Bosquejo (versión corta)
Tema: Demonología. Título: Pablo reprende a la adivina. Texto: Hechos 16: 16 – 18. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz
I. LOS DEMONIOS TRATARÁN DE ESTORBARNOS (Ver 16a)
II. ES POSIBLE SER POSEÍDO POR DEMONIOS (Ver 16b)
III. LOS DEMONIOS SE MANIFIESTAN (Ver 16c)
IV. LOS DEMONIOS CONOCEN DE LAS COSAS DE DIOS (Ver 17)
V. LOS DEMONIOS PUEDEN SER EXPULSADOS (Ver 18)
(Versión larga)Pablo reprende a la adivinaHechos 16:16 – 18
El valor de esta narrativa es inmenso. En primer lugar, nos presenta a un protagonista, Pablo, que por su conocimiento de la verdad revelada y su íntima comunión con Dios, es una figura de absoluta confianza. Lo que él hace en este momento crucial no es un acto impulsivo, sino una acción guiada, un ejemplo que podemos seguir sin dudar. Además, y esto es lo que le confiere una singularidad especial, el relato nos provee de detalles específicos que a menudo se ausentan en otras crónicas de liberación en los Evangelios y en Hechos, que suelen ser más generales. Por tanto, en la experiencia de Pablo, tenemos un testimonio robusto de cómo el creyente, en el poder de Jesucristo, puede y debe enfrentar las manifestaciones del mal en este mundo. Del texto de 16:16-18, podemos destilar verdades que son tan relevantes hoy como lo fueron en aquel camino a Filipos.
La guerra espiritual no es un espectáculo, sino una estrategia. Y la primera lección que aprendemos del texto es que los demonios no operan al azar; su objetivo es claro y su táctica, astuta. Me resulta profundamente significativo que este evento sucediera en un momento específico en la vida de Pablo y Silas: "cuando íbamos a la oración". El enemigo no se manifestó en el mercado, ni en un lugar de idolatría, sino en el camino que conducía a la intimidad con Dios. Esta no es una coincidencia, sino un principio de la guerra espiritual: el enemigo buscará estorbar nuestra comunión con Dios por encima de todo. La oración es la fuente de nuestra fortaleza, el ancla de nuestra fe, la línea directa con la fuente de todo poder. Por eso, el adversario no escatimará esfuerzos para interrumpir ese sagrado encuentro. Los intentos de Satanás de obstaculizar el camino de Pablo a la oración son un reflejo de su estrategia eterna.
La manifestación de esta oposición es multiforme y sutil. Él tratará de sembrar cizaña en la iglesia, infiltrando la discordia y la división como una mala hierba invisible que ahoga el trigo de la unidad, tal como Jesús lo describió en la parábola. Impedirá el ministerio de los siervos de Dios, levantando obstáculos, desánimo y oposición para que el evangelio no avance, como Pablo mismo lo testificó a los tesalonicenses, que el adversario les impidió en su camino. Y, con una ferocidad aún mayor, tratará de zarandear a los siervos de Dios, buscando que su fe se tambalee y caigan en el polvo de la desesperación, como Jesús advirtió a Pedro que el diablo había pedido zarandearle como a trigo. Finalmente, con un engaño que se viste de luz, propagará falsas doctrinas que prometen libertad, pero que en realidad son cadenas de engaño, como advirtió Pablo en sus cartas a Timoteo. La aparición de la adivina en el camino a la oración es la manifestación más visible de un ataque que siempre está en curso, un recordatorio de que cada paso que damos hacia la santidad, hacia la comunión, es un paso que nos acerca al conflicto.
El segundo punto nos lleva a la naturaleza de la presencia demoníaca en la vida de un ser humano. El texto es inconfundible: la muchacha "tenía un espíritu de adivinación". La palabra griega utilizada, echō, implica una posesión, una sujeción, una propiedad. En los Evangelios, se utiliza el mismo verbo para describir a los que estaban "endemoniados". Es crucial entender que, si bien el creyente puede ser atacado, oprimido e influenciado por el enemigo, no puede ser poseído. Somos el templo del Espíritu Santo, la morada del Dios viviente, y la presencia del Espíritu de Dios es incompatible con la esclavitud de la posesión demoníaca.
Es aquí donde debemos caminar con sabiduría, reconociendo la diferencia entre la realidad espiritual y la patología psicológica. Muchas veces, lo que se atribuye a una "posesión demoníaca" no es otra cosa que el síntoma de una enfermedad mental, una histeria o una manipulación. La ciencia ha avanzado en el entendimiento de la psique humana y, como creyentes, no debemos ser ingenuos ni irresponsables, negándonos a buscar ayuda profesional cuando es necesario. Sin embargo, negar la existencia de fenómenos que implican la acción directa de los demonios sería negar la misma Palabra de Dios. La experiencia nos muestra que hay fenómenos, como los asociados a la práctica de la adivinación, el espiritismo o incluso juegos que son una burla macabra a lo espiritual, que abren puertas a una realidad espiritual oscura. La muchacha del texto no era una psicópata; su condición era la de una joven en esclavitud, un alma cuya voluntad había sido secuestrada por una entidad.
La posesión no es un estado silencioso; el demonio, por su propia naturaleza caótica, busca manifestarse en el mundo. En el caso de la muchacha adivina, la manifestación era una habilidad que parecía ser un don: la facultad de adivinar, de profetizar el futuro, de revelar cosas que ella no podría saber de forma natural. Este es el engaño más sutil: un espíritu maligno manifestándose a través de una habilidad que se presenta como una ventaja económica, una fuente de poder y de prestigio para aquellos que la explotaban.
Pero las manifestaciones demoníacas son tan variadas como la malicia que las inspira. En los evangelios, los encuentros de Jesús con los demonios revelan un espectro de comportamientos. Algunos producían enfermedades físicas y mentales que ni la medicina de la época ni la de hoy podían explicar, haciendo que las personas quedaran mudas, ciegas o incluso postradas en cama. Otros causaban la violencia más extrema, buscando la muerte del poseído a través de autolesiones o intentando lanzarlo a lugares peligrosos. Y en el momento de la confrontación, cuando la autoridad de Cristo se imponía, algunos hacían que la persona cayera al suelo, temblara y echara espuma por la boca, como una manifestación de la furia de la entidad que se resistía a ser expulsada. La adivinación de la muchacha es, por lo tanto, una más de las muchas formas en que los espíritus inmundos revelan su presencia, siempre buscando generar caos, miseria y, en última instancia, la perdición.
La ironía de la historia es profunda. El espíritu de adivinación, a través de la muchacha, proclamaba una verdad incuestionable: "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación". Esta declaración, lejos de ser un acto de arrepentimiento, es un testimonio de la naturaleza atormentada del adversario. Nos enseña tres verdades perturbadoras:
El enemigo conoce a los siervos de Dios. No hay anonimato en el mundo espiritual. El diablo y sus huestes conocen a aquellos que han sido marcados por el Espíritu de Dios, a quienes caminan en la luz, y por lo tanto, representan una amenaza para su reino de oscuridad.
El enemigo sabe quién es el Dios Altísimo. Los demonios no son ateos; son rebeldes. Saben que Dios es el creador, el soberano, el más alto. Su tormento no es la ignorancia, sino la rebelión contra el conocimiento pleno de Su majestad.
El enemigo sabe cuál es el verdadero camino de salvación. El demonio, con su frialdad intelectual, puede reconocer que el camino de salvación es Jesucristo, que la verdad está en el evangelio, que el poder reside en el nombre de Jesús. Pero este conocimiento es inútil porque carece de la fe que transforma. Es un conocimiento estéril, una verdad sin amor, un reconocimiento sin arrepentimiento.
Como nos recuerda el apóstol Santiago, "tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan". La diferencia entre el creyente y el demonio no es el conocimiento, sino la entrega. El conocimiento del demonio es una condena. La fe del creyente es una salvación.
Aquí llegamos al punto culminante de la historia, el momento de la confrontación. Una pregunta surge al leer el texto: ¿Por qué Pablo esperó tantos días para confrontar al demonio? Algunos sugieren que era por paciencia, otros por la estrategia de no crear un espectáculo. Lo más probable es que Pablo estaba discerniendo, permitiendo que el Espíritu Santo le guiara al momento exacto. Su espera no fue pasividad, sino una sabiduría que entiende los tiempos de Dios y que se niega a caer en la trampa del sensacionalismo. El ruido de la adivina, por más molesto que fuera, no era la principal preocupación de Pablo, cuyo único objetivo era glorificar a Dios y anunciar el evangelio. La interrupción del demonio era una táctica para desviar, para molestar, para distraer. Y Pablo, en su madurez, no se dejó provocar hasta que el Espíritu le indicó que era el momento de actuar, no por ira o frustración, sino por compasión hacia la muchacha.
Una vez que el momento llegó, la acción de Pablo fue tan simple como poderosa. Hizo dos cosas, y no hizo tres.
1. No oró a Dios, sino que habló al demonio. Pablo no se arrodilló, ni pidió permiso, ni le suplicó a Dios que hiciera algo. Habló directamente a la entidad que estaba causando el problema. Este acto es una declaración de autoridad. Pablo sabía que el poder para reprender ya le había sido dado. Su actitud no era la de un mendigo que pide, sino la de un general que le da una orden a un soldado rebelde.
2. Le ordenó al demonio en el nombre de Jesús. La clave del poder no estaba en la voz de Pablo, ni en su santidad, sino en el nombre de Jesús. Pablo no dijo: "Yo, Pablo, el apóstol, te ordeno". Dijo: "Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella". Su autoridad era delegada, no inherente. Era el nombre de Jesús, ese nombre por encima de todo nombre, el que le daba el derecho y el poder para repender, y el que hacía huir a la oscuridad. Y el demonio, que conocía perfectamente ese nombre y el poder que representaba, no pudo resistir. Y salió.
La historia también nos enseña lo que Pablo no hizo. En el contexto de un mundo lleno de supersticiones y rituales, su acción fue un acto de sobria simplicidad. No hizo un show. No hubo gritos, ni exclamaciones dramáticas, ni movimientos exagerados. Su confrontación fue directa y al grano, desprovista de cualquier tipo de teatralidad. Tampoco invocó la sangre de Cristo, un acto que, si bien es fundamental en la doctrina de la redención, no se encuentra en el Nuevo Testamento como un mandato para la liberación. Y, finalmente, no ató al demonio. El poder de Pablo no era para aprisionar, sino para liberar en el nombre de Cristo. La acción de Pablo es un recordatorio de que la fe no necesita de la grandilocuencia.
La narrativa de Pablo y la muchacha adivina es un faro en la niebla de la demonología. Nos enseña que la guerra espiritual es real y está en curso. Nos revela que la posesión demoníaca es una realidad que afecta a los que no tienen a Cristo. Nos muestra la astucia de los demonios, que pueden incluso usar la verdad para sus fines y que conocen perfectamente el camino de salvación. Y, sobre todo, nos enseña que el poder para reprenderlos no es nuestro, sino que reside por completo en el nombre de Jesucristo. La humildad y la autoridad espiritual son cruciales. Pablo no se basó en sus méritos ni en su apostolado, sino en el nombre del que es soberano sobre todo.
Este relato nos anima a estar alertas y a no ser ingenuos. Nos invita a enfrentar el mal con la misma convicción de Pablo, con una fe que sabe que, sin importar lo que el enemigo grite, el poder de Cristo es infinitamente mayor. Nos recuerda que, aunque los demonios pueden intentar interferir en nuestras vidas, la liberación es siempre posible. Porque el propósito de Dios prevalecerá, y en el nombre de Jesús, todo poder en el cielo y en la tierra se someterá. Estamos llamados a caminar no en temor, sino en la autoridad que nos ha sido dada. Y a la luz de este pasaje, entendemos que una simple palabra, pronunciada con fe, es suficiente para liberar a los cautivos y silenciar a las huestes de la oscuridad.
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