¡Bienvenido! Accede a mas de 1000 bosquejos bíblicos escritos y en video diseñados para inspirar tus sermones y estudios. Encuentra el recurso perfecto para fortalecer tu mensaje y ministerio hoy. ¡ESPERAMOS QUE TE SEAN ÚTILES, DIOS TE BENDIGA!

BUSCA EN ESTE BLOG

SERMON .- BOSQUEJO: ¿QUE DECIR CUANDO EVANGELIZAMOS? LA GUIA DEFINITIVA

VIDEO

BOSQUEJO

Tema: Evangelización. Título: ¿QUE DECIR CUANDO EVANGELIZAMOS? LA GUIA DEFINITIVA. Texto: Hechos 3: 12-19. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz

Introducción:

A. Los versículos 1-10 nos relatan la curación milagrosa de un cojo, hecho ante el cual la gente se encontraba atónita, por lo que Pedro y Juan aprovechan el evento para predicar el evangelio a los presentes.

B. ¿Qué les dijeron?

I. HABLARON DE JESÚS (v. 12-15)

A. Los discípulos primero nos enseñan de qué no hablar: no hable de los hombres, hable de Jesús:

        1.       Dios glorifico a Jesús (v. 13)

        2.       Jesús, el Santo y Justo (v. 14)

        3.       Autor de la vida (v 15)

        4.       Resucitado (v. 15)

B. Evangelizar se trata de hablar de Jesús, de exaltar a Jesús, no hombres o instituciones.



II. HABLARON DE ARREPENTIMIENTO (v. 19)

A. Jesús había hecho un milagro. Sin embargo, este no fue usado como el centro o énfasis del mensaje (v. 16).

El énfasis, la conclusión: el mensaje del arrepentimiento. En otras palabras, si un milagro fue realizado, este no era el fin en sí mismo, sino que fue el medio para concluir el mensaje, para llegar al punto realmente importante:

       1.       Arrepentimiento

       2.       Conversión. El cual trae perdón de pecados y refrigerio divino (v. 26)

B. Evangelización es usar los milagros y no volverlos un fin, evangelización es hablar de arrepentimiento y sus consecuencias y no volvernos vendedores de milagros.



III. HABLARON DEL FIN (v. 21)

A. Ellos hablaron de Jesús en el cielo, de su venida y de la restauración de todas las cosas.

B. Evangelizar no es dar una clase de escatología, sino anunciar la destrucción de este sistema de cosas como lo conocemos. Usted puede hablar de:

       1.       De la resurrección de los muertos

       2.       La venida de Cristo

       3.       La destrucción de la tierra

       4.       Los cielos nuevos y tierra nueva


Conclusión:

El verdadero evangelismo es centrarse en Jesús, no en milagros o personas. Es un llamado al arrepentimiento que trae perdón y refrigerio divino, y a la esperanza del fin de este sistema y la venida de cielos nuevos. ¿Nos desafiamos a ganar vidas para Cristo en este tiempo?

VERSION LARGA

En el vasto tapiz de la existencia humana, hay momentos en que lo ordinario se disuelve y lo milagroso irrumpe, dejando a la humanidad atónita, con el aliento suspendido en el umbral de lo inexplicable. Así fue aquel día en que Pedro y Juan, dos hombres sencillos, se encontraron ante la maravilla de un cojo que, por la gracia divina, se levantó y anduvo, saltando y alabando a Dios. La multitud, presa de un asombro que rozaba la incredulidad, se agolpó en el Pórtico de Salomón, sus ojos fijos en aquellos que habían sido instrumentos de tal portento. Era el escenario perfecto, un lienzo en blanco para la verdad más sublime. Y en ese instante cargado de expectación, Pedro, con una elocuencia que solo el Espíritu Santo puede conferir, aprovechó la oportunidad. No para glorificarse a sí mismo, ni para ensalzar el acto prodigioso, sino para desvelar el corazón del mensaje eterno. ¿Qué palabras brotaron de sus labios? ¿Qué verdades resonaron en el alma de aquellos oyentes, transformando el asombro en fe?

La primera y más fundamental lección que nos ofrecen aquellos pescadores transformados en apóstoles es una de profunda humildad y enfoque cristalino: no hablar de los hombres, sino de Jesús. En un mundo sediento de héroes y figuras carismáticas, la tentación de desviar la atención hacia la persona que ministra, hacia la institución que representa, o incluso hacia la magnitud del milagro mismo, es una corriente poderosa. Pero Pedro y Juan, con una sabiduría que trascendía su origen humilde, resistieron esa marea. Sus palabras no fueron un autoelogio, ni una descripción pormenorizada de sus propias virtudes. No, sus ojos, y por ende sus palabras, estaban fijos en Aquel que es el centro de todo. "Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿O por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a este?" (Hechos 3:12). La respuesta, implícita en su retórica, era clara: no era por ellos. Era por Él.

Y así, con una devoción inquebrantable, Pedro comenzó a tejer el relato de Jesús. Primero, lo presentó como Aquel a quien Dios había glorificado. En medio de la confusión y el rechazo de los hombres, el Padre había levantado a Su Hijo, dándole el honor y la majestad que le correspondían. Era un eco de la resurrección, un testimonio del triunfo sobre la ignominia de la cruz. Luego, lo proclamó como "el Santo y Justo." En un mundo empañado por la imperfección y la injusticia, Jesús se alzaba como el epítome de la pureza, la encarnación de la rectitud divina. No había mancha en Él, no había sombra de pecado. Su vida era un faro de santidad en la oscuridad de la humanidad. Y no solo eso, sino que era el "Autor de la vida." Aquel que había sido rechazado, entregado y negado por sus propios compatriotas, era en realidad la fuente misma de toda existencia, el aliento que insufla vida a cada ser. La paradoja era abrumadora: habían matado a Aquel que daba vida. Finalmente, y con una fuerza que resonaba en cada fibra de su ser, Pedro declaró la verdad más impactante: Jesús había resucitado de los muertos. Este no era un mero relato de un hombre bueno que había vivido y muerto; era la proclamación de un Dios vivo, que había vencido a la muerte y al sepulcro. Evangelizar, entonces, es esto: un acto de exaltación. Es levantar el nombre de Jesús por encima de todo, como la estrella más brillante en la noche más oscura. Es permitir que Su luz inunde cada rincón de la conversación, cada fibra del mensaje, para que los corazones se rindan no a la elocuencia humana, sino a la majestad divina. No se trata de vender una ideología, ni de promover una organización, sino de presentar a la Persona de Jesús, en toda Su gloria y poder.

La segunda verdad ineludible que Pedro y Juan nos legaron es la centralidad del arrepentimiento. Es fácil caer en la trampa de convertir los milagros en el fin último del evangelio, de presentarlos como la única prueba de la intervención divina. El cojo había sido sanado, un milagro innegable y asombroso. Sin embargo, Pedro no se detuvo allí, ni hizo del prodigio el énfasis principal de su mensaje. El milagro, por grandioso que fuera, no era el destino, sino el camino; no era la meta, sino el medio para llegar al punto crucial. El clímax de su sermón, la conclusión ineludible, fue un llamado rotundo al arrepentimiento. "Así que, arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio" (Hechos 3:19). Este es el corazón palpitante del evangelio. El arrepentimiento no es un mero remordimiento, una tristeza superficial por las consecuencias de nuestros actos. Es un cambio radical de mente, de corazón, de dirección. Es volverse de la oscuridad a la luz, del egoísmo al amor, de la autonomía a la dependencia de Dios. Y la conversión, ese giro de 180 grados, trae consigo promesas invaluables: el perdón de los pecados, una liberación que aligera el alma de su carga más pesada, y el "refrigerio divino." Esta última frase, tan rica en significado, evoca imágenes de descanso, de alivio, de renovación espiritual. Es la restauración del alma cansada, el bálsamo para el espíritu herido, la paz que sobrepasa todo entendimiento. Evangelizar, por tanto, no es convertirse en un "vendedor de milagros," un ilusionista de lo sobrenatural. Es usar los milagros, cuando ocurren, como señales, como indicadores que apuntan hacia una verdad más profunda: la necesidad humana de reconciliación con Dios a través del arrepentimiento. Es un llamado a la transformación interior, a una vida nueva que fluye de un corazón perdonado y renovado por la gracia divina. Es una invitación a dejar atrás la vieja piel y vestir la nueva, la de la redención.

Y finalmente, aquellos primeros heraldos del evangelio no dudaron en hablar del fin, de la consumación de todas las cosas. No se trataba de una clase magistral de escatología, de una disección fría y académica de los tiempos finales. Era, más bien, un anuncio vibrante y esperanzador de la destrucción de este sistema de cosas tal como lo conocemos, y de la gloriosa venida de Jesús. Pedro les recordó que Jesús estaba en el cielo, "a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas" (Hechos 3:21). Esta es la gran esperanza que sostiene al creyente en medio de un mundo convulso. Podemos hablar de la resurrección de los muertos, no como una fantasía, sino como una promesa inquebrantable de que la muerte no tiene la última palabra. Podemos anunciar la venida de Cristo, no como un evento apocalíptico de terror, sino como el regreso triunfal del Rey, que viene a establecer Su justicia y Su reino. Podemos hablar de la destrucción de la tierra, no para infundir miedo, sino para señalar que lo viejo pasará para dar lugar a algo infinitamente mejor. Y, con los ojos fijos en la eternidad, podemos proclamar la promesa de los cielos nuevos y la tierra nueva, un lugar donde la justicia mora, donde no habrá más lágrimas, ni dolor, ni muerte, donde la presencia de Dios será plena y perpetua. Evangelizar es sembrar esta esperanza en corazones que a menudo solo conocen la desesperación. Es pintar un cuadro de un futuro glorioso, un destino final donde todas las promesas de Dios se cumplen. Es ofrecer una perspectiva que trasciende las tribulaciones presentes, una visión de la victoria final del bien sobre el mal, de la luz sobre la oscuridad.

El verdadero evangelismo, entonces, es una sinfonía de verdades eternas, un eco de la voz divina en el desierto de la humanidad. Es, ante todo, centrarse en Jesús, exaltarlo en cada palabra y en cada acción, permitiendo que Su gloria eclipse cualquier otra cosa. Es un llamado inquebrantable al arrepentimiento, a esa transformación profunda que trae consigo el perdón de los pecados y el refrigerio divino que solo de Él puede venir. Y es, finalmente, la proclamación de la esperanza inmarcesible del fin, de la venida de cielos nuevos y una tierra nueva, donde la justicia y la paz reinarán por siempre. En este tiempo, en medio de la incertidumbre y la búsqueda de sentido, el desafío resuena con una urgencia renovada: ¿Nos atrevemos a levantar la voz, a compartir esta verdad que libera y transforma, a ganar vidas para Cristo? Que nuestra respuesta sea un "sí" rotundo, un eco de la valentía de Pedro y Juan, un testimonio viviente de la gracia que nos ha alcanzado.


AUDIO
ESCUCHE AQUÍ EL AUDIO DEL SERMÓN 


No hay comentarios: