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✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️LA PRISION DE JOSÉ✝️

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BOSQUEJO

Tema: Génesis. Título: La prisión de José. Texto: Génesis 39: 13 – 40: 23.
Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.


Introducción:

A. Dado el rechazo de José a la mujer de Potifar y la subsecuente injuria de esta misma, él es llevado injustamente a la prisión, de hijo preferido a  esclavo, de esclavo a prisionero,  la situación no puede ser peor, la cárcel a pesar de todo, será un lugar muy especial en la vida de José, será una escuela para él, veamos lo que aprendemos de José en este lugar.

I  LA COMPAÑÍA DE DIOS (Ver 39: 21).


A. José en la cárcel aprendió que la compañía de Dios estaba con él. El versículo dice “pero Jehová estaba con José”, esta compañía se vio reflejada en que Dios le mostró su misericordia, su amor, benevolencia, su favor, haciendo que el carcelero le tratara bien.

B. Muchos de nosotros tenemos que vivir la experiencia de la prisión, la prueba muchas veces como en el caso de José injustamente. Sin embargo, nunca olvidemos que Dios estará con nosotros en cada una de ellas (Isaías 43: 2), en ella hará cosas tan especiales con nosotros como las que hizo con José, cada una de ellas es un mensaje para nosotros: “yo estoy contigo”.


II  LA EMPATÍA CON EL TRISTE (Ver 40: 6 – 7)


A. Sucedió que el copero y el panadero del Faraón (ambos cargos muy importantes en la corte real, el copero era quien en presencia del Faraón preparaba el vino y lo probaba antes  para corroborar que no estuviera envenenado o que pudiese  hacerle algún daño al rey, caso similar el del panadero, ambos tenían que ser hombres de confianza, por esto ambos pero aún más el de copero llegaban a ser consejeros personales del rey), llegaron a la cárcel por delinquir contra su amo, al llegar allí fueron puestos al cuidado de José por el mismo Potifar (Comp. 39: 1 – 40:4), ambos tuvieron un sueño que los entristeció, José los ve en esta condición y:

1. Los vio tristes.
2. Les pregunto: “¿Por qué parece hoy mal vuestros semblantes?”

Lo que es necesario puntualizar aquí es que José no solo se quedó mirándoles en tal condición, sino que se movió a hacer algo por aliviar la tristeza que se les acongojaba, esto teniendo en cuenta que el mismo estaba pasando una de las peores tribulaciones de su vida

B. Cuando estemos en al prisión no nos olvidemos de los demás. Sabe que cuando pasamos por problemas en nuestras vidas tendemos a aislarnos, tendemos al egoísmo, a auto conmiserarnos, pero tal vez lo más terapéutico que podemos hacer cuando pasamos por pruebas es servir a los demás, esto nos ayudará a desenfocarnos del problema y a comprender que tal vez hay personas en peores situaciones que nosotros.


III LA RENUENCIA A ACEPTAR (Ver 40:14).


A. Después de interpretar el sueño del copero José le dice unas palabras que nos indican algo muy importante: y es que él no estaba a gusto en esta cárcel y que estaba buscando la manera de salir de ella. Lo primero parece obvio y de hecho lo es, pero lo segundo no. José ha estado por algún tiempo pasando tribulaciones no podemos decir cuánto, pero lo que si podemos decir es que el no había renunciado a luchar, a vivir.

B. Muchas veces cuando nos hemos encontrado por muchos años en alguna situación postrante renunciamos a salir de ella y nos conformamos, nada peor que eso, de ninguna manera podemos renunciar a buscar maneras de salir de nuestras tribulaciones, tenemos que ser renuentes a aceptar alguna situación como definitiva a menos que Dios nos haya indicado que así es.


IV   LA FIDELIDAD A LA VERDAD (Ver 9 – 13 - 18 – 22).


A. Cuando el copero cuenta el sueño a José recibe su interpretación podemos decir que esta es una interpretación alegre, profetiza felicidad; mas cuando le da la interpretación al panadero esta es una interpretación fatal pues le profetiza su muerte. Ambas interpretaciones son mensajes de Dios para estos dos hombres (Ver 8) estas palabras son una afirmación en cuanto a que es Dios quien puede interpretar los sueños. Entonces, lo que se hace notar aquí es que muy a pesar de su situación José está dispuesto a ser un mensajero de Dios y a decir lo que sea que Él le dé. Él pudo haber escondido el mensaje al panadero por miedo o conveniencia pero no fue así, José era un mensajero fiel.

B. Muchas veces nos sucede que en medio de las tribulaciones queremos dejar de servir a Dios, de ser sus mensajeros, nos desanimamos, a veces hasta renegamos. No podemos cometer este error, servimos a Dios como en el matrimonio en las buenas y en las malas.


Conclusiones:

A. No dudes nunca que en medio de tus tribulaciones Dios está contigo ¿lo has dudado?; no olvides nunca que en medio de la prueba una de las buenas y mejores cosas que puedes hacer es servir a los demás ¿lo haces, lo has hecho?, no olvides que en medio de los problemas que te toque vivir debes renunciar a adaptarte y conformarte ¿te has adaptado, te estas adaptando?, no olvides que en medio de tus dificultades el servicio en el ministerio es innegociable ¿has pensado en abandonar?

VERSIÓN LARGA

El polvo del camino, la arena que se pegaba a los pies, el sol implacable sobre la nuca. La vida de José, antes un tapiz de colores vibrantes, ahora se deshilachaba en tonos grises y ocres. De la casa de su padre, donde los sueños tejían un manto de predilección, a la oscuridad de un pozo; de la venta despiadada a la esclavitud en una tierra extranjera, Egipto, donde los dioses eran otros y los nombres se pronunciaban con acentos ajenos. Y luego, el ascenso, tenue pero real, en la casa de Potifar, el capitán de la guardia, un respiro, una promesa de orden en el caos. Pero la traición, esa sombra que acecha en los rincones más inesperados, se cernió sobre él. La mujer de Potifar, con su mirada ardiente y su deseo desatado, lo arrastró a una trampa de calumnia y falsedad. Y así, de hijo preferido a esclavo, de esclavo a prisionero. La situación, a primera vista, no podía ser peor. Un hombre joven, arrancado de su hogar, vendido, acusado injustamente, ahora confinado entre muros de piedra, bajo la vigilancia constante, en la penumbra de una celda. La libertad, un recuerdo lejano, como el aroma de los campos de Canaán.

Sin embargo, la cárcel, ese lugar de encierro y desesperanza, sería, paradójicamente, un espacio muy especial en la vida de José. No un fin, sino un medio. No un castigo estéril, sino una escuela. Una escuela de vida, de fe, de carácter. Un crisol donde el oro de su espíritu sería purificado, donde las lecciones más profundas serían grabadas no en pergaminos, sino en el tejido mismo de su alma. Allí, en la quietud forzada, en la monotonía de los días que se arrastraban, José aprendería verdades esenciales, verdades que lo prepararían para el destino que le aguardaba, un destino que él, en su celda, aún no podía vislumbrar. Veremos, entonces, qué aprendió José en este lugar, qué lecciones nos ofrece su experiencia a nosotras, que a menudo nos encontramos en nuestras propias prisiones, sean estas de piedra o invisibles.

La primera y más fundamental de las lecciones, la que iluminaba la oscuridad de su confinamiento, fue la compañía de Dios. El versículo, un susurro de esperanza en medio de la adversidad, lo declara con una simplicidad conmovedora: "Pero Jehová estaba con José" (Génesis 39:21). No dice que Dios lo sacó de inmediato, ni que la injusticia fue revertida al instante. Dice que Dios estaba con él. Esta compañía no era una mera presencia pasiva, una observación distante. Era una presencia activa, dinámica, que se manifestaba en la misericordia que Dios le mostró, en su amor incondicional, en su benevolencia que se extendía incluso a través de los barrotes. Era el favor divino, una gracia que se derramaba sobre él, haciendo que el carcelero, el guardián de su encierro, lo tratara con bondad, le confiara responsabilidades, le otorgara una medida de autoridad dentro de los confines de la prisión. Es un eco del salmo que dice: "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo." Es la promesa que se cumple en la soledad más profunda, en la injusticia más flagrante. La presencia de Dios no elimina la prueba, pero la transforma. La celda sigue siendo una celda, pero con Él dentro, deja de ser un lugar de abandono y se convierte en un santuario, un aula.

Muchas de nosotras, en el peregrinaje de nuestra vida, tenemos que vivir la experiencia de la prisión. No siempre son muros de piedra y barrotes de hierro, pero pueden ser cárceles de enfermedad que nos confinan al dolor, prisiones de soledad que nos aíslan del mundo, encierros de la desesperación que nos roban la luz, o cadenas de la injusticia que nos atan a circunstancias que no merecemos. A menudo, como en el caso de José, estas pruebas llegan injustamente, sin razón aparente, sin que hayamos provocado su llegada. Sin embargo, en medio de la opresión, del dolor, de la incomprensión, nunca debemos olvidar esta verdad inmutable: Dios estará con nosotras en cada una de ellas. Isaías 43:2 nos lo susurra con la voz de la promesa: "Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti." En cada prisión que la vida nos imponga, Él hará cosas tan especiales con nosotras como las que hizo con José. Cada lágrima derramada, cada noche en vela, cada momento de incertidumbre, es un mensaje, un eco divino que resuena en el silencio: "Yo estoy contigo." Esta certeza no es una negación del dolor, sino un bálsamo para el alma, una fortaleza que nos permite no solo soportar, sino también crecer y florecer en los lugares más áridos. Es la presencia que nos sostiene cuando todo lo demás se desmorona, la luz que brilla en la más densa oscuridad.

La segunda lección, forjada en la interacción humana dentro de los muros, fue la empatía con el triste. Sucedió que el copero y el panadero del Faraón, dos figuras de gran importancia en la corte real, llegaron a la cárcel. El copero, un cargo de inmensa confianza, era quien preparaba y probaba el vino del Faraón, una garantía contra el veneno, un consejero cercano. Similar era el panadero, responsable de la comida del rey. Ambos, por haber delinquido contra su amo, se vieron despojados de su estatus y confinados. Al llegar allí, fueron puestos al cuidado de José, una ironía del destino que los unía bajo la misma sombra de la adversidad (comparar Génesis 39:1 con 40:4, donde Potifar, el mismo que lo encarceló, lo puso a cargo). Una mañana, José los vio. No solo los vio con los ojos, sino con el corazón. Los vio tristes. Sus semblantes, antes quizás altivos o preocupados por los asuntos de la corte, ahora reflejaban una profunda aflicción. Y José, a pesar de su propia situación, a pesar de estar pasando por una de las peores tribulaciones de su vida, no se quedó mirándolos en tal condición. No se encerró en su propio dolor, no se sumergió en la autocompasión. En lugar de eso, se movió. Se acercó y les preguntó: "¿Por qué parece hoy mal vuestros semblantes?" Una pregunta simple, pero cargada de compasión, un puente tendido en medio de su propia aflicción. Se atrevió a inquirir, a preocuparse, a buscar aliviar la tristeza que los acongojaba.

Cuando nos encontramos en nuestra propia prisión, sea cual sea su forma, es fácil olvidarnos de los demás. La tendencia humana, en medio del sufrimiento, es aislarnos, replegarnos sobre nosotras mismas, caer en el egoísmo y la autocompasión. El dolor puede ser un velo que nos impide ver más allá de nuestras propias heridas. Pero quizás, lo más terapéutico que podemos hacer cuando pasamos por pruebas, cuando la vida nos golpea sin piedad, es precisamente servir a los demás. Es extender una mano, ofrecer una palabra de consuelo, escuchar con atención, incluso cuando nuestro propio corazón está quebrantado. Esto nos ayudará a desenfocarnos de nuestro propio problema, a romper el ciclo de la rumia y la queja, y a comprender que tal vez hay personas en situaciones peores que nosotros, que nuestro dolor, aunque real, no es el único en el mundo. Al servir, al mirar más allá de nuestra celda personal, encontramos una perspectiva renovada, una fuerza que no sabíamos que poseíamos. Es en el acto de dar que recibimos, en el acto de sanar que somos sanadas. La empatía, en la prisión, se convierte en una llave que abre no solo las puertas de otros corazones, sino también las de nuestro propio espíritu.

La tercera lección, una manifestación de la resiliencia del espíritu humano cuando es sostenido por la fe, fue la renuencia a aceptar. Después de interpretar el sueño del copero, José le dijo unas palabras que nos indican algo muy importante: que él no estaba a gusto en esa cárcel y que estaba buscando la manera de salir de ella (Génesis 40:14). Lo primero, que no estaba a gusto, parece obvio y de hecho lo es. ¿Quién podría estarlo en un lugar así? Pero lo segundo, que no había renunciado a luchar, a vivir, a buscar una salida, eso no es tan obvio. José había estado por algún tiempo pasando tribulaciones, no sabemos cuánto con exactitud, pero lo que sí podemos decir es que no se había rendido. No había permitido que la desesperanza se apoderara de su voluntad. Su espíritu no se había quebrado.

Muchas veces, cuando nos hemos encontrado por muchos años en alguna situación postrante, en una enfermedad crónica, en un trabajo sin futuro, en una relación estancada, en una deuda que nos ahoga, renunciamos a salir de ella y nos conformamos. La resignación se convierte en un manto pesado que nos cubre, y la pasividad en una cadena invisible. Nada peor que eso. De ninguna manera podemos renunciar a buscar maneras de salir de nuestras tribulaciones. Tenemos que ser renuentes a aceptar alguna situación como definitiva, como el final de la historia, a menos que Dios mismo nos haya indicado que así es. La fe no es pasividad; es una fuerza activa que nos impulsa a buscar la liberación, a orar sin cesar, a actuar con sabiduría y persistencia. La esperanza, anclada en la promesa de Dios, nos prohíbe conformarnos con menos de lo que Él tiene para nosotras. José, en su celda, no se dio por vencido. No se adaptó a la injusticia como su nueva normalidad. Mantuvo viva la llama de la esperanza, la convicción de que su historia no había terminado allí, que Dios tenía un propósito mayor para su vida. Y esa renuencia a aceptar la derrota, a conformarse con la prisión, fue lo que lo mantuvo en movimiento, lo que lo preparó para el momento en que la puerta se abriría. Es un recordatorio de que nuestra actitud ante la adversidad es tan crucial como la adversidad misma.

La cuarta y última lección, un testimonio de integridad y obediencia, fue la fidelidad a la verdad. Cuando el copero cuenta su sueño a José, recibe una interpretación alegre, una profecía de felicidad y restauración (Génesis 40:9-13). Mas cuando el panadero le da su sueño, la interpretación es fatal, una profecía de muerte inminente (Génesis 40:18-22). Ambas interpretaciones, tanto la buena como la mala, son mensajes directos de Dios para estos dos hombres (Génesis 40:8), y las palabras de José son una afirmación clara de que es Dios, y solo Dios, quien puede interpretar los sueños, quien revela el futuro. Lo que se hace notar aquí, de manera poderosa, es que muy a pesar de su propia situación, a pesar de su deseo de salir de la cárcel, José está dispuesto a ser un mensajero fiel de Dios y a decir lo que sea que Él le dé, sin importar cuán doloroso o inconveniente sea el mensaje. Él pudo haber escondido el mensaje al panadero por miedo a las represalias, por conveniencia, por el deseo de agradar, o simplemente por evitar el dolor de entregar una mala noticia. Pero no fue así. José era un mensajero fiel, un canal puro de la voluntad divina. Su integridad no se corrompió por el encierro ni por la desesperación.

Muchas veces nos sucede que en medio de las tribulaciones, cuando la vida nos aprieta, cuando las promesas parecen lejanas, queremos dejar de servir a Dios, de ser sus mensajeros, de compartir su verdad. Nos desanimamos, nos sentimos agotadas, a veces hasta renegamos de nuestro llamado. La tentación de abandonar el ministerio, de guardar silencio, de priorizar nuestra comodidad sobre la obediencia, es fuerte. Pero no podemos cometer este error. Servimos a Dios como en el matrimonio: en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Nuestra fidelidad no depende de nuestras circunstancias, sino de la fidelidad de Aquel a quien servimos. José, en la prisión, sin saber cuándo saldría, sin garantía de que el copero lo recordaría, siguió siendo un profeta, un intérprete de los designios de Dios. Su voz, aunque confinada, seguía siendo la voz de la verdad. Y esa fidelidad, esa inquebrantable adhesión a la palabra de Dios, fue parte de su preparación, una prueba de su carácter para el liderazgo que le esperaba.

El eco de la celda en el alma de José nos habla hoy, con una voz que atraviesa los milenios. Nos susurra verdades esenciales para nuestro propio peregrinaje de fe. No dudes nunca que en medio de tus tribulaciones, de tus prisiones invisibles, Dios está contigo. ¿Lo has dudado alguna vez? ¿Has sentido la soledad del abandono, la frialdad de la distancia, cuando en realidad Él estaba allí, a tu lado, en cada aliento? No olvides nunca que en medio de la prueba, una de las buenas y mejores cosas que puedes hacer, una de las más liberadoras, es servir a los demás. ¿Lo haces? ¿Lo has hecho? ¿Has buscado el rostro afligido de tu prójimo cuando tu propio corazón lloraba? No olvides que en medio de los problemas que te toque vivir, de las situaciones que parecen no tener fin, debes renunciar a adaptarte y conformarte. ¿Te has adaptado? ¿Te estás adaptando a una realidad que no es la voluntad de Dios para ti, a una vida de mediocridad espiritual? No olvides que en medio de tus dificultades, el servicio en el ministerio, tu llamado a ser luz y sal, es innegociable. ¿Has pensado en abandonar? ¿Has sentido la tentación de guardar tus talentos, de silenciar tu voz, de retirarte de la batalla?

José, el prisionero, el soñador, el fiel, nos muestra que la prisión no es el final, sino a menudo el crisol donde se forja el carácter, donde la fe se profundiza, donde la empatía se cultiva, donde la esperanza se aferra con más fuerza, y donde la fidelidad a la verdad se prueba y se confirma. Su historia es un recordatorio de que incluso en los lugares más oscuros, la presencia de Dios es la luz que nos guía, y nuestro propósito, aunque velado, sigue siendo una brújula que nos orienta hacia el destino que Él ha trazado para nosotros. Que el eco de su celda nos inspire a vivir con valentía, a servir con compasión, a esperar con paciencia y a permanecer fieles, sabiendo que en cada prisión, Él está con nosotros.



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