Tema: Números. Titulo: ¿Tu REBELIÓN Te Lleva a un Abismo? Números 16 Revela el SHOCKANTE Destino de Coré y CÓMO ESCAPAR del Peligro Inminente Texto: Números 16: 13 - 35. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.
I. LAS PALABRAS DEL REBELDE (Ver 12 - 14)
II. EN LA REBELDÍA EL LÍDER DEBE SEGUIR SIENDO LÍDER (21 - 22).
III. EL JUICIO CONTRA LA REBELDÍA (22 - 33).
IV. LA COMPAÑÍA DE LOS REBELDES (19, 26 - 27).
El corazón del rebelde, mis amados, es un terreno fértil
para la soberbia y la ceguera. Cuando Moisés, en un último intento de razón,
envió a llamar a Datán y Abiram, cómplices de Coré, sus respuestas son un
triste retrato de la actitud del rebelde (versículos 12-14). Sus palabras no
son solo una negativa, sino una declaración de guerra, un desafío abierto que
brota de un pozo profundo de amargura y resentimiento.
Primero, la insolencia: "No iremos allá." No
solo desobedecen, sino que se niegan incluso a presentarse. El rebelde, cuando
se enreda en su propia red de amargura, intenta llevar la contraria a su
autoridad espiritual a cada paso. No hay diálogo, no hay rendición de cuentas,
solo una obstinada negativa a someterse. Es la voz del ego que grita: "¡Tú
no me dices a mí qué hacer!" Es el espíritu que rompe la comunión, que
corta los puentes y excava trincheras en el lugar de la obediencia. Piénsenlo,
mis hermanos. ¿Cuántas veces en nuestras vidas hemos sentido ese impulso de
"no ir allá", de evitar el encuentro con la verdad, con la
corrección, con la voz que Dios nos envía a través de Sus siervos? Ese es el
primer síntoma de un corazón que se endurece.
Segundo, la acusación: "¿Es poco que nos hayas
sacado de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el
desierto, sino que también quieres enseñorearte imperiosamente de
nosotros?" (versículo 13). ¡Qué terrible distorsión de la verdad! Acusan a
Moisés de opresión, de tiranía, cuando él solo había sido el instrumento de
Dios para su liberación. El rebelde no acepta el liderazgo de su autoridad; de
hecho, lo desafía, lo tuerce, lo pinta como un tirano. Ven el cuidado paternal
como un yugo pesado, y el propósito divino como una agenda personal del líder.
Esta es una táctica antigua del enemigo: sembrar la desconfianza, manchar la
reputación de los siervos de Dios para derribar el orden que Él ha establecido.
¿No es esto lo que a menudo vemos hoy? Líderes que, con imperfecciones humanas,
sí, pero con un corazón genuino por el Señor y su pueblo, son vilipendiados,
criticados y acusados injustamente por aquellos que anhelan el control o
simplemente no quieren someterse.
Tercero, la calumnia: "¿Sacarás los ojos a estos
hombres?" (versículo 14). Esta es una expresión brutal, un lenguaje de
desprecio que significa: "¡Nos estás engañando! ¡Estás cegando al pueblo!
¡No vemos ni una pizca de la tierra que fluye leche y miel que nos
prometiste!" El rebelde se disfraza de "liberador de la verdad",
acusando al liderazgo de mentiras y manipulación. En su ceguera espiritual, no
pueden ver las bendiciones de Dios, las venidas del maná, el agua de la roca,
la nube que los guía. Solo ven lo que quieren ver: la supuesta falla, el
engaño, la incapacidad. ¡Qué tragedia! Han estado en el desierto con la
presencia visible de Dios, han visto milagros tras milagros, y aun así, acusan
a Moisés de cegarlos, cuando son ellos mismos quienes han cegado sus propios
ojos a la verdad. Esta es la esencia de la arrogancia rebelde: proyectar sus
propias deficiencias y engaños sobre aquellos a quienes atacan.
En medio de esta tormenta de rebelión, la Palabra de Dios
nos revela una verdad que debe conmovernos hasta las lágrimas, una verdad que
define el corazón de un verdadero pastor. Cuando Dios, en Su justa ira, habla
de destruir a toda la congregación a causa de la obstinación de los rebeldes,
¿qué hacen Moisés y Aarón? (versículos 21-22). Con todo el dolor, la
frustración y la amenaza inminente, ellos oran por los rebeldes y suplican a
Dios por misericordia. Se postran sobre sus rostros, con la humildad más profunda,
intercediendo por un pueblo que, apenas un momento antes, los había desafiado y
calumniado.
Este es un detalle bellísimo del texto, mis hermanos. Nos
indica que aunque alguien nos falle, aunque nos hiera con su rebeldía y su
ingratitud, esto jamás debe ser un motivo para darnos por vencidos en el
llamado que Dios nos ha hecho. No debe ser motivo para abandonar nuestros
deberes hacia quienes Dios nos ha puesto a pastorear, ya sea en el púlpito, en
la célula, en el hogar o en cualquier ámbito de influencia. El corazón de un
líder conforme al corazón de Dios es un corazón que ama incluso cuando es herido,
que intercede incluso por aquellos que lo atacan, que persevera en el servicio
a pesar de la adversidad.
Piensen en el amor de un padre por un hijo descarriado,
en la abnegación de una madre por su hijo rebelde. Eso, multiplicado por la
unción divina, es lo que vemos en Moisés y Aarón. Cuando la plaga, el juicio de
Dios, ya había comenzado a asolar al pueblo, ¡con miles cayendo muertos!
(versículo 46), Moisés no se detiene a decir: "¡Se los dije!" No, con
la urgencia de la vida y la muerte, le ordena a Aarón: "Toma el
incensario, y pon en él fuego del altar, y pon incienso, y ve pronto a la congregación
y haz expiación por ellos, porque la ira ha salido de la presencia de Jehová;
la plaga ha comenzado" (versículo 46).
¡Imaginen la escena! Aarón, el sumo sacerdote, corriendo
a toda velocidad, no para huir del juicio, sino para interponerse. Se planta en
medio del caos, entre los muertos y los vivos, con el incienso humeante,
símbolo de la oración y la expiación. ¡Qué cuadro tan impactante de
intercesión! Allí, en ese abismo entre la vida y la muerte, entre la santidad
de Dios y el pecado humano, Aarón, con su propia vida en juego, suplica a Dios
por Su pueblo. Y la plaga se detuvo. Es un milagro de misericordia, obrado a través
de la fidelidad y el amor de un líder. Este acto prefigura, de una manera tan
poderosa, a nuestro Sumo Sacerdote, Jesús, quien se interpuso entre nosotros y
la ira de Dios, llevando nuestros pecados en la cruz.
Y así, mis amigos, llegamos al momento culminante, al
punto donde la paciencia divina se agota y la justicia debe ser manifestada: el
juicio contra la rebeldía (versículos 22-33). Dios le da una señal a Moisés
para vindicar Su elección y autoridad. Moisés habla con una solemnidad
inquebrantable, declarando que si estos hombres no mueren de una forma única y
sobrenatural —si la tierra no se abre y los traga— entonces Dios no los ha
puesto como líderes. Pero si sucede lo contrario, si la tierra se abre y los devora,
entonces será la señal inequívoca de que han menospreciado a Jehová. Moisés
apenas había terminado de hablar cuando, con un estruendo que debió helar la
sangre de los presentes, "la tierra se abrió debajo de ellos, y la tierra
abrió su boca y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y
a todos sus bienes; y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al
Seol; y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación"
(versículos 32-33). ¡Qué juicio tan terrible, tan específico, tan visible! Fue
una manifestación literal de la ira de Dios contra la rebelión.
Pero el juicio no terminó allí. En cuanto a los 250
líderes que se habían unido a Coré en su impertinencia, aquellos que ofrecieron
incienso sin autorización, fueron consumidos vivos por el fuego de Dios
(versículo 35). Dos formas de juicio: la tierra abriéndose y el fuego
consumidor. Ambos, una señal clara e inconfundible de que Dios es un Dios de
orden, un Dios de santidad, y un Dios que no tolerará el desafío a Su autoridad
establecida.
Aquí, mis amados, resuena la advertencia de 1 Corintios
3:17: "Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él;
porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es". La rebeldía es
mala y peligrosa porque destruye el templo de Dios, la Iglesia, la cual es
santa. Y quien hace esto, quien ataca el cuerpo de Cristo, quien siembra
división y desobediencia, lleva una sentencia sobre sí: Dios lo destruirá a él.
Es una verdad dura, sí, pero es la verdad de la Palabra. Dios protege Su
templo, Su pueblo, Su orden.
Finalmente, hermanos, consideremos la compañía de los
rebeldes (versículos 19, 26-27). Coré había logrado congregar a casi todo el
pueblo contra Moisés. ¡Imaginen la influencia de este líder rebelde! En menos
de un día, había logrado poner a casi todo israelita en contra de los siervos
de Dios. Esto nos muestra el poder de la influencia negativa, la facilidad con
la que el descontento y la calumnia pueden extenderse como un incendio
forestal.
Pero Dios, en Su misericordia, todavía les da una
oportunidad a los que habían sido engañados. Les ordena a los israelitas que se
aparten de Coré, Datán y Abiram: "Apartaos ahora de las tiendas de estos
hombres impíos, para que no perezcáis en todos sus pecados" (versículo
26). Y fue la obediencia a este mandato lo que salvó a los que obedecieron. Si
no lo hubieran hecho, seguramente ellos también habrían sido tragados por la
tierra. La lección es clara, mis amigos: quien se une a los rebeldes pagará el
precio. La compañía que elegimos importa, y mucho. Si nos asociamos con la
rebelión, con la desobediencia, con aquellos que atacan el orden de Dios, nos
exponemos a su mismo juicio. Las consecuencias de la rebelión no fueron
asumidas solo por Coré, Datán y Abiram; sus familias y posesiones también
fueron tragadas. Muchas veces, incluso aquellos que no tienen ninguna culpa
directa, sufrirán las consecuencias de la rebelión de un hombre o un grupo.
Sin embargo, hubo un grupo de hombres que se mantuvieron
firmes al lado de Moisés: los ancianos de Israel (versículo 25). Estos líderes
mostraron fidelidad, lealtad y apoyo inquebrantable a la autoridad divinamente
establecida. Esta es la actitud deseable, mis hermanos: el apoyo y la fidelidad
cuando otros se levantan en rebeldía contra la autoridad espiritual. La lealtad
en la tormenta es el verdadero sello de un corazón fiel.
Y un último detalle aquí, que me conmueve profundamente,
es el de On, hijo de Pelet. Es llamativo que en los primeros versículos del
capítulo, se nos muestra como uno de los que se levantó contra Moisés (Números
16:1). Sin embargo, a diferencia de Coré, Datán y Abiram, no se le vuelve a
nombrar en el resto del capítulo. Uno se pregunta: ¿qué pasó con On? Tal vez, y
solo tal vez, no se le vuelve a nombrar porque este hombre no participó más en
esta revuelta. Tal vez se arrepintió, tal vez tomó escarmiento de las ocasiones
pasadas y de la inminencia del juicio. Si fue así, On deja una enseñanza
gloriosa y llena de esperanza: aunque ya estemos en esa actitud de rebeldía,
aunque ya hayamos dado pasos en la dirección equivocada, aún es tiempo de
arrepentirnos y no morir con los impenitentes. La puerta de la misericordia de
Dios siempre está abierta para el corazón que se humilla y se vuelve a Él.
La rebelión, mis amados, es un camino destructivo, un
abismo que devora almas. Las palabras del rebelde, llenas de soberbia y
calumnia, desafían la autoridad de Dios. Pero en medio de la desobediencia
humana, los verdaderos líderes, los siervos de Dios, se mantienen firmes,
interceden con lágrimas y se interponen en la brecha. El juicio de Dios sobre
la desobediencia es severo, visible y abarca incluso a quienes, por su
compañía, se asocian con los rebeldes. Apóyate en la fidelidad, mis hermanos, y
sé sabio en tus elecciones. Si por un momento, en tu corazón, has sentido el
impulso de la rebelión, si has murmurado, si has desafiado la autoridad que
Dios ha puesto en tu vida, recuerda el ejemplo de On. ¡Aún hay tiempo para el
arrepentimiento y la salvación! No permitas que la dureza de corazón te separe
de la gracia y el propósito de Dios. Que nuestras vidas sean un testimonio de
obediencia, lealtad y amor, para la gloria de Aquel que nos ha amado hasta el
fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario