Tema: Peligros para el cristiano. Titulo: No dejando de congregarnos. Texto: Hebreos 10: 19 - 25.
Introducción :
A. "Así que, hermanos" son las palabras con las que empieza nuestro texto, esto conecta lo que se va a decir aquí con lo que se ha dicho anteriormente ¿Qué es lo que se ha dicho anteriormente? que Jesús logro para nosotros salvación, redención, perdón, acceso libre a la presencia de Dios, entre otras cosas. Ahora, dado esto debe haber una respuesta del creyente a esto.
B. ¿Cuál es esa respuesta? es a lo que nos dedicaremos el día de hoy. Usaremos los verbos del texto para conducir nuestro bosquejo el día de hoy.
(Dos minutos de lectura)
I. ACERQUEMOSNOS (ver. 19 - 22).
A. El primer desafío para nosotros es “acercarnos ”. Estos versículos nos dicen cómo es posible "acercarnos a Él".
1. El escritor hace una declaración en el versículo 19, él les dice que "entren en el Lugar Santísimo" con "libertad". También les dice que hay un "camino nuevo y vivo" a la presencia de Dios.
El antiguo sistema judío era un sistema cerrado. Bajo el sistema judío, nadie podía acercarse a Dios sino al Sumo Sacerdote y solo podía hacerlo en el Día de la Expiación. Cuando Jesús vino y murió en la cruz, abrió un camino para que todos los que lo recibieran entraran a la presencia de Dios. Cuando el “velo” de la carne de Cristo se rompió en la cruz, se abrió el camino a Dios para todos los que quisieran entrar. Ver. Mat. 27: 50-51 .
B. Dado que ahora podemos entrar, la idea es que no desaprovechemos esta oportunidad y lo hagamos. Los versículos que siguen nos da instrucciones acerca de como debemos acercarnos a Dios:
Ya que, por la obra de Cristo nuestras conciencias han sido purificadas y nuestras vidas limpiadas, acerquémonos:
1. Sinceramente: Es decir, sin falsedades, con corazones rectos, genuinamente.
2. Con plena fe: O sea, completamente convencidos de lo que creemos.
III. MANTENGAMOS (ver. 23).
A. La palabra mantengamos quiere decir: agarrar fuertemente, retener. La palabra fluctuar, a su vez, quiere decir: "que no se inclina". A todas luces esta es una exhortación a no apartarse de Dios.
B. Todos hemos conocido personas que caminaron con Cristo y después de apartaron de Dios, debemos asegurarnos de que eso no nos ocurra.
C. La segunda parte del texto nos dice que dado que Dios cumplirá su promesa de salvarnos, si perseveramos hasta el fin debemos hacer nosotros nuestra parte de agarrar fuertemente nuestra fe, sin declinar de ella.
III. CONSIDEREMONOS (ver. 24 - 25).
A. Los versículos siguientes nos hablan de lo que debemos hacer por los demás para ayudarlos a mantener su profesión.
1. El desafío aquí es para nosotros “considerarnos unos a otros”. La palabra "considerar" significa "poner la mente en", es decir, concentrémonos nuestros esfuerzos.
2. La palabra "provocar" se suele utilizar de forma negativa. Significa "incitar". Tiene la idea de hacer que una multitud se "amotine". En este contexto, la palabra significa "agitar".
3. Otra palabra importante en estos versículos es la palabra "exhortar" en el versículo 25 . Esta palabra significa " animar ". En conjunto, estas palabras son un desafío para que los santos se cuiden unos a otros y se animen unos a otros en nuestro caminar con el Señor.
B. Entonces debemos vivir para considerarnos, motivarnos y exhortarnos unos a otros, se mencionan tres cosas especificas en las que debemos hacer esto: El amor, las buenas obras y congregarse.
C. Si necesita una razón para ir a la iglesia, le daré dos excelentes razones.
1. Dios lo ordena - Heb. 10:25 .
2. Jesús lo practicó - Lucas 4:16 .
Conclusiones:
En un mundo lleno de distracciones y peligros espirituales, es vital que los cristianos se acerquen a Dios con corazones sinceros y una fe inquebrantable. No solo debemos mantenernos firmes en nuestra fe, sino también considerar activamente a nuestros hermanos en Cristo, alentándolos a permanecer en la verdad y en amor. Congregarnos no es solo un mandato divino, sino una práctica esencial que fortalece nuestra comunidad de fe. Al seguir el ejemplo de Jesús y las enseñanzas de Hebreos 10:19-25, podemos enfrentar los peligros del cristianismo con confianza y unidad, apoyándonos unos a otros en nuestro caminar.
VERSIÓN LARGA
No dejando de congregarnos - Hebreos 10:19-25
La epístola a los Hebreos, esta carta densa y luminosa, no es meramente un tratado teológico; es un grito de guerra y una canción de cuna, la voz de un pastor que ve a su rebaño tambalearse al borde de la indiferencia. Y comienza, precisamente, con la conjunción más poderosa de la fe: «Así que, hermanos». Esas tres palabras no son un simple conector gramatical; son el puente tendido por la Gracia sobre el abismo del miedo y la exclusión. Es el instante en que la teología, la verdad revelada sobre la supremacía de Cristo, desciende de las esferas celestiales y toca la arena de nuestra existencia diaria, exigiendo una respuesta. Porque si Jesús, nuestro Sumo Sacerdote eterno, ha logrado para nosotros lo incalculable —la salvación completa, la redención sin sombra, el perdón que borra la memoria del error, el acceso libre e inimaginable a la misma presencia de Dios—, entonces nuestra vida no puede seguir siendo el murmullo indiferente que fue antes de Su obra. El sacrificio es completo, la victoria es eterna, la puerta está abierta. Dada esta verdad fundacional, la única pregunta que nos queda es: ¿Cuál será la respuesta del creyente a la magnanimidad de Dios? Es a esta respuesta, estructurada en un tríptico de verbos imperativos, a lo que consagraremos nuestra alma y nuestra reflexión.
El primer movimiento de esta respuesta, el más íntimo y revolucionario, es la orden de Acercarnos (versículos 19-22).
El escritor nos desafía a ejecutar un acto que, para la conciencia judía de la época, era pura blasfemia: «entrar en el Lugar Santísimo». Piensen por un momento en la geografía de la fe antigua, en la arquitectura del Templo terrenal. El Lugar Santísimo no era un espacio; era la negación del espacio, la morada terrenal de la Presencia indomable. Era la clausura. Nadie, excepto el Sumo Sacerdote, y solo una vez al año, podía traspasar ese grueso velo. Era la escenificación de la distancia insalvable que el pecado había impuesto entre la Creación y el Creador. Era un sistema cerrado, de exclusión, donde la santidad de Dios era un fuego que solo podía ser contemplado de lejos. Pero la Cruz vino a dinamitar esa distancia. Y cuando Jesús exhaló Su último aliento, aquel velo del Templo se rasgó de arriba abajo, no por mano de hombre, sino por el juicio soberano de Dios, que declaraba: el camino está abierto.
El «velo» de la carne de Cristo se rompió para abrir un camino nuevo y vivo. Nuevo, porque jamás la humanidad había gozado de tal familiaridad con lo divino; vivo, porque es Él mismo, el mediador que vive eternamente. Nuestro primer y más alto desafío es, por lo tanto, no desaprovechar esta oportunidad cósmica, no permanecer en el atrio del miedo cuando se nos invita a entrar en el corazón del Hogar. Podemos entrar, y no con temor servil, sino con la libertad (parresía), esa audacia santa, esa franqueza sin reservas, que solo un hijo legítimo puede ejercer ante el Padre.
Sin embargo, el acercamiento no es una intrusión casual ni un acto impuro. Dado que, por la obra de Cristo, nuestras conciencias han sido purificadas —esa limpieza moral del espíritu que nos libera de la culpa— y nuestros cuerpos limpiados por el baño ritual del bautismo y la vida nueva, debemos acercarnos con dos calificaciones esenciales, dos virtudes que son el único uniforme de entrada. La primera es la sinceridad; una cualidad que trasciende el simple decir la verdad. Es ser la verdad misma, presentarnos con corazones rectos, despojados de la doblez, sin falsedades. Dios no necesita nuestro performance ni nuestra fachada piadosa; exige la transparencia del alma que se sabe necesitada de gracia y que se presenta tal cual es. Y la segunda, es acercarnos con plena fe. Esta es la plena certidumbre (plērophoria), la convicción sin sombra de que lo que Jesús hizo es totalmente suficiente. Es la fe que reposa sin fisuras en Su obra terminada, la negación de la duda, la certeza de que el Sumo Sacerdote que intercede por nosotros es fiel y capaz. Este primer movimiento, Acercarnos, es la base de todo, la disciplina de la adoración que nos saca de la tierra estéril de la lejanía.
Pero la fe no se detiene en la quietud de la adoración; exige resistencia. Por ello, el segundo faro, que nos ancla en la tormenta del mundo, es la orden de Mantengamos (versículo 23).
El llamado vertical a la comunión se complementa inmediatamente con el desafío horizontal y temporal de la perseverancia. La palabra traducida como mantener o retener es visceral: implica agarrar fuertemente, no soltar, aferrarse a la confesión de nuestra esperanza como un náufrago se aferra a un tablón en medio de un océano embravecido. El autor advierte contra el fluctuar, esa mente volátil, ese espíritu que no se inclina por nada fijo, que es movido por cada ola de doctrina o por cada viento de prueba personal. La fe, nos enseña el texto, no es un impulso inicial, sino una resistencia sostenida, una maratón espiritual en la que el peligro de la fatiga es real y la tentación de apartarse, seductora.
Hemos conocido, tristemente, a aquellos que un día ardieron y que luego se apagaron, personas que caminaron con Cristo con fuego en el alma y que, poco a poco, soltaron la cuerda. La exhortación es, pues, una advertencia de amor: debemos asegurarnos de que eso no nos ocurra. Nuestra parte es hacer la obra de la voluntad, la de agarrar fuertemente nuestra fe, sin declinar de ella. Es la disciplina de la constancia que se opone a la pereza espiritual.
Sin embargo, y aquí reside la dulzura de la promesa, la posibilidad de nuestra perseverancia no se basa en la fragilidad de nuestra fuerza humana, sino en la fidelidad de Dios. Debemos mantenernos firmes en la profesión de nuestra esperanza «porque fiel es el que ha prometido». Esta es la gran liberación. Nosotros hacemos nuestra parte de mantenernos, pero lo hacemos apoyados en el compromiso inquebrantable de Aquel que no miente. Si el Creador, el Arquitecto de los mundos, ha empeñado Su palabra de salvarnos, ¿quién podrá revocarla? Esta verdad nos libera de la neurosis de la autosalvación y nos permite correr con paciencia, sabiendo que el garante de nuestra fe es el Dios inmutable. La perseverancia es, en última instancia, un acto de descansar en la fidelidad ajena, la de Cristo, hasta el fin.
Y el tercer movimiento, el faro que nos lleva de la quietud personal a la acción colectiva, es el imperativo de Considerémonos (versículos 24-25).
Aquí la fe desborda los límites del corazón individual y se manifiesta en su dimensión más noble: la comunitaria. El cristianismo es la fe de un Cuerpo, nunca la manía de un ermitaño. El desafío es considerarnos unos a otros. La palabra considerar (katanoeō) es un mandato a la intencionalidad, a la atención profunda. Significa poner la mente en, concentrar los esfuerzos mentales en el estado del otro, no para juzgar, sino para construir.
Debemos concentrar nuestros esfuerzos en cómo podemos provocar o incitar al hermano. La palabra "provocar" (paroxusmos) es en realidad una palabra de fuego; no sugiere un enojo, sino un estímulo, un agitamiento. Es la función del aire en una hoguera: se agita el fuego para que no se apague. Es un desafío para que seamos centinelas unos de otros, para que los santos se animen (exhorten), se consuelen y se urguen mutuamente hacia la acción correcta. El creyente es el pastor de su hermano.
Esta acción colectiva de considerar, provocar y exhortar debe estar dirigida hacia tres esferas que se alimentan mutuamente: el amor, las buenas obras y el congregarse. Es el amor que no es pasivo, sino que se manifiesta en la acción visible, el cariño que se hace obra, el compañerismo que se niega a permitir la caída del otro.
Y esta tríada virtuosa encuentra su escenario natural en la asamblea: no dejando de congregarnos. El escritor es directo, sin ambages. La iglesia no es un edificio, sino una cita; no es una opción, sino una necesidad. Hoy, cuando el mundo nos ofrece un palacio de distracciones y la tiranía de la vida personal, la práctica de congregarse se ha vuelto la disciplina más contracultural y más vital. Es el lugar donde la lealtad se hace visible y la perseverancia se comparte. Si alguien necesita una razón que trascienda la costumbre social para ir a la iglesia, el texto nos da anclas de autoridad que hunden sus raíces en la misma esencia de lo divino. Primero, porque Dios lo ordena en Hebreos 10:25, estableciendo la reunión no como una mera sugerencia, sino como un mandato divino, una salvaguarda contra nuestra propensión a enfriarnos. Él nos dio la comunidad como un yunque para forjar y preservar nuestra fe. Y segundo, porque Jesús lo practicó en Lucas 4:16. Si el Hijo de Dios, el que no necesitaba nada, no despreció la práctica de ir a la sinagoga, de reunirse con Su pueblo, ¿con qué arrogancia podríamos nosotros, débiles y necesitados, considerarla superflua? El reunirse era Su «costumbre», y Su ejemplo nos obliga a no despreciar ese encuentro vital.
La exhortación final de Hebreos 10 es que hagamos todo esto «tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca». La inminencia del retorno de Cristo o el fin de nuestra vida terrenal, no debe ser un motivo de parálisis, sino una urgencia santa. Debemos cuidarnos hoy porque el tiempo es un recurso finito. La comunidad se convierte en el hospital del alma, en la forja de la santidad y en el campamento de entrenamiento para la eternidad. La fe, en su expresión más pura, se revela como un pacto comunitario. Es vital que los cristianos se acerquen a Dios con corazones sinceros, se mantengan firmes en la promesa, y se consideren activamente a través del congregarse, porque la urgencia no es solo un factor de tiempo; es la esencia misma del amor que se niega a que un solo hermano se pierda en la indiferencia. Es el acto final de resistencia contra los peligros de la soledad espiritual.
En un mundo lleno de distracciones y peligros espirituales, es vital que los cristianos se acerquen a Dios con corazones sinceros y una fe inquebrantable. No solo debemos mantenernos firmes en nuestra fe, sino también considerar activamente a nuestros hermanos en Cristo, alentándolos a permanecer en la verdad y en amor. Congregarnos no es solo un mandato divino, sino una práctica esencial que fortalece nuestra comunidad de fe. Al seguir el ejemplo de Jesús y las enseñanzas de Hebreos 10:19-25, podemos enfrentar los peligros del cristianismo con confianza y unidad, apoyándonos unos a otros en nuestro caminar.
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