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SERMON - BOSQUEJO: LOS FILISTEOS DEVUELVEN EL ARCA DEL PACTO

BOSQUEJO

Tema: 1 Samuel. Titulo: Jehova vs Dagon. Texto: 1 Samuel 5: 1 – 12. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.

Introducción:

A. Este pasaje tiene que ver con Dios tratando con los hombres. Los Filisteos creen que Dios ha sido derrotado, creen que Dagon es mas fuerte que Yahve y Dios se apresta a mostrarles que no es así.

B. Veamos que hacen los hombres cuando Dios trata con ellos:

I. ELLOS NO COMPRENDEN (Ver 2 – 3).


A. Los filisteos toman el arca y la ponen JUNTO a Dagon, como diciendo: “esto es lo mismo”, aun puede que creyeran que Dagon había mostrado ser superior, ya que, ellos habían ganado la batalla.

Al día siguiente cuando entraron al templo Dagon no estaba roto, pero estaba caído, nos dice la Biblia: “postrado ante el Arca de Jehova”.

Aparentemente el asunto paso desapercibido para ellos, la Biblia nos informa que lo que hicieron fue levantarlo y ponerlo en su lugar.

B. Esto es muy parecido con lo que ocurre cuando Dios trata con los hombres, si es un impío hay muy pocas posibilidades que comprenda que Dios le está llamando, para ellos las pruebas y situaciones solo son casualidades de la vida.

Si es un creyente (Notemos que los filisteos conocían cosas de Dios, debieron por lo menos deducir o pensar algo más allá 4:7 – 8). Muchas veces por su falta de conocimiento de Dios, falta de interés, falta de discernimiento no logra comprender que Dios quiere darle una lección, una enseñanza. 

Según la Biblia cada cosa que le ocurre al creyente es una escuela en la que Dios desea enseñarle algo y él debe estar atento a ello.


II. ELLOS HUYEN (Ver 4 – 12).


A. Al día siguiente al entrar en el templo se encuentra que una escena aún más impactante, esta vez no solo el ídolo esta postrado delante del Arca, sino que también sus manos y cabeza habían sido cercenadas (Dagon era un ídolo que era representado mitad hombre, mitad pez, era el Dios de la agricultura considerado el padre de Baal). Cortar las manos y los pies de un enemigo era la señal de la derrota ¿Cuál es el mensaje? “yo jehová soy más poderoso y grande que este ídolo”.

Además, se informa que la mano de Jehová se AGRAVO (esta palabra em hebreo es peso, esta es una palabra que se usa también para hablar de la GLORIA DE DIOS. Es decir, al traer las hemorroides sobre los de ASDOD Dios estaba mostrando su gloria a ellos).

Ellos comprenden que todo esto tiene que ver con el Arca.

B. ¿Qué hicieron los filisteos? Ellos no buscaron la gloria de Dios, sino que más bien trataron de alejarse de Dios y esto mismo hicieron vez tras vez:

1. Ver 5, 8: La enviaron a Gat.

2. Ver 9: Dios trata también con los habitantes de Gat, nos dice que la Biblia que fueron quebrantados y afligidos con hemorroides también. 

3. Ver 10 – 12: es enviada Ecron, allí ocurre lo mismo, hay muerte, hemorroides y una gran desgracia.

4. Ver 11: Deciden que el Arca debe volver a Israel.

C. Notemos que aunque sabían que era Dios no se les ocurrió humillarse ante el sino que solo buscaron huir. Tal cual hacen los hombres hoy día cuando Dios trata con ellos, de una manera u otra los impíos buscan ídolos, mas trago, mas vicios, mas pecado; los creyentes se alejan más de la oración, de la comunión.


III. ELLOS ADORARON FALSAMENTE (Cap 6)


A. Luego de 7 meses decidieron devolver el Arca y buscaron rendir un culto a Dios eso sí “a su manera”, devolvieron el Arca a Israel en un ritual pagano, pagano porque guiados por brujos dieron a Dios cierto tipo de ofrendas, tumores y ratones de oro (ver 4 – 5). Aun más tiraron una especie de suerte con la carreta que llevaría el Arca si la carreta tomaba en dirección a Israel quería decir que era Dios el causante del juicio sino lo hacía así quería decir que todo había sido una casualidad (Ver 9).

B. Fíjese que cuando el hombre se da cuenta que no puede huir de Dios, entonces busca la manera de dar adoración pero no una genuina sino una conveniente y a su manera, una que no le exija demasiado. Así hace el impío con sus falsas religiones, así hace el creyente con su adoración tibia.


Conclusión.

El texto muestra cómo los hombres reaccionan ante el trato de Dios: incomprensión, huida y adoración falsa. A través del Arca, Dios demuestra su soberanía sobre los ídolos, llamando a la humildad y la verdadera adoración en lugar de la evasión o conveniencia.

VERSIÓN LARGA

El silencio que siguió a la batalla fue más elocuente que cualquier grito de guerra. Un silencio pesado, cargado con el triunfo de los filisteos y la vergüenza de un pueblo que había visto a su Dios, o al menos a su símbolo más sagrado, desvanecerse en las manos de sus enemigos. Así, en medio de la victoria, el Arca del Pacto de Jehová, la caja de oro que había contenido las tablas de la ley y el aliento mismo de la presencia divina, fue llevada como un trofeo a la ciudad de Asdod. Y con un orgullo que rozaba la ceguera, los hombres de Dagón, dios de los filisteos, la colocaron en el mismísimo templo de su deidad, junto a su ídolo de piedra y madera. Fue un acto de declaración, un gesto que resonaba con la arrogancia de la historia: “Miren, nuestro dios es más poderoso. Nuestro poder es superior. Este Yahvé, este dios de Israel, no es más que una estatua postrada ante el esplendor de Dagón.” Pero en los hilos invisibles que tejen la historia, el reloj del tiempo de Dios no marcaba la derrota, sino el inicio de una revelación. Un drama que no tenía como escenario un campo de batalla terrenal, sino los altares de un corazón humano, donde los hombres se enfrentan a la verdad de un Dios que no puede ser derrotado. Y en ese enfrentamiento, la humanidad revela sus tres respuestas más profundas ante lo divino: la incomprensión, la huida y la adoración falsa.

La mañana siguiente, la primera de muchas mañanas de asombro y terror, los sacerdotes de Dagón entraron en su templo. El aire, que la noche anterior había olido a victoria, ahora se sentía diferente, como si una presencia invisible hubiera pasado por allí, alterando el peso mismo del espacio. Y allí estaba Dagón, no glorioso en su pedestal, sino caído, postrado en el suelo, de bruces, en una reverencia que no buscaba. Su rostro de hombre y su cuerpo de pez estaban en la tierra, humillados ante el Arca de Jehová, el símbolo de un Dios que, según ellos, había sido derrotado. . El mensaje era claro para cualquiera con ojos para ver, pero ellos no lo comprendieron. Su mente, cautiva en los estrechos confines del politeísmo, solo pudo interpretar la escena como un accidente, un percance. Quizás una estatua pesada, la falta de estabilidad de su base, un temblor nocturno. ¿Cómo podrían entender que el Dios de Israel no era un ídolo, sino una Presencia viva? Con la misma indiferencia con la que un hombre levanta un mueble caído en su casa, lo levantaron y lo volvieron a colocar en su lugar. Un gesto que revela una ceguera espiritual tan profunda que solo podría ser curada con un dolor más grande.

Y así, la historia de los filisteos en el templo de Dagón se convierte en un espejo que nos confronta a nosotros mismos. ¿Cuántas veces en nuestras vidas el Espíritu de Dios se ha movido, ha derribado nuestros ídolos, ha postrado nuestras seguridades, ha sacudido nuestro orgullo, y nosotros, en nuestra ceguera, no hemos comprendido que es Él? Para el hombre sin fe, cada prueba es una casualidad, cada bendición es una coincidencia, cada encuentro con lo inexplicable es un evento sin sentido. Su alma es un templo en el que el ídolo de su propio yo, de sus propias ideas y deseos, se cae una y otra vez ante el susurro de la gracia, y él, sin comprender el significado de la escena, se limita a levantarlo y ponerlo en su lugar. Él no ve la escuela, la enseñanza, el llamado. No discierne que Dios no busca un trofeo en su vida, sino su corazón. La incomprensión es el primer y más grande obstáculo en el camino de la verdadera fe. Es la noche del alma que se niega a reconocer el amanecer, una falta de discernimiento que nos impide entender que cada cosa que nos ocurre, ya sea el dolor o la alegría, la pérdida o la ganancia, es una lección de Dios, una oportunidad para acercarnos a Él.

Y al día siguiente, el drama se intensificó. Los sacerdotes entraron de nuevo en el templo, pero esta vez la escena no era solo de postración, sino de humillación total y absoluta. Dagón no solo había vuelto a caer, sino que su cabeza y sus manos, los símbolos de su poder, de su intelecto, de su capacidad de obrar, estaban cortadas, cercenadas, yacían en el umbral de la puerta, un recordatorio trágico de su derrota. . La señal era clara, irrefutable: la mano de Jehová había caído pesadamente sobre el ídolo. El mensaje era más que una victoria; era una declaración de soberanía. “Yo, Jehová, soy más poderoso y grande que este ídolo.” La mano de Dios, que se había manifestado en la derrota de la estatua, se movió del ídolo a los hombres, y una plaga de tumores dolorosos, de hemorroides que atormentaban sus cuerpos, se desató sobre Asdod. Una aflicción que era una manifestación de la misma gloria, del mismo peso divino. Ellos, que no habían comprendido el lenguaje de la humillación del ídolo, ahora sentían el dolor en sus propios cuerpos. Comprendieron que todo esto tenía que ver con el Arca. Pero su respuesta no fue la sumisión, sino la huida.

Y esa es la segunda reacción de la humanidad ante el trato de Dios. No la búsqueda, sino la evasión. Los filisteos no buscaron a Jehová, no se humillaron, no pidieron misericordia. Lo único que querían era alejarse de Él. Enviaron el Arca a Gat, luego a Ecrón, esperando que el problema desapareciera de su vista. Pero Dios estaba en el Arca, y el juicio lo seguía. En cada ciudad donde llegaba el Arca, el mismo peso de la gloria, el mismo dolor, las mismas plagas se desataban. El terror se apoderó de ellos, y la única solución que vieron fue deshacerse de la presencia que les causaba tanto tormento. Y es en este acto de huida que nos vemos reflejados. Cuando Dios nos confronta con su santidad, con la verdad de Su Palabra, con la disciplina que busca nuestro bien, ¿qué hacemos? A menudo, no buscamos Su rostro, sino que tratamos de huir. Nos alejamos de la oración, nos volvemos sordos a la comunión, buscamos refugio en nuestros propios ídolos modernos, en el vicio, en el entretenimiento, en el ruido de un mundo que nos distrae del susurro de Su voz. Huimos a nuestra propia tierra de Gat o de Ecrón, pensando que si nos alejamos de la presencia, el dolor cesará. Pero el juicio de Dios, su amorosa pero firme disciplina, nos persigue porque Él desea que regresemos.

Y cuando la huida se hace imposible, cuando el peso del dolor y la desesperación se vuelve insoportable, el hombre busca un último recurso: la adoración falsa. Después de siete meses de plagas, los filisteos finalmente deciden devolver el Arca, pero no lo hacen con humildad, con arrepentimiento, sino a su manera. Un ritual pagano, guiado por adivinos y sacerdotes de Dagón, en un intento de aplacar la ira de un Dios que no comprenden. Ofrecen a Jehová un tributo de tumores y ratones de oro, una ofrenda que no nace de la obediencia, sino del miedo y la conveniencia. Una adoración que es un eco vacío, una imitación sin alma, un intento de controlar a Dios en lugar de someterse a Él. La carreta tirada por las vacas que no habían sido amansadas, una prueba que no buscaba la verdad, sino la confirmación de su propia superstición.

Este es quizás el acto más trágico de la humanidad. Cuando nos damos cuenta de que no podemos huir de Dios, en lugar de humillarnos y buscar la verdadera adoración, buscamos una adoración que nos sea conveniente, una adoración que no nos exija demasiado. Nos ponemos a adorar "a nuestra manera". Creamos una religión sin cruz, un cristianismo sin discipulado, una fe sin sacrificio. Nos convertimos en adoradores tibios, que le dan a Dios lo que sobra, que le dan un tiempo en el culto, una oración rápida, pero que se niegan a entregarle el corazón, a derribar los ídolos de nuestra vida, a someterse a Su voluntad. El impío lo hace con sus falsas religiones, con sus supersticiones, con sus rituales que no salvan. Y el creyente lo hace con una adoración que es solo de labios, con un corazón que está lejos de Él.

El pasaje de 1 Samuel 5:1-12 no es solo una historia de ídolos caídos y plagas dolorosas. Es una narrativa atemporal que expone la condición humana ante la presencia divina. Es un espejo que nos confronta, obligándonos a preguntar: ¿Qué haces tú cuando Dios te trata? ¿Reaccionas con incomprensión, como los filisteos que no vieron el milagro del ídolo caído? ¿Huyes, buscando refugio en distracciones y vicios cuando la mano de Dios se agrava en tu vida? ¿O intentas adorar falsamente, con una fe que es solo de conveniencia, un ritual sin corazón que no te exige nada?

La soberanía de Dios sobre los ídolos es un llamado a la humildad, a la verdadera adoración. La historia del Arca nos enseña que el camino hacia la paz no es la huida, ni el sincretismo, ni la adoración falsa, sino el arrepentimiento, la rendición y el retorno a la verdad. Que nuestra respuesta no sea la de los filisteos, sino la del corazón quebrantado que se humilla, que confía, que adora en espíritu y en verdad, porque sabe que la verdadera libertad no se encuentra lejos de la presencia de Dios, sino en el centro mismo de Su gloria. Y ese, al final del camino, es el único lugar donde nuestra alma puede encontrar reposo.



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3 comentarios:

Unknown dijo...

Hermosa enseñanza,Dios siga bendiciendo tu ministerio.

comcrecri.blogspot.com dijo...

Gracias por tu comentario!

Anónimo dijo...

Bendiciones hmn muy buena enseñanza