BOSQUEJO - SERMÓN: MATERIALES PARA EL TEMPLO DE SALOMÓN - 1 REYES 5: 1 - 18.

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BOSQUEJO

Tema: 1 Reyes. Titulo: Los materiales del templo de Salomón. Texto: 1 Reyes 5: 1 - 18. Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz.

Introducción:

A. Comenzamos en este texto a hablar acerca del templo de Salomón, hoy veremos algo sobre los preámbulos del mismo, lo que fue necesario para construirlo. 

B. Hoy no tenemos que construir un templo como el de Salomón pero tenemos que construir la obra de Dios, por ello lo que vayamos aprendiendo de este texto lo aplicaremos en este mismo ámbito de cosas.

C. Entonces que se necesito para construir este templo, fue necesario:

I. PERSONAS (ver 6).


A. Habla este texto de esclavos, jornaleros, sirvientes etc, tanto los de Salomón como los de Hiran. Porque para construir el templo muy obviamente se necesitaban personas, manos que hicieran el trabajo.

Los versículos 13 - 16 especifica la cantidad de hombres que intervinieron en la construcción del templo:

1. Obligo (una leva) Salomón a treinta mil hombres para enviarlos al líbano a trabajar por turnos de un mes y dos de descanso.

2. Setenta mil cargueros y ochenta mil canteros.

3. Tres mil trecientos capataces.

B. Decidí involucrar este punto que aparentemente parece obvio, ya que, aunque lo sabemos y aunque hay muchas personas pocos se involucran en la tarea del ministerio, la historia de la iglesia desde Jesús hasta nuestros días, en parte se puede resumir en la frase: "la mies es mucha y los obreros son pocos".



II. DETERMINACIÓN (ver. 5).


A. Salomón usa una palabra clave y muy importante, esta es: "he determinado...". Para construir un templo como el que Salomón construiría lo primero que se necesitaba era un hombre con determinación. 

B. La determinación según el diccionario es: "tomar la decisión de hacer lo que se expresa". Para hacer la obra de Dios necesitamos hombres y mujeres con una determinación, una decisión férrea de hacerla.


III. DINERO (ver. 10 - 11).


A. Hiram proveyo a Salomón de madera de Cedro y de Cipres, aunque el solo habia pedido de Cedro (ver. 6), ademas el verso 10 añade una linda frase que nos habla de la generosidad de Hiram, esta es: "toda la que quiso".

Por su parte Salomón dio a Hiram veinte mil coros de trigo (entre cuatro millones y medio y cinco millones de kilos) y veinte mil coros de aceite puro (unos dicen que esto eran nueve millones de litros y otros que eran cuatro mil cuatrocientos litros), Todo esto una gran cantidad.

B. No es secreto que para hacer la obra de Dios se necesita también de dinero y mucho dinero. por ello se necesitan personas generosas y desprendidas que dan para que esta se lleve a  cabo.


Conclusiones:

La construcción del Templo de Salomón nos enseña que la obra de Dios demanda más que intenciones: requiere personas dispuestas a servir, una determinación inquebrantable para enfrentar desafíos y el apoyo financiero generoso. Reflexiona: ¿Cómo estás ofreciendo tu tiempo, talentos y recursos para edificar Su obra hoy?

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El aire, denso con el aroma a pino y profecía, se cernía sobre el reino en ciernes, una promesa susurrada desde el aliento moribundo de David a su hijo, Salomón. No solo un palacio para un rey, sino una morada, un silencio sagrado para el Dios viviente. Y así, nos adentramos en el murmullo de la preparación, el bajo zumbido de un sueño echando raíces en la tierra de Jerusalén, examinando no el edificio terminado, sino el corazón crudo y sin tallar de su creación. Nosotros también somos constructores, aunque nuestros ladrillos no son de piedra y nuestro mortero no es de arcilla. La obra de Dios, interminable, se extiende ante nosotros, un templo vasto e invisible que espera su forma, y en el antiguo preludio de la gloria de Salomón, encontramos los tendones mismos de su posibilidad.

Imagina las colinas bañadas por el sol, el sonido de la cantera, los cedros libaneses, antiguos y orgullosos, cayendo bajo las hachas. Pero antes de que la primera piedra fuera labrada, antes de que la fragante madera comenzara su largo viaje, ¿qué se agitaba verdaderamente en el polvo y el calor? Personas. No solo unos pocos, no meramente los pocos devotos, sino multitudes. La escritura susurra sobre ellos: treinta mil reclutados, trabajando en turnos bajo el sol abrasador, un mes en el bosque, dos meses regresando a sus vidas, sus familias, sus sueños. Luego, el inmenso peso de setenta mil cargadores, sus espaldas encorvadas bajo la carga del sueño de Dios, y ochenta mil canteros, sus cinceles cantando contra la roca, dando forma a la tierra cruda en geometría sagrada. Y sobre todos ellos, tres mil trescientos capataces, sus voces un coro constante y guía, tejiendo los hilos dispares del trabajo en un tapiz único y con propósito.

Parece casi demasiado obvio decirlo, ¿verdad? Que para cualquier gran obra, para esta obra tan sagrada, se necesitan manos. Sin embargo, incluso en nuestro murmullo moderno de fe, donde los campos están maduros para la cosecha, los segadores siguen siendo pocos. Es el lamento antiguo, resonando desde los labios de Cristo mismo: "La mies es mucha, pero los obreros pocos". A menudo, nos quedamos en la periferia, admirando la grandeza de la visión, quizás incluso orando por su cumplimiento, pero rara vez pisamos el polvo, ofreciendo nuestros propios tendones, nuestro propio sudor, nuestro propio tiempo precioso. Olvidamos que la Iglesia, este organismo vivo y que respira de fe, no es un espectáculo para ser observado, sino una construcción en la que se debe trabajar. Cada uno de nosotros, una piedra potencial, una madera potencial, un portador potencial del peso sagrado. La fuerza del Templo de Salomón no residió solo en su oro y su gloria, sino en las innumerables manos, vistas e invisibles, que lo hicieron realidad. ¿De qué carga rehuimos llevar por el edificio de la gracia, por la propagación de la luz en un mundo tan hambriento de ella?


Y luego, la tranquila resolución del rey. Salomón, no un hombre de bravuconería en el campo de batalla, sino de sabiduría, de una certeza interior profunda e inquebrantable. La palabra, un martillo golpeando la piedra, resuena a través del texto sagrado: "He determinado edificar una casa al nombre de Jehová mi Dios." No "Espero", ni "Podría considerar", sino un decreto, forjado en el crisol de su corazón. Esto no fue un capricho fugaz, un pasajero antojo de ambición real. Esto fue una determinación, una decisión tan inquebrantable que moldearía montañas, transportaría bosques y movilizaría naciones. El diccionario, ese árbitro seco y preciso del significado, lo llama "tomar la decisión de hacer lo que se expresa". Pero en la voz de Salomón, era más que una mera definición; era una fuerza viva, el motor mismo de su gran designio.

¿Podemos nosotros, que buscamos trabajar en la misma viña divina, comprender verdaderamente la gravedad de tal palabra? Construir la obra de Dios, reparar lo roto, predicar la esperanza, consolar a los afligidos, requiere más que buenas intenciones, más que un celo fugaz. Demanda una determinación tan feroz como un viento del desierto, una decisión tan inflexible como los antiguos cedros mismos. Es el "sí" inquebrantable susurrado en la noche oscura de la duda, la resolución de hierro que enfrenta los obstáculos no como muros, sino como invitaciones a la innovación. Es el espíritu que dice: "He puesto mi mano en el arado y no miraré atrás". ¿Estamos nosotros, hombres y mujeres de fe, cultivando tal resolución dentro de nuestras propias almas? ¿O vacilamos, arrastrados por cada brisa pasajera de conveniencia, nuestra determinación tan frágil como la tela de araña en una tormenta? El Templo, en toda su resplandeciente gloria, comenzó con una sola palabra inquebrantable: determinado.


Pero incluso con manos dispuestas y una voluntad inquebrantable, había otra corriente, innegable, que fluía a través de la empresa: el dinero. No una suma insignificante, sino los vastos y brillantes ríos de él. Hiram, el rey de Tiro, un rey pagano, pero un amigo, un socio en esta santa empresa. Dio, no de mala gana, sino con una generosidad que avergüenza al corazón indeciso. "Toda la madera de cedro y ciprés que deseaba", registra la escritura. No una porción medida, no una limosna a regañadientes, sino una abundancia fluida. ¿Y qué ofreció Salomón a cambio? Veinte mil coros de trigo, suficientes para alimentar ejércitos durante años, y veinte mil coros de aceite puro, un océano brillante de oro líquido. Estas no fueron meras transacciones; fueron un testimonio del costo colosal, la inmensa inversión, que una visión de la gloria de Dios exigía.

No rehuyamos esta verdad, por incómoda que a veces pueda parecer en nuestro discurso espiritual. La obra de Dios, en este mundo tangible y temporal, requiere recursos. Requiere dinero. No para la auto-engrandecimiento, no para la vana ostentación, sino para la infraestructura misma de la misión: para las manos que trabajan, para las herramientas que empuñan, para que el mensaje sea llevado, para que los hambrientos sean alimentados, para que los quebrantados sean sanados. Requiere generosidad, un espíritu de desapego de la acumulación, una voluntad de derramar, de compartir, de entregar lo que valoramos, para que el propósito mayor pueda florecer. ¿Dónde están los Hirames de nuestros días, aquellos cuyos corazones están tan conmovidos por la visión sagrada que dan no lo que se les pide, sino "todo lo que se desea"? ¿Están nuestras manos abiertas o apretadas alrededor de nuestras propias comodidades, nuestras propias seguridades? El Templo, este símbolo monumental de la presencia de Dios, no se construyó solo con susurros y buenas intenciones, sino con el sacrificio tangible de la riqueza, dada libre y abundantemente.


Así, mientras los ecos de los martillos se desvanecen y el aroma a cedro perdura en la mente, nos quedamos con las profundas y prácticas lecciones de la gran empresa de Salomón. La obra de Dios, en todas sus innumerables formas, es un llamado a la acción. Demanda personas, sus manos, su tiempo, su fuerza, no como siervos a regañadientes, sino como participantes dispuestos en un designio divino. Demanda determinación, una voluntad forjada en los fuegos de la convicción, inquebrantable y enfocada, capaz de ver lo invisible y construir lo no construido. Y demanda recursos, el generoso derramamiento de nuestra abundancia, nuestro dinero, nuestros talentos, nuestras vidas mismas, no como un impuesto, sino como una ofrenda de amor.

Mira el espejo de tu alma. ¿Cómo estás prestando tus manos, tu corazón, tu tesoro a la historia que se desvela de la gracia de Dios en el mundo? ¿Qué parte de este magnífico templo, aún en construcción, está esperando tu toque?

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