✝️Título: Contradicciones de la Biblia. ✝️Texto: Juan 5:39. ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz
I CONTRADICCIÓN: JUAN 3:22 comp JUAN 4:2; MATEO 8:5 comp LUCAS 7:3; MATEO 20: 20 – 21 comp MARCOS 10: 35 – 37
II CONTRADICCION: MATEO 20: 29 – 34 comp. MARCOS 10: 46 52 comp Lucas 18: 35 – 43
III CONTRADICCION: GÉNESIS 37:28, 37:36 y 39:1
El mundo es un río de espejismos, un eco que se disuelve en el viento. Y en este tumulto de voces fugaces, el buscador de la verdad se aferra a la Palabra, a esa roca escrita que promete ser un ancla en la marea. Pero a veces, en el vasto lienzo de las Escrituras, aparecen sombras y destellos que parecen no encajar. Un versículo aquí, un pasaje allá, que se miran de soslayo como extraños en una encrucijada. El escéptico los señala con un dedo frío y los llama “contradicciones”, una grieta en el fundamento de nuestra fe. Y el corazón del creyente, en su soledad, se estremece.
Pero la Biblia, hermanos míos, no es un libro de lógica fría, sino un tapiz tejido con hilos de la eternidad. Cada hilo, cada color, cada nudo tiene su lugar en la obra maestra. Lo que a nuestros ojos finitos parece una contradicción, una fisura en el mármol, a menudo es simplemente la perspectiva de un testigo diferente, el susurro de una verdad más grande. Es un llamado a no quedarnos en la superficie, sino a sumergirnos en la corriente, a entender el lenguaje del Espíritu. No buscamos peces ya limpios y listos para comer, sino que aprendemos a pescar en las profundidades. "Escudriñad las Escrituras", nos dijo la voz en Juan 5:39, "porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna". Es una invitación a la exploración, no a la resignación.
Hoy, caminaremos sobre el puente de la duda y lo cruzaremos para llegar a la orilla de la certeza. Observaremos esas aparentes tormentas en el horizonte y descubriremos que son solo nubes pasajeras que no empañan la luz del sol.
La sinfonía de los testigos y la autoridad invisible
Piensen en una ciudad. El presidente ordena construir un puente. Los ingenieros trazan los planos, los obreros levantan las vigas, las máquinas rugen bajo el sol. Y al final, cuando el puente se yergue majestuoso, la gente dice: "El presidente construyó el puente". ¿Es una mentira? Por supuesto que no. Es el lenguaje de la autoridad, la voz que atribuye el mérito al responsable, aunque sus manos no tocaran ni un solo ladrillo. Es la verdad desde la perspectiva del poder.
Este mismo eco resuena en la sinfonía de los Evangelios. En Juan 3:22 y 4:2, la Palabra nos presenta una escena que, a primera vista, parece un enigma. Se nos dice que Jesús y sus discípulos bautizaban, pero luego se aclara que "Jesús no bautizaba, sino sus discípulos". ¿Contradicción? No, mi amigo. Es la voz de la autoridad. Los discípulos bautizaban bajo el mandato y la bendición de Jesús. La acción les era delegada, pero la responsabilidad y el poder provenían de Él. Es un retrato de la labor del Reino: un solo líder, una multitud de manos obedientes.
De la misma forma, las historias del centurión en Mateo 8:5 y Lucas 7:3 son como dos espejos que reflejan la misma luz desde ángulos ligeramente distintos. Mateo nos dice que el centurión vino personalmente a Jesús, mientras que Lucas dice que "envió a unos ancianos de los judíos". ¿Cuál es la verdad? Ambas lo son. En el lenguaje de aquella época, y en el nuestro, es común atribuir a una persona la acción de aquellos a quienes delega. El centurión, con su autoridad, inició la petición. Su corazón afligido habló a través de los mensajeros. Él fue la voz, ellos el eco. Es la verdad vista a través de la lente de la jerarquía y la responsabilidad. El corazón de la petición era el del centurión, aunque las palabras salieran de otras bocas.
Y qué decir de la madre de los hijos de Zebedeo, que en Mateo 20:20-21 se postra ante Jesús para pedir los lugares de honor para sus hijos, mientras que en Marcos 10:35-37 son los propios hijos, Jacobo y Juan, quienes se lo piden. La respuesta es un susurro al corazón: ¿acaso puede una madre actuar sin la sugerencia o el deseo de sus hijos? ¿O acaso pueden dos hermanos actuar sin la bendición de su madre, cuyo anhelo es el suyo? No hay contradicción aquí, sino una visión más completa de la dinámica familiar. Mateo nos muestra el corazón de la madre, el motor de la súplica, mientras que Marcos nos revela las voces de los hijos, la manifestación directa del deseo. Son dos visiones del mismo anhelo, dos versos que forman una sola canción.
El milagro en la encrucijada y los ojos que ven la luz
Avanzamos en nuestro camino, y nos encontramos con un milagro que parece moverse en el tiempo y el espacio. En Mateo 20:29-34, Jesús cura a dos ciegos cuando salía de Jericó. En Marcos 10:46-52, es un solo mendigo ciego, Bartimeo, quien es sanado al salir. Y en Lucas 18:35-43, un ciego es curado cuando se acercaba a la misma ciudad. Tres narraciones, tres visiones. ¿Dónde está la verdad?
La respuesta a la pregunta "¿cuántos ciegos?" reside en la especificidad del relato. Lucas menciona "un ciego", Marcos se acerca y le pone nombre: "un mendigo ciego llamado Bartimeo". Mateo, con una visión más amplia, nos dice que eran "dos ciegos". ¿Acaso la mención de un nombre específico en Marcos y Lucas anula la existencia del segundo en Mateo? No, hermanos. Es como si estuvieran contando la historia de un concierto. Uno dice: "Vi a Bob Dylan en el escenario", otro dice: "Vi a Bob Dylan y su banda". El segundo relato no invalida al primero, simplemente añade un detalle. Mateo, en su relato, es más inclusivo, dándonos el número completo de los que recibieron la gracia. Es la misma luz, vista desde el lente de la particularidad y la generalidad.
Y el misterio de la ubicación, "¿saliendo o acercándose?", es una llave que abre una puerta a la geografía de la fe. Nos obliga a levantar la vista de las letras y contemplar el mundo en que sucedieron los milagros. En la Jericó de aquella época, existían dos ciudades: la antigua Jericó, la que Josué conquistó, y la nueva, la Jericó romana, construida a poco más de un kilómetro de distancia. Es probable que Jesús y sus discípulos salieran de una ciudad y, en el camino hacia la otra, sanaran a los ciegos. El milagro ocurrió en la encrucijada, en el espacio sagrado entre dos Jericós. Por eso, unos pudieron decir que fue al salir, y otros que fue al acercarse. Es una verdad que se revela con un mapa en la mano, un recordatorio de que la Palabra de Dios no es un mito flotante, sino una historia enraizada en el polvo, la geografía y el tiempo.
Los nombres en el desierto y el pacto de sangre
Finalmente, nos adentramos en el Génesis, en el desierto donde la historia de José se desarrolla bajo un sol abrasador. En el relato de su traición, la confusión parece acechar. En Génesis 37:28 se nos dice que los ismaelitas lo sacaron del pozo, pero en 37:36, se nos informa que los madianitas lo vendieron a Potifar. Más tarde, en 39:1, se nos dice que Potifar lo compró a los ismaelitas. Los nombres se entrelazan como las dunas del desierto, y nos preguntamos: "¿Quién lo vendió, los ismaelitas o los madianitas?"
Aquí, la respuesta no está en una contradicción, sino en la genealogía y la cultura. Ismael, hijo de Abraham con su sierva Agar, y Madián, hijo de Abraham con su concubina Cetura, eran hermanos de pacto y descendientes de un mismo patriarca. Sus tribus, en la vastedad del desierto, se movían, se mezclaban y comerciaban. Es muy probable que los términos "ismaelita" y "madianita" fueran utilizados de forma intercambiable por los narradores para referirse a estas caravanas de comerciantes que descendían de la misma línea de sangre. Es como si hoy habláramos de un grupo de personas de "América del Norte" o de "Canadá". Una es una designación más amplia, la otra más específica, pero ambas pueden referirse al mismo grupo en ciertos contextos. No es un error, es un sinónimo. Es una verdad que nos invita a estudiar no solo el texto, sino el linaje, la historia y la cultura del pueblo de Dios.
El llamado del buscador
Así que, mis hermanos, cuando alguien se les acerque con el frío alegato de un error en la Biblia, no se apresuren a defenderse. Mírenlos con compasión, como quien ha visto una sombra y cree que es el fin de la luz. En lugar de ello, invítenlos a un viaje, a una búsqueda.
Primero, estudien devotamente las Escrituras. Es el fundamento. La primera respuesta siempre está en la Palabra misma, si la observamos con un corazón sincero y sin prisas. Segundo, investiguen con diligencia. Utilicen los comentarios bíblicos, busquen la geografía de los textos, lean la historia de los pueblos. Los tesoros de la comprensión están ahí para el que los busca. Tercero, pregunten a sus pastores y líderes. No hay vergüenza en buscar la sabiduría de aquellos que han caminado por este sendero antes que nosotros. Y, por último, si después de todo, la respuesta sigue eludiendo la claridad total, no teman. Confíen en Dios. Confíen en la verdad de Su Palabra. Sepan que existe una respuesta que simplemente aún no han descubierto.
La Biblia no es un rompecabezas con piezas faltantes, sino un tapiz de una belleza tan profunda que no podemos verla toda a la vez. Cada aparente contradicción es una invitación a la fe, a profundizar en la confianza de que el Autor sabe lo que hace. El que escribió el universo con una palabra, escribió su Palabra con un propósito. Y en ese propósito, no hay error, no hay contradicción, solo una verdad inmutable que nos espera.
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