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📖BOSQUEJO - 📖SERMÓN - 📖PREDICA: 🏴‍☠️LOS PECADOS DE ABRAHAM🏴‍☠️

🏴‍☠️Tema: Génesis. 🏴‍☠️Titulo: Los Pecados de Abraham - parte uno. 🏴‍☠️Texto: Génesis 12: 10 – 20. 🏴‍☠️Autor: Pastor Edwin Guillermo Nuñez Ruiz.

Introducción:

A.  Es interesante estudiar la Escritura y descubrir que Abraham a pesar de su relación con Dios no era un hombre perfecto e inmaculado y mucho más en sus inicios, tenemos ante nosotros un hombre con pecados como cualquiera de nosotros, el texto que hoy vamos a analizar es uno que nos habla de esto

B. Vamos a dividir este pasaje en pecado, juicio y arrepentimiento.

(Dos minutos de lectura)

I. PECADO


A. En el texto encontramos para nuestra sorpresa no uno sino varios pecados que comete Abraham en este momento de su vida:

1. Falta de fe: (Ver 10) en lugar, de quedarse en Cannan y creer que en medio de la hambruna Dios le iba a sustentar, lo cual hubiera sido toda una escuela de fe, el decidió abandonar la tierra prometida, descender a Egipto y confiar mas en su propia habilidad. 

Apoyarnos en los hombres, en nuestras propias ideas pecaminosas etc, es un pecado.

2. Engendro pensamientos pecaminosos (Ver 11 – 13): Sus palabras nos hacen ver pensamientos consentidos, engendrados, en otras palabras, lo que estaba diciendo ya lo había pensado. 

Cuando pensamientos de maldad viene a nuestra vida y los consentimos esto es pecado.


3. Fue egoísta: Para salvarse el pensó en su bienestar y no le importo si su esposa adulteraba o era violada o deshonrada. 

Pensar solo en mi y lo que a mi me interesa en detrimento de los demás es pecado.

4. Fue tropezadero: es decir, incito a su esposa haciéndola pecar. 

Motivar a otros a pecar es pecado.

5. Fue cómplice de pecado: (Ver 14 - 15) Para que los hombres vieran su belleza Sarai debió mostrarla, una plausible solución a este problema era que Sarai se vistiera de manera modesta y así ocultar su belleza de esta manera no habrían tenido problemas Sin embargo, nos dice que ellos vieron que Sarai era bella. Varias hipótesis surgen:

a. Sarai no aceptaba los consejos de su esposos sobre el vestir y la modestia, Ella quería hacer notar su belleza para mostrarse atractiva y ser el centro de atracción.

b.  Ellos había planeado mostrar la belleza de Sarai para de esta manera atraer a los hombres y sus dotes.

Cualquiera que fuera el caso Abraham y Sarai permitieron que se mostrara su belleza y ellos aprobaron las miradas lujuriosas de los hombres. No solo motivar sino también ayudar a otros a pecar es pecado

6.  Engaño, mintió y robo al faraón: (Ver 16) a través de engañar a todos diciendo una media verdad el fue remunerado adecuadamente por el faraón y el hecho de que esta remuneración sea dad por medio del engaño la convierte en robo. 

Engañara y robar es pecado.


Cuanto pecado hubo en Abraham y, al confróntarnos nos damos cuenta que su historia no es muy distinta a la nuestra: somos llamados santos, hemos sido justificados, pero así y todo hay una realidad en nosotros con la cual tenemos que luchar a Diario, es el pecado.


VERSIÓN LARGA

Ha llegado el momento de desvestir al Padre. No al patriarca cubierto de gloria, de promesas y de estelas de fe, sino al hombre de carne temblorosa que se encontró con su propia sombra apenas había dado el primer paso de obediencia. Es fascinante, y al mismo tiempo una cura para la soberbia, descubrir en las primeras páginas de su leyenda que Abraham, el gigante de la fe, no era en absoluto un hombre inmaculado, un mármol recién pulido por la mano divina. Por el contrario, encontramos a un hombre lleno de la arcilla imperfecta que nos compone a todos, un ser cuyos inicios fueron un tropezón estrepitoso. El texto que hoy nos convoca, Génesis 12:10-20, no es la epopeya de un héroe, sino el relato íntimo y vergonzoso de un peregrino que, ante la primera incomodidad, decidió renunciar a la luz y descender a la oscuridad.

Nos encontramos, pues, ante el análisis de una caída, una espiral que se divide en el eco de un pecado, la severidad del juicio y la humillación que precede al arrepentimiento. Es un espejo doloroso, porque la historia de Abraham en Egipto no es sino la radiografía de nuestras propias debilidades.


El relato comienza con una catástrofe geográfica. Había una hambruna en la tierra. Dios había ordenado: "Sal de tu tierra y de tu parentela, a la tierra que Yo te mostraré," y Abraham había obedecido, había alzado un altar y había invocado el Nombre. Pero la obediencia inaugural encontró su némesis en la prueba de la sequía. La fe, que era un rumor en el corazón de Abraham, no resistió el peso áspero de la realidad.

Allí, en el versículo diez, encontramos la primera y más grave transgresión, el pecado fundacional que desencadenó toda la miseria posterior: la falta de fe.

Abraham debió haber permanecido en Canaán. Debió haber comprendido que la tierra prometida, aun cuando estuviera reseca, era el único lugar seguro, porque su seguridad no dependía de la humedad del suelo, sino de la palabra del Prometedor. Canaán, con su hambre, se le presentaba como la gran escuela, el aula donde el barro humano es moldeado para creer en la provisión invisible. Pero, en lugar de quedarse y aprender, de confiar que Dios sustentaría a su familia con maná, con cuervos, o con el rocío milagroso en medio de la hambruna, él decidió que su propia habilidad era un tutor más confiable que el silencio de Dios. Abandonó la geografía del pacto, descendió a Egipto, la cuna de la certeza humana, el vientre de la autosuficiencia, el granero del mundo conocido.

El descenso a Egipto no fue un movimiento estratégico; fue una rendición espiritual. Egipto es, en la Escritura, el eterno símbolo del mundo que se sostiene a sí mismo, de la carne que confía en sus arsenales y sus pirámides. Al descender allí, Abraham firmó un pacto con su propia habilidad y desconfió del Sustentador. ¡Cuántas veces repetimos ese mismo pecado! Cuando las crisis económicas nos acosan, cuando la enfermedad entra en casa, en lugar de aferrarnos al altar que edificamos, corremos a apoyarnos en la fortaleza del hombre, en nuestras propias ideas pecaminosas, en el consejo mundano, en la seguridad visible. Esta traición a la fe, este trueque de la palabra de Dios por el pan de Egipto, es el primer eslabón en la cadena de nuestra caída. .

Pero allí, en la quietud sofocante de su mente, el pecado no se detuvo en la acción exterior; se anidó en la incubación de la maldad. La falta de fe dio a luz al miedo, y el miedo parió la mentira. Los versículos once al trece nos revelan el proceso interior, el laboratorio de la perversión: Abraham engendró pensamientos pecaminosos. Su plan no fue improvisado; sus palabras nos hacen ver una trama consentida, una idea rumiada y finalmente aceptada. Lo que estaba diciendo a su esposa ya lo había sopesado, calculado y justificado en la oscuridad de su corazón.

Esto nos confronta con una verdad aterradora sobre la naturaleza del mal: el pecado de la acción siempre es precedido por el pecado de la meditación. Cuando los pensamientos de maldad, de juicio rápido, de engaño o de escape mundano vienen a nuestra vida y los acunamos, los vestimos y les damos ciudadanía en nuestra mente, ese acto de consentimiento es, en sí mismo, un pecado grave. Abraham se había convertido en el arquitecto de su propia desgracia antes de que esta tocara la puerta de Sarai. .

Y si el pecado comenzó en el intelecto, pronto se manifestó en el afecto, infectando la relación más sagrada. La trama concebida reveló su núcleo más corrosivo: el egoísmo.

"He aquí que sé que eres mujer de hermoso aspecto; y cuando te vean los egipcios, dirán: Su mujer es; y me matarán a mí, y a ti te dejarán viva. Ahora, pues, di que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa de ti, y viva mi alma por causa de ti."

El "me" y el "mí" resuenan en el texto con la sordidez de un tambor. Para salvar su propia vida, para garantizar su bienestar, Abraham no dudó en exponer a su esposa al peligro supremo. Él pensó en su propia supervivencia y no le importó si Sarai adulteraba, si era deshonrada o si era forzada. La esposa del pacto, la portadora de la promesa futura, se convirtió en una moneda de cambio, en un escudo humano para la cobardía de su esposo. Pensar solo en lo que a mí me interesa, en mi seguridad, en mi ganancia, en detrimento del bienestar o la dignidad de los demás, es el egoísmo que corroe el espíritu de la comunidad y del matrimonio. El hombre que había dejado su tierra por una promesa, ahora estaba dispuesto a sacrificar a su esposa para salvar su pellejo.

La espiral de la iniquidad se acelera, porque el egoísmo nunca es estéril; siempre siembra el mal en otros. Abraham no solo pecó solo, sino que fue tropezadero, incitando a su esposa a participar del engaño. La instigación a la mentira es el pecado de la complicidad, el acto de motivar a otros a pecar. El hombre de Dios le pidió a Sarai que se convirtiera en una actriz de la falsedad, en una cómplice de su propio riesgo.

Y la complicidad se hizo física, se hizo visible para el mundo egipcio. Los versículos catorce y quince son secos y devastadores: "Y aconteció que cuando entró Abram en Egipto, los egipcios vieron que la mujer era hermosa en gran manera. También la vieron los príncipes de Faraón, y la alabaron delante de Faraón."

Esto nos lleva al doloroso punto de la complicidad de pecado. Para que los hombres vieran y alabaran la belleza de Sarai, ella debió mostrarla, debió permitirse ser vista. Hay una hipótesis plausible que se cierne sobre esta escena: o Sarai, a pesar de los temores de Abraham, no aceptaba la idea de la modestia y quería hacer notar su belleza para ser el centro de atracción; o, peor aún, ellos habían planeado mostrar la belleza de Sarai para de esta manera atraer la atención de los hombres y las dotes que vendrían después.

Cualquiera que fuera la dinámica íntima de la pareja, el hecho es que Abraham y Sarai permitieron que se mostrara su belleza y ellos aprobaron las miradas lujuriosas de los hombres, sabiendo el peligro al que se exponían. No solo motivar, sino también ayudar a otros a pecar, al exponer lo que debe ser guardado, es pecado. La belleza, cuando se convierte en anzuelo en lugar de adorno, se torna en la trampa del alma. La complicidad en el pecado ajeno, al tolerar el exhibicionismo o al no poner límites modestos, es la negación de la santidad que el pacto exige.

El fruto más inmediato de esta cadena de faltas fue la mentira y el robo. Engañó, mintió y robó al Faraón. El versículo dieciséis revela la recompensa del engaño: "E hizo bien a Abram por causa de ella; y él tuvo ovejas, y vacas, y asnos, y siervos y siervas, asnas y camellos." A través de la media verdad —el engaño más peligroso— Abraham fue remunerado adecuadamente por el Faraón. Y el hecho de que esta remuneración sea dada por medio de la mentira y el ocultamiento de la verdad convierte esa riqueza en robo. La mentira es la tinta de la que se escribe el fraude. Engañar y robar, incluso si se hace con el disfraz de una transacción comercial legítima, es pecado ante el Dios de la verdad. El botín de Egipto no era una bendición; era el estigma de la transgresión, la prueba material de la cobardía.


Y así, el drama del pecado se transforma en la escena del juicio y la vergüenza. El Juicio no siempre llega con el rayo y el trueno; a veces, llega con la humillación sorda y la evidencia de la maldad. .

Abraham, el hombre llamado a ser bendición para todas las familias de la tierra, logró su objetivo mundano: le "fue bien" por causa de Sarai. Él acumuló ovejas y camellos. Había vendido su dignidad, pero había llenado sus alforjas. Y por un breve momento, pudo haber sentido la satisfacción helada de haber superado la crisis por su propia astucia.

Pero el cosmos moral no permite el triunfo del fraude. La consecuencia de su pecado golpeó primero la casa de un pagano, Faraón, el rey de Egipto. El Señor intervino en la historia con plagas grandes sobre la casa del Faraón por causa de Sarai. El juicio no cayó sobre Abraham, el causante del problema, sino sobre el inocente al que él había engañado. ¡Qué vergüenza! El hombre que era el depositario de la revelación de Dios trajo maldición y pestilencia a un hogar ajeno.

Y la humillación final llegó en la confrontación, el momento más amargo del juicio. Faraón, el rey pagano, se acercó a Abraham con una pregunta cargada de moralidad: "¿Qué es esto que has hecho conmigo? ¿Por qué no me declaraste que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome a mí en peligro de tomarla por mujer?"

El Juicio de Dios se manifestó en el hecho de que el hombre llamado a ser la luz del mundo fue corregido en ética y moral por el hombre de la oscuridad, por el pagano. El Faraón, con su asombro genuino, se convierte en el predicador improvisado, en el mensajero de la conciencia moral que Abraham había silenciado. El pecado de Abraham no solo puso en peligro a su familia, sino que deshonró el Nombre de Dios ante los gentiles. Él había sido llamado para mostrar la justicia y la verdad de un Dios diferente, pero terminó mostrando la misma cobardía y mezquindad que cualquier egipcio. La riqueza obtenida se sintió repentinamente vacía, la supervivencia lograda se sintió como una vida robada. La recompensa del engaño era ahora la prueba de su vergüenza. La verdadera pérdida de Abraham no fueron sus ovejas, sino su paz y su dignidad.

El final del pasaje es lapidario: "Entonces Faraón dio orden a su gente acerca de Abram; y le acompañaron, y a su mujer con todo lo que tenía." El Juicio se consuma en la expulsión. Abraham es echado de Egipto. Es un exilio de la vergüenza. Sus nuevos siervos, sus asnos, sus camellos, todos los bienes que había adquirido fraudulentamente, se convierten en la escolta material de su fracaso espiritual. Es una imagen de la profunda misericordia de Dios: a veces, el juicio más grande es la expulsión del lugar que no es nuestro hogar, y el recordatorio de que debemos volver al lugar de la promesa.


Y así, la historia de Abraham en Egipto se convierte en el mapa de nuestro Arrepentimiento y la ruta de nuestro retorno. .

Abraham fue obligado a iniciar el Ascenso. Salió de Egipto cargado de riqueza, sí, pero despojado de toda ilusión sobre su propia piedad. El retorno a Canaán no fue un viaje de triunfo; fue una peregrinación penitencial. El peso de los camellos y las ovejas mal habidas debía sentirse más pesado que el fardo más grande.

El arrepentimiento, en el corazón de Abraham, no fue solo un sentimiento; fue un acto de geografía espiritual. El texto en Génesis 13:4 lo narra con una sencillez brutal: "Y volvió al lugar del altar que había hecho allí antes; y clamó allí Abram el nombre de Jehová."

Este es el clímax de la lección. El verdadero arrepentimiento no es simplemente pedir perdón por el pecado (aunque eso es fundamental); el verdadero arrepentimiento es el retorno al altar que se abandonó. Es volver al lugar exacto donde la relación con Dios comenzó, al punto donde la fe fue real por primera vez, y clamar el Nombre de Jehová con la voz quebrantada por la vergüenza. Es la admisión de la derrota de la carne y el reconocimiento de la victoria de Dios.

Abraham no regresó para edificar un templo nuevo, sino para restaurar el altar antiguo, el símbolo de la comunión ininterrumpida que él mismo había roto. La lección para nosotros es incalculable: cuando la hambruna de la fe nos empuja a descender a nuestro propio Egipto (la autosuficiencia, la mentira, la complicidad), la única forma de volver es mediante el retorno a los fundamentos que abandonamos. Regresar al lugar donde dejamos de orar, donde dejamos de leer la Palabra, donde permitimos que la modestia se perdiera, y restaurar el altar de nuestra devoción.

La historia de Abraham nos conforta de una manera que ningún relato de un héroe inmaculado podría hacerlo. Cuánto pecado hubo en Abraham: falta de fe, egoísmo, engaño, cobardía. Y, al confrontarnos, nos damos cuenta de que su historia no es muy distinta a la nuestra. Somos llamados santos, hemos sido justificados, pero aún hay una realidad en nosotros con la cual tenemos que luchar a diario: el pecado. Somos, como Abraham, pecadores justificados que estamos en un constante proceso de retorno al altar.

Pero si la historia comienza con el fracaso del hombre, termina con la inquebrantable fidelidad de Dios. A pesar de la mentira de Abraham, Dios honró Su pacto, protegió a Sarai, y lo devolvió a la tierra de la promesa. La promesa de Dios no dependía de la perfección de Abraham, sino de la perfección del Carácter Divino. .

El legado de este pasaje es la esperanza. El Behemot de nuestras debilidades, la bestia de nuestra propia cobardía, ha sido expuesta. Pero la vergüenza de Abraham no fue el final de su historia. Su error nos enseña que el camino de la fe es un camino de caídas y restauraciones, un camino donde la gracia de Dios siempre tiene la última palabra, un camino donde, a pesar de que hayamos abandonado el altar, el Altar permanece esperándonos en el mismo lugar, listo para que volvamos a clamar el Nombre de Jehová. La vida cristiana es, ante todo, un constante ascenso desde el Egipto de la carne hacia la cumbre de la promesa, con los ojos fijos en Aquel cuya fidelidad es más grande que nuestra más profunda traición.


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

LA VIDA DE ABRAHAM NOS MUESTRA LA MISERICORDIA DE DIOS PUES SIENDO ABRAHAM HOMBRE IMPERFECTO COMO NOSOTROS FUE LLAMADO AMIGO DE DIOS. Y ESO ES ALGO QUE SOLO EL MISMO DIOS PUEDE OTORGAR. GRACIAS SEÑOR POR TU GRACIA Y TU AMOR.

Anónimo dijo...

Abraham nunca se arrepintió de lo que hizo (porque con el Rey Abimelec actuó igual), Dios nunca le recriminó sus andanzas y su forma tan descarada de robar y hacerse rico. Hoy te dicen los pastores.: Si tú pecas, tienes que confesar tu pecado ante la congregación y humillarte ante Dios ( esto sin mencionar que debes devolver lo que robaste). Pero Abraham, robaba y mentía y nunca Dios le recriminó nada. Nunca le quitó sus bienes mal habidos y él, jamás pensó en devolverlos. Y parece que el asunto era "de familia" porque unos años más tarde su hijo Isaac hace lo mismo...

comcrecri.blogspot.com dijo...

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