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✝️BOSQUEJO - ✝️SERMÓN - ✝️PREDICA: ✝️LA HOSPITALIDAD DE ABRAHAM✝️

✝️Tema: Génesis. ✝️Titulo: La hospitalidad de Abraham. ✝️Texto: Génesis 18: 1 - 8. ✝️Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz 

Introducción:

A. Dios ha mandado a los cristianos a ser misericordiosos, benevolentes,compasivos, a ayudar a los necesitados. (1 Pedro 4:9; Hebreos 13: 2 - 3). 

B. En este texto encontramos a abraham en una acto de misericordia dando hospitalidad a unos peregrinos que sin saberlo él eran Dios y dos ángeles, lo que Abraham hace con estos hombres se convierte en una guía sobre como debemos practicar la hospitalidad.

I. INICIATIVA (Ver 2)


A. Notamos en el relato que Abraham corrió a pedirles a los peregrinos que les permitiese servirles. Conforme a la costumbre de la época y aun hoy día entre los beduinos donde la hospitalidad era una costumbre bien dada y bien recibida

B. De la misma manera cuando nosotros vayamos a servir a alguien debemos tomar la iniciativa. La mejor ayuda es aquella que se da sin que a uno se la pidan.


II. RESPETO (Ver 2 - 3)


A. Abraham corre y se postra ante los peregrinos. Tenga en cuenta que aparentemente el no sabe que estas personas son seres celestiales, pero aparentemente si sabe que son personas muy importantes ya que en aquel entonces cuando un visitante era de rango inferior el hospedador se limitaba a levantarse y nada mas; pero cuando el visitante era de rango superior este se levantaba, caminaba a su encuentro, le hacia una reverencia y en medio de bienvenidas lo conducía a la tienda.

B. Dios nos ha mandado a que todo lo que hagamos lo hagamos para Él y que aprendamos a ver a Jesús en el necesitado por eso y por la dignidad de la persona humana debemos tratar con amor y respeto a todo aquel que se nos de la oportunidad de ayudar sin importar su rango. No debemos hacerlo con asco o de malagana pues si es así, mejor no hacer nada.


III . EXCELENCIA   (Ver 4 - 8)


A. Varios detalles en el relato nos muestra la diligencia con que Abraham sirvió a estas personas:

1. Lo hizo de  prisa (Ver 2,4,6,7) donde encontramos una serie de verbos que nos indican la rapidez con que él hizo las cosas

2. En le verso 6 nos damos cuenta que fue Sara quien hizo el pan. Pudiendo encargar de esto a uno de sus tantos criados o criadas le pide a Sara que lo haga. en otras palabras, la persona mas importante de la casa hace el pan.

3. En el verso 7 Abraham va y escoge un becerro un buen becerro. Tenga en cuenta, que la mayoría de comidas en aquel entonces no contenían carne, esta se reservaba solo para ocasiones especiales y aun mas un becerro era guardado para ocasiones especialisimas.

B. Todo esto nos indica que cuando vayamos a ejercer un servicio para algún necesitado debemos hacerlo con Diligencia y excelencia.


Conclusiones:

La hospitalidad de Abraham, marcada por la iniciativa, el profundo respeto y la excelencia en el servicio, es una guía para nosotros. Nos llama a la misericordia activa, tratando a cada persona con dignidad y amor, sirviendo a Dios a través de ellos, con diligencia y sin reservas. Un modelo para hoy.

VERSIÓN LARGA

El sol de mediodía, un calor denso en la llanura de Mamre. Abraham, sentado a la entrada de su tienda, buscando la leve brisa. La vida, en su rutina. De repente, tres hombres. Extranjeros. Peregrinos. Aparecen a la distancia. Una visión común en el desierto, viajeros buscando sombra, agua, un poco de sustento. La ley de Dios, y la costumbre de la tierra, se entrelazan en un mandato claro: ser misericordiosos, benevolentes, compasivos. Ayudar al que necesita. 1 Pedro 4:9, Hebreos 13:2-3. No son meras sugerencias. Son el pulso de un corazón que entiende el amor.

Pero lo que sucede después, en ese Génesis 18, va más allá de la mera costumbre, de la simple obediencia a una norma. Es un acto de misericordia tan profundo, tan instintivo, que revela el corazón de un hombre. Abraham, sin saberlo, sin la menor idea, está dando hospitalidad a Dios mismo, camuflado en forma humana, y a dos ángeles. Lo que Abraham hace con esos tres hombres, en ese caluroso mediodía, se convierte en algo más que una anécdota. Se convierte en una guía. Una lección viva. Sobre cómo nosotros, hoy, debemos practicar la hospitalidad. No la hospitalidad de salón, sino la que transforma.


Y lo primero que nos golpea, en el corazón del relato, es la iniciativa.

Abraham no espera. No se queda sentado, observando si los extraños se acercan lo suficiente como para pedir. No. El texto lo dice con una fuerza que sorprende: Abraham corrió. No caminó pausado. No esperó a que llegaran. Corrió. A pedirles a esos peregrinos, que parecían tan solo viajeros agotados, que le permitiesen servirles. Es un acto que desafía la pasividad. Una urgencia que surge del alma. Una invitación que se adelanta a la necesidad.

Y esto no es menor. Pensemos en la costumbre de la época, y en la de los beduinos aún hoy. La hospitalidad era una ley. Una red de supervivencia en el desierto. Daba seguridad. Pero Abraham no se limita a cumplir un protocolo. Él se adelanta. Ofrece antes de que se pida. Rompe la barrera del yo, de la comodidad. Se expone. Se ofrece.

De la misma manera, cuando nosotros nos proponemos servir a alguien, cuando la necesidad de otro se asoma en el horizonte de nuestra visión, debemos tomar esa misma iniciativa. La mejor ayuda, se nos ha dicho, es aquella que se da sin que a uno se la pidan. Es la ayuda que anticipa el grito silencioso. La que percibe la necesidad antes de que la voz pueda articularla. Es un acto de amor proactivo. De misericordia que no espera invitaciones, sino que las crea. Es salir de uno mismo, de las propias preocupaciones, para correr al encuentro del otro. Para ofrecer lo que se tiene, antes de que el otro se atreva a pedirlo. Es un corazón sensible que se mueve.


Y luego, de la iniciativa, emerge el respeto. Un respeto que, a primera vista, parece desproporcionado.

Abraham corre, sí, pero al llegar a ellos, se postra ante los peregrinos. No es un simple saludo. Es una reverencia profunda. Un acto de humildad. Es fundamental notar esto: aparentemente, él no sabe, en ese momento, que estas personas son seres celestiales. No hay un brillo sobrenatural evidente. Pero, aparentemente, sí sabe, o lo intuye, que son personas muy importantes. De rango superior. La costumbre de aquel entonces era clara: si el visitante era de rango inferior, el anfitrión se limitaba a levantarse, quizás un leve movimiento de cabeza, y nada más. Pero cuando el visitante era de rango superior, el anfitrión se levantaba, caminaba a su encuentro con pasos firmes, le hacía una profunda reverencia, y en medio de bienvenidas efusivas, lo conducía con honores a su tienda. La acción de Abraham, entonces, es una muestra de sumo respeto. De honor. No a lo que ve, sino a lo que percibe del otro. Una dignidad inherente.

Y aquí, la lección se vuelve espejo. Dios nos ha mandado a que todo lo que hagamos, lo hagamos para Él. No hay acción pequeña. No hay servicio insignificante. Y, más aún, nos ha enseñado a aprender a ver a Jesús en el necesitado. En el forastero. En el que sufre. En el que pide. Mateo 25 resuena. "Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis." Por eso, y por la dignidad inalienable de la persona humana, esa dignidad que toda vida, sin excepción, posee por ser creación e imagen de Dios, debemos tratar con amor y respeto a todo aquel a quien se nos dé la oportunidad de ayudar. Sin importar su rango. Su condición social. Su apariencia. Su credo.

No debemos hacerlo con asco. No con una mueca. No de mala gana. Como si fuera una carga. Como si el acto de servicio fuera una obligación pesada. Si es así, si el corazón no está en ello, si el alma se resiste con desprecio o fastidio, mejor no hacer nada. Porque el servicio sin amor, sin respeto, es vacío. Es una ofrenda sin alma. Deshonra al que lo recibe y deshonra al Dios que lo manda. El servicio verdadero nace de un corazón que reconoce en el otro, no solo una necesidad, sino una chispa de lo divino. Una vida valiosa. Digna de toda atención. De toda honra.


Y finalmente, el pináculo de la hospitalidad de Abraham: la excelencia.

Los detalles en el relato no mienten. Nos muestran una diligencia que raya en lo extraordinario. Abraham no solo ofrece. Ofrece lo mejor. Y lo hace con prisa. Los verbos se acumulan, uno tras otro, revelando la velocidad con que se mueve: "corrió" (v. 2), "se apresuró" (v. 6), "se apresuró" (v. 7). No hay titubeo. No hay pereza. Hay un anhelo de servir que impulsa cada acción. La prontitud es una señal de honor.

Y en el verso 6, un detalle que habla volúmenes: fue Sara quien hizo el pan. Abraham, el patriarca, el hombre rico, con "tantos criados o criadas" a su disposición, le pide a su esposa, a la persona más importante de la casa, que amase y prepare los panes. No delega la tarea a un sirviente. Eleva la ofrenda. La persona más importante de la casa participa directamente en la preparación. Es un sello de calidad. De dedicación. Es el corazón de la familia, no solo sus recursos, lo que se pone al servicio.

Y luego, el becerro. En el verso 7, Abraham va y escoge un becerro. No cualquier becerro. Un buen becerro. Y lo hace con una urgencia que no se ve en otras tareas cotidianas. Debemos entender el contexto. En aquel entonces, la mayoría de las comidas no contenían carne. La carne era un lujo. Se reservaba solo para ocasiones especiales. Y un becerro, un becerro tierno y gordo, era algo guardado para ocasiones especialísimas. Para celebrar una boda, la llegada de un rey, o un acontecimiento de magnitud. Abraham no ofrece lo que le sobra. No da las sobras. No da lo mínimo. Ofrece lo mejor de lo mejor. Un sacrificio de abundancia. Un festín. Para tres peregrinos polvorientos que acaban de aparecer en el camino.

Todo esto. Cada uno de estos detalles. Nos indica que cuando vayamos a ejercer un servicio para alguien necesitado, para cualquier persona que requiera de nuestra ayuda, debemos hacerlo con diligencia y excelencia. Con la misma prontitud. Con la misma dedicación. Con la misma generosidad. No basta con dar. Debemos dar lo mejor de nosotros. No basta con hacer. Debemos hacer con el corazón. Con esmero. Con el compromiso de la calidad. Es ofrecer lo que se tiene como si se ofreciera a Dios mismo. Porque, de hecho, se está ofreciendo a Dios.


La historia de Abraham y los tres visitantes de Mamre, en Génesis 18, es un eco. Un eco que resuena a través de los milenios. No es solo un relato de hospitalidad en el desierto. Es un mapa. Una guía clara para nosotros. Para la vida de fe. Nos llama a la misericordia activa, a no esperar a que nos pidan, sino a correr. A buscar la necesidad. Nos insta a tratar a cada persona, sin excepción, con dignidad y amor, reconociendo en cada rostro la chispa divina, la dignidad humana, viendo a Jesús en el más pequeño de los nuestros. Y nos demanda servir con diligencia y excelencia, ofreciendo lo mejor, no las sobras, no de mala gana, sino con un corazón generoso y dispuesto. Es un modelo. Un desafío. Para vivir hoy. Con el corazón abierto. Con las manos dispuestas. ¿Estás listo para correr?


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