Tema: Josué. Título: CIUDADES DE REFUGIO: El Antiguo Secreto Bíblico para una Sociedad Justa. Texto: Josué 20. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
I. PARTICIPANDO (Ver 2)
II. HACIENDO MISERICORDIA (Ver 3).
III. PRACTICANDO LA JUSTICIA (Ver 6).
Las Ciudades de Refugio. Seis en total, tres a cada lado del Jordán, dispuestas con una simetría que habla de orden y propósito. No eran meros puntos en un mapa. Eran espacios designados, refugios para aquellos cuya mano, sin intención, había causado la muerte de otro. Un lugar donde la ira del Goel, el vengador de sangre, se detendría en su persecución implacable. Un lugar donde, además, se podía juzgar. Un juicio, sí, para discernir la inocencia de la culpa accidental.
La nación de Israel no nació para ser una más entre las naciones. Fue concebida para ser distinta. Para que en su seno gobernara una ley más alta: la justicia y la misericordia. Actos como este, la creación de estos santuarios de la ley y la compasión, muestran que así era su intención. Y no solo ellos, no. Nosotros, la Iglesia, en este tiempo y lugar, también estamos llamados a lo mismo. A ser esa diferencia. A ser ese faro. Hoy, aquí, en la quietud de estas palabras, reflexionaremos sobre cómo se construye, se teje, una sociedad más justa. Dos minutos de lectura. O quizás, una vida entera de aplicación.
Participando: El Peso del Individuo en el Colectivo
La palabra resuena: "señalaos". No era una tarea delegada, no era una directriz que Dios cumpliría por ellos, desde la distancia. No. Era algo que tocaba a los israelitas. Un imperativo. Un compromiso ineludible. Designar esas ciudades de refugio. Recae sobre ellos la responsabilidad. Participar activamente en todo el proceso. Acoger. Dictar justicia. No se trataba de un acto pasivo, de esperar que el sistema funcionara solo. No. Requería la mano de cada uno, el esfuerzo consciente, la implicación real.
Las sociedades más justas, aquellas que logran elevarse por encima de la mera supervivencia, se construyen con el grano de arena de todos. Cada uno. Sin excepción. Todos deben poner. Todos deben participar. Es un eco de la vida misma, ¿no? Si un hilo se rompe, la tela se desgarra. Si una pieza falla, la maquinaria se detiene.
Y aquí, en la modernidad, en la prisa de nuestros días, el cristiano, a menudo, parece haber adoptado una concepción distorsionada de la espiritualidad. Se le concibe, a veces, como un ser asocial. Un ser que existe en una esfera aparte. Ser espiritual, se dice, es orar mucho, sí. Es conocer la Biblia, sin duda. Es congregarse, tener comunión cristiana, sí, eso también. Es evitar el sexo ilícito, los vicios, las impurezas. Y todo eso, claro, es fundamental. Pero, ¿dónde queda la otra parte? ¿Dónde está el énfasis en que la espiritualidad también incluye el ser social? El compromiso con el mundo que nos rodea, con sus injusticias, con sus clamores. Una fe que no toca la tierra, que no se mancha las manos, ¿es realmente la fe que se nos ha entregado? O es solo una forma más sutil de evasión, de autoengaño. La verdadera espiritualidad se manifiesta en cómo habitamos el mundo, cómo interactuamos con aquellos que no comparten nuestra fe, cómo nos preocupamos por la justicia que anhelan todos, creyentes y no creyentes.
Haciendo Misericordia: La Piedad en Acción
Las Ciudades de Refugio, más allá de la justicia, eran un faro de misericordia. Su propósito primordial era dar refugio a los inocentes. A aquellos cuya mano, por accidente, había manchado la vida ajena. Un lugar adonde huir, un respiro ante la venganza ciega. Sin culpa. Sin premeditación. Así, estas ciudades eran una expresión tangible de la misericordia divina, materializada en una legislación humana. Un reconocimiento de que la vida es compleja, que los errores ocurren, y que la intención importa.
Y, queridos hermanos, nosotros, los cristianos, estamos llamados a ser gente de misericordia. No solo de palabra, sino de obra. La iglesia primitiva, en sus albores, en su pureza original, lo entendió. Lo vivió. ¿Cómo? Miren los textos:
Hechos 6:1 nos muestra a los primeros creyentes atendiendo las necesidades de las viudas. Un acto de profunda compasión, un reconocimiento de la vulnerabilidad en su comunidad. No era un añadido, era una parte intrínseca de su vida.
Timoteo, en su primera carta, capítulos 5:3-6, 9-10, 16, reitera la importancia de atender a las viudas. No es una sugerencia, es un mandato. Una instrucción detallada sobre cómo la comunidad debía cuidar de aquellos que estaban desamparados. Es un eco que atraviesa los siglos: la fe sin obras es estéril.
Y Santiago, con su voz clara y penetrante, nos dice en 1:27 la verdad más desnuda: la verdadera religión es esta: "Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo." No es solo un rito, no es solo una creencia. Es una acción. Es la misericordia hecha carne, que se inclina hacia el que sufre, hacia el desvalido, hacia el que ha sido olvidado por la sociedad. Es la piedad que no se queda en el pensamiento, sino que se traduce en ayuda concreta, en compasión activa. Y al mismo tiempo, es la disciplina personal que nos guarda de la corrupción que nos rodea. Dos caras de la misma moneda de una fe auténtica.
Practicando la Justicia: La Equidad como Fundamento
Pero las Ciudades de Refugio no eran solo refugios de misericordia. Eran también tribunales. Lugares donde se realizaba el juicio. Para conocer, con minuciosa atención, si la persona era inocente o culpable. Un balance delicado entre la protección del desvalido y la necesidad de establecer la verdad, de aplicar la ley con rigor, pero con equidad. No era un cheque en blanco para el criminal, sino un espacio para la deliberación, para la búsqueda de la verdad en un proceso justo.
Y nosotros, los cristianos, estamos llamados a practicar el trato justo. A vivir una vida que refleje la equidad divina en todas nuestras interacciones. El Nuevo Testamento, con sus ejemplos y sus directrices, nos ilumina el camino en varios casos:
En el caso de juzgar a una persona que persiste en su pecado (Mateo 18:15-17): Jesús nos da un protocolo. No es una condena inmediata, no es una expulsión arbitraria. Es un proceso de restauración, gradual, que busca la reconciliación, pero que, si no es atendido, lleva a la justa exclusión para preservar la pureza del cuerpo. Es un acto de justicia, sí, pero también de amor, buscando la enmienda.
En las relaciones laborales (Efesios 6:5-9): Tanto a siervos como a amos, Pablo les insta a un trato justo, a una consideración mutua. El respeto, la honestidad, la equidad, no son opcionales. Son el corazón de una relación laboral fundamentada en los principios del Reino. No hay espacio para la explotación, ni para la insubordinación. Solo para la justicia y el respeto.
Y en el trato con el pobre (Santiago 2:1-4, 8-9): Santiago, nuevamente, no se anda con rodeos. Condena la parcialidad, el favoritismo hacia el rico, el desprecio hacia el pobre. Nos recuerda que la ley del Reino es "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", y que el incumplimiento de esta ley es pecado. La justicia se manifiesta en la igualdad, en el respeto incondicional por la dignidad de cada ser humano, independientemente de su condición social o económica.
En este cierre de un ciclo, con el eco de las Ciudades de Refugio resonando en nuestros oídos, somos confrontados con una pregunta esencial. Una pregunta que se cierne sobre nosotros, aquí y ahora. ¿De qué maneras estoy contribuyendo, con mi pequeño, pero significativo grano de arena, al establecimiento de una sociedad más justa? La justicia no es un concepto abstracto que habita en libros polvorientos. Es una construcción diaria. Una elección consciente. Un acto de participación. Una expresión de misericordia. Una práctica constante de equidad. Que nuestras vidas, en este nuevo tiempo que se avecina, sean un reflejo, por tenue que sea, de esa visión divina. Que seamos, en este rincón del mundo, esos refugios de justicia y misericordia que el mundo clama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario