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BOSQUEJO - SERMÓN: ¿Predicas el Evangelio o lo VENDES? Jesús dijo: "De gracia recibisteis; dad de gracia" - EXPLICACION MATEO 10: 7 - 8


✝️Tema: Evangelismo y misiones. ✝️Titulo: 💡 ¿Predicas el Evangelio… o lo VENDES? ⚠️ Jesús dijo: "De gracia recibisteis; dad de gracia" ✝️Texto: Mateo 10: 7 – 16. ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz

Introducción:

A. Lemas. Cuando surge el deseo de hacer misión, vienen a nuestra cabeza muchas preguntas y la mayoría de ellas tiene que ver con el cómo: ¿Qué decir?, ¿Qué hacer?, ¿Cómo sostener?, ¿Qué estrategia usar? 

Estas preguntas las responderemos hoy, usando el pasaje que acabamos de leer:

(Dos minutos de lectura)

I. EL MENSAJE DE LA MISIÓN (ver 7)

A. Este pasaje tiene varios detalles interesantes:

a. Y yendo, hay que ir: no nos podemos quedar estáticos, hay que salir.

b. Predicar: hay que hablar (predicar es ‘pregonar, anunciar públicamente’), no podemos quedarnos callados, no podemos decir únicamente: “Yo predico con mi ejemplo”.

c. El Reino de los Cielos se ha acercado: este fue el mismo mensaje que predicaron Juan bautista (3: 2) y Jesús (4: 17). Como notamos, hay una palabra esencial en la predicación del evangelio: ¡arrepiéntete!


II. EL PODER DE LA MISIÓN (8a)

A. Mientras iban y predicaban, debían confirmar dicho mensaje con señales, prodigios y milagros. Aquí se nos habla de sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos, echar fuera demonios.

B. Dios ha prometido su poder, su respaldo a quienes serán sus mensajeros (Marcos 16: 17-18). Ahora nos toca a nosotros creerlo y usarlo para proclamar el evangelio. Dios sigue haciendo milagros a través de la oración de fe (1 Corintios 2: 4-5).


III. EL PRECIO DE LA MISIÓN (8b-10)

A. El texto nos dice algo muy importante: “… de gracia recibisteis”. Esto puede referirse al menos a dos cosas: en primer lugar, a que el discipulado que ellos habían recibido de Jesús había sido gratis o que el poder para realizar estas proezas se debía a la gracia de Dios; creo que ambas son ciertas. En consecuencia, ellos debía ofrecer lo que habían recibido gratis, no debían cobrar por lo que hacían.

Al contrario, ellos debían confiar en la provisión de Dios, debían estar seguros de que si el obrero es digno de su salario, Dios no los iba a desamparar.

B. Ninguna persona debe cobrar por predicar o por hacer la tarea que Dios le encomendó: la predicación del evangelio no es un negocio. La razón de esto es que si alguien sirve a Dios, debe saber que el don, talento o llamado que tenga lo recibió de Dios gratis y por eso debe darlo gratis. Alguien dijo alguna vez: “Si Dios te ha llamado, tres cosas te seguirán: las señales, las gente y el dinero”.

C. Esto no quiere decir que un ministro del señor no pueda recibir una remuneración por su trabajo: la Biblia es clara (1 Corintios 9: 14; 1 Timoteo 5: 18; Juan 3: 5-8).


Conclusiones:

La misión evangelizadora es un llamado a actuar con valentía y fe, predicando el arrepentimiento y confiando en el poder de Dios, quien respalda nuestra labor con señales y milagros. Es fundamental recordar que todo don y llamado proviene de la gracia de Dios, y por ello debemos servir sin cobrar, ofreciendo el evangelio gratuitamente. La verdadera misión requiere compromiso, fe y humildad, siempre confiando en la provisión divina y en el respaldo de Dios en nuestra labor.

VERSIÓN LARGA
Cuando el deseo de hacer misiones se despierta en nuestros corazones, es inevitable que surjan preguntas que pueden parecer abrumadoras. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? ¿Cómo sostenernos en esta labor? ¿Qué estrategias debemos utilizar para alcanzar a aquellos que aún no conocen el mensaje del evangelio? Estas cuestiones son fundamentales y, a menudo, pueden determinar el éxito o el fracaso de nuestra misión. Sin embargo, podemos encontrar respuestas claras y poderosas en las enseñanzas de Jesús, que nos guían en el camino del evangelismo y las misiones. En Mateo 10:7-16, encontramos un pasaje que ilumina el propósito y la esencia de nuestra labor como mensajeros del Reino de Dios.

Cuando Jesús envió a sus discípulos, les dio instrucciones claras y precisas. "Y yendo, predicad", les dijo. La primera lección que podemos extraer de este mandamiento es que hay un movimiento implícito: debemos salir, no podemos quedarnos estáticos. La misión no se realiza desde la comodidad de nuestras iglesias o hogares; requiere que nos levantemos y vayamos a donde se encuentran aquellos que necesitan escuchar el evangelio. El mensaje de salvación no se predica en silencio o en la seguridad de nuestras comunidades; se debe proclamar con valentía y determinación.

Además, es esencial que no solo nos limitemos a vivir el evangelio, sino que también lo compartamos verbalmente. Muchos a menudo dicen: "Yo predico con mi ejemplo", pero el pasaje nos desafía a ir más allá de eso. El evangelio es un mensaje que debe ser anunciado, pregonado, y no podemos quedarnos callados. Jesús mismo nos dio el ejemplo de predicar el Reino de los Cielos, un mensaje que incluye la llamada al arrepentimiento. Este es un aspecto crucial de nuestra labor: invitar a las personas a cambiar de dirección, a volverse hacia Dios y alejarse del pecado.

Mientras los discípulos iban y predicaban, se les dio la autoridad de confirmar su mensaje con señales y prodigios. En Mateo 10:8, se nos menciona que debían sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y echar fuera demonios. Aquí encontramos el poder de la misión. La proclamación del evangelio no es solo un acto de palabras; debe ir acompañada de la manifestación del poder de Dios. Esto no es un aspecto opcional, sino una parte integral de nuestro llamado. Dios ha prometido su respaldo a aquellos que son sus mensajeros, tal como se menciona en Marcos 16:17-18, donde se nos dice que aquellos que creen en Él harán cosas extraordinarias.

Es importante que seamos conscientes de que Dios sigue haciendo milagros hoy en día. A través de la oración de fe y la acción valiente, podemos ser instrumentos de su poder. En 1 Corintios 2:4-5, Pablo nos recuerda que su predicación no fue con palabras persuasivas de sabiduría humana, sino con demostración del Espíritu y de poder. Esto significa que nuestra confianza debe estar en la capacidad de Dios para respaldar nuestra labor.

Sin embargo, aunque el poder de Dios está presente, también debemos comprender el precio de la misión. En Mateo 10:8, Jesús dice: "De gracia recibisteis; dad de gracia". Este es un principio fundamental en el evangelismo y las misiones. La gracia que hemos recibido de Dios no fue comprada ni ganada; es un regalo inmerecido. Por lo tanto, no debemos cobrar por lo que hemos recibido gratuitamente. No importa si se trata del mensaje del evangelio, de los dones espirituales o de las bendiciones que Dios ha derramado sobre nosotros; todo proviene de su gracia.

El hecho de que el discipulado que los discípulos habían recibido de Jesús fue gratuito implica que deben ofrecer lo mismo a los demás. No podemos poner un precio al evangelio, ni convertirlo en un negocio. La predicación del evangelio no debe ser vista como un medio para enriquecerse, sino como un llamado a servir y a dar. La provisión de Dios es suficiente para quienes están comprometidos con su misión. Si confiamos en que el obrero es digno de su salario, debemos también confiar en que Dios proveerá para nuestras necesidades mientras cumplimos con su mandato.

Es crucial entender que, aunque un ministro del evangelio puede recibir una remuneración por su trabajo, no debe estar motivado por el lucro. La predicación del evangelio, como se menciona en 1 Corintios 9:14, debe llevarse a cabo con un corazón puro y desinteresado. Recibir apoyo financiero no es lo mismo que cobrar por el servicio de Dios. La diferencia radica en la motivación con la que servimos. Si Dios nos ha llamado, debemos estar dispuestos a dar lo que hemos recibido de gracia, sin esperar nada a cambio.

El evangelismo y las misiones requieren un compromiso sincero y una fe inquebrantable. Es un llamado a actuar con valentía, a ir a donde Dios nos envía y a predicar el arrepentimiento y la salvación. En este viaje, es fundamental recordar que nuestro éxito no depende de nuestras habilidades o estrategias, sino del poder de Dios que respalda nuestra labor. Cuando nos disponemos a salir y predicar, debemos hacerlo con la certeza de que Dios está con nosotros. No estamos solos en esta misión; Él es quien nos envía y nos capacita.

Además, esta misión no se trata solo de números o estadísticas; se trata de vidas transformadas. Cada persona que escucha el evangelio tiene una historia, una necesidad y un deseo de encontrar esperanza. El desafío es que no solo compartamos el mensaje, sino que lo hagamos de manera que resuene en el corazón de quienes nos rodean. El amor y la compasión deben ser el motor detrás de nuestro mensaje. Cuando se trata de evangelismo, recordemos que somos embajadores de Cristo, y nuestra tarea es reflejar su amor y gracia.

En conclusión, el llamado a la misión es un recordatorio poderoso de la gracia que hemos recibido. De gracia hemos sido salvados, y de gracia debemos compartir el mensaje del evangelio con los demás. La labor de evangelizar no es un simple deber; es una oportunidad para experimentar la grandeza de Dios en acción. Al salir a predicar, no solo estamos llevando un mensaje, sino que estamos extendiendo la mano de Dios a aquellos que se encuentran en la oscuridad. Que cada uno de nosotros, inspirado por el poder del Espíritu Santo, se levante con el deseo de ir y dar de gracia lo que por gracia hemos recibido. En este viaje, confiemos en la provisión divina y en el respaldo de Dios mientras nos comprometemos a vivir el evangelio y compartirlo con un mundo que desesperadamente lo necesita.

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