor que nos impulsa a vivir con una conciencia aguda de nuestra responsabilidad.

El primer temor es el de estar avergonzados por no ser encontrados viviendo para el Señor Jesús durante Su Segunda Venida (1 Juan 2:28). ¡Qué tragedia incalculable sería, no la de perder la salvación, sino la de encogerse de hombros y bajar la mirada ante la inmaculada presencia de Quien lo dio todo! La vergüenza de haber desperdiciado el tiempo, de haber negociado la fe por la comodidad, de haber vivido una vida de tibieza en lugar de un incendio por Su nombre.

El segundo temor, más tangible para el obrero, es el de sufrir pérdida de recompensa porque nuestras buenas obras hayan sido meramente temporales y no eternas (1 Corintios 3:15). El apóstol nos da la imagen del juicio como un fuego. La obra del creyente se construye con materiales: oro, plata, piedras preciosas (obras hechas con motivos puros, alineadas con la Palabra) o madera, heno, hojarasca (obras carnales, motivadas por el ego, la fama o el beneficio propio). La esencia del juicio es que el fuego pasará sobre nuestra obra. El oro no se inmuta; la hojarasca es consumida. El creyente se salva, "aunque así como por fuego," pero todo lo que construyó con materiales vanos se desvanece en humo. Es el dolor de ver el trabajo de toda una vida transformado en cenizas. El Tribunal no quita el cielo, pero revela la sustancia de la vida que vivimos en la tierra.

Ante esta visión, la única respuesta racional y espiritual es la preparación. El Tribunal de Cristo es, ante todo, un llamado a la reflexión profunda, a la auditoría personal que debemos realizar en el silencio de nuestra alma. Esta preparación se enfoca en dos puntos cardinales: nuestros motivos y nuestros métodos.

Es esencial practicar la reflexión en nuestros motivos. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Esta pregunta es la llave maestra para la eternidad. Una obra, por más espectacular que parezca a los ojos humanos, si es impulsada por el deseo de ser visto, de recibir el aplauso, de acumular poder o de satisfacer el propio ego, es, a los ojos del Tribunal, madera destinada al fuego. Nuestro motivo principal, la única brújula que apunta a lo eterno, debe ser la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Cuando el corazón está puro, el servicio más pequeño, el vaso de agua ofrecido en Su nombre, se convierte en oro puro. El Tribunal examinará el porqué de la acción, más que la acción en sí misma. Es una purificación del manantial desde donde brota nuestra existencia.

Y, finalmente, debemos reflexionar en nuestros métodos. ¿Cómo hacemos lo que hacemos? Nuestros métodos, es decir, la manera en que llevamos a cabo nuestra vocación y nuestro servicio, deben estar en perfecta armonía con la Palabra de Dios. No basta con tener un buen motivo si los métodos son carnales, manipuladores, o si violan el principio de amor y verdad. ¿Estamos buscando la gloria de Dios a través de la mentira piadosa o del atajo mundano? ¿Estamos edificando el reino con estrategias empresariales o con la humildad y el poder del Espíritu Santo? Nuestros métodos deben ajustarse a la Palabra de Dios, asegurando que el cómo honre al quién. La integridad en el proceso es tan vital como la pureza en la intención. La santidad en el camino garantiza la eternidad del destino.

La vida del creyente es un tapiz en constante tejido, y el Tribunal de Cristo es el telar que finalmente revelará el diseño completo. Cada hebra de nuestra existencia será sometida a la prueba, y solo lo que fue tejido con la intención de la gloria de Dios y con el hilo de Su verdad permanecerá. El fin de la muerte, por lo tanto, no es el final de la cuenta, sino el inicio de la recompensa para los fieles y, para el que descuidó la obra, la dolorosa pérdida.

Por ello, la conclusión no es un punto final, sino un llamado a la acción inmediata. Todo creyente comparecerá ante el Tribunal de Cristo para rendir cuentas y recibir recompensas por las obras hechas para Su gloria, o sufrir la pérdida de estas. La vida no es un ensayo, y el tiempo es el capital más precioso que se nos ha confiado. La preparación exige que vivamos cada jornada con una conciencia aguda de la eternidad que se cierne. Implica la reflexión y la purificación de motivos y métodos para asegurar que toda acción sea eterna y no temporal, elevando la calidad de nuestro servicio a la categoría de oro, plata y piedras preciosas, evitando así la vergüenza en Su venida. Que el Espíritu Santo sea hoy el Fuego que purifica, para que en aquel día, nuestra obra, probada por la Verdad, resuene como un himno de gloria y fidelidad. El Tribunal no es una amenaza para el amado, sino la promesa de la recompensa para el siervo fiel. Vivamos, pues, en la luz de esa gloria que viene.

 

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