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BOSQUEJO-SERMÓN: Elías es llevado al Cielo: 3 Lecciones Clave para Vivir con Obediencia, Comunión y Confianza Inquebrantable. - EXPLICACIÓN 2 REYES 2: 1 - 14

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BOSQUEJO

Tema: 2 Reyes. Titulo: Elías es llevado al Cielo: 3 Lecciones Clave para Vivir con Obediencia, Comunión y Confianza Inquebrantable. Texto: 2 Reyes 2: 1 - 14. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz.


Introducción:

A. Este texto nos relata los últimos momentos de Elías sobre la tierra, según el versículo tres de alguna manera la gente sabia que Elías seria "quitado", mucho mas lo sabría Elías.

B. Ahora, sabiendo esto ¿Cómo vivió Elías sus últimos momentos sobre la tierra? 

C. En sus últimos momentos Elías:

(Dos minutos de lectura)

I. VIVIO EN OBEDIENCIA (ver. 1 - 6).

A. Cuando Elías anticipó su partida de este mundo, continuó viviendo como siempre lo había hecho. ¡Él continuó caminando en humilde obediencia ante el Señor Dios! Fíjate en su declaración, "El Señor me ha enviado...", v. 2, 4, 6

B. Un propósito nuestro debe ser obedecer al Señor hasta que el vuelva o hasta el ultimo día de nuestras vidas, morir en obediencia, morir obedeciéndole (Lucas 12: 41 - 48).



II. VIVIO CON LA GENTE (ver. 2 - 11).

A. Cuando Elías viajó sus últimos kilómetros aquí en la tierra, no intentó viajar solo a lo largo de ellos. Los versículos 2, 4 y 6 podrían llevarnos a creer que Elías quería que Eliseo se quedara atrás. Sin embargo, estas declaraciones eran meras pruebas para Eliseo. Los versículos 6, 8-9 y 11 cuentan la verdadera historia. Estos versículos hablan de amistad y compañerismo. Cuando Elías completó sus tareas sobre la tierra, no se retiró de aquellos que podían alentarlo ¡Continuó caminando en comunión con otros creyentes! Esto se ve en el hecho de que visitó las escuelas de los profetas (Bet-el y Jerico, "los hijos de los profetas") y en el hecho de que caminó con su amigo y socio Eliseo. Aparentemente, Elías sabía que necesitaba a otros en su vida!

B.  ¡Hay demasiados cristianos Llaneros Solitarios en nuestros días! Demasiados creyentes actúan como si no hubieran nadie más en su vida. Sin embargo, la verdad del asunto es que nos necesitamos unos a otros. Necesitamos una buena y piadosa comunión y amistad. ¡Necesitamos la presencia y el ministerio de los otros santos de Dios! Lo admitamos o no, ¡nos necesitamos los unos a los otros! Que examinemos nuestra relación con otros creyentes esta mañana. Si no es lo que debería ser, entonces hay que hacer algo al respecto). Necesitamos a prender a caminar en comunión con otros creyentes hasta el ultimo día de nuestras vidas!



III. VIVIO CONFIANDO (ver. 8).

A. Incluso al final de su vida, Elías sigue caminando por fe. Cuando él y Eliseo vienen al río Jordán, necesitan cruzar, así que Elías  hace lo que siempre hizo ¡esperar lo imposible de Dios y lo recibió por fe! Parece que Elías nunca llegó a un lugar en su vida donde dijo, "Bueno, he visto a Dios hacer todo lo que Él es capaz de hacer! " No, él sólo siguió caminando en la fe y la dependencia hasta el final del camino.

B. Amigo, no importa cuánto tiempo puedas caminar con el Señor, no importa lo que lo hayas visto hacer, no importa lo que Él haya hecho a través de tu vida, nunca llegará un día en que debas dejar de confiar en Él. Sólo porque los años te han acercado a tu travesía, no debes dejar de caminar por fe. Sólo porque el Señor pueda venir en cualquier momento, no permite dejar de confiar en Él para guiarnos y cuidar de nosotros. Hasta que estemos a Su imagen en Su presencia en Su cielo, debemos caminar por fe. Nada menos le agradará, Heb. 11:6. Todo lo que sea menos es pecado, Rom. 14:23.)



Conclusión:

A. Los últimos días de Elías nos dejan un legado: vivió obedeciendo hasta el fin, en comunión con otros y siempre confiando en lo imposible de Dios. Es un desafío para nosotros: ¿estamos viviendo así? Que nuestra fe permanezca firme, en obediencia y en comunidad, hasta el día final.

VERSIÓN LARGA

Siete soles se habían puesto ya. Y vuelto a levantar. Y la tierra seguía su giro. Pero algo en el aire era distinto. Una anticipación. Un susurro que corría entre los profetas. Un saber. Inexplicable. Pero real. Que Elías, el Tishbita, el hombre de fuego, sería "quitado". Llevado. Lejos. De la tierra. Y si ellos lo sabían, en la quietud de sus escuelas, con una premonición que les erizaba la piel, cuánto más lo sabría él. Elías mismo. Él, que había hablado cara a cara con el Fuego, que había sentido el aliento del Viento impetuoso, que había escuchado la Voz apacible y delicada. Él, que conocía los planes del Altísimo como pocos. Él, seguramente, sabía. Lo sentía. La hora se acercaba.

Y la pregunta, entonces, se posa. Pesada. Silenciosa. Como una roca sobre la arena mojada. ¿Cómo vivió Elías esos últimos momentos sobre la tierra? ¿Qué marcas dejó su paso final? El Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruíz nos invita a mirar de cerca. No a los milagros grandiosos de su vida, no a los enfrentamientos épicos, sino a los últimos pasos. Los que se dieron justo antes de la transfiguración final. Y en esos pasos, encontramos un legado. Una enseñanza. Que resuena. Todavía. Para nosotros.


Y la primera marca. El primer eco de esos últimos pasos. Es la obediencia.

Mira a Elías. Él sabía. La fecha. La hora. No escrita en un calendario, sino en el pulso del Espíritu. Su partida era inminente. Y sin embargo, ¿qué hizo? ¿Se retiró a meditar en soledad? ¿Se dedicó a un último acto de poder deslumbrante? No. Cuando Elías anticipó su partida de este mundo, continuó viviendo como siempre lo había hecho. No cambió su ritmo. No alteró su propósito. Continuó caminando en humilde obediencia ante el Señor Dios. Como si cada día fuera uno más. Como si el fin no fuera más que una continuación.

Fíjate. En sus palabras. En cada parada. En Gilgal. En Bet-el. En Jericó. Su declaración. Resonaba. Clara. Firme. "El Señor me ha enviado..." v. 2, 4, 6. No era su propia voluntad. No era un capricho personal. No era una última aventura. Era el mandato. De Dios. Era la dirección. Del que lo había llamado. Y así, con cada paso, con cada giro en el camino, con cada despedida, Elías demostraba una fidelidad que iba más allá del tiempo. Era la obediencia que no teme al final, porque el final es solo una transición en el servicio.

Y esto. Esto se convierte en un propósito. Nuestro. Para ti. Para mí. Un anhelo profundo. Que debe enraizarse en el alma. Obedecer al Señor hasta que Él vuelva. O hasta el último día de nuestras vidas. Morir en obediencia. Morir obedeciéndole. Es la esencia de la fidelidad. No es solo un cumplimiento de reglas. Es una postura del corazón. Como nos recuerda Lucas 12:41-48, la parábola del siervo fiel y del siervo infiel. El mayordomo que, sabiendo o sin saber la hora exacta de la venida de su amo, se mantiene haciendo su voluntad. Si somos siervos, fieles, no dejamos de servir solo porque el sol se está poniendo. No claudicamos en la tarea solo porque el final se acerca. La obediencia no es un medio para un fin terrenal; es un fin en sí misma, una expresión de amor, una danza con la voluntad divina que no cesa hasta que el último aliento se disipa. Es una vida que se rinde, momento a momento, hasta el último momento. Una vida vivida para Otro.


Y la segunda marca. El segundo eco de esos últimos pasos. Es la comunión.

Cuando Elías viajó sus últimos kilómetros aquí en la tierra, ¿estaba solo? ¿Buscó la soledad para su ascenso final? El relato bíblico es sutil. Los versículos 2, 4 y 6 podrían llevarnos a creer que Elías quería que Eliseo se quedara atrás. "Quédate aquí, por favor; porque Jehová me ha enviado a Bet-el." O: "Quédate aquí ahora, porque Jehová me ha enviado a Jericó." O incluso: "Quédate aquí, te ruego, porque Jehová me ha enviado al Jordán." Palabras de prueba. Palabras que sondearon la lealtad. No palabras de rechazo.

Pero los versículos 6, 8-9 y 11. Cuentan la verdadera historia. La que subraya la esencia de la amistad. Y el compañerismo. "Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré." La respuesta de Eliseo. Firme. Y Elías no lo detuvo. Al contrario. Caminaron juntos. Elías, ese profeta solitario por antonomasia, ese hombre del desierto que se enfrentó a reyes y a profetas de Baal con una valentía inigualable, en sus últimos pasos, no se retiró de aquellos que podían alentarlo. No se aisló. Continuó caminando en comunión con otros creyentes. Con aquellos que entendían su lenguaje. Que compartían su fe.

Esto se ve. De forma conmovedora. En el hecho de que visitó las escuelas de los profetas. En Bet-el. Y en Jericó. "Los hijos de los profetas." Jóvenes, y quizás no tan jóvenes, que buscaban la misma verdad, la misma conexión con Dios. Y lo más evidente. Lo más íntimo. En el hecho de que caminó con su amigo y socio. Eliseo. Su discípulo. Su sucesor. Elías, aparentemente, sabía. En lo más profundo de su ser. Que necesitaba a otros en su vida. Que el camino de la fe, por solitario que a veces parezca, no está diseñado para ser recorrido en total aislamiento.

Y aquí. Aquí hay una verdad que nos golpea. Con una fuerza suave, pero ineludible. ¡Hay demasiados cristianos "Llaneros Solitarios" en nuestros días! Demasiados creyentes que, quizás por dolor, por miedo, por orgullo, o por una comprensión distorsionada de la autosuficiencia espiritual, actúan como si no hubiera nadie más en su vida. Como si la fe fuera un asunto puramente individual. Un camino solo entre Dios y yo. Sin embargo, la verdad. La verdad irrefutable. Es que nos necesitamos unos a otros. Con una desesperación santa. Necesitamos la comunión buena. Piadosa. La amistad que sostiene. La risa que comparte. Las lágrimas que entienden. Necesitamos la presencia. El ministerio. De los otros santos de Dios. Del hermano que te confronta con amor. De la hermana que te levanta cuando caes. Del mentor que te guía. Del amigo que simplemente está.

Lo admitamos o no. Lo sintamos o no. ¡Nos necesitamos los unos a los otros! El cuerpo de Cristo. Es un organismo vivo. Cada parte depende de la otra. Una mano sin el brazo. Un ojo sin el oído. No pueden funcionar plenamente. Que examinemos. Con honestidad. Con una mirada introspectiva. Nuestra relación con otros creyentes esta mañana. Si no es lo que debería ser. Si hay muros. Si hay distancias. Entonces. Hay que hacer algo al respecto. Con urgencia. Con amor. Necesitamos aprender a caminar. En comunión con otros creyentes. Hasta el último día de nuestras vidas. Hasta que la vida se apague en esta tierra. Juntos. Porque la fe se fortalece. En el compartir. En el caminar lado a lado. En el amor que se da y se recibe.


Y la tercera marca. El tercer eco de esos últimos pasos. Es la confianza.

Incluso al final de su vida. Con la brisa del cielo ya rozando su rostro. Elías sigue. Caminando. Por fe. Él y Eliseo. Llegan al río Jordán. Un obstáculo. Una barrera de agua. Necesitan cruzar. Y Elías. Hace lo que siempre hizo. Lo que había definido su ministerio. Lo que había sido su sello. Esperar lo imposible de Dios. Y lo recibió. Por fe. Golpeó las aguas con su manto. Y se abrieron. Como antaño el Mar Rojo. Caminaron en seco.

Parece. Que Elías. Nunca. Nunca llegó a un lugar en su vida donde dijo, con una resignación satisfecha, "Bueno, he visto a Dios hacer todo lo que Él es capaz de hacer. Ya no me sorprende." No. Él solo. Siguió. Caminando. En la fe. Y en la dependencia. Hasta el final del camino. Hasta el carro de fuego. Hasta el torbellino. No hubo un punto de agotamiento. No hubo un límite a su expectativa de Dios. Su fe era un manantial que nunca se secaba.

Y esto, amigo. Esto es para ti. Para mí. No importa cuánto tiempo puedas caminar con el Señor. No importa lo que lo hayas visto hacer en tu vida. Esas respuestas a oraciones. Esos milagros cotidianos. Esos momentos de provisión inesperada. No importa lo que Él haya hecho a través de tu vida. Esas almas tocadas. Esas palabras de consuelo. Esas manos extendidas. Nunca. Jamás. Deberá llegar un día. En que debas dejar de confiar en Él. Solo porque los años te han acercado a tu travesía final. No debes. No te atrevas a dejar de caminar por fe. No debes poner límites a lo que Dios puede hacer. Solo porque el Señor pueda venir en cualquier momento. Porque la trompeta puede sonar. No permite dejar de confiar en Él para guiarnos. Para cuidarnos. Para sustentarnos. En cada paso.

Porque la fe no es un interruptor que se enciende y apaga. Es una constante. Una respiración. Una forma de ser. Hasta que estemos. A Su imagen. En Su presencia. En Su cielo. Debemos caminar por fe. La fe es el único idioma que agrada a Dios. Nada menos le agradará. Como nos recuerda Hebreos 11:6: "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan." Y todo lo que sea menos que eso. Toda duda. Toda incredulidad. Es pecado. Como dice Romanos 14:23: "Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado."

La fe es el aliento final. La confianza es el último acto de adoración. Es la mano que se extiende, sabiendo que el Otro la tomará. Es el salto al vacío, sabiendo que Él es el suelo. La vida de Elías, hasta el último momento, fue un eco de esa confianza inquebrantable.


El eco de los últimos días de Elías resuena con una claridad conmovedora. Nos deja un legado. No solo de fuego y milagros, sino de una vida vivida hasta el final. Un testamento silencioso y poderoso. Él vivió obedeciendo al Señor hasta su último aliento, cada paso guiado por la voluntad divina. No se aisló, sino que vivió en comunión con la gente, buscando lazos, compartiendo el camino, porque sabía que la fe se nutre en el compañerismo. Y sobre todo, vivió confiando en lo imposible de Dios, sin poner límites a Su poder, esperando milagros hasta el umbral del cielo.

Este legado no es solo una historia antigua. Es un desafío para nosotros, hoy. Para ti. Para mí. Una pregunta que se cierne sobre nuestra propia existencia. ¿Estamos viviendo así? ¿Es la obediencia el aire que respiramos cada día? ¿Es la comunión con nuestros hermanos una necesidad vital en nuestro andar? ¿Es la confianza en lo sobrenatural de Dios la roca sobre la que edificamos cada expectativa?

Que nuestra fe. Nuestra fe individual. Nuestra fe colectiva. Permanezca firme. En obediencia. En comunidad. Y en una confianza sin límites. Hasta el día final. Hasta que la trompeta suene o el velo se desgarre. Que el Espíritu Santo, que habitó en Elías y habita en nosotros, nos sostenga. Nos impulse. Para que nuestro final, cuando llegue, sea también un testimonio de una vida vivida plenamente para Él. Que tu vida sea un eco. De esa fe inquebrantable.

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