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SERMÓN - BOSQUEJO: Oración, Gente y Dinero: LO QUE NECESITA UN MISIONERO para no MORIR en el intento

Tema: Misiones. Título: Oración, Gente y Dinero: LO QUE NECESITA UN MISIONERO para no MORIR en el intento Autor: Pastor Edwin Guillermo Núñez Ruiz. 

Introducción:

A. Lemas del propósito de misión. Pablo fue sino el más grande misionero de la historia del cristiano, por lo menos uno de los más grandes. Pablo mejor que nadie sabe lo que necesita un misionero y al escribir sus cartas en varios apartes nos lo hace saber.

B. Miremos el día de hoy que necesita un misionero.

I. NECESITA ORACIÓN.

A. En varias ocasiones el Apóstol pide oración a las distintas iglesias que el mismo fundo en sus distintos viajes misioneros:

1. Efesios 6: 18 – 19: La petición de oración aquí es por valor para predicar.

2. 2 Tes 3: 1: La petición de oración aquí es por poder predicar el evangelio en muchos lugares y para que la gente sea receptiva.

3. Fil 1: 19: la petición de oración aquí es por ser liberado de la cárcel, superar esa tribulación.

4. Romanos 15: 30 – 31: La petición de oración aquí es por protección de los enemigos y éxito en una misión específica.

B. Aquí tenemos una sencilla lista de oración misionero, practiquémosla.


II. NECESITA GENTE.

A. Es amplio el equipo misionero del Apostol Pablo, entre ellos podemos contar a:

1. Romanos 16:1: Febe.
2. Romanos 16: 3 - 4: Priscila y Aquila.
3. Romanos 16: 7: Andronico y Junias. 
4. Romanos 16: 9: Urbano.
5. Romanos 16: 21: Timoteo.
6. Romanos 16: 22: Tercio.
7. Romanos 16: 23: Gayo.

B. Esta es la prueba de que las misiones se hacen en equipo.


III. NECESITA DINERO.

A. Alguna vez Pablo escribió que él había renunciado al derecho de recibir una manutención económica por su ministerio (1 Cor 9: 14 – 15). Aunque esta fue su decisión al menos hasta este momento de su vida o en este momento de su vida el reconoce que no hacían lo mismo otros apóstoles y que no pecaban ni hacían mal al recibir tal manutención (1 Cor 9: 11 – 12).

Sin embargo. Es muy seguro que no fue así siempre ya que en otras de sus cartas el reconoce que recibió dinero de otras iglesias para ministrar a la iglesia de Corinto (2 Cor 11: 8 – 9; Fil 4: 14 - 16). 

B. Indudablemente hacer misiones necesita apoyo financiero.


Conclusiones

La vida de Pablo, el gran misionero, nos revela tres pilares esenciales para la obra: la oración constante por fortaleza y éxito, un equipo fiel de colaboradores dedicados, y el apoyo financiero indispensable para sostener la labor. Las misiones no son un acto solitario, sino un esfuerzo colectivo donde cada creyente tiene un rol vital. ¿Cómo podemos, individual y comunitariamente, fortalecer estos pilares para quienes llevan el evangelio?

VERSION LARGA
Las ideas sobre la misión, los lemas que intentamos aferrar, a menudo se sienten como susurros en la oscuridad, promesas que intentamos comprender en el vasto silencio de nuestra existencia. Pero hay una figura, un hombre que se alza como un faro en la historia cristiana, un hombre que no solo habló de la misión, sino que la encarnó en cada paso doloroso, en cada respiración: el apóstol Pablo. Si no el más grande, sin duda uno de los más grandes misioneros. Él, mejor que nadie, sabía lo que se necesita en esos caminos lejanos, bajo cielos desconocidos, enfrentando las miradas curiosas o la hostilidad. En las cartas que nos legó, como huellas en la arena que el tiempo no ha borrado, nos susurra sus verdaderas necesidades. Hoy, miremos de cerca lo que un misionero, entonces y ahora, verdaderamente necesita.

La Súplica Silenciosa: Necesidad de Oración

Hay una verdad que el corazón del misionero conoce íntimamente, una necesidad que se eleva por encima de todas las demás, como el incienso en un templo olvidado: la oración. Pablo, en sus innumerables travesías, en las ciudades bulliciosas y los puertos olvidados, nunca dejó de pedirla. No era una formalidad, sino un grito desde las profundidades de su alma, una dependencia absoluta de la mano invisible que lo sostenía.

Pensemos en sus palabras, sus ruegos casi desesperados a las iglesias que había fundado, esas comunidades nacidas de su esfuerzo y su sangre. En Efesios 6:18-19, su voz se eleva no por comodidad, no por riquezas, sino por valor para predicar. Imaginen el peso de esa petición: el temor que acecha al portador de la verdad, la resistencia que se levanta contra el mensaje que trastorna lo establecido. Un misionero no solo necesita el mensaje, sino la audacia para proclamarlo cuando el miedo le muerde los talones.

Luego, en 2 Tesalonicenses 3:1, la petición se expande, abraza un deseo aún más vasto: ruega por el poder para predicar el evangelio en muchos lugares, que la palabra de Dios corra libremente, y que la gente, esa gente tan diversa y compleja, sea receptiva. No basta con sembrar; se necesita que la semilla eche raíces, que el corazón se abra. Esta es la esperanza que arde en el pecho del que va, la posibilidad de que la luz encuentre un lugar donde anidar.

Filipenses 1:19 nos lleva a un escenario más íntimo, más oscuro: Pablo está en la cárcel. Su libertad, su misión, todo parece en peligro. Y sin embargo, su petición no es por su propia liberación, no directamente. Es por ser liberado de esa tribulación, sí, pero para que su servicio a Cristo no sea estorbado. Es una oración por perseverancia en medio del sufrimiento, por la gracia de superar lo que lo encierra, para que su testimonio siga brillando incluso tras las rejas.

Y en Romanos 15:30-31, casi como un testamento de sus viajes, Pablo pide una protección muy concreta: protección de los enemigos que lo acechan, y éxito en una misión específica, su viaje a Jerusalén. No es un evangelio edulcorado; es la cruda realidad del peligro, de las fuerzas que se oponen a la verdad. La oración se convierte en un escudo, en una fuerza que empuja hacia adelante cuando todo parece resistirse.

Aquí tenemos, entonces, una lista sencilla, pero profunda, de lo que implica la oración por el misionero. Es un llamado a la acción silenciosa, a levantar nuestras voces por aquellos que están en la vanguardia. Practiquémosla, entonces, con la seriedad que merece. Cada "Amén" es un soplo de viento en sus velas.


La Red de Vidas: Necesidad de Gente

Un hombre, por muy grande que sea su espíritu, no puede cargar el mundo solo. Pablo lo sabía. Su misión, tan vastamente extendida, nunca fue un acto solitario. Era una sinfonía de voces, de manos, de corazones latiendo al unísono. La necesidad de gente, de colaboradores, de una red de apoyo, era tan vital como el aire que respiraba.

Miramos las páginas de Romanos 16, y es como abrir un álbum de fotografías de una familia que uno no conoció, pero que siente cercana. Es un despliegue de nombres, de vidas entrelazadas con la suya en la gran obra de Dios. No solo son menciones casuales; son testimonios de una colaboración profunda.

Allí está Febe (Romanos 16:1), una diaconisa de Céncreas, llevando una carta tan importante como esta misma epístola a Roma. Ella, una mujer de servicio, un eslabón crucial en la cadena. Luego, Priscila y Aquila (Romanos 16:3-4), una pareja que arriesgó su propia vida por Pablo, y en cuyo hogar se reunía una iglesia. Su hospitalidad, su valentía, su compromiso.

Andrónico y Junias (Romanos 16:7), parientes de Pablo, quizás de los primeros conversos, que habían estado en prisión con él. ¡Qué lazos de hermandad y sufrimiento compartido! Y Urbano (Romanos 16:9), descrito como "nuestro colaborador en Cristo". Cada uno, un engranaje esencial.

Timoteo (Romanos 16:21), el joven discípulo, el hijo espiritual, que compartía las cargas del apóstol. Tercio (Romanos 16:22), el amanuense que puso por escrito las palabras del propio Pablo. Y Gayo (Romanos 16:23), un anfitrión generoso, "hospedador mío y de toda la iglesia".

Esta es la prueba irrefutable de que las misiones se hacen en equipo. No hay llaneros solitarios en la obra del Reino. Cada uno, en su lugar, con su don, con su sacrificio, contribuye a la marea que avanza. Es una red de vidas, un tejido de compromisos que sostiene al misionero en el campo. Sin estas manos, sin estos corazones, la labor se desmorona bajo su propio peso. Las palabras de Pablo no son solo doctrinas; son un retrato de la vida en comunidad, de la interdependencia que nos fortalece a todos.


El Sustento Terrenal: Necesidad de Dinero

Y hay una verdad que, a menudo, nos resulta incómoda, que nos susurra sobre lo mundano en lo sagrado, pero que es tan real como el sol que sale cada mañana: la necesidad de dinero. La obra de la misión, por muy espiritual que sea, existe en un mundo material, y el misionero, como cualquier ser humano, necesita sustentarse.

Es cierto, alguna vez Pablo escribió con una cierta ambivalencia, incluso con un dejo de orgullo, que él había renunciado al derecho de recibir una manutención económica por su ministerio (1 Corintios 9:14-15). Se ganaba la vida con sus propias manos, haciendo tiendas, para no ser una carga para nadie. Era una decisión personal, un testimonio de su libertad y de su deseo de no obstaculizar el evangelio. Sin embargo, no juzgaba a otros apóstoles que sí recibían apoyo, reconociendo que no pecaban ni hacían mal al hacerlo (1 Corintios 9:11-12). Era un derecho legítimo.

Pero, con el tiempo, o quizás en diferentes momentos de su vida y ministerio, la realidad se impuso. Pablo mismo reconoció que recibió dinero de otras iglesias para ministrar, incluso a la iglesia de Corinto, a la que no quiso ser una carga directa (2 Corintios 11:8-9). "De otras iglesias recibí salario, despojándolas, para serviros a vosotros", dice con una franqueza casi dolorosa. Y en Filipenses 4:14-16, expresa su gratitud por el apoyo financiero que recibió de ellos, viendo su ofrenda como "sacrificio acepto, agradable a Dios". No era una caridad; era una inversión en el Reino.

Indudablemente, hacer misiones necesita apoyo financiero. Sin él, los viajes no se hacen, los materiales no se imprimen, el sustento básico flaquea. El alimento, el techo, el transporte, las herramientas para la labor, todo esto requiere recursos. No es una búsqueda de lujos, sino una necesidad fundamental para que la obra continúe. Aquellos que se lanzan a los confines de la tierra, dejando atrás sus hogares y seguridades, dependen de la generosidad de otros para que su llamado pueda ser cumplido. Es una sociedad en el dar y el recibir, un testimonio de que todos somos parte de la misma gran obra.


La vida de Pablo, ese coloso de la fe, nos susurra verdades esenciales para la obra que trasciende los siglos. Nos revela tres pilares, fuertes y necesarios, que sostienen la misión: la oración constante, que eleva el alma y fortalece el espíritu; un equipo fiel de colaboradores, que comparte la carga y multiplica el impacto; y el apoyo financiero indispensable, que materializa el amor y la obediencia en recursos para la labor.

Las misiones, entonces, no son un acto solitario, no son la hazaña de unos pocos elegidos. Son, en su esencia más profunda, un esfuerzo colectivo, un tapiz tejido con los hilos de muchas vidas. Cada creyente, tú y yo aquí en Soacha, en este día, tenemos un rol vital. No podemos evadir la responsabilidad que nos llama desde las páginas de la historia. ¿Cómo podemos, individual y comunitariamente, fortalecer estos pilares, asegurando que aquellos que llevan el evangelio a los lugares más lejanos tengan todo lo que necesitan? Esta es la pregunta que se cierne sobre nosotros, una invitación a la acción, a la participación en la historia más grande jamás contada.



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