Ante la Grandeza Indomable de Dios: Tres Respuestas del Hombre
Introducción: El Eco de la Tormenta
"¿Alguna vez te paraste bajo un cielo amenazante, sintiendo la inmensidad de una tormenta que se avecina? El aire se carga, un trueno lejano retumba, y te das cuenta de lo pequeño que eres ante la fuerza de la naturaleza. Esa sensación de asombro y quizás un poco de temor es precisamente la que Eliú, intentaron despertar en él."
Eliú nos pinta un cuadro vívido de un Dios que está más allá de nuestra comprensión, un Dios que "hace grandes cosas, las cuales nosotros no entendemos" (Job 37:5). Esta detallada descripción de la creación, desde el trueno hasta el rocío, es una clara expresión del argumento teleológico: la evidencia de diseño y propósito en el universo apunta a un Diseñador inteligente y poderoso. Eliú nos muestra un Creador que controla cada gota de lluvia y cada copo de nieve, deteniendo la actividad humana para que, en esa pausa forzada, el hombre reflexione y se dé cuenta de la sabiduría y el poder detrás de todo lo creado.
Dos o tres versículos impresionantes de este pasaje, que nos invitan a la adoración y la humildad, son:
Job 36:26: "He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos, ni puede ser la suma de nuestros años igual a la grandeza de su poder."
Job 37:5: "Truena Dios maravillosamente con su voz; Él hace grandes cosas, las cuales nosotros no entendemos."
Job 37:23: "El Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder; y en juicio y en multitud de justicia no afligirá."
Hoy, ante esta magnitud inabarcable del Creador, nuestro propósito es explorar tres respuestas fundamentales y necesarias que el hombre debe tener frente a la grandeza de Dios, respuestas que nos llevarán de la admiración superficial a una transformación profunda de nuestra vida.
I. Reconocer Su Obra: La Respuesta de la Dependencia Total
Pasaje Central: Job 37:7
"Así sella la mano de todo hombre, para que todos los hombres conozcan su obra."
Explicación del Texto y Exégesis:
Eliú continúa describiendo el control absoluto de Dios sobre la naturaleza, mencionando la nieve y la lluvia (v. 6). Y luego afirma que Dios "sella la mano de todo hombre". Esta expresión es poderosa. Cuando cae una fuerte nevada o una lluvia torrencial, las actividades humanas se detienen, la mano del obrero es "sellada" o inmovilizada. Es una pausa forzada, una interrupción providencial en la rutina humana.
El propósito de esta interrupción es crucial: "para que todos los hombres conozcan su obra". Aunque hay una diferencia interpretativa sobre si "su obra" se refiere a la obra de Dios o a la propia debilidad del hombre, ambas lecturas nos llevan al mismo punto: la dependencia total de Dios. Ya sea para que el hombre contemple la obra de Dios en la creación, o para que se dé cuenta de su propia insignificancia y dependencia frente a los planes y la soberanía divinas. Es un recordatorio de que somos limitados y que el control final no está en nuestras manos, sino en las Suyas.
Aplicaciones Prácticas:
Acepta las "Pausas Forzadas" de Dios: Cuando la vida te imponga interrupciones inesperadas (una enfermedad, una crisis, un período de inactividad, una "tormenta" personal), no te frustres de inmediato. En lugar de luchar contra ellas, considéralas una oportunidad que Dios te está dando para "sellar tu mano" y recordarte Su soberanía. Usa esas pausas para reflexionar en Su control y tu dependencia de Él.
Libera el Control y Confía: Reconoce que no puedes controlar todos los aspectos de tu vida. Así como no puedes controlar la lluvia o la nieve, hay muchas cosas en tu destino que están fuera de tu alcance. Suelta la necesidad de controlarlo todo. Confía en la providencia de Dios, incluso cuando no la entiendas, sabiendo que Él está obrando "su obra" en ti y a través de ti.
Preguntas de Confrontación:
¿Cómo reaccionas cuando la vida "sella tu mano" y te fuerza a detenerte? ¿Te llenas de ansiedad y frustración, o usas esa pausa para reflexionar en la soberanía de Dios y tu dependencia de Él?
¿Estás dispuesto a soltar el control de aquellas áreas de tu vida que insistentemente tratas de manejar por ti mismo, y confiar plenamente en que Dios sabe lo que hace?
Textos Bíblicos de Apoyo:
Job 12:10: "En su mano está la vida de todo ser viviente, y el hálito de todo el género humano."
Job 26:14: "He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos; ¡Y cuán leve es el susurro que de ellas oímos! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?"
Frase Célebre:
"La creación es el espejo de Dios, y en él vemos las perfecciones del Hacedor." — Jonathan Edwards
II. Magnificar Su Obra: La Respuesta del Asombro Reverente
Pasaje Central: Job 36:24
"Acuérdate de engrandecer su obra, la cual los hombres contemplan."
Explicación del Texto y Exégesis:
Eliú exhorta a Job (y a nosotros) a "engrandecer su obra" o "magnificar su obra". La palabra hebrea clave aquí es SAGA, que quiere decir "hacer grande" su obra. Luego esta la palabra contemplar en hebreo es SHIR que quiere decir cantar. Uniendo ambos conceptos tenemos que Eliu esta invitando a Job a engrandecer a Dios por su obra cantando alabanzas a él.
Aplicaciones Prácticas:
Cultiva una "Mirada Admirativa": Dedica tiempo cada día a observar intencionalmente la grandeza de Dios a tu alrededor. Puede ser el amanecer, una flor, el cielo estrellado, la complejidad de un insecto, o incluso la sabiduría detrás del funcionamiento del cuerpo humano. Al hacerlo, detente y di una oración de asombro: "¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová! Muy profundos son tus pensamientos." (Salmo 92:5).
Canta Su Grandeza: No solo admires, ¡proclama! Habla con otros acerca de las maravillas de Dios que has visto. Comparte testimonios de Su providencia en tu vida o en la vida de otros. Al hacerlo, no solo "magnificas" Su obra, sino que fortaleces tu propia fe y animas a quienes te escuchan a ver a Dios con nuevos ojos.
Preguntas de Confrontación:
¿Cuándo fue la última vez que te detuviste a maravillarte genuinamente ante una obra de Dios en la naturaleza o en tu propia vida, sin prisas ni distracciones?
¿Tu vida de oración y alabanza refleja realmente la grandeza de un Dios que hace cosas que superan todo entendimiento, o es más bien una lista de peticiones?
Textos Bíblicos de Apoyo:
Job 5:9: "El cual hace cosas grandes e inescrutables, Y maravillas sin número."
Job 9:10: "Él hace grandes cosas, inescrutables y maravillas sin número."
III. Estremecer el Corazón: La Respuesta del Temor Reverencial
Pasaje Central: Job 37:1
"Ciertamente por esto se estremece mi corazón, y salta de su lugar."
Explicación del Texto y Exégesis:
Eliú, en medio de su descripción de la tormenta (los truenos y relámpagos), declara: "Ciertamente por esto se estremece mi corazón, y salta de su lugar." La palabra hebrea CHARAD que se traduce como "estremecer" o "palpitar", describe una conmoción interna profunda, casi un rugido o un sonido. No es un miedo paralizante, sino un temor reverencial (awe) que afecta físicamente, haciendo que el corazón palpite con fuerza. Es la reacción natural del ser humano cuando se enfrenta directamente a la manifestación incontrolable del poder y la majestad de Dios. Eliú está invitando a Job a sentir no solo el poder de Dios para castigar, sino Su majestuosidad que debe inspirar temor y admiración.
Aplicaciones Prácticas:
Cultiva el Temor del Señor: No temas al "miedo" a Dios, sino al "temor del Señor", que es el principio de la sabiduría. Esto significa tener una conciencia constante de la santidad, el poder y la justicia de Dios en tu vida diaria. Cuando estés tentado a pecar o a tomar una decisión imprudente, recuerda la inmensidad de Aquel ante quien un día rendirás cuentas.
Permite que Su Majestad te Hable: Cuando enfrentes fenómenos naturales impresionantes (una tormenta, un eclipse, una montaña imponente) o leas pasajes bíblicos sobre la omnipotencia de Dios, permítete sentir esa pequeña e insignificante sensación. Deja que esa humildad te lleve a una mayor dependencia de Él, reconociendo que Él está en control de todo, incluso de aquello que te asusta o te sobrepasa.
Preguntas de Confrontación:
¿Tu vida espiritual se caracteriza por un temor reverente y un profundo respeto por la santidad y el poder de Dios, o te has vuelto demasiado casual y familiar con Él?
¿Permites que las circunstancias difíciles o los eventos incomprensibles de la vida te recuerden la soberanía de Dios y te lleven a humillarte, o te llenas de ansiedad y resentimiento?
Textos Bíblicos de Apoyo (del libro de Job):
Job 13:11: "¿No os espantará su majestad, Y os caerá su temor?"
Job 23:15: "Por tanto, me turban sus juicios; Considerándolo, tiemblo a causa de él."
Frase Célebre:
"El temor del Señor es la verdadera sabiduría, y el conocimiento de lo Santo es la inteligencia." — Charles Spurgeon (parafraseando Proverbios)
Conclusión: Un Corazón Roto y Abierto a la Grandeza
Hemos viajado hoy por la majestuosidad indomable de Dios, como Eliú la presentó a Job. Hemos descubierto tres respuestas esenciales para el hombre ante tal grandeza:
Primero, magnificar Su obra (Job 36:24), cultivando una admiración reverente que nos lleva a la alabanza.
Segundo, estremecer nuestro corazón (Job 37:1), permitiendo que el temor reverencial nos humille y nos ponga en nuestro lugar.
Tercero, reconocer Su obra (Job 37:7), aceptando nuestra dependencia total de un Dios que tiene el control de todo.
Job, al final de su historia, no recibió todas las respuestas que buscaba, pero se encontró con la grandeza de Dios. Y al final de su encuentro, su respuesta fue: "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:5-6). Su corazón se estremeció, magnificó la obra de Dios y reconoció Su control absoluto.
Llamado a la Acción y Reflexión Final:
Hoy, Dios nos invita a la misma experiencia. La grandeza de Dios no es una verdad abstracta; es una invitación a una vida de adoración, humildad y confianza.
¿Estás dispuesto a abrir tus ojos y tu corazón para ver la majestuosidad de Dios en cada detalle de la creación y en cada circunstancia de tu vida?
¿Permitirás que el temor reverencial a Su poder te lleve a la humildad y a una dependencia más profunda de Él?
¿Dejarás que Dios "selle tu mano" en las interrupciones de tu vida, para que finalmente reconozcas Su obra y te rindas a Su soberanía?
Que tu vida sea un testimonio de un corazón que, al contemplar la grandeza indomable de Dios, responde con asombro, temor reverencial y una confianza total.
VERSION LARGA
¿Alguna vez, en un instante de quietud inusual, te has parado en la orilla de una tarde que se oscurece con una intención casi personal, sintiendo en el aire la premonición de una tormenta que se acerca? No es solo el cambio de luz; es un peso, una electricidad tangible que se instala en el ambiente, haciendo que la piel se erice y la conciencia se agudice. Y luego, a lo lejos, un trueno profundo, no un estallido repentino, sino un eco que retumba no solo en la atmósfera, sino en la memoria de la tierra. Es la voz sorda de una criatura dormida que se despierta. En ese momento, en la quietud que precede al caos, en el anticipo de una fuerza indomable que podría desdibujar todos nuestros planes con un simple gesto, uno se enfrenta a la verdad de su propia pequeñez. Esa sensación de asombro, de estar en la presencia de algo vasto y eterno, es precisamente lo que los antiguos sabios, y en particular un joven llamado Eliú, buscaron despertar en el corazón de un hombre que, en la opresión de su dolor, se sentía abandonado por Dios.
Eliú, en su intento de consolar y confrontar a su amigo Job, no recurre a argumentos lógicos y fríos, a disertaciones teológicas que solo servirían para amontonar palabras vacías sobre un corazón roto. En cambio, nos pinta un cuadro vívido de un Dios que está más allá de nuestra comprensión, un Dios que “hace grandes cosas, las cuales nosotros no entendemos” (Job 37:5). Esta descripción detallada de la creación no es un simple catálogo de maravillas naturales. Es un argumento silencioso y constante, inscrito en la majestuosidad de cada copo de nieve que cae, en la precisión de cada gota de lluvia que nutre la tierra. Es la elocuente expresión del argumento teleológico: la evidencia de un diseño y un propósito intrincados en el universo. Eliú nos presenta a un Creador que no solo controla, sino que orquesta cada fenómeno. A veces, detiene la actividad humana con una pausa forzada para que, en esa quietud impuesta, el hombre reflexione y se dé cuenta de la sabiduría y el poder que hay detrás de todo lo que existe.
Los versos que Eliú pronuncia, como si estuvieran grabados en el firmamento, no son solo palabras para ser leídas; son una invitación a la adoración y a la humildad. "He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos, ni puede ser la suma de nuestros años igual a la grandeza de su poder” (Job 36:26). Es una afirmación que nos confronta con la limitación de nuestra propia experiencia. ¿Qué es la suma de nuestros años, de nuestros conocimientos, de nuestros logros, de nuestras preocupaciones, ante la eternidad? ¿Qué es nuestro poder, nuestro control ilusorio, ante la voz que “truena maravillosamente”? (Job 37:5). “El Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder; y en juicio y en multitud de justicia no afligirá” (Job 37:23). Es un Dios tan grande, tan justo, que no necesita humillarnos para ser grande. Simplemente, lo es.
Hoy, ante esta magnitud inabarcable del Creador, nuestro propósito es explorar tres respuestas fundamentales y necesarias que el hombre debe tener frente a la grandeza de Dios. No son meras respuestas intelectuales que se guardan en la mente como conceptos abstractos; son reacciones del alma que nos llevarán de una admiración superficial a una transformación profunda de nuestra vida. Un camino que se despliega ante nosotros, invitándonos a ser no solo espectadores pasivos, sino participantes activos en el asombro.
Reconocer Su Obra: La Respuesta de la Dependencia Total
A veces, la vida nos exige una entrega que no hemos solicitado. Nuestra existencia, con su incesante ritmo de trabajo, de planes meticulosamente elaborados, de ambiciones que anhelamos alcanzar, se ve de repente detenida por una fuerza ajena a nuestra voluntad. Es en esos momentos cuando nos enfrentamos al primer gran movimiento del alma. Eliú, con una sabiduría que trasciende su juventud, nos presenta esta idea con una imagen inolvidable: “Así sella la mano de todo hombre, para que todos los hombres conozcan su obra” (Job 37:7). Pensemos por un momento en esta expresión. El “sellar la mano” no es un castigo, sino una pausa. Imagina a un artesano con sus manos cubiertas de tierra, moldeando una vasija con una dedicación febril, y de repente, una nevada inesperada o una lluvia torrencial inmoviliza su actividad. Las herramientas caen. El barro se enfría. Las manos, que antes estaban tan ocupadas, ahora se encuentran en un estado de quietud forzada.
Este “sellado” de la mano es una interrupción providencial en nuestra rutina. Es la enfermedad repentina que nos obliga a dejar de lado la agenda de reuniones. Es el fracaso financiero que nos obliga a reevaluar nuestras prioridades. Es la crisis familiar que nos detiene en medio de nuestra carrera y nos obliga a detener la marcha frenética. Estas pausas, a menudo dolorosas y llenas de frustración, tienen un propósito crucial, un eco que resuena a lo largo de los siglos: “para que todos los hombres conozcan su obra”.
La interpretación de esta “obra” es rica y profunda. Algunos estudiosos sugieren que se refiere a la obra de Dios en la creación, a la majestuosidad de la nieve y la lluvia que nos detienen para que las contemplemos. Otros argumentan que se refiere a la obra del hombre mismo, que en la quietud de la inactividad, se ve obligado a enfrentarse a su propia debilidad, a su fragilidad, a la insignificancia de sus planes sin el aliento divino. Lo fascinante es que ambas lecturas nos llevan al mismo lugar: a un reconocimiento de nuestra dependencia total de Dios. En el momento en que nuestra mano es “sellada”, en que nuestra capacidad de producir y de controlar se nos arrebata, es cuando nos vemos obligados a levantar la mirada. A darnos cuenta de que, en el mejor de los casos, somos solo mayordomos, obreros con una capacidad limitada en el vasto plan de un Hacedor.
Podemos ser tentados a resistir estas pausas. La frustración y la ansiedad son las primeras respuestas naturales. Nos quejamos de la interrupción, nos sentimos como un coche que se ha quedado sin gasolina en medio de una carretera vacía, y nuestra ira crece contra el mundo. Pero la fe nos invita a un camino diferente. Nos pide que aceptemos estas pausas forzadas como una oportunidad que Dios nos está dando para “sellar nuestra mano” y recordarnos Su soberanía. Es en esos valles oscuros de la inactividad donde a menudo encontramos la fuente de agua viva. Es allí, en la quietud, donde el alma, que estaba tan aturdida por el ruido de la vida, puede finalmente escuchar la suave y tierna voz de Dios. Es un momento de profunda introspección. Nos preguntamos quiénes somos realmente sin la fachada de nuestras actividades. Nos confrontamos con la verdad de que nuestro valor no reside en lo que hacemos, sino en lo que somos en las manos de nuestro Creador. La paz no viene de la acción, sino de la rendición.
Esta aceptación nos lleva a un acto de valentía espiritual: liberar el control y confiar. Nosotros, con nuestros planes y nuestras agendas, somos como el niño que trata de construir un castillo de arena contra la marea. Insistimos en que podemos controlar la fuerza de la ola, que podemos detener el avance del tiempo, que podemos moldear nuestro destino con nuestra fuerza de voluntad. Pero la realidad, como nos recuerda la tormenta, es que nuestra fuerza es finita. No podemos controlar la lluvia, ni la nieve, ni muchos de los eventos que definen el curso de nuestra vida. La verdadera libertad no está en la ilusión del control, sino en la paz de la entrega. Es en el momento en que soltamos el volante que podemos sentir la firmeza de la mano que nos guía. Es un acto de confianza pura, sabiendo que Él está obrando “su obra” en nosotros y a través de nosotros, incluso cuando no lo entendemos. “En su mano está la vida de todo ser viviente, y el hálito de todo el género humano” (Job 12:10). Es un verso que nos quita el miedo al futuro, porque el futuro no está en nuestras manos, sino en las suyas. La confianza en un Dios inmenso nos permite vivir con una ligereza que el mundo no puede entender, porque sabemos que nuestra historia, con sus pausas y sus tormentas, está siendo escrita por el mejor de los autores.
Así, la primera pregunta que nos enfrenta en la quietud de la tormenta es: ¿cómo reaccionas cuando la vida “sella tu mano”? ¿Te llenas de ansiedad, luchas contra la corriente, o te permites usar esa pausa para reflexionar en la soberanía de Dios y en tu dependencia de Él? ¿Estás dispuesto a soltar el control de aquellas áreas de tu vida que insistentemente tratas de manejar por ti mismo, y confiar plenamente en que Dios sabe lo que hace? Esta es la respuesta de la dependencia total, un eco humilde que resuena en la inmensidad del poder de Dios, una voz que nos recuerda que somos menos de lo que pensamos y, al mismo tiempo, mucho más de lo que podríamos ser por nuestra cuenta.
Magnificar Su Obra: La Respuesta del Asombro Reverente
Después de la quietud viene el asombro. Una vez que hemos reconocido nuestra dependencia y hemos soltado las riendas de nuestro control, nuestro corazón se abre a una nueva forma de ver. Eliú, con una voz que invita al gozo, nos dice: “Acuérdate de engrandecer su obra, la cual los hombres contemplan” (Job 36:24). La palabra hebrea para “engrandecer” es SAGA, que significa “hacer grande” su obra. No es que Dios necesite que hagamos Su obra más grande; Él ya lo es. Más bien, se trata de que nosotros hagamos grande Su obra en nuestro propio corazón, en nuestra propia mente, y en las vidas de aquellos que nos rodean. La palabra hebrea para “contemplar” es SHIR, que significa “cantar”. Así que la invitación de Eliú no es solo a mirar, sino a mirar con tal asombro que la única respuesta posible es un canto. Es una invitación a que la creación, que es el espejo de Dios, se convierta en una sinfonía de alabanza en nuestras almas.
Para muchos de nosotros, la vida se ha vuelto un espectáculo monocromático. Nos movemos a través de los días con una mirada utilitaria, viendo el mundo no por lo que es, sino por lo que puede hacer por nosotros. El amanecer es solo el comienzo de un día de trabajo. La flor es solo una decoración en el jardín. El cielo estrellado, un telón de fondo para las luces de la ciudad. Pero el corazón que ha soltado el control está listo para cultivar una “mirada admirativa”. Se detiene intencionalmente para ver lo que siempre estuvo allí, pero que nunca había contemplado. Se maravilla ante la complejidad de un insecto, la simetría de una hoja, la sabiduría detrás del funcionamiento del cuerpo humano. Y en ese momento, en esa pausa de asombro, el corazón no puede evitar murmurar una oración, una frase sencilla pero llena de significado: “¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová! Muy profundos son tus pensamientos” (Salmo 92:5). Esta no es solo una frase; es la confesión de un alma que ha sido capturada por la belleza y el poder del Creador. Es el reconocimiento de que la existencia misma es un milagro, una obra de arte infinita que nos rodea.
Esta admiración no debe quedarse en la privacidad de nuestra alma. Debe desbordarse en un canto. La segunda parte de la respuesta es proclamar, “magnificar” Su obra. Habla con otros acerca de las maravillas de Dios que has visto. No te avergüences de compartir los testimonios de Su providencia en tu vida o en la vida de quienes te rodean. Al hacer esto, no solo estás “magnificando” Su obra para otros, sino que estás fortaleciendo tu propia fe. Estás reescribiendo la historia de tu vida, no como una serie de eventos aleatorios y sin sentido, sino como una narrativa de la fidelidad y la gracia de Dios. Estás animando a otros a que vean a Dios con nuevos ojos, a que encuentren el asombro en lo ordinario, a que escuchen el canto en la quietud. Eliú sabía que la respuesta a la desesperación de Job no era solo la teología, sino un corazón que recuerda cómo cantar. Recordar, como nos enseñó Eliú, es el acto fundamental de la fe. Y en este caso, recordar la grandeza de Dios nos lleva a la gratitud, y la gratitud nos impulsa al canto. La vida, a la luz del asombro, se convierte en un acto constante de adoración.
Y entonces, nos encontramos ante un espejo de confrontación. ¿Cuándo fue la última vez que te detuviste a maravillarte genuinamente ante una obra de Dios en la naturaleza o en tu propia vida? ¿Te has vuelto tan “rápido” que has perdido la capacidad de admirar? ¿Tu vida de oración y alabanza refleja la grandeza de un Dios que hace cosas que superan todo entendimiento, o es más bien una lista de peticiones, una cuenta de banco donde solo depositamos nuestras necesidades? Esta es la respuesta del asombro reverente, una invitación a vivir la vida no como un problema a resolver, sino como una obra de arte a contemplar.
Estremecer el Corazón: La Respuesta del Temor Reverencial
Y finalmente, en lo más profundo de la tormenta, nos encontramos con la respuesta más visceral de todas. Eliú, describiendo la fuerza del trueno y el relámpago, nos revela su reacción personal, una confesión que nos desnuda el alma: “Ciertamente por esto se estremece mi corazón, y salta de su lugar” (Job 37:1). La palabra hebrea CHARAD que se traduce como “estremecer” o “palpitar”, es más que un simple miedo. Es una conmoción interna profunda, una sacudida que se siente en los huesos. No es un miedo paralizante, sino un temor reverencial (awe) que afecta físicamente, haciendo que el corazón salte de su lugar. Es la reacción natural del ser humano cuando se enfrenta directamente a la manifestación incontrolable del poder y la majestad de Dios.
Es un sentimiento que la cultura moderna ha olvidado. Nos han enseñado a ver a Dios como un amigo, un compañero, un padre amoroso. Y todo eso es verdad. Pero hemos perdido el asombro de Su majestad, el estremecimiento ante Su santidad. Hemos domesticado a un Dios que es un fuego consumidor. El temor del Señor no es el miedo a un castigo caprichoso, sino el profundo respeto por Su carácter inmutable. Es saber que, aunque Su amor es infinito, Su justicia es perfecta y Su poder no tiene límites.
El “temor del Señor” es, como nos recuerda la Escritura, el principio de la sabiduría. Significa tener una conciencia constante de la santidad, el poder y la justicia de Dios en nuestra vida diaria. Cuando estamos tentados a ceder a la mentira o a la murmuración, el temor del Señor nos susurra: “¿Delante de quién estás a punto de hacer esto? ¿Ante Aquel que un día te pedirá cuentas por cada palabra que has dicho?”. Este temor no nos paraliza, nos libera. Nos libera de la tiranía del pecado, de la esclavitud de la imprudencia, de la insignificancia de nuestras propias ambiciones.
Permítete sentir esta conmoción, esta humildad. Cuando enfrentes fenómenos naturales impresionantes, como una tormenta o un eclipse, o cuando leas pasajes bíblicos sobre la omnipotencia de Dios, permítete sentir esa pequeña e insignificante sensación. No huyas de ella. Deja que esa humildad te lleve a una mayor dependencia de Él, reconociendo que Él está en control de todo, incluso de aquello que te asusta o te sobrepasa. “Por tanto, me turban sus juicios; Considerándolo, tiemblo a causa de él” (Job 23:15).
Las preguntas que surgen de esta respuesta son profundas y necesarias. ¿Tu vida espiritual se caracteriza por un temor reverente y un profundo respeto por la santidad y el poder de Dios, o te has vuelto demasiado casual y familiar con Él? ¿Permites que las circunstancias difíciles o los eventos incomprensibles de la vida te recuerden la soberanía de Dios y te lleven a humillarte, o te llenas de ansiedad y resentimiento? El temor del Señor es la verdadera sabiduría, y el conocimiento de lo Santo es la inteligencia. Es el cimiento sobre el cual se construye una vida de significado.
Conclusión: La Tormenta ha Pasado, pero el Asombro Permanece
El camino que Eliú trazó para Job, y que se extiende hasta nosotros, no es un sendero de tres paradas distintas, sino un río caudaloso en el que las corrientes de la dependencia, el asombro y el temor reverencial se funden en una sola. Al final, no se trata de dominar tres respuestas, sino de permitir que estas tres verdades nos dominen a nosotros. Es un proceso continuo de desaprender nuestra propia autonomía para abrazar la soberanía divina. Cuando soltamos el control de la mano, encontramos la capacidad de cantar con el corazón, y al cantar, la majestad que nos abruma nos purifica. Al final de la tormenta, la vida ya no es la misma. El eco que queda no es el de un trueno lejano, sino el de una voz suave que nos invita a entrar, con un corazón transformado, en la inmensidad de un Dios que es tan grande, tan justo y tan poderoso que el único camino sensato es la total entrega. La tormenta ha pasado, pero el asombro permanece.
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