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SERMÓN : ¿Tu REBELIÓN Te Lleva a un Abismo? Números 16 Revela el SHOCKANTE Destino de Coré y CÓMO ESCAPAR del Peligro Inminente

Tema: Números. Titulo: ¿Tu REBELIÓN Te Lleva a un Abismo? Números 16 Revela el SHOCKANTE Destino de Coré y CÓMO ESCAPAR del Peligro Inminente Texto: Números 16: 13 - 35. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.

Introducción:

A. El día de hoy continuaremos con el tema que vimos la semana pasada sobre la rebeldía y la desobediencia a las autoridades espirituales establecidas por Dios. Continuaremos estudiando algunos detalles del relato:

I. LAS PALABRAS DEL REBELDE (Ver 12 - 14)


A. Puntualizando sobre las palabras que Datan y Abiram le envían a Moisés cuando el les manda a llamar podemos ver allí expresiones típicas de quien ha entrado en estado de rebeldía:

1. No iremos allá. El rebelde quiere llevarle al contraria a su autoridad espiritual.

2. Te enseñorearas de nosotros imperiosamente? El rebelde no acepta el liderazgo de su autoridad, lo desafía.

3. ¿Sacaras los ojos a estos hombres? esta es una expresión que quiere decir: nos estas engañando.



II. EN LA REBELDÍA EL LÍDER DEBE SEGUIR SIENDO LÍDER (21 - 22).


A. En este texto vemos como Dios habla de destruirlos, mas Moisés y Aaron con todo y lo que esta pasando aun oran por ellos y suplican a Dios misericordia.

B. Este es un bello detalle del texto pues nos indica que aunque alguien nos falle en rebeldía esto jamás debe ser un motivo para darnos por vencidos en el llamado que Dios nos ha hecho, ni tampoco motivo para abandonar nuestros deberes hacia quienes Dios nos ha puesto a pastorear.


III. EL JUICIO CONTRA LA REBELDÍA (22 - 33).


A. Moisés habla y dice que les será dada una señal sobre la elección que Dios ha hecho de ellos como lideres del pueblo. Si los rebeldes no mueren en aquel mismo instante tragados por la tierra entonces Dios no los ha puesto a ellos como lideres del pueblo mas si ocurre lo contrario entonces será señal que Dios si los ha colocado. Moisés no había terminado de hablar cuando la tierra se abrió y se trago a Datan, Abiran, Core sus familias y posesiones.

En cuanto a los 250 lideres que se habían unido a Core en su impertinencia fueron consumidos vivos por el fuego de Dios (Ver 35).

B. 1 Corintios 3:17: "Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es".

La rebeldía es mala y peligrosa porque destruye el templo de Dios, la Iglesia la cual es santa y quien lo hace lleva una sentencia sobre si: Dios lo destruirá a él.


IV. LA COMPAÑÍA DE LOS REBELDES (19, 26 - 27).


A. Un ultimo aspecto a notar es que Core había logrado congregar a casi todo el pueblo contra Moisés. Core era un líder, en menos de un día había logrado poner a casi todo israelita contra Moisés. Dios le ordena a estos que se aparten de Core, Datan y Abiram, si no lo hubieran hecho seguramente también ellos hubieran sido tragados por la tierra.

Quien se une a los rebeldes pagara el precio.

B. Note que las consecuencias  de la rebeldía no fueron asumidas solo por ellos sino que también sus familiares la tuvieron que llevar. 

Muchas veces aun los que no tiene ninguna culpa también sufrirán la rebeldía de un hombre.

C. Sin embargo, hubo unos hombres que estuvieron de lado de Moisés mostrando fidelidad, lealtad y apoyo, estos fueron los ancianos (lideres) de Israel.

Esta es la actitud deseable en estos casos, el apoyo y la fidelidad cuando otros se levantan en rebeldía contra la autoridad espiritual.

D. El ultimo detalle aquí es el de On hijo de Pelet, es llamativo que en los primeros versículos del capitulo se nos muestra como uno de los que se levanto contra Moisés, aun así no se le vuelve a nombrar en el resto del capitulo y esto nos hace preguntar: ¿que paso con On? tal vez y solo tal vez no s ele vuelve a nombrar porque el hombre no participo mas en esta revuelta, tal vez se arrepintió, tal vez tomo escarmiento de las ocasiones pasadas.

De haber sido así el deja una gran enseñanza y es que aunque ya estemos en esta actitud aun es tiempo de arrepentirnos y no morir con los impenitentes.


Conclusiones:

La rebelión es un camino destructivo. Las palabras del rebelde desafían la autoridad, pero los verdaderos líderes interceden. El juicio de Dios sobre la desobediencia es severo y abarca incluso a quienes acompañan a los rebeldes. Apóyate en la fidelidad y sé sabio: ¡si estás en rebeldía, aún hay tiempo para el arrepentimiento y la salvación!

VERSION LARGA

Mis queridos amigos, con un corazón que aún siente el peso de la semana pasada, me presento hoy ante ustedes. Continuamos nuestro viaje por el árido, pero revelador, desierto de Números, adentrándonos más profundamente en el sombrío capítulo 16. La semana pasada, abrimos la herida de la rebelión de Coré, un desafío audaz a la autoridad divinamente establecida. Hoy, sin embargo, no solo contemplaremos el pecado, sino que nos acercaremos a la línea donde la paciencia de Dios se encuentra con la insensatez humana, donde la misericordia lucha contra la justicia, y donde el destino de miles pende de un hilo. Este no es un mero relato histórico; es un espejo para nuestras almas, una advertencia que resuena a través de los milenios, y un recordatorio de que las decisiones que tomamos, especialmente en relación con la autoridad de Dios, tienen consecuencias eternas.

El corazón del rebelde, mis amados, es un terreno fértil para la soberbia y la ceguera. Cuando Moisés, en un último intento de razón, envió a llamar a Datán y Abiram, cómplices de Coré, sus respuestas son un triste retrato de la actitud del rebelde (versículos 12-14). Sus palabras no son solo una negativa, sino una declaración de guerra, un desafío abierto que brota de un pozo profundo de amargura y resentimiento.

Primero, la insolencia: "No iremos allá." No solo desobedecen, sino que se niegan incluso a presentarse. El rebelde, cuando se enreda en su propia red de amargura, intenta llevar la contraria a su autoridad espiritual a cada paso. No hay diálogo, no hay rendición de cuentas, solo una obstinada negativa a someterse. Es la voz del ego que grita: "¡Tú no me dices a mí qué hacer!" Es el espíritu que rompe la comunión, que corta los puentes y excava trincheras en el lugar de la obediencia. Piénsenlo, mis hermanos. ¿Cuántas veces en nuestras vidas hemos sentido ese impulso de "no ir allá", de evitar el encuentro con la verdad, con la corrección, con la voz que Dios nos envía a través de Sus siervos? Ese es el primer síntoma de un corazón que se endurece.

Segundo, la acusación: "¿Es poco que nos hayas sacado de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también quieres enseñorearte imperiosamente de nosotros?" (versículo 13). ¡Qué terrible distorsión de la verdad! Acusan a Moisés de opresión, de tiranía, cuando él solo había sido el instrumento de Dios para su liberación. El rebelde no acepta el liderazgo de su autoridad; de hecho, lo desafía, lo tuerce, lo pinta como un tirano. Ven el cuidado paternal como un yugo pesado, y el propósito divino como una agenda personal del líder. Esta es una táctica antigua del enemigo: sembrar la desconfianza, manchar la reputación de los siervos de Dios para derribar el orden que Él ha establecido. ¿No es esto lo que a menudo vemos hoy? Líderes que, con imperfecciones humanas, sí, pero con un corazón genuino por el Señor y su pueblo, son vilipendiados, criticados y acusados injustamente por aquellos que anhelan el control o simplemente no quieren someterse.

Tercero, la calumnia: "¿Sacarás los ojos a estos hombres?" (versículo 14). Esta es una expresión brutal, un lenguaje de desprecio que significa: "¡Nos estás engañando! ¡Estás cegando al pueblo! ¡No vemos ni una pizca de la tierra que fluye leche y miel que nos prometiste!" El rebelde se disfraza de "liberador de la verdad", acusando al liderazgo de mentiras y manipulación. En su ceguera espiritual, no pueden ver las bendiciones de Dios, las venidas del maná, el agua de la roca, la nube que los guía. Solo ven lo que quieren ver: la supuesta falla, el engaño, la incapacidad. ¡Qué tragedia! Han estado en el desierto con la presencia visible de Dios, han visto milagros tras milagros, y aun así, acusan a Moisés de cegarlos, cuando son ellos mismos quienes han cegado sus propios ojos a la verdad. Esta es la esencia de la arrogancia rebelde: proyectar sus propias deficiencias y engaños sobre aquellos a quienes atacan.


En medio de esta tormenta de rebelión, la Palabra de Dios nos revela una verdad que debe conmovernos hasta las lágrimas, una verdad que define el corazón de un verdadero pastor. Cuando Dios, en Su justa ira, habla de destruir a toda la congregación a causa de la obstinación de los rebeldes, ¿qué hacen Moisés y Aarón? (versículos 21-22). Con todo el dolor, la frustración y la amenaza inminente, ellos oran por los rebeldes y suplican a Dios por misericordia. Se postran sobre sus rostros, con la humildad más profunda, intercediendo por un pueblo que, apenas un momento antes, los había desafiado y calumniado.

Este es un detalle bellísimo del texto, mis hermanos. Nos indica que aunque alguien nos falle, aunque nos hiera con su rebeldía y su ingratitud, esto jamás debe ser un motivo para darnos por vencidos en el llamado que Dios nos ha hecho. No debe ser motivo para abandonar nuestros deberes hacia quienes Dios nos ha puesto a pastorear, ya sea en el púlpito, en la célula, en el hogar o en cualquier ámbito de influencia. El corazón de un líder conforme al corazón de Dios es un corazón que ama incluso cuando es herido, que intercede incluso por aquellos que lo atacan, que persevera en el servicio a pesar de la adversidad.

Piensen en el amor de un padre por un hijo descarriado, en la abnegación de una madre por su hijo rebelde. Eso, multiplicado por la unción divina, es lo que vemos en Moisés y Aarón. Cuando la plaga, el juicio de Dios, ya había comenzado a asolar al pueblo, ¡con miles cayendo muertos! (versículo 46), Moisés no se detiene a decir: "¡Se los dije!" No, con la urgencia de la vida y la muerte, le ordena a Aarón: "Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y pon incienso, y ve pronto a la congregación y haz expiación por ellos, porque la ira ha salido de la presencia de Jehová; la plaga ha comenzado" (versículo 46).

¡Imaginen la escena! Aarón, el sumo sacerdote, corriendo a toda velocidad, no para huir del juicio, sino para interponerse. Se planta en medio del caos, entre los muertos y los vivos, con el incienso humeante, símbolo de la oración y la expiación. ¡Qué cuadro tan impactante de intercesión! Allí, en ese abismo entre la vida y la muerte, entre la santidad de Dios y el pecado humano, Aarón, con su propia vida en juego, suplica a Dios por Su pueblo. Y la plaga se detuvo. Es un milagro de misericordia, obrado a través de la fidelidad y el amor de un líder. Este acto prefigura, de una manera tan poderosa, a nuestro Sumo Sacerdote, Jesús, quien se interpuso entre nosotros y la ira de Dios, llevando nuestros pecados en la cruz.


Y así, mis amigos, llegamos al momento culminante, al punto donde la paciencia divina se agota y la justicia debe ser manifestada: el juicio contra la rebeldía (versículos 22-33). Dios le da una señal a Moisés para vindicar Su elección y autoridad. Moisés habla con una solemnidad inquebrantable, declarando que si estos hombres no mueren de una forma única y sobrenatural —si la tierra no se abre y los traga— entonces Dios no los ha puesto como líderes. Pero si sucede lo contrario, si la tierra se abre y los devora, entonces será la señal inequívoca de que han menospreciado a Jehová. Moisés apenas había terminado de hablar cuando, con un estruendo que debió helar la sangre de los presentes, "la tierra se abrió debajo de ellos, y la tierra abrió su boca y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes; y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol; y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación" (versículos 32-33). ¡Qué juicio tan terrible, tan específico, tan visible! Fue una manifestación literal de la ira de Dios contra la rebelión.

Pero el juicio no terminó allí. En cuanto a los 250 líderes que se habían unido a Coré en su impertinencia, aquellos que ofrecieron incienso sin autorización, fueron consumidos vivos por el fuego de Dios (versículo 35). Dos formas de juicio: la tierra abriéndose y el fuego consumidor. Ambos, una señal clara e inconfundible de que Dios es un Dios de orden, un Dios de santidad, y un Dios que no tolerará el desafío a Su autoridad establecida.

Aquí, mis amados, resuena la advertencia de 1 Corintios 3:17: "Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es". La rebeldía es mala y peligrosa porque destruye el templo de Dios, la Iglesia, la cual es santa. Y quien hace esto, quien ataca el cuerpo de Cristo, quien siembra división y desobediencia, lleva una sentencia sobre sí: Dios lo destruirá a él. Es una verdad dura, sí, pero es la verdad de la Palabra. Dios protege Su templo, Su pueblo, Su orden.


Finalmente, hermanos, consideremos la compañía de los rebeldes (versículos 19, 26-27). Coré había logrado congregar a casi todo el pueblo contra Moisés. ¡Imaginen la influencia de este líder rebelde! En menos de un día, había logrado poner a casi todo israelita en contra de los siervos de Dios. Esto nos muestra el poder de la influencia negativa, la facilidad con la que el descontento y la calumnia pueden extenderse como un incendio forestal.

Pero Dios, en Su misericordia, todavía les da una oportunidad a los que habían sido engañados. Les ordena a los israelitas que se aparten de Coré, Datán y Abiram: "Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos, para que no perezcáis en todos sus pecados" (versículo 26). Y fue la obediencia a este mandato lo que salvó a los que obedecieron. Si no lo hubieran hecho, seguramente ellos también habrían sido tragados por la tierra. La lección es clara, mis amigos: quien se une a los rebeldes pagará el precio. La compañía que elegimos importa, y mucho. Si nos asociamos con la rebelión, con la desobediencia, con aquellos que atacan el orden de Dios, nos exponemos a su mismo juicio. Las consecuencias de la rebelión no fueron asumidas solo por Coré, Datán y Abiram; sus familias y posesiones también fueron tragadas. Muchas veces, incluso aquellos que no tienen ninguna culpa directa, sufrirán las consecuencias de la rebelión de un hombre o un grupo.

Sin embargo, hubo un grupo de hombres que se mantuvieron firmes al lado de Moisés: los ancianos de Israel (versículo 25). Estos líderes mostraron fidelidad, lealtad y apoyo inquebrantable a la autoridad divinamente establecida. Esta es la actitud deseable, mis hermanos: el apoyo y la fidelidad cuando otros se levantan en rebeldía contra la autoridad espiritual. La lealtad en la tormenta es el verdadero sello de un corazón fiel.

Y un último detalle aquí, que me conmueve profundamente, es el de On, hijo de Pelet. Es llamativo que en los primeros versículos del capítulo, se nos muestra como uno de los que se levantó contra Moisés (Números 16:1). Sin embargo, a diferencia de Coré, Datán y Abiram, no se le vuelve a nombrar en el resto del capítulo. Uno se pregunta: ¿qué pasó con On? Tal vez, y solo tal vez, no se le vuelve a nombrar porque este hombre no participó más en esta revuelta. Tal vez se arrepintió, tal vez tomó escarmiento de las ocasiones pasadas y de la inminencia del juicio. Si fue así, On deja una enseñanza gloriosa y llena de esperanza: aunque ya estemos en esa actitud de rebeldía, aunque ya hayamos dado pasos en la dirección equivocada, aún es tiempo de arrepentirnos y no morir con los impenitentes. La puerta de la misericordia de Dios siempre está abierta para el corazón que se humilla y se vuelve a Él.


La rebelión, mis amados, es un camino destructivo, un abismo que devora almas. Las palabras del rebelde, llenas de soberbia y calumnia, desafían la autoridad de Dios. Pero en medio de la desobediencia humana, los verdaderos líderes, los siervos de Dios, se mantienen firmes, interceden con lágrimas y se interponen en la brecha. El juicio de Dios sobre la desobediencia es severo, visible y abarca incluso a quienes, por su compañía, se asocian con los rebeldes. Apóyate en la fidelidad, mis hermanos, y sé sabio en tus elecciones. Si por un momento, en tu corazón, has sentido el impulso de la rebelión, si has murmurado, si has desafiado la autoridad que Dios ha puesto en tu vida, recuerda el ejemplo de On. ¡Aún hay tiempo para el arrepentimiento y la salvación! No permitas que la dureza de corazón te separe de la gracia y el propósito de Dios. Que nuestras vidas sean un testimonio de obediencia, lealtad y amor, para la gloria de Aquel que nos ha amado hasta el fin.


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